Los efectos de «El Ladrillo»
25.11.2022
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25.11.2022
«Hoy, los efectos que El Ladrillo tuvo en el largo plazo se pueden ver en nuestro país en todos lados: en la concentración de la propiedad de los medios de comunicación, en lo que se conoció como el negocio de la educación, en la degradación de la naturaleza. Pero hay también otros efectos, de los que quizás somos menos conscientes. Acostumbrados a rascarnos con nuestras propias uñas, quienes vivimos en Chile hemos desarrollado una notable capacidad de emprendimiento.»
La siguiente columna extienda la reflexión que la autora presenta en el documental El efecto Ladrillo (2022, dirección y producción: Carola Fuentes y Rafael Valdeavellano), el cual puede verse actualmente en línea.
«Uno de los grandes errores es juzgar las políticas y los programas por sus intenciones y no por sus resultados». La frase de Milton Friedman aparece impresa en un pendón que se observa de fondo en una reunión de julio de 2012 en Santiago, en que los llamados Chicago Boys conmemoraron el natalicio de su emblemático maestro de economía. Es una de las últimas escenas que aparece en el documental homónimo, que junto a Rafael Valdeavellano dirigimos y estrenamos el año 2015.
Las intenciones de las políticas públicas impuestas por los Chicago Boys durante la dictadura están muy bien descritas en El Ladrillo, un libro que se imprimió a pocas horas del Golpe de 1973, y que este grupo de jóvenes economistas venía redactando desde fines de los sesenta. Conocido luego como «la Biblia del neoliberalismo», El Ladrillo dejaba en las manos del mercado la responsabilidad de llevar a Chile y sus habitantes por el camino de la prosperidad, asumiendo con ingenuidad que los actores de ese mercado se comportarían de manera ética, sin necesidad de regulación externa.
¿Cuáles fueron sus resultados en el largo plazo? ¿Qué entendemos por «El efecto Ladrillo»?
Durante el estallido social registramos con nuestras cámaras cientos de carteles que decían «NO MÁS ABUSOS». Los casos de colusión que se conocieron en 2015 indicaban que la libertad del mercado pregonada por Friedman y propuesta en El Ladrillo derivó en una serie de irregularidades empresariales que coludieron directamente con el resultado esperado. En esos casos la libertad del mercado ni incentivó la competencia ni resultó en mejores precios para los consumidores.
A la desilusión por esta falsa promesa, se sumó la constatación del fracaso de otra de las buenas intenciones del neoliberalismo: que el crecimiento económico terminaría «chorreando» bienestar hacia las clases más bajas («me tiene absolutamente sin cuidado la desigualdad, lo que me tiene con cuidado es la pobreza» , decía en 2015 Rolf Lüders, economista, académico y ex ministro). Sin embargo, millones de chilenos, testigos del exitoso incremento del PIB, no vieron aumentar sus propios ingresos en la misma proporción. La libertad del mercado sí permitió la creación de negocios como el retail financiero, masificando el acceso al crédito para comprar autos, televisores de pantalla plana y zapatillas importadas. Pero, como ha demostrado Ricardo French-Davis en sus publicaciones, millones de personas endeudadas han visto reducir aún más su poder adquisitivo, forzadas a repactar cuotas, encadenadas a intereses crecientes y plazos interminables. Los beneficios no han sido para los consumidores, sino —nuevamente— para grandes empresarios en desmedro de sus clientes.
Esta semana, el economista inglés Michael Walton, ex Director de Pobreza del Banco Mundial y actual profesor de Harvard, presentó en Santiago los resultados de su paper «Desigualdad en Chile, percepciones y patrones». Entre otros datos, señala allí que el 90 por ciento de los chilenos piensa que las diferencias de ingresos en el país son demasiado grandes. Mientras las personas consideran que una diferencia justa entre sueldos sería de siete veces, la percepción es que quienes más ganan reciben 29 veces más que quienes ganan menos. Los autores del paper aseguran que «Chile se ha mantenido altamente desigual, y es posible que no haya experimentado ninguna mejora significativa en la distribución general del ingreso […]. La persistencia de la desigualdad extrema asociada a los muy ricos es consistente con actitudes ciudadanas que expresan malestar por las diferencias injustificadas y el trato injusto/privilegiado de este grupo».
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Hoy, los efectos que El Ladrillo tuvo en el largo plazo se pueden ver en nuestro país en todos lados: en la concentración de la propiedad de los medios de comunicación, en lo que se conoció como el negocio de la educación, en la degradación de la naturaleza. Pero hay también otros efectos, de los que quizás somos menos conscientes.
Acostumbrados a «rascarnos con nuestras propias uñas», quienes vivimos en Chile hemos desarrollado una notable capacidad de emprendimiento. Casi un millón trescientas mil PYMES lideradas por hombres y mujeres que les ponen el hombro a las dificultades, podrían eventualmente llevarnos a resultados mucho más cercanos a las buenas intenciones que se describían hace cincuenta años en El Ladrillo.
Un mercado atomizado, donde el capital está distribuido en muchas pequeñas o medianas propiedades y no concentrado en pocos grupos económicos, puede promover una competencia mucho más realista y saludable.
Emprendedores locales, que conocen bien a sus comunidades y encuentran soluciones eficientes a sus «dolores», pueden producir bienes y ofrecer servicios de manera mucho más sostenible, sin acudir al márketing masivo que crea necesidades innecesarias en la población.
Dueños de empresas pequeñas y medianas, que se relacionan con sus equipos de manera horizontal —pues son conscientes del valor de la dependencia mutua— y no desde la altanería del empresario grande que se enorgullece impúdicamente por «dar trabajo» a miles de personas, podrían reducir las brechas salariales en el país.
Lo descrito no es una utopía. Ya está ocurriendo. Es cuestión de observar las capacitaciones que se imparten en los Centros de Desarrollo de Negocios de Sercotec o de leer los proyectos ganadores de los fondos de Corfo. O entrar al sitio web de la Asech. Contra viento y marea, estos emprendedores han logrado sobrevivir a la resistencia e intentos de dominación de los grandes capitales, consiguiendo, por ejemplo, la aprobación de la ley de pago a treinta días.
Como bien se describe en nuestro segundo documental, El efecto Ladrillo, con el estallido social estalló también la ilusión de nuestro éxito. La historia de Mariana San Martin, una de las protagonistas que vivió en carne propia los efectos de este manual económico, tiende a incomodar a quienes desde la audiencia prefieren quedarse con las exitosas cifras del crecimiento macroeconómico.
Pero las imágenes son innegables: «Si el desarrollo no es para todos, para qué sirve el desarrollo», dice uno de los testimonios en pantalla.
«Los empresarios son muy culpables de esto —añade Ramiro Urenda, otro protagonista—. Se quedaron cómodamente con la explicación del impuesto, de la generación de empleo, de la generación de riqueza, de la generación de divisa. Pero no se preocuparon del impacto social, de su propia empresa. No lo hicieron».
¿Qué pensaría hoy Milton Friedman de los resultados en el largo plazo de las políticas públicas que él inspiró en nuestro país y en el mundo? Quizás reclamaría que las empresas no tienen que tener ninguna responsabilidad social, tal como lo estableció en su famosa columna publicada hace medio siglo en el New York Times, cuando postuló que la única responsabilidad de las empresas es generar utilidades para sus accionistas.
El problema, podría añadir Friedman, es que ese texto suyo también incluía la siguiente frase: «… mientras se ajuste a las reglas básicas de la sociedad, tanto las contenidas en la ley como las contenidas en la ética». Una condición que quedó convertida en letra chica. Tan chica, que para varios se hizo invisible.