Representar el pasado reciente en espacios públicos: a propósito del debate en torno a los Hijos de la Libertad
18.05.2018
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18.05.2018
¿Qué sucede cuando nuestra propia historia se transforma en un espacio irrepresentable? A partir de la reciente controversia por la inclusión de Augusto Pinochet en la exposición Hijos de la Libertad del Museo Histórico Nacional, la socióloga Daniela Jara reflexiona en torno a la necesidad de adentrarnos en la comprensión de los procesos de deshumanización que dan origen a la violencia política. En base a autores que han estudiado el Holocausto desde la Teoría Crítica, la académica ve en ese ejercicio un acto necesario no solo para entender las condiciones que hacen posible que los individuos se transformen en partícipes de las masacres como fenómenos colectivos, sino también para detenerse a reflexionar en torno a la vigencia de esas mismas condiciones en modos de organización, procesos psicosociales y discursos políticos.
¿Qué sucede cuando nuestra propia historia se transforma en un espacio irrepresentable? ¿Qué perdemos cuando el intento de representar la historia reciente de Chile es zanjado con un despido, una amenaza o un gesto de silenciamiento (si bien contrarrestado por una saludable escritura colectiva en diversos medios)? ¿Qué hacemos cuando no representamos en los espacios públicos al pasado reciente y por lo tanto éste no puede ser elaborado a la luz del debate, el desacuerdo y la reflexión pública (y no sólo en el normalizado espacio de lo familiar)?
La exhibición los Hijos de la Libertad en el Museo Histórico Nacional buscaba proponer, en palabras de sus responsables, una reflexión crítica de la historia de Chile a partir de 1818, donde se revisaba de qué manera nuestra historia republicana se había articulado en torno a los regímenes ideacionales de la Revolución Francesa. La propuesta era de tipo genealógico, es decir, se trataba de mostrar la historicidad de distintos discursos, buscando nuevas conexiones entre los imaginarios políticos.
Como pocas instancias oficiales fuera del Museo de la Memoria, este otro museo incluyó en su línea del tiempo a la figura de Pinochet, lo que provocó que la exhibición fuera clausurada. Ya se ha criticado en otras instancias a la muestra desde la perspectiva de su guión y su debilidad técnica. Quisiera en cambio detenerme a pensar respecto de qué nos perdimos con el cierre de este fallido intento de mediación y fundamentalmente en qué significa representar la catástrofe o las historias recientes de violencia a la luz del recambio cultural y generacional. Esto, partir de una reflexión más profunda sobre la violencia de Estado, la violencia histórica y los modos de representarla.
Uno de los principales exponentes de la Teoría Crítica, el filósofo alemán Theodor Adorno, reflexionó sobre el Holocausto en varios textos. En “¿Qué significa elaborar el pasado?” (1959) planteaba por un lado la importancia de elaborar o procesar el pasado de violencia nazi y, al mismo tiempo, manifestaba su pesimismo sobre las reales posibilidades de lograrlo debido a lo que estaba en juego. Por sobre todo, Adorno manifestaba su interés en pensar las continuidades del nazismo en la Alemania de entonces. En su reflexión, Adorno deja en claro que elaborar ese pasado requería entender al nacional socialismo más allá de una historia que enfrentaba a alemanes contra judíos: requería adentrarse en la comprensión de un proceso de deshumanización que ocurría bajo ciertas condiciones. Éste era un punto de vista incómodo, porque no se elaboraba sobre la construcción dicotómica de identidades esenciales: no permitía simplemente señalar a los generales nazi como figuras aberrantes del mal, sino que instalaba una pregunta permanente que requería otro tipo de atención (o vigilancia epistemológica), incluso en el yo.
Si bien su reflexión se iniciaba con la constatación de que lo ocurrido no era sino una catástrofe, para Adorno no se trataba solo de un escenario donde estaban las víctimas por un lado y los victimarios por otro, sino que planteaba la importancia de considerar que el fascismo seguía instalado en modos de organización (condiciones), procesos psicosociales y discursos políticos.
