COLUMNA DE OPINIÓN
Sistemas sociales en la crisis del coronavirus: ciudadanía en búsqueda de sentido
18.04.2020
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COLUMNA DE OPINIÓN
18.04.2020
La idea de que somos individuos aislados ya no sirve para comprender la sociedad que el COVID-19 dejó a la vista, sostiene el autor de esta columna. Dependemos de sistemas a tal punto, que el esfuerzo actual no es primeramente salvar personas sino evitar el colapso del sistema de salud. Para el autor vivimos en la sociedad del riesgo que predijo Ulrich Beck, y se harán frecuentes crisis como ésta, en la que se nos pida salvar “no personas ni bienes, sino un sistema material intangible, mera funcionalidad abstracta”. Cree que ahí habrá una fuente de fractura social si la política no es capaz de generar “un discurso socialmente integrador”, que permita a los ciudadanos entender por qué no son el fin de la acción pública sino que lo es un sistema, “que los comprende e involucra, pero no como meras individualidades”.
La estrategia de lucha contra la pandemia del coronavirus no solo es materialmente novedosa, lo es también por su elusiva trama de sentido, que dificultad que los ciudadanos y ciudadanas cuenten con una lectura granítica, sin fisuras, de lo que está sucediendo y de lo que estamos haciendo al respecto. Esta novedad de sentido pudiera tener una explicación, como se desarrolla a continuación, en la naturaleza de los sistemas sociales que rigen nuestra sociedad.
El peligro del brote epidémico del coronavirus no está en su letalidad, sino en que no tenemos control sobre el mismo. Nos enfrentamos como sociedad a muchas amenazas letales, pero algún tipo de control hemos tenido sobre ellas. Hoy el panorama es distinto.
Todo sistema convive con riesgos; por cierto, la sociedad también. En eso consiste ser un sistema: en ser algo que se distingue del medio porque es capaz, permanentemente, de que ese medio no diluya sus fronteras y lo haga desaparecer. Por eso está habituado a convivir con riesgos, pero controlados.
Si emerge algo que puede traspasar sus fronteras y generarle un daño una y otra vez, sin control, entonces, eso puede hacerlo desaparecer. Por eso, el quid de esta crisis es de control sistémico. Se trata de lograr establecer un patrón de control sobre el riesgo que ha emergido sobre el sistema, y, por tanto, es un reto que no concierne solo a una parte de él, sino a su conjunto. Así, la lucha contra el coronavirus no es usual, no es de salud solamente: es una lucha sistémica por establecer un patrón de control de una amenaza global. Esto no hace más o menos difícil la tarea frente a otros retos globales, como el hambre o los conflictos bélicos, por ejemplo; pero sí enfatiza su novedad.
La velocidad de expansión del virus no es una característica natural, es evidentemente social. Se debe a la eficacia de esta sociedad funcionalmente diferenciada que ha permitido una conectividad planetaria global y veloz.
Así se entiende que la estrategia de gestión de la crisis consista en establecer un mecanismo de control; aplanar la curva. Si se logra hacer eso, quiere decir que se ha establecido un patrón de control, y el sistema puede volver a su curso. Pero hasta que no se logre, no es posible.
Lo peculiar de la estrategia adoptada para enfrentar al coronavirus es que, a la inversa de como ha sido históricamente, se trata de adaptar un fenómeno natural de estas características, global, desconocido y viral a las capacidades de los sistemas sanitarios de los países que componen el globo. Es un prodigio que obviamente va a dejar exhausto al sistema.
¿Por qué se hace esto? En primer lugar, porque creemos que se puede y que el imperativo de salvar vidas lo requiere. Pero fundamentalmente por el tipo de sistema social que somos. Somos una totalidad integrada, la que a su vez está constituida por sistemas que juegan papeles muy bien definidos: el sistema educacional, el legal, el de salud, y así sucesivamente. Cada uno de ellos cumple una función, que ninguno otro podría cumplir, pero sin el cual el sistema como totalidad tampoco. La salud ya no está en manos de las familias, ni siquiera de un médico de cabecera. No. Está en las manos del sistema de salud, y esto de forma creciente.
Por tanto, no podríamos expresar el reto de controlar el coronavirus sino en función del sistema de salud, y es por eso que el objetivo explícito que persigue la estrategia de aplanar la curva no es inmediatamente salvar vidas, sino evitar que los sistemas de salud colapsen; se trata de salvar al sistema de salud. Nuestra salud y nuestras vidas están entregadas a este sistema, y es así de facto. Él verá a cuántas y cómo las salva. Es el único modo que tenemos hoy para salvar vidas.
Nuestra salud y nuestras vidas están entregadas a este sistema, y es así de facto. Él verá cuántas y cómo salva. Es el único modo que tenemos hoy para salvar vidas.
Pero, no es solo eso. En una sociedad de sistemas tan funcionalmente especializados, la caída general de uno de ellos afecta de forma catastrófica al resto. En este caso, salvar a uno de ellos, va suponer consecuencias muy significativas en el resto. Esta sociedad sistemática no puede pensar en “hombres o mujeres” para salvar la mayor cantidad de “hombres y mujeres”; está obligada a pensar en sus subsistemas por el bien de la sociedad global.
