Mujeres: un espejo donde los hombres se ven reflejados
03.05.2018
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03.05.2018
Marie Sklodowska. Más allá de impronunciable, el apellido no dice nada para la gran mayoría. Pero si leen o escuchan «Madame Curie», la cosa cambia. Es la misma persona, aunque solo la conocemos a la sombra de su esposo. A pesar de ser la segunda mujer en el mundo en doctorarse, no logró ser profesora titular de La Sorbonne sino hasta que murió su marido y heredó su cátedra.
Ya no son los tiempos de “Madame Curie”, pero la cultura sigue empapada de fuertes resabios de machismo y en estos días ha sido violento recordarlo. Con una jauría de cinco cobardes hienas en Pamplona, que tuvo su triste réplica en las afueras de nuestro Estadio Nacional. O con las denuncias contra el director de teleseries Herval Abreu. Y lamentablemente los guiones se repiten.
En España, a la mujer que clamó haber estado aterrada frente al riesgo de ser asesinada por los cinco hombres que la forzaron a tener sexo, se le cuestiona por no resistirse con más fuerza. Y a los imputados, jueces que no entienden que todo sexo NO consentido ES una violación, los condenan solo por abuso.
En Chile, abierta o solapadamente, se duda de las denunciantes por no hablar antes, se las culpa porque fueron a castings en el departamento de Abreu y (sin quererlo, como ha rectificado Malucha Pinto) se quita gravedad a las acusaciones, atribuyendo lo hecho a una enfermedad o diciendo que son errores en vez de llamarlos delitos.
Incluso, ha ocupado mucho tiempo el examen de la reacción de las actrices que rodeaban al ex director (que ojalá siempre fuera de solidaridad hacia las víctimas) y casi cero a cuestionar la actitud de los hombres de los elencos.
Es cierto: la manada, la jauría o el depredador solitario, se desenvuelve más a sus anchas mientras más permisivo es su entorno y, por lo mismo, es importante el autocuidado. Pero no nos perdamos ni por un segundo: el único responsable de un abuso es quien lo comete y en nada quien lo padece. Siglos de evolución y aún estamos en las cavernas de la empatía con las víctimas de abusos sexuales o de poder.
Y cómo nos cuesta mirarnos. En Chile, nos espantamos frente a lo ocurrido con los jueces de Pamplona, pero nos olvidamos de lo que dicen nuestras autoridades. Un ex ministro que opinó que la jubilación de las mujeres a los 60 años era un “acto de galantería” que costaba caro. El colega que llamó a la diputada Daniella Cicardini, “Ricardini”. El ex almirante que se opuso al ingreso de mujeres a la Armada argumentando que era obvio que los casos de abusos se iban a producir. Los de Asexma, que regalaron una muñeca inflable desnuda y con un parche en la boca a sonrientes autoridades.
¿Por qué a pesar de los avances siguen primando tantos mecanismos y una cultura que no erradica la desigualdad entre hombres y mujeres? ¿Por qué ser mujer les da motivos a unos para maltratarnos incluso hasta la muerte y a otros para pagarnos menos por el mismo trabajo?».
En nuestro país es posible escuchar a un diputado diciendo “¿acoso sexual a los 18 años? me muero de la risa”, y a otro que afirma: “Hay miles de casos de mujeres que tienen relaciones, porque a lo mejor, tomaron un traguito de más… o el hombre es muy hábil y las convenció y ella no quería, en ese caso ¿es violación también?”. O a una legisladora que sostiene: “Hay violaciones que no son violentas”.
El machismo está impregnado y traspasa fronteras. En Argentina Mauricio Macri siendo gobernador afirmó: “A todas las mujeres le gustan los piropos. Por más que te digan alguna grosería, como ‘qué lindo culo que tenés’”. O las opiniones del fundador de Bersuit Vergarabat, quien señaló hace poco: “Hay mujeres que necesitan ser violadas para tener sexo porque son histéricas y sienten culpa por no poder tener sexo libremente».
Por eso es necesaria la pregunta de fondo: ¿por qué? ¿Por qué a pesar de los avances siguen primando tantos mecanismos y una cultura que no erradica la desigualdad entre hombres y mujeres? ¿Por qué ser mujer les da motivos a unos para maltratarnos incluso hasta la muerte y a otros para pagarnos menos por el mismo trabajo? (en Chile un 21% menos en promedio).
En Un Cuarto Propio, de Virginia Woolf, aparece un intento de respuesta. Woolf sostiene que para ambos sexos es muy difícil la vida y que “criaturas de ilusión como somos” necesitamos confiar en nosotros mismos. “Sin esa confianza somos como niños en la cuna”. Y esa confianza, sostiene Woolf, para el hombre proviene de convencerse de que tiene una superioridad innata sobre, a lo menos, la mitad de la humanidad.
Por eso el feminismo como búsqueda de igualdad que es, se castigará como una infracción a esa fuente de poder: la creencia de que no somos iguales. “Hace siglos que las mujeres han servido de espejos, dotados de la virtud mágica y deliciosa de reflejar la figura del hombre dos veces agrandada”. No parece absurda la idea de Woolf: ese espejo en el que nos convertimos y que los agranda a ellos podría explicar algo tan cotidiano como que en una reunión una mujer dé una idea y se pase de largo hasta que un hombre formula la misma y se aplaude. O que muchos hombres crean que es necesario explicar o explicarnos algo que nosotras ya hicimos ver con claridad cinco minutos antes.
No por nada, según Woolf, Musolini o Napoleón ponían tanto esmero en destacar la inferioridad de la mujer, “porque si ellas no fueran inferiores, ellos no serían superiores”.
La esperanza no es solo que la humanidad evoluciona, aunque lento. La esperanza es también que, desde siempre y cada vez más, hay hombres lúcidos. Como Pierre Curie. Él no necesitó nunca una mujer-espejo que lo reflejara a sí mismo dos veces más grande de lo que en verdad era.
Pierre siempre supo que María no era su ayudante, sino su par. Y por eso fue capaz de amenazar con rechazar el Premio Nobel porque la academia sueca no aceptaba nominar junto a él a “Madame Curie”. La amenaza surtió efecto y se rompió ese techo de cristal.
Pero claro, quedan muchas otras barreras y muchas hienas sueltas, como las de Pamplona. Y de hecho, a pesar de su Premio Nobel en Física y de un segundo Nobel en Química, hasta hoy no sabemos quién es María Sklodowska. Sólo la conocemos como «Madame Curie»… la esposa de Pierre.