La esperanza constituyente de «los que sobran»: vivir y no sobrevivir
13.09.2022
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13.09.2022
Ante un nuevo proceso constitucional, serán las aspiraciones de una generación joven las que alimenten la persistencia y los mínimos intransables, sostiene esta columna de opinión para CIPER: «Existe una esperanza aun insaciable, y que puede mover cualquier escenario político si se llega a comprender y trabajar en una nueva Constitución. Es una esperanza hacia todo lo que pueda cambiar para vivir mejor».
A pocas horas de conocerse el resultado del plebiscito, la columna «¿Quién ganó con el Rechazo?» [CIPER, 06.09.2022] explicaba el categórico voto a favor del Rechazo como el triunfo de la anomia; «es decir, la incapacidad de la sociedad para consolidar un orden con mínimos grados de acuerdo», según Nicolás Tobar. Se trata de una asociación riesgosa y valiente en tiempos de crisis, considerando que la unidad y cohesión de una sociedad se observan en períodos de estabilidad, no de desintegración y reordenamiento como el que vivimos. Hoy en Chile priman desajustes, deslegitimidades y desuniones. Por ello, no es el momento de mirar la estructura y su estabilidad, sino al movimiento en su ánimo por sobrevivir.
Estamos en un periodo en el que una vieja sociedad perece y otra nueva comienza a nacer. En este marco cabe preguntarse, ¿Qué es lo que florece? ¿Qué Chile nuevo está en disputa? ¿Cuál es el país que hoy necesitan y demandan «los que sobran»?
En definitiva, ¿cuál es su esperanza?
Es necesario analizar y comprender el movimiento y las tensiones entre el país viejo y aquel que se anhela. De esa tensión se producirá un nuevo orden total, donde «los que sobran» exclamen y legitimen un nuevo Chile «donde se pueda vivir y no sobrevivir».
Debe ser ése el parámetro de cualquier nueva propuesta constitucional que considere el malestar vivencial que recorre a quienes son parte de ese «otro Chile». Es una realidad y una demanda; una tensión existencial que recorre hoy a las juventudes de nuestro país. Son esperanza y frustración aprendidas.
«Vivir y no sobrevivir» es, a la vez, memoria, incertidumbre y expectativa. Claramente, este anhelo de vivir no se correlacionó con la opción del Apruebo, que, ya sea por contenidos o por falencias tácticas y/o técnicas políticas-comunicacionales, no sintonizó con «los que sobran». En este marco, voceros de la derecha y el grupo Amarillos x Chile han sido claros luego del triunfo del Rechazo: «Ganó el sentido común»; «vendrá una nueva y buena Constitución», etc. Es decir, hasta los defensores del orden actual reconocen y juegan sabiendo que lo único que no está en cuestionamiento es que Chile exige cambios.
Ahora el desafío por un nuevo orden está en las personas y organizaciones dispuestas y con el poder de articulación y acción suficiente para enfrentar el «cambiar sin cambiar nada» que a mi parecer quiere consolidar el Rechazo (Rechazo que demostró un poder de financiamiento, propaganda y astucia política de primer nivel; ver CIPER-Investigación 09.08.2022 y 05.09.2022).
Por otro lado, quienes no están en la trinchera del defender sino del proponer tendrán el desafío de volcar tal sentir popular a cada una de las principales propuestas de la nueva constituyente. Para ello, es clave en el resultado dialogar y escuchar «a los que sobran», y consolidar con claridad que con la nueva Constitución se pueda «vivir y no sobrevivir». Hay 4,8 millones de personas constantes con este ímpetu de transformación, reflejados en los votos Apruebo (septiembre 2022) y Boric (diciembre 2021). Además, una calle siempre movilizada y organizada, recordando que no todo se juega en las urnas, sino también en el tejido social. Así se irá forjando un incipiente nuevo bloque histórico.
Con todo ello, la esperanza de «los que sobran» seguirá viva e incuestionable. Más que de anomias, se trata de conocer oportunidades y dinámicas de transformación.
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Existe una esperanza aun insaciable, y que puede mover cualquier escenario político si se llega a comprender y trabajar en una nueva Constitución. Es una esperanza hacia todo lo que pueda cambiar para vivir mejor. En el marco de la investigación para mi tesis de grado, conocí a María, estudiante universitaria de 25 años, de religión católica. Me comentó en entrevista:
«Recién en el estallido social empecé a tomar partido, un bando; a informarme y cosas así. Siempre fui muy reacia a la política porque yo la tenía como igual a discusión [y] pelea. Y ahora sigue siendo pelea, pero es una pelea de la que quiero ser parte, porque descubrí que yo también tengo voz y voto y puedo formar parte de manera activa […]. Ahora tengo fe no en Boric ni en su gobierno sino en todo el cambio generacional que estamos formando, en apoderarnos nosotros del futuro. Siempre decían que el futuro es de los jóvenes, de los niños. Entonces tenemos que empezar a formar ese futuro cambiando la parte de arriba; de quienes dirigen el mambo, como quien dice […]. Le tengo mucha fe a eso».
Otros relatos similares muestran una esperanza sustentada en: i) lo colectivo (pues no se trata sólo de aspiraciones individuales); ii) voluntad que moviliza y concreta lo anhelado); y iii) un trayecto más que un proyecto.
De este modo, podrán sabotearse más proyectos constitucionales pero la esperanza seguirá ahí empujando y superando al viejo orden hasta que se concrete. Porque la esperanza y demanda por un «vivir» viene de una crítica y malestar inaguantable de la realidad y experiencia de vida. Crítica y utopía van de la mano.
El estallido social develó el agotamiento del sobrevivir neoliberal, y mostró las luces de un anhelado y posible nuevo vivir. Es decir, nos puso a todos a discutir cómo debe ser ese nuevo Chile. No hay que olvidar esa pregunta de octubre, como señala Manuel Canales.
Lo que se debate hoy luego del plebiscito constitucional son modos y caminos para responder a esa pregunta de «los que sobran», y al fin superar la desigualdad entre los dos Chiles.