Cine chileno en su justa medida
27.12.2021
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27.12.2021
Son necesarios los balances de prensa en el área, pero elaborados con criterios amplios y vigentes, recuerda en esta columna para CIPER el director e investigador del sitio Cinechile.
Es tradicional que cada fin de año se instalen en medios revisiones de cada ámbito, y el cine hecho en Chile tuvo la suya hace unas semanas en el diario La Tercera. La nota «El difícil año del cine chileno» sacó otra vez a relucir dificultades que ya suenan endémicas: el escaso público de los estrenos en salas y las complejidades en cuanto a distribución que trae el streaming; también las obvias dificultades derivadas de una pandemia y, pese a todo, el éxito festivalero de unas cuantas películas y las expectativas sobre una serie de nombres de realizadores destacados, en quienes el artículo deposita la esperanza de un futuro mejor (Patricio Guzmán, Sebastián Lelio, Matías Bize, Fernando Guzzoni y Bettina Perut e Iván Osnovikoff son nombrados allí como autores sin estrenos recientes, algo que, según el reportaje, habría «marcado» el 2021).
Cabe preguntarse si estas formas de medir una temporada siguen siendo las justas. Creo importante que al hablar de industria —palabra siempre compleja, por lo demás—, las medidas de estrenos en salas comerciales, presencia y triunfos internacionales no sean las únicas a tomar en cuenta. La actual reducción del análisis a unos cuantos nombres impide hoy ampliar la mirada, porque precisamente de ese desarrollo depende el futuro del cine chileno. Es cierto: nuestro cine son sus películas y la capacidad de éstas para ser vistas, pero también los lugares en las que se exhiben y quiénes son sus espectadores. Sobre todo, el cómo pensamos y ayudamos a esos espectadores a llegar a las películas.
Según cifras que he podido investigar gracias a mi trabajo en Cinechile.cl, desde 2014 se estrenan comercialmente alrededor de 40 películas nacionales al año. De ellas, con suerte un diez por ciento llegan a multisalas, pero son esos estrenos (minoritarios) los que sin embargo sirven de referencia de éxito para artículos como el recién citado de La Tercera. Establecer ese parámetro lleva a pensar en cómo les va a las películas chilenas que comparten cartel con las cada vez más dominantes y abarcadoras superproducciones hollywoodenses, y para eso hay que revisar el acuerdo con la Cámara de Exhibidores Multisalas de Chile (CAEM) que actualmente garantiza la presencia de al menos dos semanas de un título nacional en una multisala, sea cual sea la cantidad de tickets que venda. ¿Pero será realmente esa la vía que haga que el cine chileno sea más visto? ¿Es aún pertinente insistir en observar la practicidad de tal acuerdo?
Pensemos en un ejemplo muy reciente para ver lo anacrónico que resulta insistir en ese tipo de análisis. El remake de Amor sin barreras dirigido por Steven Spielberg llegó a las recién reactivadas multisalas el 9 de diciembre, pero duró solo una semana en cartelera. Pese a contar con el cineasta más taquillero de la historia, un plan de difusión potente y grandes críticas, el resultado de espectadores fue pobrísimo, y las multisalas, como siempre, eligieron qué era mejor para el negocio (uno que necesita una urgente recuperación tras las largas cuarentenas).
Y es que el camino entre calidad, nombres y gustos del público se ha separado bruscamente durante la pandemia, principalmente gracias al nuevo estado que trajo la ampliación de la oferta vía streaming. Lo anterior instaló nuevas estrategias de marketing, algunas muy agresivas y que sólo juegan a seguro con películas para todo público o en cine de género. Se trata de un terreno en el que no me parece nada justo entrar a medirse; menos, verlo como posibilidad de desarrollo.
Hace rato que el cine chileno ha buscado asentarse en otros lugares, y eso explica la gran cantidad de estrenos año a año. La primera salida está en las llamadas salas alternativas o independientes, las que a esta alturas y en el contexto ya poseen tintes heroicos en su gestión. Agrupadas la mayoría en la Red de Salas, se reparten por casi todo el país, y según el informe de audiencias de 2019 publicado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio (MINCAP) sumaban alrededor de 23 al momento prepandémico. Se presentan entonces no sólo como una de las ramas principales en cuanto a distribución de películas, sino también como espacios que además realizan estrategias de formación de públicos (por ejemplo, con foros y conversatorios junto a realizadores o expertos). Durante 2021, las salas independientes estrenaron comercialmente al menos 28 películas chilenas; todas en streaming (sobre todo en webs como redsalas.cl, centroartealameda.tv y cinetecanacional.cl) dadas las circunstancias. En 2019, antes del Covid-19, 40 cintas nacionales habían estado en sus dependencias (sumando 219.387 espectadores, según el informe del MINCAP ya mencionado).
La otra rama son los festivales de cine, que también existen en todo Chile y que les dan gran prioridad a películas chilenas (muchas no tendrían otra plataforma de exhibición si no fuera por ellos). Impresiona que durante 2021 se realizaran 41 festivales; la gran mayoría adoptando la modalidad online, que sólo hizo extender su amplitud de públicos, con grandes esfuerzos de producción y de curatoría. Por ahí puede entenderse por dónde es que se movieron las nuevas 221 nuevas películas nacionales que debutaron en 2021. Es una cantidad sorprendente y no considerada por los recuentos en medios, pero que examina la producción real y no sólo aquella que llegó a salas comerciales. De todos modos, pensemos que éste que termina fue un año complicado, si consideramos que en 2020 circularon por primera vez 416 filmes chilenos, una cifra récord, y que muy pocos saben y ponderan.
