Las palabras del Presidente
09.05.2022
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09.05.2022
«Este 21 de mayo el presidente Boric se enfrentará a un escenario político polarizado, obligado a reconciliar un discurso de unidad nacional sin abandonar el programa transformador que comprometió desde la alianza de izquierda.»
Nadie en Chile negaría que hay problemas de comunicación entre la sociedad civil y el gobierno de Gabriel Boric. Los mensajes parecen calar a medias. Las incomprensiones se expanden y multiplican. La noticia falsa compartida por la ministra Siches o el fracaso del retiro previsional acotado muestran que estas crisis individuales no logran ser contenidas por el aparato comunicacional del gobierno, el que ha tenido que apoyarse más de una vez en personeros de la antigua Concertación. La imprecisión en los anuncios gubernamentales se ha combinado con una vigilancia casi paranoica por parte de sus detractores. ¿Qué hacer para contener este continuo desborde de los mensajes?
Avanzar en el programa y no solo abocarse a apagar incendios implica asumir que «la comunicación es el último eslabón de un problema político» (Titelman 2022), Una ruta posible está en volver sobre una de las fortalezas que Gabriel Boric supo explotar durante las elecciones, y que hoy parece ocupar un segundo plano: el arte de narrar. El mensaje presidencial del 21 de mayo presenta una nueva oportunidad para retomar el curso narrativo extraviado durante estos primeros meses de gobierno.
El poder en Chile tiene antiguas amistades con el arte de contar historias. La acción del presidente en la Historia con mayúscula depende de la historia con minúscula que construye durante su mandato. Ya José Manuel Balmaceda decía en su Testamento político que «bastará la enunciación de los hechos para caracterizar la situación y producir el sentimiento de justicia política».
En un país de frágiles instituciones, la narrativa es el legado más perdurable de un gobernante. Y el presidente lo sabe. Este 21 de mayo el presidente Boric se enfrentará a un escenario político polarizado, obligado a reconciliar un discurso de unidad nacional sin abandonar el programa transformador que comprometió desde la alianza de izquierda.
En marzo de 2008, Barack Obama se encontró en una situación semejante. Pronto a su nominación como candidato presidencial, se difundieron las palabras del pastor de su iglesia, Jeremiah Wright, quien denunció a los cuatro vientos: «¡Que Dios maldiga a América por matar gente inocente!», motivado por los crímenes de Estados Unidos contra las personas de color. El golpe dejaba a Obama en una posición imposible: o aceptaba que las palabras del pastor eran suyas, asumiendo el costo electoral de la polarización; o rehuía del pastor, y aceptaba dañar su plataforma política como el primer presidente afroamericano del país.
Obama confrontó las acusaciones. Se reconoció simultáneamente a favor y en contra del pastor, interpretando el evento desde la Constitución americana. Para Obama la justa indignación de Wright erraba al pensar que el racismo es endémico a Estados Unidos. En la Constitución, el pueblo se compromete a formar «una unión más perfecta». El candidato justificó su fe en la promesa de perfectibilidad sobre su camino personal, hijo de un keniano negro y una americana blanca. No renegó ni de una ni de otra comunidad, sino que aceptó su tensión y su perfectibilidad. La gran narrativa constitucional permitió a Obama aunar principios políticos aparentemente irreconciliables en una visión coherente de unidad nacional.
Hoy en Chile no existe una institución o texto que represente el fundamento de unidad al que apeló Obama ¿Qué gran narrativa tiene a su disposición el presidente Boric para integrar las demandas aparentemente incompatibles de unidad nacional y transformación institucional? La opción más desarrollada políticamente es la narrativa del regionalismo.
La franja de las primarias representaba al candidato Boric desde su Magallanes natal, mientras invertía uno de los grandes mitos chilenos: «… algunos dicen que aquí se acaba Chile, pero yo creo que aquí es donde comienza». Su autobiografía mostraba un relato de madurez, desde una infancia jugando fútbol y subiendo árboles, a su paso por la rebeldía que culmina con Boric subido a un podio. Desde esa tarima presidencial defiende un proyecto regionalista que conecta internamente redistribución y descentralización. El podio se transforma en el árbol que subía de niño, y será desde allí que proyectará el futuro del país, anclado a su origen.
La región sería el lugar donde el pasado en forma de origen y el futuro en forma de justicia se encuentran para crear un nuevo Chile. Esta promesa regionalista depende —como toda promesa— de una condición de sinceridad: quien promete cree que puede realizar lo prometido. ¿Y en qué se apoyaría esta confianza? Sobre el camino personal de Boric, desde los márgenes magallánicos a los centros políticos metropolitanos. Su camino es también el de las provincias al poder.
