Iglesia y sexualidad: los graves efectos del celibato y la abstinencia
21.08.2018
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21.08.2018
Las creencias de la Iglesia Católica sobre sexualidad y las prácticas que promueve (castidad, virginidad, abstinencia y celibato) no son inocuas, sino «tremendamente negativas y destructoras del mejor funcionamiento de las personas», explica el psicólogo Claudio Ibáñez en esta columna de opinión. La idea de que esas prácticas son virtuosas, dice, «es un adoctrinamiento que genera inmadurez socio-emocional, deprivación sexual y, de seguro, una lucha culposa entre la realidad sexual humana normal y el ‘deber ser sexual’ inalcanzable, mítico y fantasioso». Y agrega: «La incapacidad de la Iglesia para manejar el comportamiento sexual de sus consagrados se mantendrá mientras no cambie los supuestos falaces sobre sexualidad que su doctrina contiene, e incorpore una visión positiva de la sexualidad humana basada en el mejor estado actual del conocimiento psicológico».
Este último tiempo, es tiempo de escucha y discernimiento para llegar a las raíces que permitieron que tales atrocidades se produjeran y perpetuasen, y así contar con soluciones al escándalo de los abusos no con estrategias meramente de contención –imprescindibles pero insuficientes– sino con todas las medidas necesarias para poder asumir el problema en su complejidad.
Debieron transcurrir tres siglos y medio para que la Iglesia reconociera oficialmente, en 1992, que Galileo estaba en lo correcto y sus teólogos profundamente errados: ¡la tierra gira en torno al sol! La tozudez eclesiástica para reconocer su error condenó a Giordano Bruno a morir quemado en la hoguera y a Galileo a prisión perpetua en su hogar. Que la Iglesia persista en creer, contra lo que la ciencia sostiene, que la abstinencia sexual es el camino a la perfección humana y que la abstinencia sexual es posible de por vida, es un error de impacto inimaginable e ilimitado que viene transformando a muchos de sus pastores en lobos y a miles de ovejas en víctimas.
En el Catecismo de la Iglesia Católica (CCE por sus siglas en latín), que es su compendio doctrinal, están sintetizadas sus creencias acerca de la sexualidad (CCE 2332-2351). Según el CCE, la castidad (abstención del goce sexual) es una virtud y todos los bautizados, en cualquier situación distinta al matrimonio (solteros, novios, separados, viudos, homosexuales, etc.), deben abstenerse de practicar la sexualidad. Las relaciones sexuales están permitidas solo entre casados y nada más que con fines reproductivos y de unión. El personal consagrado (sacerdotes, religiosos y religiosas) debe practicar la abstinencia sexual de por vida. Según el CCE, la castidad integra la sexualidad en la persona, desarrolla el dominio de sí mismo e imita la pureza de Cristo y, además, en el caso de los consagrados, el celibato (que es el estado de soltería) facilita de manera eminente la dedicación exclusiva a Dios (CCE 2337-2349).
Esta visión restrictiva, cuando no negativa, sobre sexualidad descansa, al menos, en dos grandes supuestos: que la abstinencia sexual es clave para la perfección personal y espiritual y que, además, es posible practicarla de por vida. ¿Cuál es el grado de verdad que estos supuestos poseen a la luz de la ciencia psicológica contemporánea?
El primero en plantear la importancia y fuerza de la sexualidad (libido) fue Freud, sosteniendo que su represión acarreaba grandes trastornos mentales. Sin embargo, postuló que si el impulso sexual no era satisfecho, la energía de la libido podía canalizarse y redireccionarse hacia objetivos superiores, mecanismo que denominó sublimación. En la actualidad, el concepto de sublimación, y el modelo hidráulico en que descansa, no cuenta con respaldo en la psicología empírica contemporánea (1), a tal punto que en los estudios científicos sobre regulación emocional el término sublimación ni siquiera aparece mencionado (2).
