Ciencia para “nuestra realidad” o para “los indicadores”: sobre la orientación de nuestro sistema científico
15.09.2017
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15.09.2017
Una de las decisiones de mayor relevancia para un país es la forma en que organiza su sistema de fomento de la investigación científica. El conocimiento de este tipo tiene una trascendencia que va más allá de lo estrictamente económico y productivo, ya que también provee información para tomar mejores decisiones, contribuye a resolver problemas de diversa índole, y nos permite responder preguntas -o al menos intentarlo- que acompañan a nuestra humanidad por generaciones.
Por ende, la pregunta sobre qué deben investigar las científicas y científicos yace en el corazón de la disputa intelectual e ideológica sobre modelos de organización del sistema científico, incluyendo el tipo de gobernanza, las orientaciones generales, y el grado de incidencia que tienen científicos, economistas y/o políticos en el diseño de las estrategias de fomento de la ciencia.
No es un secreto que existe una visión que busca restringir el desarrollo de la ciencia predominantemente a su dimensión económica. Pero existen otras que también buscan restringir el tipo de preguntas que los científicos pueden hacer, bajo argumentos como la naturaleza del financiamiento público de la investigación, la existencia de necesidades no resueltas, o el carácter de “mercado” de la investigación.
La imposición de este tipo de visiones, sin matices o al menos sin un cuestionamiento, es de enorme riesgo. No solo porque la ciencia necesita espacio para explorar la curiosidad científica y para entregar a los investigadoras la posibilidad de estudiar diversos temas, sino también por la inherente complejidad de los problemas sociales, políticos y productivos, lo que nos obliga a sustentar un sistema multidisciplinario y que otorgue apoyo a diversas formas de investigación en todas las disciplinas del saber.
La pregunta sobre qué deben investigar las científicas y científicos yace en el corazón de la disputa intelectual e ideológica sobre modelos de organización del sistema científico”
Es por ello que, en plena época de campaña presidencial, es importante comentar visiones que, pese a su carácter seductivo, pueden estar erradas o necesitar matices que amplíen la mirada respecto a este problema. Más aún, la posibilidad de la concreción de una nueva institucionalidad para la ciencia -gracias al proyecto actualmente en discusión en el Congreso- implicará la oportunidad en el futuro cercano de definir una política de ciencia, tecnología e innovación para el país (algo que no ha ocurrido en años recientes; solo contamos más bien con políticas institucionales), lo que otorga mayor relevancia a esta discusión.
Hace algunas semanas, Felipe Villanelo y Andrea Poch Plá escribieron en este medio una columna de opinión (continuación de otras de los mismos autores) en la que presentan un análisis que resalta la necesidad de que nuestro país realice investigación orientada a “resolver los problemas de nuestra sociedad”. Aunque los autores mezclan varios temas en su(s) columna(s), uno de sus argumentos principales -y que me interesa abordar- podría resumirse de la siguiente manera: nuestra comunidad científica se ha dedicado a estudiar temas desvinculados de nuestra realidad, víctimas de la presión por cumplir indicadores y validarse “ante la comunidad científica mundial”, “forzando indirectamente a las y los científicos a investigar lo que en el primer mundo se investiga, dejando de lado los temas locales”.
El Estado, por su parte, ha fallado en generar “políticas de Estado de largo plazo que fomenten la investigación científica y tecnológica en áreas que son estratégicas para el país”. La política queda abandonada a programas cortos, basados en competencia (léase Fondecyt), “donde en general no importa mucho la temática y su contexto”. La solución, entonces, sería “orientar la investigación a temas estratégicos”.
Es imposible no coincidir con los autores en algunos puntos de su análisis. Ellos subrayan un problema que no debe ser ignorado: la necesidad de contar con investigación que apunte a resolver problemas de nuestra sociedad. Pero creo que este objetivo es aprovechado por los autores -de forma inconsciente o no- para plantearnos un “falso dilema” que intentaré analizar en esta columna.
