Problemas de salud mental en estudiantes universitarios (I): ¿consecuencias de la (sobre) carga académica?
11.03.2019
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11.03.2019
Muchos sacrificios familiares se justifican cuando un hijo o una hija llega a la universidad. Pero ese sueño puede verse afectado por el alto riesgo que enfrentan los universitarios de desarrollar problemas de salud mental. En los últimos años, las unidades de bienestar de las universidades chilenas han detectado una demanda de atención creciente en esa área. ¿Qué dicen los datos disponibles?: un 27% de los estudiantes presenta sintomatología depresiva severa, 24% un consumo problemático de alcohol y 15% algún tipo de trastorno de la alimentación. En esta columna se examinan posibles causas de estos problemas. En una segunda entrega se abordarán propuestas de solución.
Un malestar recorre las universidades. La sobrecarga académica, el estrés y los problemas de salud mental se han transformado recientemente en objeto de nuevas demandas de las federaciones universitarias. ¿Cuáles son las raíces de este malestar? Y lo más importante: ¿cómo podemos enfrentarlo?
El ingreso a la educación superior abre grandes oportunidades, pero también supone sobrellevar los desafíos propios de la transición a la edad adulta. Este periodo de “adultez emergente” (18-28 años) viene acompañado muchas veces por un alejamiento de las familias, migración desde las localidades de origen, la necesidad de equilibrar estudios con empleo, dificultades económicas e incertidumbre respecto al futuro. Muchos jóvenes se deben adaptar además a cambios profundos en los roles sociales, como la transición desde un modelo escolar altamente estructurado y protegido a uno caracterizado por la flexibilidad, autonomía, nuevas exigencias y métodos de aprendizaje. Asimismo, el paso por la universidad se puede asociar a inconsistencias o desajustes entre las altas expectativas (mayores oportunidades laborales e ingresos, movilidad social ascendente) y las oportunidades reales que disponen los estudiantes una vez egresados (alta competencia en el mercado laboral, tensiones asociadas al endeudamiento).
Distintos estudios han demostrado que la obtención de títulos universitarios tiene un efecto protector contra los problemas de salud mental a lo largo de la vida. Sin embargo, el periodo universitario es un momento particular donde los jóvenes presentan una alta prevalencia de problemas de salud mental. Se trata, de hecho, de un periodo que coincide con el inicio de la mayor parte de los trastornos mentales.
Durante los últimos años, las unidades de bienestar de las universidades chilenas han detectado una demanda de atención creciente asociada a problemas de salud mental. En este contexto, ¿qué nos dicen los datos disponibles? Las cifras internacionales permiten estimar que alrededor del 20% de los estudiantes universitarios cumplen con los criterios de depresión mayor.
En Chile algunos estudios indican altas tasas de sintomatología ansiosa y depresiva en esta población, particularmente entre las estudiantes mujeres, siendo incluso superiores al promedio nacional en los grupos de edad correspondientes. Un estudio de prevalencia muestra que un 27% de los estudiantes universitarios presenta sintomatología depresiva severa. El mismo estudio identifica que un 10% de los estudiantes cumple con los criterios de trastorno bipolar, mientras que el 24% presentaría un consumo problemático de alcohol y el 15% sufriría algún tipo de trastorno de la alimentación. Asimismo, el 5% de los estudiantes presentaría un riesgo moderado a severo de intento de suicidio. A estas cifras se agrega un uso creciente y desregulado de medicamentos -como metilfenidato o modafinilo- para lograr mayores niveles de concentración y rendimiento en periodos de alta demanda académica.
¿Estamos frente a una de las consecuencias de la (sobre) carga académica? Diversos diagnósticos de la época nos recuerdan que actualmente vivimos en “sociedades del rendimiento”, caracterizadas por un compulsivo exceso de trabajo. En este tipo de sociedades los individuos están en permanente competencia con los demás, pero también consigo mismos. La contracara del rendimiento es la fatiga, el sentimiento de insuficiencia, el desasosiego y la depresión. De este modo, la experiencia de estrés agudo, crónico o burn-out no sería sino la consecuencia de una explotación voluntaria de sí mismo que se hace pasar por libertad, éxito y auto-realización. ¿Se trata también de un problema que afecta a nuestras universidades?
No son pocas las voces que han sostenido que la carga académica, largas horas de estudio y numerosas noches sin dormir serían el principal factor que afecta la salud mental de los estudiantes. Existe un consenso en las unidades de bienestar de las universidades respecto a que los principales motivos de consulta psicológica entre los estudiantes están relacionados con el área académica. Y es que la percepción de estar jugándose el futuro en los exámenes parece impactar significativamente sobre su bienestar emocional.
