Lecciones desde Italia: el empuje del populismo autoritario
27.09.2022
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
27.09.2022
El resultado de las recientes elecciones italianas, con el regreso al poder de grupos de derecha radical, puede analizarse desde un prisma de cambios económicos y sociales que el electorado europeo percibe hoy como amenazas, y que como tales son extensibles a Chile, sostiene esta columna para CIPER: «La mayor liberalización y desregulación del mercado laboral ha creado una ansiedad certera y palpable en las poblaciones […]. Como en nuestro plebiscito, frente a la incertidumbre el nuevo votante optó por la opción conservadora. Más que condenar tales dinámicas, que por lo demás a todas luces son globales, conviene interrogarse sobre aquellas.»
Tras la reciente victoria, sin precedentes, de una alianza entre la derecha y la extrema derecha en Suecia, país reivindicado como modelo de democracia dirigida siempre por partidos moderados, ahora Italia ha optado mayoritariamente por un gobierno liderado por un partido de extrema derecha. Es la primera vez que una líder de ese sector político estará al frente de un país fundador de la Unión Europea, actual tercera economía más grande de la zona euro.
Los Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia) es un partido posfascista, creado en 2012 por la misma mujer de 45 años, Giorgia Meloni, que hoy es jefa del gobierno italiano. «Posfacista», pues se declara heredero del Movimiento Social Italiano, el MSI, fundado en 1946 por simpatizantes y nostálgicos de Benito Mussolini. De hecho, los «Hermanos de Italia» han mantenido el mismo logotipo que ese difunto partido, una llama tricolor verde, blanca y roja. El Frente Nacional, en Francia, retomará ese mismo símbolo pero con los colores de la bandera francesa. Y, en Chile, lo vimos en el inicio del movimiento Acción Republicana (con el cual, en noviembre de 2017, José Antonio Kast obtuvo el 8% de los votos dela primera vuelta presidencial).
La alianza del partido de Giorgia Meloni con «La Liga» (ex Liga del Norte), de Matteo Salvini, y con Forza Italia, de Silvio Berlusconi, se impuso el pasado domingo en las urnas, obteniendo un poco más del 44% de los votos emitidos (con la mayoría de éstos, un 27%, para el partido de Meloni). A diferencia de lo que sucede en Suecia, el partido de extrema derecha italiano no es solo un aliado circunstancial de la derecha dominante, sino que está liderando todo ese sector. En adecuación con el origen de su partido, Giorgia Meloni ha declarado en numerosas oportunidades que Mussolini logró para su país «muchas cosas buenas». Frente a la contingencia, ha prometido combatir la inmigración para evitar lo que describe como un potencial «reemplazo étnico» al interior de la población de Italia. Tiene asimismo en la mira al llamado «lobby LGBT».
Meloni ha dicho aspirar a aumentar la tasa de natalidad de los italianos, promover la identidad judeocristiana de Europa (su lema de campaña fue «Dios, patria, familia»), bajar los impuestos y renegociar parte de las condiciones que acompañan las ayudas que aporta la Unión Europea a Italia, desde Bruselas. Su éxito electoral puede explicarse por un contexto laboral, social y cultural que detallo en la siguiente columna a partir de las ideas del economista Dani Rodrik, profesor de la Universidad de Harvard, conocido por sus trabajos sobre los vínculos entre globalización, soberanía y democracia; y quien lleva más de veinte años abogando por otra visión del librecomercio en un mundo amenazado por riesgos geopolíticos y en el cual hoy innegablemente asistimos al auge de un cierto populismo autoritario.
1. GUERRA CULTURAL: Desde el prisma de la extrema derecha o derecha radical, Rodrik distingue dos escuelas de pensamiento que se pueden confrontar, pero no siempre, en relación a la definición del populismo. La primera insiste en el recrudecimiento de la guerra cultural al interior de las sociedades contemporáneas, en las que puede constatarse el regreso de ideas de xenofobia y racismo. Por ejemplo, el concepto del «gran remplazo» o «gran sustitución», desarrollado en los trabajos del escritor francés Renaud Camus, lleva esa idea a su paroxismo. Este autor sostiene que existe un genocidio blanco, en marcha, ya que la población blanca cristiana europea está siendo sistemáticamente reemplazada, en sus propios territorios, por pueblos no europeos (específicamente norteafricanos y subsaharianos), a través de la intensa inmigración masiva, que produce un crecimiento demográfico concomitante a la caída de la tasa de natalidad europea. Por lo demás, la presencia de esa inmigración es un potencial peligro que puede producir la destrucción de la cultura y civilización de Europa, ya que la mayoría de los inmigrantes son de confesión musulmana. La Unión Europea y Bruselas, ciudad donde se encuentran sus instituciones, dirigirían, según el autor francés, los mecanismos que pretenden llevar a cabo el reemplazo de los pueblos europeos. Obviamente, tal discurso encuentra promotores potentes en los principales partidos de extrema derecha de todo el continente.
