¿Quién ganó con el Rechazo?

Los categóricos resultados del domingo comienzan ya a ser interpretados a conveniencia de cada sector. Esta columna para CIPER toma distancia y advierte: «Las mayorías que sostienen el triunfo del Rechazo no lo sienten como una victoria, sino como un alivio. No es una afirmación de las condiciones del Chile actual. Es un voto desafectado, desilusionado, que ejerce el sufragio en búsqueda de la opción que considera que menos lo perjudica, pero que aún no encuentra rumbo sobre qué es lo que le beneficia.»

Las cifras electorales del domingo no son muy alentadoras para los sectores progresistas. Las palabras hasta ahora de algunos analistas —como Titelman o Chernilo— cristalizan bastante bien las causas de la rotunda derrota del Apruebo, y la necesaria autocrítica que deben hacerse los grupos que apoyaron esa opción.

Si bien la pregunta por las causas del éxito del Rechazo es muy importante, en tanto nos permite señalar lo que hicimos mal y aprender de ello, me parece que varios de los cuestionamientos de los sectores oficialistas remarán por ese lado del río. Por lo mismo, yo me quiero detener en otra pregunta. La pregunta por el «¿qué hicimos mal?» debe ser complementada por la de «¿qué es lo que triunfó este 4 de septiembre?». En otras palabras: ¿Quiénes son ese 62% que le dijo No a la propuesta de la Convención Constitucional?

En vez de examinar las causas de la derrota del Apruebo, en esta columna quiero fijarme en qué significa que haya ganado el Rechazo y el escenario que deviene de este resultado. Busco defender tres proposiciones:

i)el Rechazo no es un viraje conservador, sino una expresión del descontento con el sistema político en su conjunto;
ii)lo que triunfa es la anomia. Es decir, la incapacidad de la sociedad para consolidar un orden con mínimos grados de acuerdo;
iii)se configura el escenario de una sociedad fragmentada, con gobernantes determinados a no poder sintonizar con su pueblo.

Después de una profunda movilización del comando del Apruebo, habiendo convocado a cientos de miles de personas a la Alameda con Santa Rosa para su acto de cierre, todo parecía indicar que los sectores progresistas y oficialistas volvían a revivir en la disputa por el plebiscito. Parecía que la cuestión iba a estar peleada. Tanto así, que luego de haber considerado la elección ya cerrada a favor del Rechazo, Roberto Izikson, de la empresa encuestadora Cadem, reconoció que los actos cambiaban en algo el clima. Hoy sabemos que tales cambios fueron ínfimos, y que acaso más guardaban relación con el compromiso de sus militantes y el atractivo artístico del cartel de su programación que por su capacidad de convocatoria a sectores poco involucrados en política.

Se puede asumir que los votantes de segunda vuelta de Gabriel Boric defendían el Apruebo; y los de José Antonio Kast, el Rechazo. Tomando esto en consideración, lo que ocurrió en el plebiscito del domingo fue que el Apruebo mantuvo esos votos, pero el Rechazo los subió exponencialmente.

En la elección de diciembre pasado, Boric ganó con un total de 4.621.231 preferencias. El domingo, el Apruebo obtuvo 4.860.093 votos.

En cambio, Kast había conseguido hace nueve meses 3.650.662 votos, pero el Rechazo aumentó esa cifra a 7.882.958, muy por encima —más del doble, en rigor— de su electorado.

Sobre lo anterior puede haber y habrá muchas interpretaciones, pero me quedo con lo que es claro a primera vista: lo que hizo ganar al Rechazo fue el aumento de la participación, gracias al voto obligatorio.

Hasta antes del domingo, en ambos bandos se manejaba la tesis de que el aumento de participación por el voto obligatorio favorecería a su sector, en desmedro de su contrario. La izquierda apostó que la integración forzada de jóvenes, mujeres y sectores urbano-populares del padrón le garantizaría su victoria. En cambio, la derecha esperó su triunfo de la mano del aumento de participación de las regiones y de la población rural de Chile. Al parecer, no ocurrió ni lo uno ni lo otro, sino que todos los sectores previamente marginados del sistema electoral por voluntad propia de la participación electoral se sumaron indiscutiblemente al Rechazo.

¿Significa entonces que la población silenciosa es de derecha? ¿Se produjo en Chile un viraje conservador? Apenas se supo del aplastante resultado, voceros diversos han decretado el fin del «octubrismo». Cristián Warnken (Amarillos por Chile) adjudicó el triunfo del Rechazo al fracaso de «el radicalismo de izquierda con su pretensión refundacional». Me parece una conclusión estratégica más que equivocada.

Me quiero arriesgar, afirmando que el voto que le da el triunfo al Rechazo no es un voto de abandono al ciclo de transformación sociopolítica que se origina el 18 de octubre de 2019. Tampoco, por supuesto, un grito desesperado de conservar el estado actual de las condiciones de vida en Chile. Se trata más bien de la profundización del malestar que tal proceso explicitó.