La pasión regionalista ha sido el nudo que articula los discursos del presidente. Cuando la abandona, también extravía su relato.
El regionalismo de las primarias 2021, sin embargo ha ido mudando para adaptarse a la contienda política. La presión por demostrar gobernabilidad ha hecho que Boric integre progresivamente un discurso centrado en la gestión, a expensas de la épica regionalista. Boric vira hacia un refuerzo de la imagen de buen administrador, desplazando el regionalismo de su posición nuclear hacia el rol de apoyo del presidente gestor.
La gira regional cumple la tarea de subsumir el discurso regionalista al discurso de la gestión. En Coquimbo, a las cinco semanas de asumir, el presidente respondió repetidas veces que los problemas no pueden mandatarse desde Santiago. Al ser consultado por el transporte público, pide paciencia. Ahí justamente reaparece el relato regionalista, afirmando «yo soy un magallánico», para luego criticar el centralismo y confirmar que el gobierno está escuchando a la gente. Así, su origen regional apoya discursivamente la confianza en su gestión.
Su reciente gira en Magallanes también mostró un presidente gestor, consciente del valor de hablar desde las provincias. El presidente dio al regionalismo una forma administrativa, insistiendo en la descentralización de la función política: «Tenemos que estar con la gente que lo necesita, y eso implica salir de las oficinas». Abordó temas nacionales como seguridad, impuesto a los combustibles y deudas de alimentos. También anunció un plan de financiamiento para proyectos en zonas extremas. «Vamos avanzando», dice desde Magallanes, pero sin narrativa resulta difícil reorientar los esfuerzos de cada agenda a un mismo proyecto político.
Boric encuentra una posible síntesis entre el presidente regionalista y el presidente gestor en su primer discurso desde La Moneda. Imagina a Chile como un país que sufre, en el que se equiparan catástrofes naturales y sociales; el dolor de un terremoto, con las violaciones a los derechos humanos. Frente al desastre, dice, «siempre nos sacudimos el polvo, nos secamos las lágrimas, ensayamos juntos una sonrisa, nos arremangamos y seguimos».
Aquí vuelve a la metáfora del camino. La ruta personal de Gabriel, ahora presidente, encararía directamente este sufrimiento, proclamando: «Quiero decirles, compatriotas, que he visto sus caras recorriendo nuestro país». Su persona representa una nueva capacidad del Estado de acusar recibo de los sufrimientos particulares de cada uno de sus ciudadanos. De ahí que recurra a la metáfora del rostro, que individualiza problemas sociales más amplios. Dirá que vio las caras «de quienes se enferman y [a quienes] sus familias no tienen cómo costearles los tratamientos», o «las de los pueblos originarios despojados de su tierra, pero nunca de su historia».
Profeta de un pueblo herido, el discurso del presidente cambia el sufrimiento por esperanza. El camino de los rostros se transforma en un recorrido por las aspiraciones particulares de los pueblos de Chile. Gabriel Boric vuelve a la visión regionalista: al sufrimiento individual se le responde con esperanza colectiva en un futuro cuyo nombre será Lota, Cardenal Caro, Alto Hospicio, Maipú, Juan Fernández, Colchane. De esta forma, Boric dota de sentido concreto a su reclamo de soberanía popular. Las regiones, en adelante, serán otro nombre para el pueblo.
Este discurso muestra las tres fortalezas que dotan de eficacia a la épica regionalista.
Primero, el regionalismo cambia la relación con la autoridad, ofreciendo ministros en terreno, en un intento explícito de extender la influencia, pero también el cuidado del Estado sobre las provincias.
Segundo, este mismo recorrido minucioso por Chile permite al presidente pedir paciencia, citando la frase del 15M español «Vamos lento porque vamos lejos», pero agrega que va recogiendo a todos los ciudadanos al andar: «Vamos lento porque vamos lejos y no vamos solos, sino que con todos ustedes».
Tercero, la región otorga un origen verosímil a la política de Gabriel Boric, su discurso modernizador, ecológico y feminista encuentra un asidero en el pasado, en un Chile poblado por figuras que anticipan estas políticas contemporáneas desde un cariz regionalista, como Gabriela Mistral y Violeta Parra.
El presidente presagia que «el pueblo de Chile nos juzgará por nuestras obras y no por nuestras palabras». Sin embargo, el discurso acaba citando a Salvador Allende, no por sus actos, sino por sus palabras, cuando pronostica que estaríamos «abriendo las grandes alamedas por donde pase el hombre libre». Esas palabras guardaron el legado de Allende, un verbo de igualdad social para las generaciones futuras. Este 21 de mayo quizá sea el momento de Gabriel Boric para narrarnos un principio de unidad nuevo, una igualdad que desborde a la Alameda y la zona metropolitana, y llegue por fin a las regiones.