Orificios privados, disculpas públicas
31.08.2022
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31.08.2022
La enorme distancia entre performance política y bochorno de pretensiones simbólicas quedó en evidencia el sábado pasado en Valparaíso, comenta un especialista en artes visuales para CIPER: «Presentarse en un acto público en nombre de una identidad o llegar a ser llamado artista son condiciones que suponen medios de validación y, por cierto, contextos.»
La acción del colectivo Las Indetectables probablemente pasará a la historia como uno de los peores bochornos artístico-políticos de la historia reciente. Uno del que todos se arrepienten y muy pocos se responsabilizan. Ni las propias autoras, quienes, fieles a su nombre, aún no son habidas para explicar qué ideas explican lo obrado (literalmente) la tarde del sábado 28 de agosto en Valparaíso.
En los confusos términos de quienes integran el trío, aquello fue sin duda todo un éxito. Se hizo un daño al espectáculo familiar, a la campaña del Apruebo a días del plebiscito y a la trayectoria del alcalde Jorge Sharp, sí, pero con toda seguridad Las Indetectables se salieron con la suya. Su combinación de transgresión y pornografía ya había protagonizado —recién lo supe— otros hechos de connotaciones similares, aunque alcance mediático menor (algo que no pudo ni debió ignorar quien las invitó al acto del sábado). Por eso, parte de la naturaleza del show y de sus alcances simbólicos —que, sí, los tiene— descansó en lo que el grupo sabe hacer: escandalizar. Y lo lograron. El viejo refranero nos recuerda aquello de «La culpa no es del chancho…».
El programa al que fueron fieles Las Indetectables tiene una cierta tradición en el arte. Los accionistas vieneses, por ejemplo [imagen superior], hace poco más de medio siglo sacrificaban animales, se exponían totalmente desnudos, se orinaban unos a otros y protagonizaron decenas de actos de violencia sexual y excrementicia (pero, que yo sepa, nadie tuvo la peregrina idea de invitarlos a animar un bautizo ni de animar un show familiar). Uno de sus máximos exponentes, Otto Muehl (1925-2013), fundó en 1972 una comuna con características de laboratorio artístico y social. El problema fue que allí Muehl pronto demostró que la violencia de su obra no era puramente simbólica. En 1991 fue condenado a siete años de cárcel por actos de pedofilia. Ojo a quien sigues; ojo a quién invitas.
Los análisis del escándalo en Valparaíso han recurrido estos días con insistencia a la palabra ‘performance’, pero no sería riguroso asociar lo de Las Indetectables con tal disciplina si no se quieren desacreditar los aportes de un género que en Chile ha sido sinónimo de ruptura y cuestionamiento. La obra que en los años 80 desarrollaron Carlos Leppe o Las Yeguas del Apocalipsis mantuvo siempre presente un cuestionamiento incisivo, incluso en actos públicos surgidos de forma espontánea. Recientemente, el colectivo Las Tesis logró trascendencia internacional a través de una acción colectiva y callejera que suponía la participación y el compromiso de cientos de mujeres que podían identificarse con el contenido —y la forma corporal de expresarlo— propuesto por las cuatro artistas. Los vanguardistas rusos, en plena efervescencia revolucionaria, desarrollaron estrategias de propaganda que cuestionaban el orden anterior, proponían uno nuevo y expandían las posibilidades de la puesta en escena. Lo mismo puede decirse de futuristas y dadaístas, y de ahí en adelante —pensemos en los happenings— de todos quienes se han valido de recursos escénicos para hacer arte.
En cada caso existe una esencial pregunta por el lenguaje empleado y los objetivos de reflexión que se persiguen. Pero lo que vimos el pasado sábado fue un encuentro desafortunado entre la provocación de carácter pornográfico, un show musical aficionado y un uso arbitrario y antojadizo de una causa sensible y compleja.
¿Puede alguna mujer sentirse interpelada por Las Indetectables? Si de verdad era el tema del aborto lo que inquietaba al trío, los medios y el contexto elegido para desarrollarlo fueron desafortunados y ofensivos. Tampoco queda clara la pretensión de la comparación puesta en escena. ¿Acaso la bandera, y Chile por extensión, sería un feto abortado? ¿Aporta tal cosa a la reflexión desde una descripción crítica del país que haga cuestionarse las ideas políticas de los asistentes? ¿O es solo ganar un poco de luces en una noche triste?
Probablemente los objetivos y los medios empleados por el trío chileno tienen más de empresa privada —muy privada— que de afán comunitario. Lo del sábado es una ilustración de que la teoría de la agregación de causas no implica necesariamente un logro colectivo. En su particular actuación, Las Indetectables no solo banalizaron el arte corporal, ridiculizándolo; sino que además denigraron un símbolo de carácter colectivo y comprometieron los logros que la propia comunidad LGBTI+ ha conseguido. Se convirtieron, así, en las mejores aliadas del conservadurismo que denigran.
Presentarse en un acto público en nombre de una identidad o llegar a ser llamado artista son condiciones que suponen medios de validación y, por cierto, contextos. El gran problema de lo sucedido en la Plaza Victoria no fue solo la mediocridad ofensiva del número presentado, sino la profunda ignorancia y descriterio de los organizadores, una de cuyas disculpas ha sido desconocer qué iban a ofrecer Las Indetectables. ¿Qué esperaban? ¿Canciones de Mazapán? No sólo en actos políticos sino que en muchas expresiones de la gestión cultural en Chile, observamos esta clase de indiferencia, lo artístico aparece como un casillero a llenar —no importa mucho por quién, ni con qué— sin ocuparse de lo qué se ofrecerá al público o a los espectadores, al resguardo de un pluralismo (a veces llamado ‘inclusión’) que probablemente es tan insultante como el show del sábado.
Existe en algunas autoridades un preocupante sentido de la cultura que asocia a esta con la pura expresión, lo que ha vuelto intolerable el aspecto de algunas calles y muros de ciudades como Santiago y Valparaíso, pintados o grafiteados —a veces, con permiso municipal— sin conciencia de responsabilidad por los espacios intervenidos ni su entorno. El reciente rayado de las cúpulas del Museo Nacional de Bellas Artes es un ejemplo más.
Aunque lo sucedido hace unos días con un acto mal calificado de performance no es atribuible a una opción electoral, es probable que, de imponerse este domingo el voto por el Rechazo, el nombre de Las Indetectables vuelva a ser recordado. Su acción, ampliamente repudiada, nos recordará una puesta en escena dañina, que remató como un escatológico acto de magia, uno en que el pañuelo del truco fue una bandera chilena.