1. ¿Ciencia para nuestra realidad o para los “indicadores y el mercado”?
En ocasiones se afirma que existiría una ciencia desvinculada de nuestros problemas (sociales o económicos) o de nuestra “realidad”, y otra que efectivamente buscaría resolverlos. El primer “tipo” de ciencia incluiría gran parte de la ciencia básica, en particular, la ciencia motivada por la curiosidad de los científicos que aborda ciertas temáticas consideradas por algunos como “del primer mundo”. El segundo tipo incluiría la ciencia orientada por misión en temas considerados “estratégicos”.
La política científica del país, en particular en los últimos 20 años, ha seguido la idea de que el Estado tiene un rol en incentivar y promover la investigación y la innovación, en gran medida con el fin de mejorar la economía y la productividad”
La argumentación de los autores busca crear la dicotomía de que los científicos debemos escoger entre dos opciones mutuamente excluyentes: guiarse o no por la “realidad” local. Según los autores, incluso si nos interesara realizar ciencia básica, esta debe enmarcarse dentro de “nuestros” problemas y realidad local: ellos hablan de generar “conocimiento relevante y pertinente a nuestra sociedad, ya sea la comprensión de nuestra naturaleza, de nuestra cultura, la intervención social o el desarrollo de tecnologías que apunten a mejorar nuestra calidad de vida”.
Parte del problema radica en el esfuerzo de los autores por criticar la primera de las posibles opciones. La elección de temas de investigación que no se relacionan con realidades locales es presentada por el interés de validación ante la comunidad científica mundial y por un deseo de cumplir ciertos “indicadores”, lo que nos “forzaría indirectamente” a estudiar aquellos temas que ya se investigan en el “primer mundo” (el llamado “colonialismo científico”). Esta crítica sugiere cierto grado de soberbia intelectual: sugiere que algunos científicos escogen sus temas solo porque responden a influencias externas, siendo incapaces de mostrar un genuino interés por temas que no respondan a lo que algunos consideran “la realidad local”. Estos investigadores debieran ser entonces “orientados” por terceros, dada su incapacidad (o poco interés) para discernir que la única opción políticamente deseable (o aceptable) es investigar “nuestra realidad”.
Esta crítica subestima injustamente el intelecto y pasión de nuestros investigadores e investigadoras, pero además, no responde a una pregunta que parece legítima y urgente de plantear: ¿acaso temas como los planetas extrasolares, el bosón de Higgs o el comportamiento celular, por mencionar algunos ejemplos, son de interés exclusivo de países desarrollados? ¿Quién define la “frontera” y propiedad de los temas? ¿Quién define, y bajo qué criterios, qué temas son “relevantes y pertinentes a nuestra sociedad”?
Un posible reparo a este análisis es que los autores no critican las elecciones de los investigadores, y que ellos se refieren en cambio a la organización del sistema científico. Creo que las columnas de los autores han sido lo suficientemente claras respecto a puntos como el “colonialismo científico” o el “afán de validarnos ante la comunidad científica mundial”, por lo que parece pertinente referirse a este punto. El dilema, reflejado en el propio título de su última columna, es falso. Los investigadores no enfrentan opciones excluyentes; la ciencia es realizada por personas, y estas pueden tener múltiples intereses y motivaciones. Pero todo esto nos lleva a otro punto de los autores en sus columnas: el de la ciencia como una actividad de interés privado.
2. Ciencia: ¿una actividad de interés privado?
La crítica de los autores confunde dos aspectos que, en teoría, pueden (y deben) ser separados: ¿es posible criticar el actual sistema de financiamiento científico, respetando al mismo tiempo las motivaciones e intereses de los científicos? Planteado de otro modo: ¿consideraremos la producción de conocimiento “básico” sobre el mundo, con los defectos inherentes a una labor desarrollada por personas en contextos históricos y sociales definidos, como una actividad de interés público?