Cuando en los ’90 Eric Santner –psicoanalista y critico cultural, preocupado de cómo las nuevas generaciones trasmiten y reproducen los marcos de memoria con que se significa el pasado–, lee a Adorno, continua la reflexión: “Podemos prohibir los símbolos nazi y a las organizaciones nazi, pero sin un trabajo de duelo no podremos exorcizar las estructuras nazi de los ámbitos de la educación y la política, del comportamiento, los modos de pensar y la comunicación interpersonal” [e intergeneracional].
¿Qué significa esto en la manera en que representamos la historia? ¿Qué quieren decir Adorno y Santner cuando piensan en el trabajo de duelo? ¿Qué relación tiene esto con los Hijos de la Libertad? En su prólogo al libro “Purificar y Destruir: Los usos políticos de la Masacre y el Genocidio”, el historiador psicoanalista Jacques Semelin escribió que llevar a cabo un estudio historiográfico sobre el genocidio le significó romper una serie de tabúes, hasta llegar a proponer que las historias de horror y violencia podían ser entendidas, analizadas e historizadas. Así, plantea que los procesos psicosociales tras la violencia política sólo pueden ser entendidos cuando nos aproximamos a los mismos en cuanto a procesos de deshumanización, cuyas condiciones pueden y deben ser estudiados. De hecho, Semelin reflexiona sobre el manto de tabú que ha rodeado al estudio historiográfico de las distintas historias de genocidio. Sin embrago, sugiere que, ante eventos violentos como estos, el tema crucial es enfocarse y comprender los significados que están involucrados en la participación de los perpetradores. Al hacer esto, se podría contribuir a entender bajo qué condiciones los individuos pueden pasar a ser partícipes –activos o cómplices–de las masacres como fenómenos colectivos. Y dice: «Ciertamente, afirmar que el genocidio es impensable «ahora parece ser el habitual cliché de cualquier discurso convencional sobre el tema. Sin embargo, el genocidio es pensable, lamentablemente es demasiado pensable «(2007).
La exhibición los Hijos de la Libertad –con un guión y con dispositivos de mediación mucho más resueltos y claros– pudo haber significado un valioso aporte sobre un elemento que el historiador norteamericano Steve Stern ya había iluminado en su estudio de las narrativas de la memoria en Chile, pero que ahora podría haber alcanzado a otras audiencias: la manera en que la violencia de Estado tiene lugar y a través de la cual es legitimada por “gente buena”, o al menos “ciudadanos de a pie” que pueden incluso no sentir ninguna emoción de culpa o empatía si las circunstancias se repitieran. Es precisamente a través de la apropiación y uso que Pinochet y otros hicieron y hacen del ideario de la libertad, la nación, la comunidad y la purificación de un determinado sector de la sociedad (marxistas o comunistas a quienes entonces se les trataba de humanoides, hoy los individuos transgénero, las “feminazi”, los mapuche o los inmigrantes, por ejemplo) que ocurren los procesos de deshumanización y de denigración activa del otro.
Exigir la renuncia al director fue actuar desde la fragilidad de lo público. El historiador Manuel Gárate indicó en una columna que había un cono rojo en el Museo Histórico impidiendo la entrada a la exhibición y realmente no me puedo imaginar una imagen más triste post controversia: la de suponer que la clausura de una exhibición pueda cerrar un debate o que pudiera ser efectivo en cuanto a las lecciones que sacamos de esto.
La reciente polémica en torno a la exhibición los Hijos de la Libertad nos sitúa nuevamente en una de las incontables irrupciones de la memoria post golpe, que ciertamente han ido cambiando a lo largo de los años. Lo que provoca polémica hoy no es lo que provocaba polémica antes. Simplificando, podemos decir que si antes la enunciación pública de la verdad histórica constituía un escándalo en sí (por ejemplo, el testimonio de víctimas que traían a la luz historias sistemáticamente desmentidas durante la dictadura), hoy lo que puede provocar mayor tensión es el cómo representamos esa historia, quiénes la narran y para qué.