Cartas: La necesidad de un compromiso ético
21.10.2021
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21.10.2021
Señor director: Escribo desde una profunda preocupación por Chile. Creo que se ha instalado una aceptación de la negatividad (del pecado, dirán los católicos) como móvil de conducta. Nuestra interacción está cada vez más basada en la ira, la soberbia, el miedo, la avaricia, la indolencia, etc. Por ejemplo, la codicia llevó a unos a transgredir normas básicas y eso generó rabia en amplios sectores, más aún porque las leyes no sancionaban esas infracciones. En ese telón de fondo emergen los nuevos cruzados, dueños de la verdad, que descalifican a otros. Soberbia. Y las propuestas o debates no abordan el fondo de nuestros problemas, no hay un proyecto-país; cada uno busca pequeñas ventajas para sí mismo, intentando hacernos creer que son soluciones atractivas. ¿Indolencia? ¿Ceguera?
No permitamos que la negatividad nos consuma. Entre los excesos, el ser humano siempre puede escoger el camino del justo medio. La pasividad, la falta de reacción frente al abuso nos hacía mal, pero también su opuesto, la rabia. Solo la paciencia nos permitirá encontrar las mejores soluciones. La cobardía estaba mal, pero la osadía transformada en violencia no debiese dejar de avergonzarnos. La única manera de romper los patrones viciosos que nos están consumiendo es asumir un compromiso ético profundo de actuar desde una sabiduría mayor. Cada uno de nosotros y, especialmente, nuestros dirigentes. Como decían nuestros antiguos, actuar desde el espíritu o desde la conciencia, no desde el ego ni los instintos básicos. Entender nuestras emociones negativas y sus causas; no solo sociales, sino también en nosotros. Y no actuar desde ahí, sino desde nuestra voluntad y compromiso de construir un mejor país.
No neguemos tampoco que las causas de la rabia están ahí. La Ley de notarías durmiendo en el Congreso, la lentitud de los avances en la modernización del Estado o la situación de la niñez vulnerada son botones de muestra de la sordera de nuestros dirigentes. Mientras, como distractores de luces, abundan las malas ideas, empatadas con propuestas aún peores. Es como si un gigantesco gatopardo no quisiese darse por enterado que el abuso debe terminar, porque ha vivido toda su vida amparado en malas prácticas y no sabe qué otra cosa hacer. Y si el gatopardo es enfrentado por un monstruo enojado y soberbio, carente de virtud, como decía Esquilo, «la espiga que germinará solo consistirá en lágrimas».
Hay otro camino. Tiene que haberlo; si no, terminaremos mal. Comprometernos a buscar en nosotros mismos la fuerza para dejar entrar la luz del entendimiento y actuar desde una profunda intención de construir mejores relaciones, de proceder siempre movidos por la justicia, la hermandad o las virtudes que cada uno quiera cultivar. Somos humanos, falibles, pero en nuestras manos está el destino no solo de nuestro país, o el futuro que heredaremos a nuestros hijos y nietos, sino la sobrevivencia del planeta. Sin ese compromiso ético en cada uno de nosotros, lo que venga no será mejor que lo que quedará atrás.