Una de las características de esta pandemia es más su velocidad de expansión que su letalidad. Por esta razón la estrategia de aplanar la curva parece razonable. Si efectivamente se logra, podrían ocasionarse menos fatalidades, porque el sistema de salud podría hacerse cargo de los casos graves de forma razonable.
Su velocidad de expansión no es una característica natural, es evidentemente social. Se debe a la eficacia de esta sociedad funcionalmente diferenciada que ha permitido una conectividad planetaria global y veloz. Eso se puede controlar socialmente. Hay que disminuir el número de puentes que establecemos para que el virus pase de un cuerpo a otro. Hay que cortar los puentes. Aislar al virus, aislando a la sociedad.
Así, los ciudadanos y ciudadanas, sus cuerpos, materialmente hablando, son el eje de la estrategia. En la estrategia sistémica diseñada, las ciudadanas y ciudadanos son sólo medio; el medio de transporte del virus. Y su función en esta crisis no es salvar vidas, no es salvar sus vidas (que no es tampoco la función de la estrategia), sino que dejar de fungir como medio.
Esta sociedad sistemática no puede pensar en 'hombres o mujeres' para salvar la mayor cantidad de 'hombres y mujeres'; está obligada a pensar en sus subsistemas por el bien de la sociedad global
¿Cómo se comunica a la ciudadanía el sentido del papel que se le impone? ¿Cómo se le explica el sentido del esfuerzo que se le pide ahora y se le va a pedir luego? ¿Cuál es el discurso social que explica esta situación? Ninguno, porque ninguno de los discursos convencionales sirve.
No es solidaridad con otros lo que se pide a los ciudadanos y ciudadanas, pues en realidad es solidaridad con el sistema y mediatizadamente con ellos, en la medida que el sistema los haya incorporado. No es beneficio individual, pues no es autoprotección lo que se busca, como cuando a la gente en la guerra se la conminan a bajar a los sótanos. No es nada de esto, aunque equívocamente los discursos lo mencionen.
Esto causa perplejidad, sinsentido. Es razonable preguntarse de qué se trata todo esto. La dificultad para articular lingüísticamente una respuesta es que, como se vio, no se trata de nada, de nada que se pueda ver y palpar. ¿Cómo articular en estas condiciones un discurso socialmente integrador que haga inteligible lo que está pasando? ¿Cómo articular un discurso socialmente integrador que justifique que los ciudadanos y ciudadanas puedan ser el mero medio, no fin de la acción pública, porque ese fin se ha trasladado a otra entidad, que los comprende e involucra, pero no como meras individualidades?
No es solidaridad con otros lo que se pide a los ciudadanos y ciudadanas, pues en realidad es solidaridad con el sistema y mediatizadamente con ellos, en la medida que el sistema los haya incorporado.
Sucede que la sociedad del riesgo que Beck ya predijo por los ochenta del siglo pasado (Beck 1986) ya está aquí, como forma generalizada de vida social. Lo que sabíamos menos es que la gestión de riesgos emergentes de escala social requiere de nuevos lenguajes para no generar irrealidad, falta de sentido.
Irrealidad, por el objeto que tratamos de preservar, que no somos nosotros, ni bienes materiales específicos que al final nos remiten a nosotros, sino un sistema, materialmente intangible, mera funcionalidad abstracta. Irrealidad por la amenaza, que tampoco es evidente, sino todo lo contrario, es solo probabilidad, sólo modelos matemáticos.
La sociedad, por medio de sus dirigentes políticos, pide a sus ciudadanos y ciudadanas que hagan algo por una entidad abstracta, causada por la amenaza de una entidad difusa, y le pide hoy sacrificios importantes que mañana pueden ser mayores. Pero, además, no comunica nada de esto. Perplejidad y sinsentido del quehacer social e individual.
¿Cómo articular un discurso socialmente integrador que justifique que los ciudadanos y ciudadanas puedan ser el mero medio, no fin de la acción pública, porque ese fin se ha trasladado a otra entidad, que los comprende e involucra, pero no como meras individualidades.
Perplejidad y sinsentido de hoy, que son fuente de desintegración social de mañana. Pues si efectivamente estamos en una sociedad del riesgo y comenzamos a vivir estas situaciones de manera más frecuente, ¿cómo va a explicar la política a los ciudadanos la necesidad recurrente de sacrificios sin explicitar esta pertenencia sistémica en que vivimos? Más aún, y si la política fuese capaz de articular otro lenguaje donde cupiera de forma normal esa totalidad sistémica, ¿cómo va explicar a los ciudadanos, a quienes exige solidaridad con el sistema, que la sociedad no sea justa con cada uno de ellos de la misma manera?
La paradoja es que es la misma sociedad que crea las fuentes del sinsentido, al crear tanto la amenaza (nuevos riesgos incontrolados) como el objeto amenazado (un sistema social complejo funcionalmente diferenciado) no produce, al menos por ahora, el lenguaje, las palabras que digan a sus ciudadanos y ciudadanas lo que se les pide efectivamente, otorgándole sentido a sus acciones sociales. Por el contrario, ella produce la idea de que somos un agregado de individuos aislados que luchamos cada uno por su lado por su sobrevivencia, donde solo existe el yo y el otro como entidades aisladas.
La batalla por la coherencia entre el lenguaje y realidad es probablemente un escenario donde se juega una buena parte del éxito de nuestra sociedad para enfrentar como sociedad los dilemas de su propio desarrollo que tanto nos duelen en estos días.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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