Fue, por ejemplo, en salas independientes y en festivales que circuló Blanco en blanco, la gran película de Theo Court que ganó un premio en Venecia y que ha sido elegida para representar a Chile en los próximos Oscar [foto superior]. O La cordillera de los sueños, de Patricio Guzmán, que competirá por un Goya. Y también Bestia, el trabajo de Hugo Covarrubias que el 21 de diciembre fue preseleccionado para competir en la categoría de mejor corto animado también en los Oscar.
Y llegamos a la piedra de tope de este panorama y que poco se afronta en los artículos de balance anual: la dependencia de los fondos concursables. El sistema de financiamiento estatal al cine chileno está fuertemente limitado por la capacidad de presentar postulaciones convincentes para evaluadores que año a año cambian de criterios (problema que da para otra columna). Así, todo se vuelve una cruel carrusel o ruleta rusa.
Sin ir más lejos, según los resultados publicados el 21 de diciembre en el sitio de los Fondos de Cultura, ni la Cineteca Nacional de Chile ni el Centro Arte Alameda obtuvieron fondos para comprar y renovar equipos. Hay que agregar que la Cineteca no es estatal (pese a que así lo impone la ley que creó el MINCAP), mientras que el Alameda quedó profundamente golpeado tras el incendio aún no aclarado que sufrió en medio del estallido social. Volviendo a los fondos, tampoco los obtuvieron festivales importantes, como Sanfic, Femcine y el Festival de Iquique. Esto pone en riesgo nuevas versiones de estas iniciativas.
Pero si bien el ministerio a cargo indica que su estructura impide entregar aportes directos para estos casos, de todos modos uno esperaría gestos o intenciones políticas para darle una vuelta al asunto. En septiembre pasado, la propia ministra Consuelo Vadés invitó a asistir al llamado Día del Cine creado por las multisalas y así «ayudar a reactivar y recuperar un sector que fue fuertemente afectado por la pandemia», pero el llamado se dirigía a una fecha creada con fines netamente comerciales [1], que beneficiaba sólo a cintas de Hollywood. Frente a la endeble situación de las salas independientes, nunca se ha visto a la ministra un gesto similar de apoyo.
El MINCAP se ha empeñado en destacar el rol de Ondamedia como plataforma que ha contribuido a la distribución del cine chileno. Si bien es cierto que la iniciativa tuvo éxito en los primeros meses de iniciada las cuarentenas, se le puede criticar, primero, que ofrece un amplio menú sin ninguna guía al público (lo cual termina por favorecer a aquellas películas que logran destacarse mediáticamente). Hilando más fino, la alta inversión que implica el pago de derechos a las películas que pasan por la plataforma, ¿no sería mejor traspasarla a quienes justamente hacen mejor esa labor; es decir, las salas independientes (que, a su vez, no pueden competir con la oferta de Ondamedia, ahondando la crisis vivida en pandemia)?
Finalmente, ¿cómo aumentar el interés de los públicos a esta oferta que el cine chileno ofrece, pero que los grandes medios ignoran? ¿Cómo ayudar a valorar las claras intenciones de los festivales y de las salas independientes por contribuir a la producción nacional? La respuesta que siempre aparece es la de la formación de audiencias. Un informe publicado por el mismo MINCAP el 2019 señala que esta labor «supone un consenso absoluto de todos los expertos entrevistados, coincidiendo en que es imprescindible una educación del público en materia de consumo de cine nacional desde edades temprana» (p. 15). Pero nuevamente el trabajo en ese sentido se terceriza a través de los fondos, con iniciativas que a veces quedan truncadas al ganar un año y perder el otro. Lindas palabras, pero poco compromiso.
Es de esperar que el nuevo gobierno, que ha demostrado su interés por darle a la cultura un sitial importante (tanto presupuestariamente como socialmente hablando), efectivamente haga frente a esta situación. Es necesario sobre todo ir a la base, y comenzar un trabajo en serio respecto a la formación de audiencias. Algo se avanzó en el desarrollo de la llamada Política Nacional del Campo Audiovisual 2017-2022.
La valoración real por nuestro cine se juega cuando el público efectivamente ve en las películas una vía no sólo de entretenimiento, sino también de reflexión en torno a nuestras realidades. Y será a través de miradas críticas que también cintas y cineastas puedan ir mejorando. Visiones reduccionistas y caducas que miden al cine chileno según su figuración internacional, o según su éxito frente a los mastodontes hollywoodenses solo ayudan a cristalizar prejuicios tales como que el cine chileno es malo, siempre habla de lo mismo, y que está siempre al borde de la desaparición. El cine chileno es más vasto, diverso y mejor de lo que se cree. Nos rodea más que nunca, y debemos verlo (y medirlo) cómo se merece.
[1] No confundir con el Día del Cine Chileno, que se conmemora cada 29 de noviembre con exhibición de cintas chilenas en salas independientes (el hito fue creado en homenaje a Jorge Müller y Carmen Bueno, cineastas detenidos y desaparecidos en 1974).