¿Es la sobrecarga académica la causa del problema? Sería reduccionista pensar que es el único factor. Por un lado, las causas subyacentes varían de persona a persona, no todos los estudiantes responden de igual modo frente a la misma carga y ciertamente no todos sus problemas están relacionados con sus experiencias universitarias. Por otro lado, los estudiantes tienden a buscar ayuda una vez que su rendimiento académico se ve afectado, pero a menudo sus dificultades comienzan mucho antes y se asocian a vulnerabilidades y factores de riesgo que se arrastran desde la adolescencia.
Por lo tanto, para comprender este (¿nuevo?) malestar universitario es necesario interpretarlo en el contexto de los cambios más amplios que se han producido en las dinámicas generacionales y en el sistema de educación superior chileno.
Por una parte, los problemas de salud mental parecen ser cada vez más frecuentes en niños y adolescentes, lo que podría explicar la agudización de estos cuando las nuevas generaciones ingresan al sistema de educación superior. Por otra parte, la profunda diversificación de la matrícula universitaria durante las últimas décadas y los valiosos esfuerzos por reducir las barreras socioeconómicas en el ingreso (por ejemplo, a través de la política de gratuidad y los cupos de equidad) han producido un cambio importante en el perfil sociodemográfico de los estudiantes, permitiendo la incorporación de grupos de personas que presentan un mayor riesgo a desarrollar problemas de salud mental (en particular, mujeres e individuos provenientes de grupos más vulnerables). Estos procesos pueden estar acompañados por la reproducción de experiencias de desigualdad al interior de las instituciones, produciendo dificultades de adaptación de las primeras generaciones de universitarios al nuevo contexto social que representa la vida universitaria.
¿Y si la alta prevalencia global de problemas de salud mental entre los estudiantes universitarios no es sino un síntoma de una crisis de la idea moderna de Universidad? La institución que conocemos como Universidad se ha desarrollado en base a la concepción moderno-industrial de la educación como una cadena de producción y distribución del conocimiento. Esta idea asume el supuesto de que mientras entreguemos a los estudiantes un conjunto de datos y habilidades éstos lograrán crear un relato suficientemente coherente de la realidad para poder transformarla. Sin embargo, la complejidad del mundo de hoy enfrenta a los jóvenes a enormes cantidades de información que resulta difícil asimilar, exigiendo mayor flexibilidad emocional, cognitiva y relacional para adaptarse a cambios acelerados.
Más allá de estas posibles causas, lo cierto es que los problemas de salud mental pueden afectar a los estudiantes en cualquier momento de su carrera. Sin embargo, las primeras etapas de la vida universitaria tienen el potencial de convertirse en un escenario clave para la prevención, detección y tratamiento temprano de problemas que no solo afectan la vida de hoy, sino que comprometen el bienestar de mañana. Los problemas de salud mental tienen un impacto sustancial en el rendimiento académico, aumentan el riesgo de abandono de las carreras y actúan insidiosamente en la percepción que las personas tienen de sí mismas y en sus relaciones sociales, además de ser fuertes predictores de un menor rendimiento ocupacional y nivel de empleabilidad en el futuro.
La esencia de la existencia de un problema es que tiene solución, pero a condición de responder las preguntas pertinentes. Si ya contamos con algunos diagnósticos generales, ¿qué acciones podemos ahora implementar? Es lo que abordaremos en la próxima columna.
Álvaro Jiménez Molina es psicólogo, doctor en Sociología (Universidad de París), investigador post-doctoral del Núcleo Milenio para mejorar la salud mental de adolescentes y jóvenes (Imhay) y del Instituto Milenio para la investigación en depresión y personalidad (MIDAP). Investigador joven del Núcleo Milenio en Desarrollo Social (DESOC), Universidad de Chile.
Graciela Rojas es psiquiatra, doctora en Medicina (Universidad J.W. Goethe de Frankfurt), directora del Hospital Clínico de la Universidad de Chile, investigadora asociada del Núcleo Milenio para mejorar la salud mental de adolescentes y jóvenes (Imhay).
Vania Martínez es psiquiatra de adolescentes, doctora en Psicoterapia (Pontificia Universidad Católica y Universidad de Heidelberg), profesora de la Universidad de Chile y directora del Núcleo Milenio para mejorar la salud mental de adolescentes y jóvenes (Imhay).