‘Apruebo’ y ‘Rechazo’ como interpretación política de la Historia de Chile
02.08.2022
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02.08.2022
El debate constituyente no incluye sólo posturas y argumentos sobre el presente, sino también lecturas y discursos alusivos a nuestra historia en común y a lo que entendemos como «lo chileno». Un historiador describe tales interpretaciones en esta columna para CIPER, distinguiendo en las opciones en disputa por un lado un discurso «hecho “desde arriba”, lleno de lugares comunes que no le pertenecen a nadie», y por el otro la apertura a una «inclusión de la gran mayoría de actores silenciados u omitidos», previamente despojados de historicidad en el espacio público.
Dos visiones de la Historia de Chile se enfrentan el 4 de septiembre. Las constantes alusiones temporales instaladas durante el estallido social de 2019 ―lemas como «no son 30 pesos, son 30 años», «reconocimiento histórico», «quieren romper 200 años de tradición republicana»―, ya nos enseñaban que la Historia iba a ocupar un rol relevante dentro del proceso constituyente por comenzar. Hoy, dos años más tarde y de cara a un plebiscito de «Apruebo» y «Rechazo» para una propuesta de nueva Constitución (PNC), parte de las diferencias aparecen marcadas por la interpretación que se está haciendo de ella. Esta utilización no debe sorprendernos, pues una Constitución, más allá de su aspecto jurídico, es una forma de dialogar con el tiempo, de tensionarlo y de abrazarlo políticamente. En otras palabras, quiérase o no, la Constitución es una forma de interpretación política de la Historia.
¿A qué Historia se aferra el Rechazo? Los pilares en los que se basa esta opción de voto están definidos por la interpretación bélica y de ritos institucionales que desde el siglo XIX formularon algunos historiadores de la élite capitalina, tales como Amunátegui, Barros Arana, Vicuña Mackenna, entre otros. Se trata de un discurso histórico que resalta la fuerza militar, las decisiones autoritarias y los actos heroicos de «hombres ilustres» que defendieron nuestra patria. Con ello se pretende subrayar un sentido de «orden» particular que nos diferenciaría como pueblo respecto de nuestros vecinos latinoamericanos. En efecto, gracias a esta concepción de la Historia una batería de discursos alusivos a la chilenidad o «lo chileno», que han servido para aglomerar o generar la ansiada «unidad», se han consolidado como referencias en el tiempo.
Grupos extremos, como la Multigremial FFAA, hacen de este discurso su bandera. Por ejemplo, véase su declaración tras haber sacado la estatua de José Toribio Merino del frontis del Museo Marítimo de Valparaíso el 23 de junio, la que hablaba de hidalguía y de Chile como la primera potencia de la América Hispánica.
En tanto, el lado más sofisticado y moderado del Rechazo ―el más culto; y que, casualmente, no vive más abajo de Vitacura―, está igualmente empapado de esta visión, aunque pone a la República y a las «actitudes republicanas» como referencias a seguir, las cuales se verían seriamente afectadas en caso de ganar el Apruebo. En efecto, el vocero de Los Amarillos x Chile, Cristián Warken, ha dicho públicamente que «la estructura básica del borrador [constitucional] nos parece ajena a la realidad nacional y a su historia [republicana]». Se usa así a la República como respuesta unívoca; como garantía de seguridad, estabilidad, justicia y, por qué no, de éxito. Además, se añade una pizca de moral a esta infalible receta: el espíritu republicano funciona como un «ángel de la guarda» que asegura esa unidad tan deseada, a través del respeto entre los ciudadanos, el buen convivir y, por supuesto, el orden. Por ello, el excandidato presidencial Ignacio Briones, con mucha elegancia, a mediados de junio le pedía en Twitter al diputado De la Carrera cuidar las «formas republicanas», cuando éste trataba al Presidente Gabriel Boric de flojo porque una enfermedad lo mantuvo al margen de actividades públicas por tres días. Es uno entre muchos ejemplos de los últimos meses en redes sociales.
Desde el mundo académico, quienes apoyan al Rechazo, en especial las y los historiadores, nos envían un mensaje similar al del grupo amarillo: nos recuerdan y enseñan, con mucha pedagogía, la importancia de «habitar» la República, y cuidar lo que sería la «casa de todos». Critican el «presentismo» que exhibieron muchos convencionales durante el proceso; es decir, que las cosas según ellos se evaluaran únicamente desde los valores del presente, pero que sin cuidado han esencializado el pasado, despojándolo de su historicidad. Desconocen que ese pasado al que hacen alusión también es objeto de una interpretación que, en ese momento, fue presentista.
