Si Chernóbil quedara en Chile
22.06.2022
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22.06.2022
«La figura del empleo opera como una suerte de chantaje, una condicionante que manipula la sensibilidad del ciudadano. En complemento suele operar un Estado de reacciones lentas y contemplativas.»
El pavoroso accidente acaecido en Chernóbil el 26 de abril de 1986 en la central nuclear Vladímir Ilich Lenin puso sobre el tapete varias de las contradicciones que aún subsisten en el siglo XXI. La debacle (que ha sido objeto de libros, series y documentales) derivó en la liberación de enormes cantidades de material radiactivo que dejaron treinta personas muertas y 134 con graves problemas de salud, influyendo, además, en el resto de la población. Se estima que unas cinco millones de personas recibieron una dosis de contaminación, lo que se manifiesta, entre otras cosas, en el aumento sustancial del cáncer de tiroides. En términos de seguridad y protocolo, el desastre de Chérnobil conjugó un cúmulo de errores cardinales, a los que incluso Mijaíl Gorbachov les atribuye parte de la responsabilidad en en el posterior descalabro y derrumbe de la Unión Soviética, como metáfora elocuente de la fatiga de materiales que igualmente padecían las burocracias.
En varias oportunidades he escuchado a políticos y empresarios afirmar que las cruzadas medioambientales son hiperbólicas, causas enarboladas por oscuros y conspirativos intereses, caballos de Troya creadas por subversivos para limitar el progreso económico. De esta manera, nos ha tocado asistir desde hace años a la curiosa paradoja de aceptar que se instalen empresas contaminantes, pero que en su anverso generan empleos. Esa luna de miel con las comunidades locales comienza con apoyos a los vecinos, a los artistas, al embellecimiento del entorno. Una historia de amor que suele culminar como tragedia griega: montañas de chips a la entrada de nuestras ciudades, un fondo marino estéril, saqueo y extractivismo, trabajadores despedidos.
Entonces la figura del empleo opera como una suerte de chantaje, una condicionante que manipula la sensibilidad del ciudadano. En complemento suele operar un Estado de reacciones lentas y contemplativas. Desde esa lógica, si Chernóbil quedara en Chile más de alguno diría que no se debiese cerrar, porque genera empleo. Me imagino operando en esas instalaciones, tanto en seguridad como en los cuerpos directivos, a personajes no muy diferentes a Homero Simpson o el Sr. Burns.
Este es un pendiente al que la nueva Carta Fundamental debe apuntar, e insistir en subsanar.
Hoy se toma la agenda el cierre gradual de la Fundición Ventanas, que hasta 2004 pertenecía a la Enami y al año siguiente quedó en manos de Codelco. Durante medio siglo esta zona de pesca, turismo y agricultura fue mutando en un epicentro de contaminación, al punto que en 1992 fue declarada Zona Saturada por Anhídrido Sulfuroso y Material Particulado. Primero los agricultores fueron perjudicados, y luego la pesca artesanal. La bahía se convirtió en un lugar exclusivo para el emplazamiento industrial, obliterando cualquier otra actividad productiva. Pese a que se pusieron en práctica algunas medidas en estos años, el incremento de la contaminación no ha mermado, desgraciando el diario vivir de los habitantes del sector, provocando el cierre de escuelas, afectando principalmente a niños y embarazadas. Se recuerda el año 2011 un episodio ocurrido a los vecinos de la localidad de La Greda, donde veinte alumnos y siete profesores, fueron trasladados a un consultorio por intoxicación debido a una nube de gas de la refinería de Codelco [ver nota en CIPER: “Las omisiones de Codelco Ventanas sobre la crisis que afectó a los niños de La Greda”].
Desde luego, que nos conmueve el cese de funciones de tantos trabajadores, pese a que el gobierno ha declarado que se les reubicará y asegurará sus puestos.
Al margen de todo aquello, creo que es el momento de hacer las cosas bien. Es imposible pensar en la dimensión humana del desarrollo sin considerar el lugar donde convivimos y, por cierto, a quienes lo habitan. Un nuevo paradigma de generosidad y empatía debiese campear en el país que estamos llamados a construir. Quizás en el futuro los desastres medioambientales debiesen ser vistos como holocaustos, como atentados flagrantes a la condición humana y a todos los que nos rodea, y las páginas de historia archivarán la existencia de las zonas de sacrificio como una enciclopedia de la infamia.