4-S: Conciencia histórica y proceso constituyente
24.08.2022
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24.08.2022
El debate en curso en Chile es una excepción de alcances y significados profundos, describe en esta columna para CIPER un investigador y académico en Historia. Desde los sucesos de octubre de 2019, el país «ha modificado el rumbo de nuestra contemporaneidad», alterando el modo en el que comprendemos el tiempo del país: «Las formas de cómo nos relacionamos con el pasado y el futuro están cambiando frente a nuestros ojos. Somos actores del gran escenario llamado Chile que está ad portas de un momento histórico este 4 de septiembre. Sea cual sea el resultado, nuestra conciencia histórica nacional seguirá atando y desatando nudos en la medida que se aleja inexorablemente del pasado y avanza un presente lleno de expectativas.»
Lo que Chile vive en estos días en el debate sobre las normas que deben regir al país se asemeja a lo que Bruce Ackerman llamó para el caso norteamericano el «momento constitucional» (2009). En una perspectiva histórica, para nosotros constituye una total excepcionalidad, ya que ninguna de las Constituciones más importantes del Chile republicano (1828, carta matriz constitucional; 1833; 1925 y 1980) han nacido de la deliberación democrática de sus ciudadanos. Quiero plantear que este fenómeno está modificando sustancialmente nuestra manera de comprender el tiempo histórico nacional. Estamos ante la modificación de nuestra conciencia histórica; de nuestros modos de relacionarnos con el pasado (experiencias) y el futuro (expectativas).
Para explayarme sobre esto, no puedo sino comenzar por cuestiones algo teóricas acerca del tiempo. En las siguientes líneas intento sintetizar parte de mi propuesta de investigación en curso, la cual espero sirva para el debate académico del Chile contemporáneo.
Detenerse en el tiempo histórico del Chile actual y posicionar el estallido social y sus repercusiones me hace pensar que estamos ante la presencia de un cambio sustancial de cómo pensamos nuestra propia temporalidad. Las formas de cómo nos relacionamos con el pasado y el futuro están cambiando frente a nuestros ojos. Somos actores del gran escenario llamado Chile que está ad portas de un momento histórico este 4 de septiembre. Sea cual sea el resultado, nuestra conciencia histórica nacional seguirá atando y desatando nudos en la medida que se aleja inexorablemente del pasado y avanza un presente lleno de expectativas.
Sabido es que el estallido social fue, efectivamente, el acontecimiento generador del «momento constitucional» que vive el país, por lo que se alza como condición de posibilidad para comprender los tipos de relaciones con el pasado («no son treinta pesos, son treinta años») y los futuros imaginados (Estado social de Derecho). Un interesante ensayo recientemente publicado camina en esta dirección, y lo hace posicionando las repercusiones del estallido social desde la herramienta gadameriana de «historia efectual» (Fernández 2022). Entendido como aquello que «altera toda cronología factual» el acontecimiento es, para Dosse (2010), «esa singularidad que viene a romper el curso regular del tiempo […], crea su propio pasado y se abre hacia un futuro inédito al presentar una discontinuidad que no permite pensar más en los términos del contexto que ya está allí». Desde esta posición, se toma una sana distancia con respecto a la noción tradicional de acontecimiento (lo sucedido) y se posiciona desde esta mirada que asume la configuración del tiempo histórico (relaciones pasado/futuro) a partir de su emergencia.
La denominada Historia del Tiempo Presente (HTP) se diferencia de la historiografía tradicional al estudiar memorias vivas, como dijera alguna vez Julio Aróstegui. Hace eco de los testigos oculares, tal como lo hicieran los padres fundadores del estudio del pasado en la Grecia Antigua, poniendo foco en la emergencia de acontecimientos generadores de sentido. Escrutar el tiempo presente será siempre un campo disciplinar algo líquido, movible. Estudiar otras épocas resulta distinto, ya que los que hablan son los muertos, no los vivos. Henry Russo, historiador francés considerado padre de la HTP, escribió un ensayo acerca de este tipo de escritura de la historia. Su tesis principal resulta iluminadora para nuestro caso: la HTP se origina en una última catástrofe. En un acontecimiento fundador cargado de una fuerza negativa, de dolor y traumas. El caso paradigmático en Europa fue la II Guerra Mundial. Las dictaduras latinoamericanas del siglo XX lo fueron para un campo disciplinar que fue en verdadero aumento desde los años noventa hasta la actualidad.
