Escolares migrantes: Cuando hay mérito sin oportunidades
16.05.2022
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16.05.2022
El talento, la disciplina y el trabajo duro no siempre son suficientes, recuerdan los autores de esta columna para CIPER a partir de tres casos de escolares inmigrantes en Santiago de Chile. Están, también, las barreras que imponen la pobreza y la discriminación como parte de todo un sistema excluyente: «Los problemas que describimos no son las malas notas, los malos profesores ni la falta de interés; sino lisa y llanamente la discriminación xenófoba por parte del Estado chileno», denuncian, y entregan ejemplos al respecto.
Los autores de esta columna conocemos de primera fuente las barreras que enfrentan estudiantes migrantes en su proceso de inserción escolar en Chile. Estas problemáticas se presentan de distintas formas y pueden a su vez ser combatidas desde distintos frentes. En estas líneas vamos a describir obstáculos sociales, académicos y legales desde la experiencia de estudiantes que conocemos. Muchas de las barreras que describiremos requieren de soluciones costosas en tiempo, dinero y recursos humanos. Pero hay una traba, que tiene un impacto gigante en la vida de miles de estudiantes y cuya eliminación requiere de un simple trámite. Nos referimos a una barrera que atenta contra el principio más esencial del derecho a la enseñanza; el derecho a mostrar lo que sabes.
Dieunika [1] tiene 11 años. Sus profesores la describen como una niña hermosa. Esa descripción no solo considera sus rasgos físicos: su pelo rizado color chocolate, sus ojos almendrados, su piel morena y sus labios dominantes ocupan un rostro que no escatima expresiones para mostrar asombro, curiosidad o tristeza. Dieunika también tiene una belleza interior que sus compañeros y compañeras de Quinto Básico de un colegio de Estación Central reconocieron cuando la eligieron mejor compañera. Además de ser buena amiga, la niña también es buena estudiante, responsable, aplicada y paciente; su paciencia es puesta a prueba cuando por décima vez le preguntamos cómo se dice su nombre y por décima vez lo pronuncia con la misma dulzura de la primera ocasión. Dieunika es una de las más de 3.500 personas haitianas que en 2021 abandonaron nuestro país, cansados de la humillación y de la espera eterna por un trato digno, habiendo visto desvanecido un sueño de altos costos materiales y emocionales. En estas situaciones, la barrera educacional que enfrenta Dieunika es tan abismante que las manos del colegio están absolutamente atadas. Se requieren cambios estructurales profundos, como acelerar la entrega de permisos de trabajo o terminar con tratos racistas, para retener a familias como la de la niña, compuesta por ella, su mamá, su papá y una guagua de cuatro meses. En la reunión de despedida entre la familia y la profesora jefe, la «tía», como tiernamente Dieunika llamaba a sus educadoras, la miró a los ojos, se secó las lágrimas y le dijo: «Quiero que sepas que eres una niña hermosa y que acá en Chile tienes una profesora que te quiere mucho».
En su travesía rumbo a Chile desde Haití, Bernard pasó por República Dominicana. Ahí estuvo con su abuela que le preparaba el arroz que más le gusta en todo el mundo. En 2017 llegó a Santiago con sus dos hermanos. Desde ese entonces se han sumado dos integrantes más a la familia, que ahora está compuesta de siete personas. El ingreso económico que su papá logra como obrero de la construcción, sumado al inestable aporte de lo que logra su mamá vendiendo en la feria, no alcanza para cubrir el alto costo de vida santiaguino. La pandemia agudizó sus precariedades y los obligó a buscar amparo en un campamento. A pesar de la ausencia de lujos como una cocina, un baño y un techo firme, la presencia de Bernard en el colegio es constante. Sus «tías» lo conocen, saben su historia y están al tanto de las necesidades económicas y afectivas que lo apremian. Por eso, sobre todo en 2021 con la suspensión del servicio de alimentación por parte de la Junaeb, le preguntaban todos los días si había tomado desayuno. Cuando él contestaba que no, se las arreglaban para prepararle un pan o comprarle una leche. En 2021, para compensar por la no entrega de desayuno y almuerzo en los colegios, la Junaeb coordinó la entrega de canastas alimenticias, a través de los colegios que atendieran a estudiantes de escasos recursos económicos. La condición socioeconómica de Bernard lo posiciona como uno de los estudiantes que más necesita de ayudas como esta, pero él es excluido de recibir apoyo porque no existe un registro oficial que lo catalogue como estudiante prioritario. Como Bernard no tiene RUN, él no existe en el registro social de hogares. Como en muchas otras situaciones de injusticia, la suerte y los esfuerzos individuales juegan un rol trascendente en la corrección de inequidades. En el caso de Bernard, él está rodeado de personas que actúan como un escudo para protegerlo de los obstáculos que impiden el desarrollo de su máximo potencial académico. En el colegio donde estudia decidieron combatir la barrera de la falta de canastas de alimentos para estudiantes sin RUN, y distribuir la comida de manera equitativa entre los estudiantes con más necesidades.
En el caso de Dieunika, la adversidad es tan grande que el colegio no puede hacer nada para retenerla, seguir formándola y acompañarla en su camino de preparación académica. En el caso de Bernard, el colegio es capaz de ingeniárselas para corregir una injusticia estructural de base que sólo potencia su marginalización. La última historia que compartiremos está en entre medio de las realidades de Dieunika y de Bernard. Por un lado, es una injusticia que tiene un impacto demoledor, y por otro es muy fácil de corregir, pero no depende del colegio.