Nos invitan a pensar que la solemnidad y ritos de la nación ―producidos por la élite, de la que coincidentemente son parte― son la única vía para lograr grandes acuerdos. Minimizan la importancia de una Convención Constitucional nacida de un proceso democrático único en nuestra Historia, como respuesta a una crisis social profunda incubada durante décadas. También se les olvida el trecho histórico que acumuló la violencia y frustración encarnada en los cuerpos de sus conciudadanos, que en buena parte explica dónde estamos hoy.
Este discurso hecho «desde arriba», lleno de lugares comunes que no le pertenecen a nadie y que ha estructurado nuestra comprensión de la Historia de Chile, omite la existencia de otras formas de identidad y pertenencia social; silencia el rol de las mujeres en la construcción de la República o en el mundo cultural y científico; y minimiza y caricaturiza la herencia de los pueblos originarios; es decir, esconde el actuar de una parte importante de la población que ha habitado nuestro territorio a través del tiempo. Es un discurso, por lo demás, perpetuado y difundido durante décadas a través de las aulas y asimilado por la sociedad. De hecho, esta concepción de la Historia, basada en relatos históricos añejos, simplistas, desprovistos de complejidad y reflexión, no es concordante con aquel proyectado por las y los investigadores en los últimos treinta años (véase, por ejemplo, la importante labor historiográfica de la Biblioteca Nacional y, en particular, el Centro de Investigaciones Diego Barros Arana).
Por su parte, el Apruebo busca reformular esta lectura de la Historia, no desde una negación o refundación de ella, como se ha intentado instalar desde el Rechazo, sino a través de la inclusión de la gran mayoría de actores silenciados u omitidos. La insistencia en posicionar a los pueblos indígenas, sus culturas y resistencias, es probablemente la cara más visible de esta proposición. También, el enfoque feminista que busca establecer una convivencia horizontal en el tiempo, diferente a esa visión masculina de la guerra y de los «grandes señores» que firman acuerdos (los que, justamente, omiten la pluralidad y deja casi sin historia a las mujeres). En otras palabras, el Apruebo busca reconocer la historia de mujeres, pueblos originarios y «gente común» de Chile, mostrando que no comenzaron a existir desde el 18 de octubre de 2019, sin olvidar los abusos que ha sufrido en su conjunto el «pueblo de Chile» a lo largo de su Historia.
Es cierto que también existen miradas extremas, en donde opera una lógica de vencedores y oprimidos que también descomplejiza el pasado y opaca con ello algunas «demandas históricas», pero estas no representan la esencia de lo que estimo pretende esta opción. Tampoco se puede negar cierto «romanticismo» en torno a esta visión colectiva de la Historia que se exhibe como una vía privilegiada para la superación de los conflictos y vivir armoniosamente en comunidad. No obstante, cabe preguntarse: ¿por qué no tenerla ahora que tal mirada se puede fijar en una nueva Constitución? Lo colectivo siempre se ha presentado como el desorden, las huelgas, las revueltas, el populacho, el roterío… aquello que justifica «el peso de la noche» por parte de la historia tradicional. En efecto, este enfoque que lee la historia de forma transversal, es algo que tiene aturdida a la elite por la diversidad de actores a los que pretende hacer coprotagonistas: es ecológico, feminista, LGTBIQ+, plurinacional, etc.
La idea de rechazar, no es más que perpetuar la Historia de unos pocos; es seguir camuflando en infantilidades ―como la de «la casa de todos»― una incomprensión a las dinámicas y diferencias históricas que han conformado a nuestras sociedades en el tiempo. En cambio, sin perfección, pero con entusiasmo, el Apruebo se hace cargo de temas relevantes para el presente, y nos invita a tomar con seriedad y responsabilidad el futuro. Esto lo hace trazando un camino en el que conviven las diversas culturas que componen nuestro país, al mismo tiempo que propone valores que permiten una vida en común digna. Votar Apruebo en el referéndum del 4 de septiembre es querer que Chile no pase al lado de su propia Historia.