COLUMNA DE OPINIÓN
Populismo en tiempos de alienígenas
09.11.2019
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COLUMNA DE OPINIÓN
09.11.2019
La última encuesta Cadem muestra que el 71% de los chilenos apoya que continúen las marchas y movilizaciones. Al mismo tiempo, la encuesta también muestra que ningún sector político logra conectarse con, ni capitalizar el descontento de la calle. Hay un vacío de liderazgo que ninguna fuerza política logra llenar.
La oposición ha impulsado una acusación constitucional en contra del presidente Piñera y el ex-ministro Andrés Chadwick, por denuncias de violaciones a los derechos humanos. En tanto, el oficialismo y el gobierno han intentado verse cercanos a las demandas de la ciudadanía, aunque su foco ha sido la seguridad y el restablecimiento del orden público. El 7 de noviembre, el presidente Piñera anunció un paquete de medidas enfocadas en la seguridad (incluyendo mayor apoyo para judicializar a los delincuentes o violentistas, leyes anti saqueos y antibarricadas) y convocó al Consejo de Seguridad Nacional (COSENA) para manejar la crisis interna.
Dirigiéndose a las fuerzas policiales, el Ministro del Interior Gonzalo Blumel señaló que uno de los objetivos de la reunión fue “fortalecer su acción y su coordinación en lo que tiene que ver con el control del orden público (…) Es una tarea de la máxima necesidad y de la máxima importancia”. La agenda de seguridad y la reunión del COSENA son señales poderosas que sugieren que en el gobierno prima la lectura de la coyuntura como un problema de orden público. Mientras tanto, Chile está inmerso en una discusión crucial sobre cómo responder a la crisis en el mediano y largo plazo, pero en el corto plazo el gobierno no logra plantear respuestas satisfactorias que le apunten a los problemas de fondo. Las movilizaciones y la represión continúan. En este contexto, nos preguntamos, ¿cómo puede incidir esta falta de liderazgo, un liderazgo que logre darle sentido y una salida institucional a las demandas de la ciudadanía, en la campaña presidencial del 2021?
Una crisis política mal tramitada puede beneficiar a liderazgos populistas y de tinte autoritario de cara a las próximas elecciones. ¿Por qué? Recordemos que, de entrada, la satisfacción de los chilenos a la democracia y sus instituciones viene cayendo. Como lo muestran las encuestas del Barómetro de las Américas, en 2018 sólo el 20% de los encuestados declaró confiar en el Congreso y 10% en los partidos políticos. La experiencia de otros países nos ha enseñado que este tipo de crisis sociales y políticas, en contexto de baja confianza institucional, son el caldo de cultivo ideal para el surgimiento de líderes con discursos populistas que se presentan a sí mismos como únicos posibles salvadores y defensores del pueblo.
Como nos lo recuerda la politóloga María Esperanza Casullo, el populismo es un fenómeno que se presenta tanto en la derecha como izquierda, y suele dividir el campo político en dos, nosotros (“el pueblo, los buenos”) versus los otros (“la élite, los malos”). Es supremamente útil como herramienta política pues en contraste con el discurso tecnocrático, que un ciudadano promedio suele encontrar aburrido, el líder populista construye y moviliza mediante su discurso emotivo el pueblo al que sólo él defiende.
La coyuntura chilena podría ser tierra fértil para un liderazgo así. Si la inacción política del gobierno continúa, junto con más represión, niveles altos y sostenidos de violencia podrían generar un desgaste e incomodidad creciente en la clase media chilena y, en los sectores políticos moderados. Cansados, estos grupos pueden volcarse hacia líderes cuya bandera sea llamar al restablecimiento de la “paz en el país”, justificando la represión hacia los manifestantes.
Varios líderes políticos chilenos, pero especialmente José Antonio Kast, pueden verse beneficiados de un escenario así. Sus liderazgos construyen la coyuntura simplemente como un problema de delincuencia, violencia desmedida y orden público.
En un contexto de insatisfacción, el descontento social vinculado a la desigual distribución de los ingresos y las legítimas demandas de quienes protestan, podrían pasar a segundo plano. Por el contrario, el discurso de extrema derecha puede fortalecerse, y virar hasta convertir a quienes se movilizan en una amenaza para la paz y seguridad del pueblo chileno. Este giro beneficiaría a la elite económica, pues la discusión ya no será sobre un cambio constitucional que reconfigure el pacto social y restrinja sus privilegios. Tampoco será sobre cómo diseñar un sistema tributario más equitativo, que permita generar redistribución haciendo que los más ricos paguen más impuestos. En cambio, el problema serán los jóvenes, los violentistas, y la solución más sencilla: restablecer el orden público a través de la política de la “mano dura”.
En síntesis, planteamos que la gestión del gobierno actual del conflicto social y político es clave para construir un nuevo pacto social y avanzar en la construcción de un país más igualitario, requerimiento central de los manifestantes.
Obviamente también juega la capacidad organizativa de los manifestantes. Mantener movilizaciones enérgicas y disruptivas, pero no violentas, es un desafío enorme, del cual también depende que el apoyo que las movilizaciones tienen en la opinión pública (mayoritario hasta el momento) no se desvanezca. Sin embargo, queremos enfatizar que un mal manejo político por parte del gobierno (como el observado hasta hoy) puede ayudar al surgimiento y consolidación de movimientos populistas de extrema derecha. El germen del discurso populista está aquí, como ya vimos. Adicionalmente, su relevancia electoral podría verse facilitada por el bajo nivel de participación de los jóvenes chilenos y por la ausencia de liderazgo político en la izquierda.
En la elección presidencial del 2017, solo uno de cada tres jóvenes menores de 30 años votó. Un liderazgo populista de derecha puede generar un amplio rechazo en este grupo, que creció bajo democracia. Pero, si esta disconformidad no logra traducirse en un castigo en las urnas, los jóvenes no servirán de contrapeso electoral.
Esta compleja mezcla puede derivar en que la carrera presidencial del 2021 sea monopolizada por la extrema derecha populista y su discurso de la “ley y el orden”, de la “mano dura” contra los “castro-chavistas” y la “internacional socialista.” El malestar social profundo y legítimo quedará reducido a pataleos de grupo de “alienígenas” que quieren convertir al país en “Chilezuela”. Sólo la extrema derecha podrá salvar a Chile de la invasión.
Alvaro Hofflinger es académico de la Universidad de la Frontera, Temuco. Obtuvo su PhD en Políticas Públicas y maestría en estudios latinoamericanos en la Universidad de Texas en Austin. Psicólogo de la Universidad de la Frontera.
Sandra Botero es académica de la Universidad del Rosario, Colombia. La Dra. Botero obtuvo su PhD en Ciencia Política en la Universidad de Notre Dame, Maestría en estudios latinoamericanos en la Universidad de Texas en Austin. Historiadora de la Universidad Nacional de Colombia.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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