Libros: Los caminos del diletante
16.08.2022
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16.08.2022
Sobre Una historia posible (Hueders, 2022), de Manuel Vicuña: «Moribundos, esquizofrénicos, celosos, paranoicos, hipocondríacos, melancólicos, depresivos y suicidas; un amplio abanico de personajes marginales recorre los ensayos con que Manuel Vicuña da cuenta de una genealogía alternativa de la cultura actual.»
Desde el epígrafe de la poeta estadounidense Susan Howe («Hilamos laberintos / de incansables pensamientos») queda claro el programa que Manuel Vicuña propone en este libro sofisticado: invitarnos a deambular por referencias, escenarios y personajes diversos, donde la concatenación de ideas no sigue necesariamente un trazado lógico. El autor, ensayista, historiador y profesor de la Universidad Diego Portales, publica un volumen donde no hay un único centro ni una única tesis, sino que recorre la historia, la literatura y la cultura contemporánea con la libertad de quien ensaya, y pone a prueba sus ideas ante un lector que sirve de sparring. Como resaltó recientemente Roberto Careaga, este y otros libros recientes muestran la vitalidad del ensayo literario en Chile, tarea a la que Vicuña viene colaborando desde hace años.
Los siete textos que componen Una historia posible poseen todos un timbre característico. Aunque de diversa extensión ―dos de ellos no sobrepasan las tres páginas, mientras otros se acercan a las treinta―, comparten ese tono como de asistir a la confidencia de una obsesión, de asomarnos al monólogo de quien repasa sus gustos y afinidades, profundiza en un puñado de figuras literarias e intenta desenredar una madeja para comprenderlas mejor. Contemplamos, de algún modo, el intento de un investigador que ha optado por un sedentarismo libresco y que, en ese camino, busca el modo de esquivar el olvido: «Los recuerdos se desvanecen con mayor facilidad cuando no los compartimos. En cuestiones de memoria es malo dejarse llevar por el deseo de vivir como ermitaño: el energúmeno parlante le saca ventaja al fulano retraído».
El amplio reparto de personajes que deambula por el libro de Vicuña muestra múltiples referencias que no buscan sistematicidad alguna y que alejan de cualquier categoría demasiado rígida. Como dice el autor hacia el final del libro, a propósito de su investigación en una biblioteca inglesa: «Era un estudiante de doctorado que se resistía a eso que Ortega y Gasset llamó la barbarie de la especialización. […] Era un diletante, y había hecho de eso un programa. Quería asociar lo apartado, hilvanar lo disperso, hurgar entre los escombros y encontrar cosas que hicieran juego, aunque no pegasen por ningún lado. Para reconfortarme, me repetía que el azar es un factor creativo». Y vaya que se mantiene fiel a esos mandatos. Vicuña evita por completo esa barbarie de la especialización y, desde los azares y las conexiones improbables, este lector diletante les hinca el diente con total libertad a algunas de las pulsiones y tensiones de la sociedad contemporánea. La literatura es, quizás, la única gran protagonista. De ahí que estén presentes poetas y narradores chilenos como Vicuña Mackenna, Gómez Morel, Lihn, Millán y Donoso, escritores extranjeros como Allen Ginsberg, Anne Sexton o Catherine Millet; y otras figuras que, desde un segundo plano, multiplican los ecos y referencias, como Goethe, Mark Fisher o Emma Goldman, entre muchas otras.
Una de las ideas que cruza Una historia posible es la reflexión acerca de los límites del lenguaje. Entre las varias anécdotas que dan cuenta de la palabra puesta a prueba, destacan las historias de Enrique Lihn y Gonzalo Millán que, ante sus respectivos desahucios médicos, escriben sus últimos poemarios en las fronteras de la muerte. ¿Cómo mirar de frente el final de la vida y contar aquello que se ve? Esa ‘escritura fúnebre’ que menciona Vicuña, presente en el Diario de muerte, de Lihn, y en Veneno de escorpión azul, de Millán, muestra las limitaciones del verbo ante su intento por asir una realidad que siempre excede sus posibilidades: «Las palabras más honestas siempre iluminan a medias, […] las metáforas se prestan a la pose casi por naturaleza, y […] los versos jamás ofrecerán vislumbres del Más Allá». Esa misma relación entre el lenguaje y las situaciones extremas está detrás de la historia de El Padre Mío, obra en la que el discurso de un esquizofrénico es mediado por Diamela Eltit; de la poesía de Plath y Sexton, quienes desdibujan los ideales que imponía el american way of life a las madres de familia; o el libro Mi suicidio, que Henri Roorda terminó de escribir justo antes de quitarse la vida.
Otro elemento fundamental de este libro es que, para Vicuña, vida y obra no están nunca escindidas. A diferencia de cierta crítica literaria contemporánea que busca leer las obras con total prescindencia de las experiencias vitales de los autores, este ensayista cruza una y otra vez la frontera entre biografías y los contenidos de sus textos. No por nada, según nos dice, son las memorias, biografías y diarios de vida los libros que más crecen en su biblioteca. Y es que en su imaginario las obras se comprenden desde los seres de carne y hueso, y son esas historias concretas las que entregan las mejores claves de lectura para comprender sus novelas y poesías.
Moribundos, esquizofrénicos, celosos, paranoicos, hipocondríacos, melancólicos, depresivos y suicidas; un amplio abanico de personajes marginales recorre los ensayos con que Manuel Vicuña da cuenta de una genealogía alternativa de la cultura actual. Frente a un mundo empastillado y sobrediagnosticado, donde la búsqueda de la ‘normalidad’ pareciera ser siempre complaciente con ciertos dictados del mercado laboral, el autor no propone una respuesta desde la antipsiquiatría tan en boga en los 60 y 70. Por el contrario, desde esas voces diversas y únicas, nos invita a un diálogo donde la muerte, la locura y la desesperación están presentes e iluminan, desde otro lugar, el escenario en que nos toca vivir.