2. TRANSFORMACIÓN DEL MERCADO LABORAL: La segunda línea de pensamiento que el citado economista propone, no excluyente de la primera, presenta el boom del populismo autoritario desde una explicación económica, ligada a la significativa transformación que sobre el mercado laboral ha producido la globalización/mundialización. Los casos de Suecia e Italia demuestran cómo el discurso de derecha extrema hoy se está «vulgarizando», transformándose en el debate político europeo en un recurso retórico «banal» que permite constatar una porosidad de valores entre las derechas «dura» y republicana.
Para Rodrik, el actual auge del populismo autoritario —tanto en muchos Estados europeos como en Estados Unidos con Donald Trump— está ligado a la desaparición de los puestos de trabajo de calidad para la clase media de esos países, y el aniquilamiento progresivo de la calidad y seguridad que esos puestos otorgaban. Es algo que se debe a múltiples factores, pero en lo que la globalización juega un rol fundamental, ya que esta ha acelerado la desindustrialización en esas zonas del mundo. El retroceso de la competitividad industrial en los países desarrollados ha reducido la oferta de trabajo, dificultada además por una población a veces muy competente pero poco móvil y sin las cualificaciones necesarias para beneficiarse de una economía cada vez más globalizada. El «obrero calificado» o «especializado» ha visto su estatus desaparecer brutalmente, sobre un plazo de tiempo relativamente corto.
También contribuyen a ello los cambios tecnológicos y la automatización que sugieren el desarrollo económico. El enfoque radical de la política económica que ha impuesto mecánicamente la mundialización ha impulsado una mayor liberalización y desregulación del mercado laboral, creando una ansiedad certera y palpable en las poblaciones que no estaban acostumbradas a aquello. Ciertos líderes han sabido capitalizar esa angustia, ese clima social ansioso, fruto de los sobresaltos que afectan las economías de los grandes países europeos desde hace ya treinta años (por ejemplo, la pandemia dejó a Italia con una baja de su PIB del orden de un 8,9% en 2021).
***
El programa que propone el partido que en Suecia acaba de acceder al poder, los “Demócratas de Suecia”, corresponde grosso modo a lo mismo que está defendiendo la jefa de gobierno Meloni en Italia. Los ejes son claros: fortalecer las leyes que regulan la inmigración, restablecer la autoridad, la ley y el orden, promocionar urgentemente una política cultural mucho más conservadora. No hay que olvidar que también se defienden otros aspectos de índole económico-social, pues se debe imperativamente mantener e impedir la degradación del poder adquisitivo de las clases medias.
Esa sensación de inseguridad económica, social, de impotencia frente a la inmigración, es algo compartido por diferentes segmentos de los países europeos; y son sentimientos que sin duda amplificará la inminente crisis energética a la cual se van a enfrentar estos últimos llegado el invierno boreal, y que podría de nuevo tener una traducción en las urnas: en las próximas semanas y meses vienen elecciones en Eslovenia, República Checa, Finlandia y Dinamarca.
Al igual que en el caso del Rechazo en Chile, la participación ciudadana del pasado fin de semana en Italia fue muy superior a lo que se esperaba, con casi un 64% de participación en un contexto de voto voluntario. Forzoso es constatar que quienes lograron movilizar a más gente y transformarse en el centro de gravedad de la campaña, fueron claramente los partidos de derecha, y esencialmente los Fratelli d’Italia. Como en nuestro plebiscito, frente a la incertidumbre, el nuevo votante optó por la opción conservadora. Más que condenar tales dinámicas, que por lo demás a todas luces son globales, conviene interrogarse sobre aquellas. En Chile, detrás del despectivo concepto de «facho pobre», se esconde un desfase de un cierto sector con el sentir de lo que quieren algunos segmentos populares. Hoy, indiscutiblemente, una fuerza como el Partido de la Gente está mejor implementada entre sectores populares que, por ejemplo, el Partido Comunista. Uno no debe sorprenderse de que, en Chile, una figura como Franco Parisi llega mucho más que cualquier otra en esos mismos sectores (esos que miran con ojos de amor a Bukele, Trump y, hoy, a Giorgia Meloni). En Italia, el Partido de la Refundación Comunista no logró regresar al Parlamento; la coalición Unión Popular, en la cual éste participaba, sólo alcanzó el 1,4% de los votos emitidos.
Condenar este fenómeno no es lo mismo que entenderlo. El profesor Dani Rodrik ha dado algunas claves para tratar de explicar el éxito del populismo autoritario en Europea y Estados Unidos, pero no se necesita mucha agudeza analítica suplementaria para observar que lo económico, la inmigración y la seguridad ciudadana son los temas que actualmente predominan. Si estos no se atacan de frente, no hay que sorprenderse de que el auge de una cierta manera de concebir la política siga por un rato más. Y no solo en Europa.