Sostengo que el estallido social de octubre de 2019 puede ser comprendido como nuestra «última catástrofe», en el sentido que ha modificado el rumbo de nuestra contemporaneidad. La rebelión de octubre tuvo una repercusión similar (guardando toda proporción) a lo que significó el Golpe militar del 11 de septiembre de 1973. No por sus implicancias político-institucionales, las cuales son muy distintas (una dictadura cívico-militar de 17 años no se puede comparar con estos casi tres años posestallido); no me refiero a eso. Pero sí al modo cómo comprendemos el tiempo del Chile contemporáneo. El estallido social y su salida institucional del Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución marcan un antes y un después del Chile actual, del mismo modo que lo hizo el Golpe. En otras palabras, entre octubre y noviembre de 2019 se corrió el cerco de la historia reciente del país, y con ello, de nuestra conciencia histórica.
Asistimos a un proceso que debía darse de algún modo. Pinochet irá quedando relegado al pasado histórico y otros pasados «que no pasan» ocuparán su lugar. Sostengo que el estallido social vino a ocupar ese lugar y, con ello, el proceso constituyente en curso.
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Paradójicamente no han sido los historiadores quienes han profundizado en qué es el tiempo histórico, aunque siempre hay excepciones (una de ellas es la del último libro de Pablo Aravena [ver «La inactualidad de Bolívar – adelanto», en CIPER 10.8.2022]). En su monumental obra de tres tomos Tiempo y narración, el filósofo francés Paul Ricœur estableció que el tiempo y la narración (verídica y de ficción) son dos caras de la misma moneda transcultural, a la vez que la concatenación de tres temporalidades: el tiempo de la Naturaleza, el tiempo íntimo (ontológico) y el tiempo histórico. Este tercer tiempo, que media entre el afuera de la Naturaleza y el adentro de lo íntimo, tiene en los calendarios, la sucesión de generaciones y la interpretación de múltiples huellas del pasado su corpus de comprensión. Desde una pronta lectura del historiador alemán Reinhart Koselleck, Ricœur entendió que el tiempo histórico es histórico a la vez: la comprensión de la temporalidad ha cambiado (y lo seguirá haciendo) a lo largo de la historia. Que no se confunda el lector: la historicidad no es lo mismo que el tiempo histórico. La primera es una realidad antropológica, pues desde que somos especie articulamos la conciencia temporalmente desde experiencias y expectativas (Koselleck 1993); la segunda, expresión cultural cambiante que tiene en la conciencia histórica un fenómeno poco estudiado por las ciencias sociales.
La conciencia histórica es la expresión cultural del tiempo histórico, y se manifiesta desde los múltiples cruces de cómo, en un presente determinado, toda sociedad se relaciona tanto con sus experiencias (memoria colectiva) como con sus expectativas. El punto toma relevancia cuando notamos que siempre «nos relacionamos» con el pasado: relaciones epistémicas (conocimiento, el lugar predilecto de nosotros las y los historiadores). Pero no es la única, también las hay políticas (poder), estéticas (belleza) y morales (bien, justicia). Todas estas dicen aquello que hacemos con el pasado, desde experiencias tomamos el pasado y transformamos un presente en dirección de ciertas expectativas. Pero hay un tipo de relación con el pasado que es distinta, dice relación con aquello que el pasado nos ha hecho. Implica «deuda y dependencia» (Paul 2015). Eso coincide con la posición de Carlos Peña de que la conciencia histórica está sujeta a que «el ser humano está inevitablemente involucrado con las cosas, entreverado con ellas, de ahí se sigue que lo que ocurrió en el pasado sigue, en algún sentido, ocurriendo en el presente» (Peña 2019). El pasado deja marcas, huellas y hasta traumas en los sujetos y en la memoria colectiva (Stern 2009); por esto, la comprensión de múltiples memorias —la mayor parte de las veces en pugna— no resulta fácil para el historiador del tiempo presente: la memoria puede estar manipulada, forzada e impedida (Ricoeur 2000). Todo tiempo presente parece atarse a un acontecimiento fundador, una última catástrofe. El proceso constituyente actual está marcado por la deuda del estallido social
En la realidad del Chile contemporáneo, vuelven a rearticularse las preguntas acerca del fin de nuestra «larga transición» (Arriagada 2018), poniendo ahora en el centro del problema los debates acerca del llamado «malestar» (Bruner 1998; Peña 2020) y una nueva Constitución; abriendo la posibilidad de plantear preguntas como: ¿será la redacción y proclamación de una nueva Constitución el cierre definitivo de un ciclo político o bien el de la tan comentada transición?
Lo claro es que estamos modificando nuestro presente, y lo hacemos desde experiencias y expectativas que dan cuenta de cómo construimos la conciencia histórica contemporánea.