Debate por ley de «cultivo seguro»: crítica al uso de neuroimágenes en la controversia sobre el cannabis
29.04.2019
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29.04.2019
La siguiente columna es una respuesta al artículo de opinión publicado por CIPER en marzo pasado (“Consumo de marihuana y daño cerebral en escolares chilenos”), que mostró los resultados de una investigación sobre daño cerebral provocado por consumo de marihuana y que se basó en el análisis de neuroimágenes. El autor de esta respuesta señala que en la propia comunidad científica hay reticencia a darle valor diagnóstico a este tipo de imágenes (NeuroSpect), las que, a su juicio, se utilizan para volver convincentes “discursos patologizadores”. Todo esto, en medio del debate legislativo para legalizar el cultivo de marihuana con fines medicinales.
Vea la respuesta de Anneliese Dörr y Sonia Neubauer a esta columna
En momentos en que se discute en el Senado un proyecto de ley que apunta a permitir el cultivo de marihuana con fines medicinales, la doctora en psicología Anneliese Dörr publicó en CIPER una columna de opinión (vea ese texto) en el que asegura haber demostrado que la marihuana causa un severo daño cerebral en adolescentes, presentando como respaldo neuroimágenes producidas a través de tomografías computarizadas por emisión de fotón único (SPECT) (1). Las representaciones utilizadas acusan envejecimiento cerebral y disminución de las capacidades cognitivas en jóvenes usuarios de cannabis. Pese a que las imágenes se presentan como una incontestable evidencia científica, se omite que el uso de SPECT para realizar diagnósticos de ese tipo es objeto de profunda controversia en la comunidad científica.
Un primer punto a destacar es que la discusión sobre el uso medicinal de cannabis no tiene nada que ver con los efectos que podría tener su consumo por adolescentes, uso que no es recomendado en lo absoluto. Por el contrario, el tema de discusión central es el acceso a poder cultivar una especie vegetal por parte de quienes la requieren para fines terapéuticos, que es el objetivo de la ley que se tramita en el Senado. Traer así al debate un estudio que asegura daños cerebrales en adolescentes desenfoca el sentido de la discusión. Los términos en que ésta es planteada restringen el tema a un problema epidemiológico, centrando el debate en un universo referencial próximo a la enfermedad, desconociendo así que el uso de sustancias declaradas ilícitas se trata de un fenómeno complejo y multicausal que implica diversos abordajes para su compresión cabal.
Se sustenta dicha afirmación en un estudio realizado en 2013 por Ismael Mena y Anneliese Dörr, junto a otras autoras, en el que aseguran haber encontrado daño neurológico en jóvenes usuarios de cannabis (2). Un primer problema de dicha investigación es que establecen una relación inmediata entre el cannabis y el daño cerebral, sin especificar la sustancia utilizada por los estudiantes. En un contexto de prohibición de dicha especie vegetal, donde el mercado negro domina los términos de intercambio, cualquier investigador honesto está obligado a establecer con precisión qué es lo que consumen las personas antes de realizar cualquier análisis. La investigación no se preocupa por determinar en absoluto qué sustancia específica consumían, si es que estaba adulterada o con qué otros componentes era acompañada. Se establece que los jóvenes consumen cannabis y que el daño provocado es ineludiblemente producto de esa variable, sólo a partir de que los mismos adolescentes declaran haber consumido marihuana en al menos cuatro ocasiones al mes y tener un uso habitual mínimo de 18 meses.
También se debe señalar la mirada clasista de los investigadores en la selección de la muestra de estudio. Los 40 jóvenes seleccionados, rotulados como “sujetos consumidores exclusivamente de marihuana”, provienen del “nivel socioeconómico medio bajo” y son estudiantes de colegios de “comunas periféricas de Santiago”. Dicho sesgo muestral reproduce el enfoque clasista que ha primado en la política de drogas en Chile, objetivándose el consumo problemático en los sectores sociales definidos como ‘vulnerables’.
Utilizar como recurso las imágenes que supuestamente describen las áreas afectadas en los cerebros de adolescentes que dicen usar marihuana, tiene por efecto reforzar los enunciados expresados en el artículo científico. La visualización de procesos cerebrales resulta ser así una estrategia discursiva. Deena Weisberg y otros investigadores sostienen que en la presentación de neuroimágenes se combina la autoridad epistémica y el atractivo sensorial de las imágenes en general con el particular poder de lo neurológico. De esta forma, la “información neurocientífica irrelevante para un argumento o explicación la hace más persuasiva de lo que sería sin ella” (3).
David P. McCabe y Alan D. Castel en un artículo sobre el efecto de las imágenes del cerebro en los juicios de razonamiento científico, concluyen que resulta más probable que las personas estén de acuerdo con las afirmaciones científicas –y crean que un razonamiento es correcto– cuando están respaldadas por una imagen del cerebro que cuando lo están por otro tipo de imagen (4). Matthew B. Crawford, del Institute for Advanced Studies in Culture de la Universidad de Virginia, destaca la fuerza persuasiva del escáner cerebral, señalando que es un recurso que al ser usado cuando se presentan argumentos científicos resulta ser un “solvente de acción rápida de las facultades críticas” (5).
Las críticas a las neuroimágenes producidas por SPECT provienen sobre todo del propio campo de la neurología. La investigadora en neurociencias Martha J. Farah y el psiquiatra Seth J. Gillihan, de la University of Pennsylvania, sostienen que la falta de validación empírica ha llevado a una condena generalizada de SPECT de diagnóstico por prematura y no probada, no desempeñando un papel aceptado en el diagnóstico psiquiátrico más allá de descartar factores médicos como tumores o lesiones cerebrales traumáticas (6).