Hoy se sabe que los impulsos motivacionales no son sublimables. Para cada impulso existen satisfactores específicamente apropiados. Para el hambre la comida, para la sed el agua, para el amor el afecto, para el sexo el apareamiento. El hambre no se satisface observando obras de arte ni la sexualidad dedicando la vida a fines espirituales superiores.
El concepto de sublimación también es cuestionado por la psicología de corte existencial. Viktor Frankl, por ejemplo, sostiene que motivaciones como el sentido de la vida y el amor no resultan de la sublimación del impulso sexual, sino que constituyen fuerzas primarias fundamentales por sí mismas (3). Más recientemente, la Psicología Positiva ha puesto en evidencia que las virtudes, fortalezas y emociones positivas no son producto de la sublimación sexual, sino que el llamado lado luminoso de las personas existe por sí mismo, producto del valor evolutivo que ha tenido para el éxito de la especie humana (4 y 5).
Desde el punto de vista psicológico, las necesidades, motivos o impulsos son condiciones fisiológicas o psicológicas que movilizan al organismo, selectivamente, hacia un objetivo o satisfactor. Los motivos primarios o básicos (hambre, sed, respirar, dormir, sexo, crianza, etc.), llamados así porque tienen que ver con la supervivencia individual y de la especie, son innatos y su funcionamiento se sustenta en complejos mecanismos homeostáticos, neuroendocrinos y cognitivos.
Nuestras necesidades básicas están, habitualmente, satisfechas: respiramos, ingerimos líquidos y comemos varias veces al día y cada cierto tiempo realizamos prácticas sexuales. Como consecuencia, no nos damos cuenta de la fuerza que estos impulsos tienen, ya que la fuerza de un motivo o impulso solo se puede observar cuando está insatisfecho o “deprivado”, como se dice en la jerga técnica.
La comisión (del gobierno australiano estableció que) el celibato es un factor de riesgo que, sumado a otros, facilita la aparición de alteraciones psicosexuales (…) el celibato ‘hace que se viva una doble vida y contribuye a una cultura de secreto e hipocresía y esta cultura parece contribuir a que (…) se minimice el abuso sexual como un lapso moral perdonable’.
Los estudios motivacionales de deprivación en humanos, por razones éticas, son muy escasos. Existe, sin embargo, un estudio clásico sobre deprivación alimentaria, el Minnesota Starvation Experiment (6). Su objetivo fue investigar el impacto del hambre y generar medidas para su manejo en la Segunda Guerra Mundial. Se sometió a 36 voluntarios, de entre 22 y 33 años, a una drástica y sostenida restricción alimentaria durante seis meses. Además de la baja de peso y delgadez, los participantes comenzaron a exhibir trastornos emocionales: irritabilidad, agresividad, ansiedad, depresión, bipolaridad, comportamientos psicóticos y aislamiento social. La comida se transformó en una verdadera obsesión. Todo el funcionamiento de las personas giraba en torno a la comida. Pasaban horas revisando compulsivamente recetas de cocina, mirando fotos de alimentos y solo pensaban en las horas de comida. Los anodinos y escasos alimentos que recibían los aumentaban con agua y se quedaban horas comiendo, saboreando y lamiendo los platos. La comida aparecía en sus fantasías y en sus sueños. No obstante que habían adherido voluntariamente a las reglas del experimento, comenzaron a efectuar trampas y a ingeniárselas para obtener alimento.
Los experimentadores debieron establecer un sistema de vigilancia y de chaperones para asegurar el cumplimiento de las normas. La abstinencia había incrementado y exacerbado la fuerza del hambre, hasta transformar la comida en una obsesión.
La deprivación de cualquier impulso básico lo transforma en prepotente y dominante del comportamiento. En la literatura científica especializada no existe descrito ningún concepto o mecanismo que apunte a que tal energía pueda ser redireccionada hacia objetivos distintos a aquellos específicamente relacionados con la satisfacción de la necesidad insatisfecha. Si la deprivación de una necesidad básica se prolonga en el tiempo termina alterando todo el funcionamiento físico y psicológico de la persona, aun cuando la abstinencia sea voluntaria y la persona tenga un sentido superior para realizarla, tal como se observa en huelgas de hambre. En el extremo, la deprivación indefinida de una necesidad básica acaba con la muerte de la persona, tal como se observa en muchos casos de anorexia (7).
