La mitad invisible: mujeres y el trabajo no remunerado
20.12.2018
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20.12.2018
La economía depende en una buena medida del trabajo gratuito que hacen millones de mujeres. Pero ese trabajo se ha negado de tal modo que no se lo considera al calcular lo que los países producen y, como sostiene la columnista, hay corrientes que ni siquiera lo distinguen del ocio. La autora estima que políticas de calidad que fomenten el empleo de las mujeres deben considerar este trabajo invisible, pues una mujer “desocupada” según las estadísticas actuales, trabaja en realidad siete horas a la semana. Y una mujer “ocupada” trabaja 11 horas diarias, si se le suma las tareas no remuneradas que hace en el hogar.
“El trabajo doméstico es mucho más que la limpieza de la casa. (…) Es la crianza y cuidado de nuestros hijos ―los futuros trabajadores― cuidándoles desde el día de su nacimiento y durante sus años escolares, asegurándonos de que ellos también actúen de la manera que se espera bajo el capitalismo. Esto significa que tras cada fábrica, tras cada escuela, oficina o mina se encuentra oculto el trabajo de millones de mujeres que han consumido su vida, su trabajo, produciendo la fuerza de trabajo que se emplea en esas fábricas, escuelas, oficinas o minas”.
Silvia Federici, “El Patriarcado del Salario”.
La ola feminista observada en Chile y el mundo en el último par de años se ha enfocado principalmente en terminar con la violencia de género y defender los derechos reproductivos plenos para las mujeres. Sin embargo, a pesar de lo avanzado, hay importantes manifestaciones del patriarcado que no han sido abordadas, particularmente en el área económica, como la división sexual del trabajo.
En esta columna abordaremos la injusta distribución del trabajo no remunerado, definido como aquel por el cual no se reciben remuneraciones directas y que es realizado en mayor medida por las mujeres dentro del hogar.
Este trabajo sigue siendo ignorado por el Estado, la academia, la mayoría de los organismos internacionales y por la sociedad en su conjunto.
El trabajo no remunerado comprende actividades que van desde recoger leña, preparar comidas y realizar labores de limpieza en el hogar, hasta el cuidado y atención de niños y ancianos. Son actividades socialmente necesarias que generan valor económico en la forma de productos y servicios. Estas actividades tienen un costo de producción y de oportunidad, un valor en el mercado y no son ilimitadas. Al no ser remunerado, este trabajo es explotado por quienes se benefician de él. La comprensión de esta realidad y la solución de los problemas que de ella se originan, son fundamentales para superar un modelo económico que no solo se caracteriza por la explotación de los trabajadores remunerados, sino también de la mujer, aun cuando no participe del mercado laboral.
La existencia y perpetuación de esta enorme masa de trabajo no remunerado focalizado en la mujer ha exigido un complejo proceso político, social y cultural que ha logrado relegar al trabajo no remunerado al plano de lo personal. La romantización del trabajo no remunerado ha sido nociva por su significancia simbólica. Pero también, porque ha naturalizado la expresión más extrema de la división sexual del trabajo: aquella que carga en las mujeres labores productivas a cambio de un salario nulo y al mismo tiempo les niega a éstas actividades la condición de trabajo y la necesidad de valorizarlas, incluirlas en el ámbito contable y posicionarlas como foco de estudio y objeto de políticas públicas.
Así, al posicionar el trabajo no remunerado en la esfera de lo privado y ensalzarlo como un trabajo al que no se le puede poner precio, no se ha hecho más que invisibilizar a las mujeres que lo ejecutan.
Una consecuencia de lo anterior es que, en la práctica, para la academia, las cuentas nacionales, las estadísticas oficiales levantadas por el Estado y para el grueso de las políticas públicas, el trabajo no remunerado no es trabajo. Todas las mujeres (y hombres) que actualmente se dedican a tiempo completo a labores tan relevantes como la reproducción, el cuidado y educación de niños y ancianos, y a la mantención del hogar, son para el Estado personas inactivas o desocupadas.
El trabajo no remunerado se sitúa incluso en algunos instrumentos de medición en contraposición al trabajo remunerado. Por ejemplo, en la encuesta CASEN, que es la base de la mayor parte de las políticas sociales del Estado, la pregunta principal para separar a ocupados de desocupados es: “La semana pasada, ¿trabajó al menos una hora, sin considerar los quehaceres del hogar?”. Así, el trabajo no remunerado, en particular el realizado en el hogar, queda fuera de todo foco de estudio; es materia privada, familiar. Por lo mismo para el Estado de Chile hoy más de la mitad de las mujeres en Chile están desocupadas y son así económicamente inactivas.