El Rechazo tiene una connotación negativa: se trata del descarte de una propuesta ofrecida por los gobernantes a los gobernados. No es un apoyo a las voces disidentes de la centroizquierda ni a las de la derecha, sino una muestra de descontento ciudadano con cómo se están haciendo las cosas en el sistema político en su conjunto. Los errores de la Convención y del gobierno en estos meses —y es innegable que han sido muchos— son la punta del iceberg , pero hay algo más profundo, y que no tiene relación con el desprestigio de los constituyentes extremistas, sino de todas las autoridades políticas en su conjunto. El resultado del plebiscito viene a demostrar lo aguda que es la crisis de legitimidad que tenemos sobre nuestras instituciones políticas. Lo que favorece el voto obligatorio es que aquellos grupos de mayor desafección política, lo hagan ver con su voto. 
  
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Una vez que se reconoce el triunfo del Rechazo, comienzan las celebraciones. Pero, a diferencia del triunfo del Apruebo en el plebiscito de entrada, en este caso las aglutinaciones colectivas de festejo no aparecen en las principales plazas comunales del país, sino en el sector oriente de Santiago (y casos particulares, como Puente Alto y Concepción). La noche del domingo, las comunas de los que sobran se mantienen en silencio. Son las mayorías que sostienen el triunfo del Rechazo, pero no lo sienten como una victoria, sino como un alivio.

El resultado instala la sensación de que se evitó un mal mayor, pero no es una afirmación de las condiciones del Chile actual. Es un voto desafectado, desilusionado, que ejerce el sufragio en búsqueda de la opción que considera que menos le perjudica, pero que aún no encuentra rumbo sobre qué es lo que le beneficia.

Lo que se diluyó del «octubrismo» es la agenda política, desde el clivaje por los derechos sociales a la demanda por seguridad pública y estabilidad económica; así como las pautas de su legitimidad (aceptación de la violencia y adoración de símbolos de la protesta). Pero es innegable que el descontento, la desconfianza y la desconexión de la ciudadanía con sus autoridades es algo que no solo se mantiene, sino que se ha profundizado. Y cuando este malestar no se logra canalizar ni con un proceso constituyente ambiciosamente participativo y transparente como el que tuvimos, ¿Qué es lo que queda? La respuesta es una sola: la anomia.

La anomia es cuando la estructura de una sociedad es incapaz de estabilizar normas que le permitan organizar las acciones de sus individuos para lograr determinados objetivos. El resultado no es consecuencia de la movilización de los sectores políticos conservadores ni de la amplia base social de los partidos del Rechazo, sino de la torpeza de los actores políticos para canalizar el malestar de su pueblo. Sin instituciones estables, lo que aumenta es la entropía.

El domingo, mientras el Rechazo celebraba en la zona oriente de Santiago, en Plaza Dignidad y Plaza Ñuñoa hubo pequeños enfrentamientos entre partidarios del Rechazo y del Apruebo. Se vieron gritos, barricadas e insultos en los lugares que antes se designaron para celebrar los triunfos progresistas. Otra imagen muy gráfica son testimonios de redes sociales con grupos narcotraficantes de poblaciones de la RM saliendo a celebrar el triunfo del Rechazo.

Acá nadie ha ganado nada aún. Entre los representantes políticos debe haber una preocupación transversal, pues lo que se demostró el domingo fue la incapacidad del sistema político de marcar la pauta de los cambios sociales. No hay partido que haya ganado apoyo social ni figuras que exacerbar. Lo que hay es una fragmentación cada vez más fuerte que produce que perdamos nuestras posibilidades de organizarnos colectivamente para autodeterminar el sentido de la sociedad en la que queremos vivir.

Y la fragmentación es cosa seria, porque ya no se trata solo de un pueblo unido contra la élite del país, sino de una fragmentación entre el mismo pueblo. Hay quienes hablan de que el país se encuentra cada vez más polarizado. No estoy de acuerdo, pues un proceso de polarización implica un choque entre dos proyectos ideológicos irreconciliables, y no es el caso. Acá lo que se está produciendo es desorden, desorganización y desconfianza en el otro. A fin de cuentas, remite a una intolerancia a todo esfuerzo colectivo de transformación social, por un efecto de desilusión aprendida durante el tiempo. Si nada ha cambiado en más de treinta años, «¿por qué tengo qué creer que ahora sí?»

Mientras la izquierda está capturada por las elites intelectuales liberales, la derecha se ha quedado sin propuesta y se dedica a reaccionar. En este escenario, la clase trabajadora está desgastada, esperando humo blanco con los cambios sociales mientras le toca sufrir un contexto de recesión económica, crisis de seguridad pública y conflictos migratorios.

¿Cómo generar acuerdos para un proceso de transformación cuando el régimen político ha perdido el control del ritmo de su sociedad? Me parece que solo un proceso participativo muy profundo, riguroso, lento y humilde nos puede dar direcciones hacia dónde debemos ir, pues ahora solo queda escuchar a la sociedad para sintonizar con ella. Ya no sirve adivinar hacia dónde va.

En estos primeros días hay que recalcar que nadie ha ganado nada aún. Los resultados del 4 de septiembre no favorecen nada más que a la anomia, y del lodo es muy difícil construir una casa estable.