Todas las teorías motivacionales consideran que el impulso sexual es una necesidad fisiológica básica que es tanto o más potente que el resto de las necesidades porque, aun cuando no tiene que ver con la supervivencia individual, de este impulso depende la supervivencia de la especie.
Hay situaciones reales en que la deprivación sexual ocurre, como, por ejemplo, en las cárceles. Y se sabe que en ellas, al igual que lo ocurrido en el estudio de Minnesota con el hambre, el impulso sexual se exacerba y aparecen todas las formas, subterfugios y resquicios imaginados para satisfacerlo, incluidos el abuso de poder, la violencia física y psicológica y las redes de ocultamiento.
La deprivación de cualquier impulso básico lo transforma en prepotente y dominante del comportamiento (…). Si la deprivación de una necesidad básica se prolonga en el tiempo, termina alterando todo el funcionamiento físico y psicológico de la persona, aun cuando la abstinencia sea voluntaria y la persona tenga un sentido superior para realizarla.
La abstinencia incrementa la fuerza del impulso sexual. Pero ¿es posible la abstinencia sexual sostenida en el tiempo? En 1948 Alfred Kinsey informó los resultados de un pionero y, en su momento, controvertido estudio (8 y 9), porque sacó a la luz extendidas prácticas sexuales que se pensaba no ocurrían entre las personas, ni menos en la magnitud encontrada: masturbación, relaciones homosexuales y bisexualismo, tanto en hombres como en mujeres. Una de las cosas que puso en evidencia este informe fue que la abstinencia sexual permanente prácticamente no existía.
Que la abstinencia sexual permanente no existe o que, al menos, es muy difícil, se evidencia también en los resultados de los programas de educación sexual que promueven la “abstinencia hasta el matrimonio” como recurso para prevenir el embarazo: en lugar de disminuir el embarazo adolescente lo incrementan (10).
Maslow sostuvo que las necesidades humanas se ordenan en una jerarquía de predominio relativo, postulando que la motivación de mayor influencia en el comportamiento es aquella necesidad insatisfecha más baja en la jerarquía. En la base de la jerarquía están las necesidades fisiológicas (sed, hambre, respiración, temperatura, sexo, etc.). La insatisfacción de cualquiera de estas necesidades básicas no solo la transforma en predominante, sino que la vida de la persona comienza a girar en torno a la necesidad insatisfecha, lo que impide el avance hacia la maduración.
La satisfacción, al menos parcial, de las necesidades básicas, incluida la sexualidad, es clave para el desarrollo de la personalidad y el avance hacia la madurez, proceso que Maslow denominó autoactualización (11).
La cobertura mediática que reciben los casos de abuso sexual de menores por parte de consagrados de la Iglesia Católica, y que ya alcanzan magnitud de escándalo mundial, puede dejar la impresión que el tema se agota aquí y que los consagrados que no abusan de menores son, efectivamente, castos. De hecho, la Iglesia cree y ha hecho creer, sin un solo estudio que así lo demuestre, que la mayoría de sus consagrados son sexualmente abstinentes y viven de manera ejemplar su castidad.
En realidad, los estudios realizados por personas externas e independientes a la Iglesia muestran un panorama muy distinto. El abuso de menores es solo la punta del iceberg de la incontinencia sexual del clero. Otras prácticas, al no ser delitos, no salen a la luz pública y quedan ocultas en los confesionarios, como pecados, encubiertas por el manto del secreto.
La satisfacción, al menos parcial, de las necesidades básicas, incluida la sexualidad, es clave para el desarrollo de la personalidad y el avance hacia la madurez, proceso que Maslow denominó autoactualización.