El problema es la primacía de una visión que busca convertir la investigación científica en un input que aumente la productividad, la competitividad y el desempeño económico del país (o, en su defecto, en un input en la resolución de problemas concretos), negando su valor cultural, político y académico”
Alan Chalmers afirma que “se puede entender la finalidad de la ciencia como la producción de conocimiento del mundo”, siendo posible distinguir “entre la finalidad de, o el interés en, producir conocimiento y otros fines tales como servir los intereses políticos o económicos de clases, grupos o individuos específicos” [1].
Tal vez la producción de conocimiento es un objetivo que sí es distinguible de otros intereses o fines que puede cumplir la ciencia. ¿Pero responde este objetivo a un interés público? Un reporte de la Royal Society [2] plantea que el interés público de la investigación se satisface cuando el conocimiento científico: a) “profundiza el entendimiento público y la participación en los debates de actualidad”; b) “facilita la responsabilidad y transparencia de los investigadores y quienes les proveen financiamiento”; c) “permite a las personas entender cómo los resultados de la investigación afectan sus vidas y, en algunos casos, asiste a las personas a tomar decisiones informadas a la luz de la investigación”; y d) “pone de relieve información que afecta el bienestar y seguridad pública”.
A partir de esta definición, la ciencia básica y/o por curiosidad claramente es de interés público, y es perfectamente posible que una investigación iniciada por un proyecto individual (por ejemplo, un proyecto Fondecyt) contribuya en algunos o todos los aspectos mencionados.
El “interés público” no es incompatible ni con la ciencia básica y/o por curiosidad, ni con la ciencia orientada por misión, y tampoco es necesariamente incompatible con los temas globales, con las publicaciones científicas, o con la participación en redes internacionales. Esto no significa que nuestro sistema científico no sea perfectible (o que siempre se satisfaga el interés público), y muchos vienen apelando, desde diversas plataformas y por diversos caminos, por un perfeccionamiento de nuestro sistema de ciencia y tecnología.
¿Por qué habríamos de negar a nuestros científicos la posibilidad de contribuir a resolver estos desafíos globales, en especial si estos también afectan a nuestro país?”
Pero las reformas necesarias apuntan en otras direcciones -algunas seguramente no advertidas o menospreciadas por los autores-, más que en una orientación obligada de la investigación. Por ejemplo, concebir la ciencia únicamente como un factor económico/productivo o únicamente como una forma de solucionar problemas, sí puede atentar contra el interés público, al menospreciar o limitar la investigación básica que busca profundizar “el entendimiento público y la participación en los debates de actualidad” o que “permite a las personas entender cómo los resultados de la investigación afectan sus vidas y […] tomar decisiones informadas a la luz de la investigación”.
Por otro lado, es posible y necesario matizar otro punto de los autores, referente a la orientación de nuestros instrumentos.
3. Sí existe orientación temática.
Al respecto, cabe referirse a dos puntos. Los autores señalan en su última columna que “se requiere de investigación de excelencia, pero con una orientación explícita”. La contraparte a esta ciencia “orientada” es la que comúnmente se denomina “motivada por curiosidad”. Pero esta no es una ciencia “desorientada” y despreocupada de nuestra realidad, como alguien podría suponer; es simplemente otra forma de orientación: está orientada a responder preguntas que acompañan a la humanidad (¿cómo son otros planetas?; ¿pueden albergar vida?; ¿cómo funcionan nuestras células?; ¿cuáles son las leyes que gobiernan la materia?; ¿cómo evolucionaron nuestras sociedades?; etc.) y que, por ende, también forman parte de nuestra realidad. Es tan importante enfatizar este punto, que arriesgaré ser repetitivo: la ciencia básica y por curiosidad estudia temas que también forman parte de nuestra realidad.