La tomografía SPECT utiliza un isótopo radioactivo que es inyectado en el torrente sanguíneo para poder medir la irrigación en el corazón o el cerebro. Se infiere que la mayor oxigenación de una región cerebral implica mayor actividad, por lo que la tomografía, al poder captar el elemento radioactivo, es capaz de medir las variaciones en el flujo sanguíneo en el órgano. La información producida es procesada a través de un software que acaba construyendo una imagen tridimensional de baja resolución que dice representar la actividad cerebral. Adina Roskies destaca que podría haber otras representaciones de los flujos sanguíneos del cerebro, ya sean gráficos o cuadros, pero el software fue diseñado para producir una imagen de una figura similar al cerebro y los diferentes flujos detectados por éste son representados en la imagen final con diversos colores. Las exploraciones cerebrales funcionan así como retratos individuales o representaciones de actividades mentales (7).
También hay que distinguir entre las imágenes morfológicas y las imágenes funcionales. Michael Hagner comenta que las imágenes morfológicas del cerebro siempre tuvieron un correlato natural, a diferencia de las imágenes funcionales fabricadas por NeuroSPECT, las que persiguen representar una función (8). Con este tipo de imágenes no asistimos a una representación orgánica directa, sino que además de ser mediadas por la tecnología, persiguen explicar funciones y determinadas estructuras del cuerpo. Es decir, la imagen presentada no es una fotografía instantánea de los flujos de sangre cerebral al interior de nuestros cerebros, sino que una representación construida.
Se estima que un cerebro normal tiene unos 80 mil millones de neuronas, realizando cada una de ellas conexiones sinápticas con otras miles de neuronas. Ante tamaño flujo de sinapsis, la SPECT, que es capaz de medir el incremento de flujos sanguíneos produciendo imágenes de determinadas regiones, tiene una precisión temporal y espacial bastante limitada.
El SPECT es utilizado actualmente para detectar accidentes cerebrovasculares, tumores y una forma rara de enfermedad de Alzheimer, conocida como demencia temporal frontal. Es decir, estamos hablando de dolencias con un correlato físico. Sin embargo para la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, la Sociedad de Medicina Nuclear e Imagen Molecular y para gran parte de los psiquiatras y neurólogos es una herramienta de diagnóstico limitada cuando se trata de patologías psiquiátricas. No se ha demostrado que, en ese campo, sea precisa y confiable. John Seibyl, de la Sociedad de Medicina Nuclear e Imagen Molecular, asegura que la comunidad científica ha establecido que SPECT no tiene ningún valor para diagnosticar trastornos psicológicos (9).
Una revisión de 2012 realizada por la Asociación Psiquiátrica Americana determinó que los estudios de neuroimagen “aún no han tenido un impacto significativo en el diagnóstico o el tratamiento de pacientes individuales”. La revisión también establece que los estudios de neuroimagen «no brindan suficiente especificidad y sensibilidad para clasificar con precisión los casos individuales con respecto a la presencia de una enfermedad psiquiátrica” (10). En particular, respecto del uso de SPECT para realizar diagnósticos clínicos en niños, la Asociación Psiquiátrica Americana concluyó que «la evidencia disponible no respalda el uso de imágenes cerebrales para el diagnóstico clínico o el tratamiento de trastornos psiquiátricos en niños y adolescentes” (11). La evidencia es reacia con SPECT y pinta un cuadro conflictivo entre académicos y proveedores de servicios médicos. Un estudio de 2013 concluía que los investigadores académicos se mostraban escépticos acerca de la aplicación clínica de la neuroimagen en el contexto de la salud mental (12).
"El estudio (de Dörr) más que evidenciar una alteración cerebral verificable (...), persigue producir efectos políticos en medio de la discusión sobre la despenalización para uso medicinal. Su objetivo fue producir un hecho que clausurara la discusión en base al poder epistémico y cultural de las neuroimágenes".
Farah y Gillihan destacan que la mayor parte de las investigaciones de neuroimagen en psiquiatría que comparan personas sanas con enfermas utilizando neuroimagen funcional, tienen importantes limitaciones respecto de inferencias relacionadas a procesamientos cognitivos o emocionales, como el que Mena y Dörr atribuyen al cannabis. Al comparar hallazgos estructurales y funcionales de sujetos individuales se observa un alto grado de variabilidad, lo que quita a dichas imágenes sensibilidad.
En trabajos anteriores Dörr se esforzó en comprobar supuestos daños cognitivos producidos por el consumo de cannabis, medidos a través de test psicométricos. La utilización de NeuroSPECT tiene por función utilizar esta tecnología, y por sobre todo sus efectos simbólicos, para dar fundamentos a su posición contraria a la despenalización del cannabis, mostrando así el supuesto correlato neuronal de las conductas que la psicóloga quiere atribuir al cannabis. Sin embargo, las anormalidades en el cerebro que dicen demostrar Mena y Dörr, están más en contacto con un atávico prejuicio respecto de la conducta de los usuarios de cannabis que con un correlato efectivamente probado por una técnica de diagnóstico aceptada.
El estudio más que evidenciar una alteración cerebral verificable respecto del uso del cannabis, persigue producir efectos políticos en medio de la discusión sobre la despenalización de dicha especie para uso medicinal. Su objetivo fue producir un hecho que clausurara la discusión en base al poder epistémico y cultural de las neuroimágenes, dando así sustento a una cerrada posición de una parte del estamento médico en rechazo al cannabis. La agenda que está detrás de esta preocupación por copar la discusión en la opinión pública respecto de las percepciones sobre el cannabis, instalando estos estudios como si fueran verdad comprobada y recurriendo a imágenes de dudosa veracidad científica, persigue mantener el fracasado prohibicionismo y el campo abierto para una intervención sanitaria que no ha sido capaz de superar su mirada patologizadora sobre el uso del cannabis.
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