Aunque no es el único, el estudio de Richard Sipe (12), basado en información recolectada durante 25 años sobre más de 3 mil sacerdotes, se considera el estudio de referencia sobre sexualidad en el clero. De hecho, sus estadísticas sirvieron, con impresionante precisión, para orientar la investigación periodística, de impacto mundial, sobre abusos sexuales del clero en Boston en 2001 (este trabajo del equipo periodístico de The Boston Globe fue llevado al cine por el film Spotlight, ganador del Oscar a la Mejor Película en 2015).
Richard Sipe concluye que los abusadores de menores representan solo el 6% del clero. ¿Qué ocurre con el resto? Entre el 80% y el 90% se masturba y el 50% de los sacerdotes practica relaciones sexuales adultas, tanto hetero como homosexuales.
Producto de sus relaciones sexuales muchos consagrados generan embarazos y procrean hijos. Vincent Doyle, hijo de sacerdote y fundador de Coping International.com (entidad dedicada a apoyar psicológica y pastoralmente a hijos de sacerdotes y vinculada con el Vaticano para estos fines) estima, conservadoramente, que existirían a nivel mundial alrededor de 4 mil niños hijos de consagrados.
La Conferencia Episcopal de Irlanda ha debido publicar una declaración que establece como responsabilidad principal de los sacerdotes que engendran hijos, el cuidado personal, moral y financiero del niño y de la madre. El Vaticano estudia adoptar esta declaración como guía de procedimiento mundial frente a estos casos.
La mayoría de quienes ingresan a la vida religiosa lo hacen en plena juventud, ilusionados con su vocación, pero psicosexualmente inmaduros y, lo que es más grave, desconocedores del impacto que tendrá en ellos, por un lado, la abstinencia sexual de por vida y, por otro, la carencia de una relación de pareja romántica, afectiva e íntima que el celibato implica. El resultado es que muchos llegan a ser intelectual y físicamente adultos, pero social, emocional, afectiva y sexualmente inmaduros, transformándose en furtivos transgresores de la continencia sexual.
¿Ha contribuido la castidad a generar seres humanos más virtuosos y de una espiritualidad superior a los laicos comunes y corrientes que no se abstienen sexualmente y disfrutan de su sexualidad? ¿Dónde están, entonces, los beneficios de la abstinencia sexual y del celibato planteados por el CCE?
En lugar de beneficios, florecen día a día las consecuencias negativas de la abstinencia sexual y del celibato, consecuencias que impactan de manera dramática a los propios consagrados, a quienes entran en contacto con ellos y a la Iglesia como institución.
Algunos argumentan que el celibato no es la causa de la crisis sexual en la Iglesia (13). Se plantea que no todos los célibes son abusadores de menores y que abusadores también se encuentran entre casados, entre no religiosos y en las propias familias. Estos hechos, sin embargo, solo demuestran que el abuso sexual infantil es un fenómeno complejo que tiene distintas causas, pero no permiten excluir, como causa basal de comportamientos sexuales impropios, a una sexualidad bloqueada y reprimida predicada como virtud cuando, en realidad, constituye el caldo de cultivo de expresiones delictuales o, al menos, insanas, pecaminosas y problemáticas de la sexualidad (14).
La incapacidad de la Iglesia para manejar el comportamiento sexual de sus consagrados se mantendrá mientras no cambie los supuestos falaces sobre sexualidad que su doctrina contiene, e incorpore una visión positiva de la sexualidad humana basada en el mejor estado actual del conocimiento psicológico.
La investigación más grande sobre abuso sexual, y que lo vincula al celibato, es la realizada en Australia por la Comisión Real de Respuestas Institucionales al Abuso Sexual Infantil. Se trata de una comisión independiente y de alto nivel creada por el gobierno australiano, encargada de investigar, entre el 2012 y el 2017, decenas de miles de casos de abuso sexual. Esta comisión estableció que la mayoría de los abusos ocurrían en instituciones religiosas y en entidades dependientes de ellas y que el mayor porcentaje de casos correspondía a la Iglesia Católica.
