El barco fantasma
10.01.2019
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10.01.2019
(Foto de portada: Rafael Trujillo. Crédito: Getty Images).
El velero de cuatro palos amanece anclado en las quietas aguas de la bahía de San Juan del Sur, y los fuertes vientos de finales de diciembre lo hacen girar desde el costado de estribor hasta dejarlo de proa a la costa. Es el Sea Cloud, un buque para cruceros de lujo que puede alojar a sesenta pasajeros.
Los brochures hablan de él como de “una leyenda romántica”, con sus lujosos camarotes que conservan el estuco historiado en las paredes, los muebles de teca, sus ricos tapices, baños y chimeneas de mármol de Carrara y las llaves de los grifos de oro puro, “la magnificencia de los grandes palacios franceses”; un palacio flotante que recala en diversos puertos del Caribe y Centroamérica.
El chef y el sommelier provienen del hotel Alberg de Austria, la cava es más que selecta y el menú ofrece “delicias culinarias” servidas en porcelana de Sévres. La lista de pasajeros es un secreto bien guardado, y hay entre ellos “poderosos empresarios y altos directivos de multinacionales”.
Cuando llega la noche de despedida de año, el Sea Cloud parece arder con toda su arboladura encendida con ristras luces, pero el viento no trae música de fiesta, contrario a su vieja tradición, pues en un tiempo fue un cabaret flotante, cuando se llamaba Angelita y el mascarón de proa era una feroz águila dorada.
Fue botado en Bremen en 1931, encargo del magnate financiero Edward F. Hutton y su cónyuge Marjorie Merriweather Post, dueña de General Foods y emperadora del cornflake. El presidente Franklin Delano Roosevelt y su esposa Eleonora pasaron allí su luna de miel. Su primer nombre fue Hussar V, con 2.500 toneladas de registro bruto, 110 metros de eslora, 15 de manga, y 5 de calado máximo; el yate más grande del mundo para entonces, equipado con cuatro motores de 3.200 caballos, capaz de alcanzar una velocidad de 14 nudos.
Pero en 1955 lo compró el Generalísimo Rafael Leónidas Trujillo, presidente vitalicio de la República Dominicana, y Benefactor de la Patria, Padre de la Patria Nueva, Invicto de los Ejércitos Dominicanos, Restaurador de la Independencia Financiera, Primer Agricultor Dominicano, Primer Anticomunista de América, entre sus más de veinte títulos oficiales. Se propuso él mismo para Premio Nobel de la Paz, pero con nula fortuna.
El velero llegó a puerto en Ciudad Trujillo, la capital, durante la “Feria de la Paz y la Confraternidad del Mundo Libre”, montada para celebrar sus 25 años en el poder, y lo bautizó con el nombre de su hija Angelita, (María de los Ángeles del Sagrado Corazón de Jesús), de 16 años, reina de la feria. Vestida de blanco, lució en medio del calor infernal del Caribe un abrigo hecho de 600 pieles de armiño ruso del modisto romano Fontana, con que valía $ 80.000 dólares, y otro dineral costó su cetro y corona.
Quien más disfrutaba del barco era, sin embargo, Ramfis, el hijo mayor del Primer Maestro de la Patria: coronel a los 5 años de edad, general de brigada a los 9 y generalísimo a los 10, figuraba a la cabeza de “La Cofradía” un grupo de alegres disolutos del que formaba parte su cuñado Porfirio Rubirosa, el más famoso playboy internacional de aquel tiempo, casado con Flor de Oro Trujillo, otra de las hija del Paladín de la Libertad.
Las fiestas hasta el amanecer eran continuas, con el velero anclado o en travesía. Se alternaban las orquestas románticas y las que tocaban merengues ripiaos, y no era raro ver en ellas a celebridades tales como Yul Brynner, Kim Novak o Zsa Zsa Gabor. Algunas veces comparecía el propio Salvador de la Dignidad Nacional, y hay quien atestigua haberlo visto pasearse en cueros por la cubierta del Angelita, deseoso de mostrar sus atributos masculinos delante de la concurrencia, mientras su esposa, la Prestante Dama doña María, permanecía a buen recaudo en palacio.
No faltaba sí, Radamés, hermano de Ramfis, bautizados ambos con nombres de personajes de la ópera Aida de Verdi; tampoco otros miembros de aquella fauna que buscaba blanquearse la piel porque les horrorizaba el color atezado que los denunciaba como mulatos: los hermanos del Protector de Todos los Obreros, Héctor Bienvenido, alias Negro (para su mala fortuna), o Amable Romeo, alias Pipí, patrón de burdeles, los que sólo podían funcionar al amparo de la “tarjeta de Pipí” que él extendía.
Pero el Angelita tiene su parte en la historia del fin del trujillato. El Campeón de la Democracia Continental fue muerto a tiros el 30 de mayo de 1961, y el 18 de mayo del mismo año Ramfis cargó el ataúd en el velero, e igual hizo subir a bordo numerosos cajones llenos de billetes, después de saquear el Banco Central. Partieron del puerto de Boca Chica rumo a Cannes, pero cerca de las Azores el barco fue interceptado por la marina de Portugal, y obligado a regresar al puerto de origen con su carga, cadáver y dinero.
La inmensa fortuna familiar conseguida en base a robos, estafas y desmanes de poder se disipó para siempre. Ramfis murió en un accidente de automóvil en España, conduciendo un Ferrari; Rubirosa murió en París, cuando chocó al volante de otro Ferrari; a Radamés le pasaron la cuenta sicarios del narcotráfico en Colombia. Amable Romeo, Pipi, vio desaparecer su imperio de burdeles y murió añorando sus gallos de pelea en Miami.
Angelita, dicen que tiene una estación de gasolina en Miami y predica en las esquinas la llegada del Reino.
Cuando me asomo a la bahía la mañana del 2 de enero, el Sea Cloud ha desaparecido del paisaje. Un barco fantasma, me digo, que llega a las costas de Nicaragua cada fin de año y me lo imagino alzando velas para seguir paseando por los mares hasta el fin de los siglos el féretro del Generalísimo Rafael Leónidas Trujillo, dictador perpetuo.
Masatepe, enero 2019