Estas violencias tácitas están validadas por las ciencias sociales y en particular por la economía, disciplina que históricamente ha recogido y replicado las lógicas patriarcales del mundo que intenta explicar. Un ejemplo son los modelos ocio-consumo. El más famoso fue planteado por el Premio Nobel de Economía Gary Becker en 1965 en “Una teoría de la asignación del tiempo” y es el estándar utilizado en economía para explicar la participación en el mercado laboral. En ese modelo, los individuos deben distribuir su tiempo entre trabajo remunerado y tiempo libre, según sus preferencias personales por el ocio y por el consumo. El tiempo utilizado en el trabajo no remunerado no es considerado distinto al tiempo gastado en pasatiempos o descanso, lo que reproduce la idea de las labores domésticas como un pasatiempo de las mujeres. La falta de cuestionamiento a la validez de este modelo y a otros similares en las escuelas de economía, explica en parte la perpetuación de esta invisibilización tanto en la academia, el Estado y en las ciencias sociales en general.
La degradación del trabajo doméstico a la categoría de ocio no es una expresión nueva del patriarcado en términos económicos. Por ejemplo, ya en 1988 Marylin Waring con su libro “Si las mujeres contaran”, planteaba que la exclusión del trabajo doméstico de las cuentas nacionales (a través de las cuáles se calcula el Producto Interno Bruto) no era fruto de una decisión técnica, sino por el contrario, una decisión basada en una teoría económica profundamente permeada por los roles de género tradicionales y los valores del patriarcado. Incluso llegó a llamar al Sistema Internacional de Cuentas Nacionales un “patriarcado aplicado”. Su trabajo, en conjunto con el de otras economistas y cientistas sociales, hizo que en 1994 la Plataforma de Beijing de la ONU incluyera como recomendación para los países miembros “elaborar medios estadísticos apropiados para reconocer y hacer visible en toda su extensión el trabajo de la mujer y todas sus contribuciones a la economía nacional, incluso en el sector no remunerado y en el hogar”. Pero esta sugerencia ha sido recogida sin el compromiso de que estas estadísticas se levanten de manera sistemática y se las use para generar política pública.
En Chile, por ejemplo, solo ha existido una instancia de medición para el trabajo no remunerado a nivel nacional: la Encuesta Nacional de Uso de Tiempo (ENUT, 2015) que es representativa solo a nivel nacional urbano y muestra que las mujeres están muy lejos de estar “desocupadas”. De acuerdo a la ENUT, una mujer “desocupada” para las estadísticas usuales (es decir sin trabajo remunerado), trabaja aproximadamente entre 6,5 y 7 horas (un día de semana) mientras que un hombre sin trabajo remunerado trabaja menos de tres. Considerando el total de horas trabajadas en un día de semana (tanto en labores remuneradas como no remuneradas), las mujeres superan a los hombres en aproximadamente un 17%. Asimismo, el trabajo no remunerado total (realizado tanto por hombres como por mujeres) es aproximadamente el 50% del trabajo que se realiza en un día de la semana en Chile, lo que posiciona a este tipo de actividades como una verdadera “materia oscura” del sistema económico actual.
Una de las tantas implicancias que podría tener la transformación del paradigma respecto a lo que se considera trabajo, es que cambiaría la forma en que se evalúan los procesos de incorporación de la mujer al mercado laboral. Por ejemplo, ¿se puede estimar que estos procesos han sido exitosos cuando las cifras muestran que una mujer con jornada completa remunerada trabaja más de 11 horas al día si se considera su trabajo no remunerado?
Lo mismo ocurre cuando se analiza el fenómeno de los NINI (personas que ni estudian, ni trabajan). Los datos muestran que las mujeres que efectivamente no trabajan, ya sea remunerada o no, son muy pocas. Llamar NINI a una mujer joven con hijos que se dedica al trabajo no remunerado es faltar a la verdad, es un verdadero patriarcado aplicado.
Terminar con la negación de la condición de trabajo al trabajo no remunerado es una reivindicación histórica necesaria para millones de mujeres y, particularmente, para las que han estado al margen del debate del desarrollo, cuyo trabajo ha sido invisibilizado y minimizado, al igual que su aporte al crecimiento económico y al bienestar de la sociedad. Terminar con esta histórica invisibilización no implica validar la desigualdad en la carga de trabajo no remunerado, ni tampoco supone negar los lazos que puedan existir entre los miembros de un hogar. Se trata, simplemente, de entender que estas actividades y este esfuerzo debe ser reconocido, estudiado y analizado, que debe ser objeto de políticas públicas pero sobre todo, que sí es trabajo.