En opinión de la comisión, el celibato es un factor de riesgo que, sumado a otros, facilita la aparición de alteraciones psicosexuales en los consagrados. Pero no solo esto, sino que al ser algo imposible de lograr para muchos consagrados, el celibato “hace que se viva una doble vida y contribuye a una cultura de secreto e hipocresía y esta cultura parece contribuir a que se soslaye la transgresión del celibato y se minimice el abuso sexual como un lapso moral perdonable». Por ello, en su informe final, la comisión recomienda al Vaticano poner término a la obligatoriedad del celibato.
Los comportamientos sexuales impropios de los consagrados vienen dejando como consecuencia miles de menores abusados, miles de hijos y madres ocultos en el anonimato, miles de millones de dólares pagados en indemnizaciones por la Iglesia a víctimas y centenares de investigaciones y juicios en Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Alemania, Bélgica, Italia, España, Australia, Argentina y Chile. Pero, probablemente, lo más aplastante sea la pérdida de confianza de los fieles y de la sociedad en la Iglesia y su clero, tal como lo vienen mostrando las encuestas.
La pérdida de confianza llega a tal punto que en muchos colegios católicos han llegado a vidriar los confesionarios o a reglamentar que las confesiones se realicen en ambientes expuestos a la mirada pública (15). ¿Cómo se puede conducir un rebaño cuando las ovejas temen y desconfían de sus pastores? ¿Qué organización basada en la desconfianza resulta sustentable?
Que la Iglesia haya creído, hasta hace muy poco, que la tierra es el centro del universo y que el sol gira en torno a ella es, en verdad, irrelevante, intrascendente y no tuvo consecuencia práctica alguna. En cambio, el error de creer que la abstinencia sexual es el camino a la perfección humana y espiritual y que es posible practicarla de por vida, no es una creencia inocua, sino que tremendamente negativa y destructora del mejor funcionamiento de las personas, porque las somete a prácticas como la castidad, la virginidad, la abstinencia sexual de por vida y el celibato, que entorpecen y bloquean su normal desarrollo y funcionamiento.
La concepción de que tales prácticas son virtuosas y conducen al florecimiento humano, destilada de manera sistemática y permanente en la mente de sus consagrados, es un adoctrinamiento que genera inmadurez socio-emocional, deprivación sexual y, de seguro, una lucha culposa entre la realidad sexual humana normal y el “deber ser sexual” inalcanzable, mítico y fantasioso que se exige como ideal.
Lo anterior constituye un factor de alto riesgo, en especial en personas cuyo quehacer se basa en el establecimiento de relaciones interpersonales cercanas y cálidas, pero asimétricas en términos de poder, influencia y confianza: el escenario óptimo para manipular conciencias y depredar personas.
La cuestión fundamental de la crisis, entonces, es que las creencias eclesiásticas sobre sexualidad, y las prácticas institucionales promovidas por tales creencias (castidad, virginidad, abstinencia y celibato), constituyen un paradigma que colisiona con la ciencia psicológica, tal como el geocentrismo teológico colisionó con la ciencia astronómica.
La incapacidad de la Iglesia para manejar el comportamiento sexual de sus consagrados se mantendrá mientras no cambie los supuestos falaces sobre sexualidad que su doctrina contiene, e incorpore una visión positiva de la sexualidad humana basada en el mejor estado actual del conocimiento psicológico.
No obstante que la concepción geocéntrica del universo no era un dogma y su cambio no generó ningún derrumbe del sistema de creencias en la Iglesia Católica, sus teólogos demoraron siglos en aceptar la realidad mostrada por la ciencia. Su negativa visión de la sexualidad humana tampoco es un dogma. ¿Deberán pasar, nuevamente, tres siglos y medio para que la Iglesia corrija, a la luz de la ciencia, sus creencias acerca de la sexualidad humana?
Los teólogos tienen la palabra… Pero no solo ellos. Debido a los trascendentes y generalizados impactos negativos que el paradigma sexual de la Iglesia tiene, su cambio debe ser exigido por los propios consagrados, por sus víctimas y por las comunidades y gobiernos de países en que la Iglesia Católica opera.