Su carisma, simpatía y empuje transformaron a Eisler en un líder entre sus compañeros y un ejemplo a seguir para sus profesores desde que llegó a Chile en 2019. Desde entonces su foco ha estado puesto en aprender, sacarse buenas notas y lograr de alguna forma llegar a la universidad. No se dejó desanimar por la pandemia y a pesar de las dificultades de vivir en un cité y tener que cumplir cuarentenas en un espacio muy reducido, siguió cumpliendo con sus deberes escolares y logró graduarse de cuarto medio con un 6,8 bajo el brazo. Hasta ahora, de poco le ha servido su 6,8, pues en 2021, cuando le tocaba inscribirse para la PTU, supo que no tener RUN echaría por la borda todos sus sueños. Eisler cumplió con todo lo que como sociedad le exigimos a las personas extranjeras. Él se integró de manera óptima en su contexto escolar, a punta de esfuerzo, sudor y lágrimas logró buenas calificaciones, y ha sido un aporte positivo entre sus pares. Si seguimos la lógica utilitarista y neoliberal de la migración, deberíamos apoyar a Eisler para que él logre explotar al máximo sus habilidades y así obtener un retorno positivo de la inversión social que puede haber significado abrirle las puertas a una persona extranjera. No estamos de acuerdo con esta narrativa, pero la presentamos para graficar que hasta aquell/as con las posturas políticas más reacias a recibir migrantes, le darían la bienvenida a personas como Eisler. Él no está pidiendo un trato especial ni aboga a la caridad chilena. Lo único que pide, es poder demostrar lo que sabe para así continuar con sus estudios y seguir aportando a nuestro país. Al negarles la posibilidad de rendir la PTU por no tener RUN, el Estado chileno está atentando contra el derecho a la educación de miles de niños y niñas migrantes, consagrado en la Convención Internacional de los Derechos Del Niño. Creemos que restituir este derecho y permitir que estudiantes puedan usar el Identificador Provisorio Escolar (IPE) para rendir la PTU es un trámite sencillo, porque ya se ha hecho. En años anteriores, estudiantes sin RUN han podido rendir la prueba de acceso a la universidad. Esta es una medida concreta, fácil de implementar y de bajo costo económico que tendría un impacto trascendental en la vida de Eisler y otros estudiantes.
Considerando lo ya mencionado, se debe asumir que la tarea no acaba en permitir la posibilidad de rendir la PTU, pues son muchos, y más profundos, los factores necesarios que deben conjugarse para favorecer la inclusión. Por ejemplo, un escolar que es hijo de padres extranjeros que se encuentran en situación administrativa irregular (no tienen visa), sólo puede optar a tener una visa temporaria que debe ir prorrogando año a año, imposibilitado de optar a una permanencia definitiva (categoría migratoria necesaria para optar a la gratuidad en la educación superior). Es decir, todo niño, niña y adolescente que no es responsable de una migración debe asumir los costos y la carga que implica tener padres en situación administrativa irregular. Aunque este adolescente haya cursado toda la enseñanza media en nuestro país, haciendo todo el mérito posible ―aquél tan valorado socialmente―, al igual que Eisler y otros miles no podrá optar a los beneficios que permitirían su permanencia en la universidad. Tendrá que iniciar un trámite de regularización migratoria desde el comienzo una vez que cumpla los 18 años, y comenzar con el pago de una multa para acceder a un nuevo y áspero camino que no sabemos cuántas otras confusas barreras le impondrá.
En línea propositiva, es importante fijar ciertos mínimos: un estudiante que egresa de nuestro sistema educativo tiene que tener sí o sí la oportunidad de rendir una PTU o la prueba de ingreso a la educación superior que exista. No podemos privarlo de demostrar sus capacidades. Pero, como una política más decidora aún, proponemos que el sistema escolar chileno sea aquel que dé respaldo a procesos de regularización migratoria en los niños, niñas y adolescentes que estudian en nuestro país. Estudiar en el sistema chileno debiese ser suficiente para permitir la residencia formal en el país, ya sea definitiva o temporaria. Y si ese camino en la escuela es igual o superior a dos años, ¿por qué no podría optar a una residencia definitiva? ¿Por qué esperar a que estas privaciones atenten contra los sueños de «otros» niños que crecieron junto a los «nuestros»?
En Chile, el discurso del mérito y el esfuerzo individual resuenan fuerte para justificar la falta de oportunidades, sobre todo en el ámbito de la educación. Existe una narrativa que se enfoca en realzar la importancia del trabajo duro, pero deliberadamente ignora que hay que tener superpoderes para esforzarse con el estómago vacío, o que hay que ser de hierro para aprender después del shock que pudo generar un traumático cruce por el desierto. Es difícil estimar cuánto afecta crecer en medio de este tipo de adversidades, pero lo cierto es que si, a pesar de todo, una persona se aleja de la curva y «lo logra» (salir de la pobreza, completar estudios universitarios, etc.), entonces usamos ese ejemplo para decir que quien no lo logró fue por falta de esfuerzo, flojera o desidia. En nuestro afán por combatir esta narrativa, quisimos describir las barreras que enfrentan tres estudiantes para lograrlo y los problemas que describimos no son las malas notas, los malos profesores ni la falta de interés; sus problemas son lisa y llanamente discriminación xenófoba por parte del Estado chileno.
[1] Todos los nombres de esta columna fueron modificados para proteger las identidades de quienes protagonizan las historias que se narran.