Le ponen color
18.05.2018
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18.05.2018
La primera vez que se mandó a callar a una mujer debe haber sido en las cavernas, pero la primera vez de la que hay registro en la literatura es en la Odisea de Homero. Penélope (sí, la misma que tejía) pide que cambien la música y el imberbe Telémaco le contesta “Madre Mía vete dentro de la casa y ocúpate de tus labores propias… Mío es pues el gobierno de la casa”.
Digamos que un par de cosas han cambiado desde entonces, pero el intento de acallar, minimizar o ridiculizar la voz femenina sigue presente incluso cuando miles de mujeres salen a la calle en lo que se ha llamado la Ola, ojalá Marea, Feminista.
Un fenómeno que, como tantos otros, no lo vio venir la elite y que tiene perplejos y hasta rabiosos a muchos. Así comienzan las descalificaciones con la más básica de todas: “Le están poniendo color”.
¿Le están poniendo color? Esta marea que en su ola 2018 comenzó en la Universidad Austral, obligó a Chile a mirar el tema del acoso sexual. ¿Cuántas de las 60 universidades tenían protocolos para enfrentarlo? Siete, sólo siete. Definitivamente, las mujeres que marcharon NO le están poniendo color.
Otra forma de silenciar es descalificar a las mensajeras. Que desnudan su torso, que sus pechos no son del tamaño o de la turgencia suficiente. Hoy molestan los senos al aire de la manifestantes, antes, como sostiene Mary Beard, incomodaba el uso de pantalones o el tono agudo de su voz.
Y si no resulta con el físico, tratan con la actitud. En estas semanas, a las feministas las acusaron de ser “mujeres solteras, sin mayores problemas económicos”. Otros miraron al techo y suspiraron con nostalgia “las sufragistas sí que se preocupaban de cosas importantes, las de hoy le ponen color”. Cierto, la lucha por el voto femenino es épica, pero quienes la dieron también fueron descalificadas por la prensa y los políticos.
Diarios chilenos de los años 20 elevaban su vista por sobre la cordillera y calificaban a la sufragistas inglesas como “solteronas, señoronas feas, audaces asaltantes y fanáticas”. Años más tarde, otros repetirían los mismos insultos contra las chilenas que querían, tamaña audacia, ser ciudadanas.
E incluso Gabriel González Videla en 1949, tras firmar el texto que consagraba plenitud de derechos políticos a las mujeres, al celebrar dijo: “Mi espíritu se abre a una nueva esperanza: que la mujer, en pleno dominio de sus derechos, ha de venir en mi ayuda para humanizar la política chilena y darle un sentido más profundo y más sincero de fraternidad”. Hasta en el día de la conquista concretada, pasamos por ayudantes.
En el intento de esta semana por acallar o minimizar la protesta femenina, el recurso infaltable también se hizo presente: acusar instrumentalización política. Como si las mujeres fueran incapaces de generar una oleada autónoma, como si estas “niñitas” fueran marionetas de otros.
Y la guinda de la torta: el ministro de Educación. El mismo que insiste en que las humillaciones vividas en las universidades son “pequeñas humillaciones”. No. Ni pequeñas ni aisladas, son grandes, graves y constantes. Cuando a una alumna en el liceo le enseñan menos matemáticas que a su compañero de banco, cuando a una estudiante le espetan “señorita ¿qué hace con ese escote, viene a prueba oral o a que la ordeñen?”, esas no son “pequeñas” humillaciones, sino terribles. Porque no sólo una violación califica como tal, porque estas otras, las “pequeñas” para Varela, son de un tipo que desarma, que descalifica a una persona por entero. Pero el “campeón” Varela no lo ve. Afortunadamente su colega, la ministra Plá, sí.
Ese profesor que le dice a sus alumnas, como denunciaron estudiantes de Derecho de la Universidad Católica y ratificaron 369 ex alumnas, que van a clases a buscar marido, no está tan distante (como recuerda Mary Beard) del Aristófanes que en el siglo IV a.c. escribe una comedia sobre la “loquísima” idea de que las mujeres se hagan cargo del Estado. 24 siglos y el machismo campea.
Cuando sólo hay una rectora en todo el CRUCH; sólo una mujer entre los fiscales regionales; cuando a pesar de la ley de igualdad salarial se paga 20% menos por el mismo trabajo que a un hombre y sólo se presentan tres demandas por año; cuando los casos de acoso son numerosos y la víctima no tiene acceso a los sumarios, no hay algo, hay mucho que no funciona bien.
Lo que hay es una cultura aún profundamente machista. Para cambiarla, para modificar estructuras, la educación no sexista es relevante y por eso este movimiento sí apunta a algo tan ignorado como fundamental.
Mientras, cambios normativos son urgentes. Como una nueva ley de cuotas, ya no sólo para las candidatas al Congreso o para el directorio de TVN. Una ley de cuotas para las empresas públicas y privadas, Corte Suprema, Consejo de Defensa del Estado y muchas instituciones más. Sé que suena ambicioso, porque todo esto es sobre el poder, y cederlo para los hombres será doloroso, aunque de seguro no sólo un acto de justicia sino beneficioso. A menos que quieran seguir defendiendo sus privilegios. Porque el machismo es en definitiva eso: una fuente de poder y desigualdad.
Y no, no le estamos poniendo color.