‘Ambiente’ y ‘medio’ no son sinónimos. Conceptos precisos en el debate medioambiental
14.07.2022
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14.07.2022
Con el uso de palabras vacías, ambiguas y asociadas a un imaginario de estereotipos (color verde, osos polares, etc.), «se ha impuesto la idea de que los humanos estamos fuera —o en la otra mitad— del medioambiente, cuando en realidad formamos parte de este», recuerda esta columna para CIPER, escrita desde el ámbito de la educación, y en parte inserta en el debate constitucional en desarrollo en el país.
«No queremos un medio ambiente. Lo queremos completo», se leía en un rayado escrito al calor del estallido social en octubre de 2019 en las calles de Santiago. Es un mensaje que presentamos como ejemplo a nuestros estudiantes en clases para comenzar a analizar la cuestión ambiental: ¿de qué se habla cuando se habla de medio ambiente?; ¿Cuáles son las dimensiones que este concepto esconde y deja ver? Son preguntas que se han convertido en una preocupación en el ámbito de la pedagogía y que, con el paso del tiempo, ya también son parte del escenario político y social de un territorio.
El concepto de medio ambiente es cotidiano y tiene una cobertura cultural en todas las latitudes. Tal es su influencia, que dentro del calendario de efemérides mundiales hay un día para conmemorarlo: desde el 5 de junio de 1973, cuando el entonces recientemente creado Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) instauró el Día del Medio Ambiente y pasó a ser una fiesta celebrada por millones de personas alrededor del planeta. Fue presentado como un gran evento sociopolítico, con el que los países, gobiernos, instituciones, empresas y la humanidad en general se solazaban de sus grandes avances en la materia. Pero año tras año nos fuimos dando cuenta que, en lugar de avanzar, nos hemos estancado; y, en algunos aspectos, hemos empeorado. Ejemplos concretos son el cambio climático y la pérdida exponencial de la biodiversidad.
Es necesario cambiar paradigmas y los focos de atención respecto a la cuestión ambiental. Un cambio concreto es entender que, para nuestro país, el principal problema ambiental es la pobreza, pues los asuntos ambientales en general —y especialmente el cambio climático— son problemas de desigualdad: decisiones pensadas y tomadas para el beneficio de algunas personas que tienen poder económico. y en consecuencia acceden a determinados servicios ecosistémicos de calidad (agua potable, energías para transporte y calefacción, uso de áreas verdes, entre otros). La falta de una comprensión sociopolítica de la dimensión ambiental genera consecuencias que profundizan las vulnerabilidades de quienes habitamos este territorio. Se añade ahora a la discusión un elemento referente a la justicia ambiental. Entenderlo significa luchar contra imaginarios e ideas alternativas que asocian al medio ambiente con el color verde, osos polares a la deriva o celebridades del espectáculo preocupadas por las ballenas.
Se escucha a menudo: «Cuidemos el medio ambiente». Pero, ¿medio ambiente? ¿Y dónde está el otro ‘medio’? ¿Acaso está destruido y ahora debemos preocuparnos por levantar la voz de alerta para cuidar el medio que queda?
(A modo de anécdota, el concepto ‘medio ambiente’ se comenzó a usar debido a un error de traducción al español del anglicismo environment —cuya equivalencia más aceptada suele ser medio o ambiente, y no necesariamente ambas palabras juntas— por parte del equipo redactor de las conclusiones del encuentro ambiental en Estocolmo en 1972).
«Educación medioambiental», «desarrollo medioambiental», «impacto medioambiental», «programación medioambiental», «problema medioambiental», etc. son conceptos gramaticalmente vacíos e inapropiados. Son ambiguos y no definen nada. Así se ha impuesto la idea de que los humanos estamos fuera —o en la otra mitad— del medioambiente, cuando en realidad formamos parte de este. Por otra parte, su asociación ecológico-naturalista ha hecho que, por ejemplo, en los establecimientos educativos se traten los temas ambientales exclusivamente desde la asignatura de ciencias, o que las grandes respuestas a la crisis ambiental provengan del mundo científico, sin entenderlos como asuntos sociales amplios.
Promover los conceptos de ‘desarrollo sostenible’ o ‘sustentable’ ha sido otra brillante idea que lamentamos. Pretenden aunar una articulación virtuosa de lo económico, lo social y lo ambiental priorizando el modelo económico imperante, en el que lo ambiental y social son temas disociados.
Ahora que como país nos enfrentamos a una decisión trascendental respecto a la propuesta de nueva Constitución, creemos que es necesario al menos darnos el trabajo de debatir y no aceptar tan livianamente lo que otros nos dicen o plantean en temas ambientales. ‘Ambiente’ y ‘medio’ suelen usarse como sinónimos, pero no lo son: el primer vocablo alude al conjunto de elementos naturales y sociales, relacionados e interdependientes, en un lugar y tiempo determinado, que en forma directa influye a todos los seres vivos y al medio físico (sea éste acuático, aéreo o terrestre); mientras que el segundo es el sustrato físico o natural en el cual se desenvuelve la vida, o donde ocurren diversos procesos ecológicos esenciales entre factores bióticos (seres vivos) y los abióticos (elementos sin vida como los minerales); o sea, el agua, el aire o el suelo.
Si queremos ir más allá podríamos decir que el ambiente es un sistema global complejo, de múltiples y variadas interacciones, dinámico y evolutivo en el tiempo, formado por los sistemas físico, biológico, social, económico, político y cultural en el que viven todos los organismos vivos. Por ello el debate debería darse como un espacio que tome en cuenta la amplitud de aquello que se discute, y así enriquecer y actuar en consecuencia con lo que hemos pregonado por más de cincuenta años respecto al cuidado y protección del medio ambiente. Es importante que comencemos a corregir este accidente idiomático, actualizando textos, instituciones, centros educativos, organizaciones, leyes, etc. Es quizás deber de nuestra nueva Constitución así asegurarlo. Profundizar acciones y enfrentar posiciones no es solamente un asunto de semántica, sino un problema de contenido.
Cuando en octubre pasado la Convención Constitucional aprobó que la nueva Carta Fundamental se redactaba «bajo estado de emergencia climática y ecológica», no se debatió al detalle qué significan estos conceptos ni bajo qué marco conceptual entenderlos. Es un gran debate, y no basta —-aunque sea un gran avance— con un cambio programático que incluya más páginas o conceptos relacionados con la dimensión ambiental en la nueva Constitución. Será urgente y necesario un cambio paradigmático que comprenda, cuestione y norme la relación de los seres humanos con su medio ambiente.
Los problemas ambientales no son algo que exista por un día, sino parte de una acción concreta que nos compromete todos los días del año, y por el resto de nuestra existencia.