No obstante, incluso obviando por un instante este punto, la crítica de los autores a la insuficiente “orientación explícita” podría llevarnos a pensar que en el actual sistema científico nacional existe plena libertad (o incluso un “libertinaje”) para escoger los temas de investigación, una idea que es necesario poner en contexto. Ellos se refieren a que “los principales instrumentos que financian la investigación en Chile […] no tienen un foco temático, sino que están entregadas a una suerte de “mano invisible” que en teoría regula que las investigaciones se distribuyan abarcando todas las áreas del saber”. Pero si argumentamos la existencia de una “mano invisible”, es importante admitir que esta puede actuar en todas direcciones. La supuesta ausencia de foco temático de los instrumentos de Conicyt no significa que exista plena libertad para hacer investigación básica o por curiosidad, o investigación sin “foco temático”. Concluir que la supuesta ausencia de foco temático significa libertad absoluta para explorar preguntas motivadas por curiosidad sería contradictorio, pues ignora las influencias culturales, políticas, economicistas e incluso burocráticas que pueden “forzarnos indirectamente” a orientar las líneas de investigación hacia determinados temas.
La extrema competencia, por ejemplo, puede llevar a los científicos a suponer que si “orientan” sus líneas de investigación a temas percibidos como pertinentes al país, tal vez podrían aumentar sus posibilidades de obtener financiamiento (por ejemplo, buscando convencer a sus pares acerca de la importancia y conveniencia de un proyecto particular, durante la etapa de evaluación de postulaciones). En otras palabras, la “mano invisible” funciona en varias direcciones.
Por otro lado, es necesario enfatizar que tanto Conicyt como Corfo sí poseen instrumentos con orientación temática, algunos de ellos con mirada de largo plazo. Por ejemplo, Conicyt dispone de instrumentos en ciencias antárticas, educación y salud pública, entre otros. El programa Fondap indica explícitamente que su propósito es “articular la actividad de grupos de investigadores con productividad demostrada, en áreas del conocimiento de importancia para el país”. Algunos programas de cooperación internacional se limitan a ciertas temáticas (por ejemplo, una reciente convocatoria del programa Conicyt– RCUK estaba orientada a temas de gestión de desastres naturales, acuicultura, nutrición y salud, y educación y desigualdad), y el programa Fondef también posee instrumentos con orientación temática (minería, adulto mayor, florecimientos algales nocivos, o calidad alimentaria). La Corfo realizó recientemente un llamado al concurso de Contratos Tecnológicos enfocado en tres áreas “estratégicas” (Economía Creativas, Industria Solar y Turismo). El concurso de “Prototipos de Innovación Corfo-Eureka” requería “focalización temática” (término usado en las bases mismas) en áreas como acuicultura y uso sustentable de recursos naturales. E incluso en semanas recientes se anunció que Becas Chile comenzará a financiar estudios de postgrado en áreas prioritarias a partir de 2018. Y no podemos olvidar el programa “Transforma”, el cual “tiene el desafío de mejorar la competitividad de nuestra economía a través del desarrollo de once sectores estratégicos”.
La definición de focos e instrumentos temáticos no está ausente en las políticas de ciencia e innovación en Chile.
4. ¿Pero cuál es la “jurisdicción” de los problemas?
La discusión anterior nos lleva a otro punto controversial: ¿qué es, en definitiva, un área estratégica o prioritaria? ¿Quién las define? Por otra parte, no podemos establecer con total certeza los límites de los problemas. ¿Acaso el cáncer, por ejemplo, es un problema solo del primer mundo? Los autores citan en una de sus columnas al sociólogo argentino Pablo Kreimer, quien habló en una entrevista sobre la idea de enviar a los investigadores latinoamericanos al extranjero a desarrollar estadías sobre temas de salud locales, en lugar de investigar sobre el cáncer [3].
En plena época de la posverdad y del negacionismo en tantos temas (cambio climático y la vacunación, por mencionar dos ejemplos), ¿acaso es posible argumentar que no debemos destacar la importancia de investigar y conocer nuestro mundo, y difundir este conocimiento?”
Pero en Chile el cáncer se encumbra entre las principales causas de muerte. De esta forma, problemas como el cáncer o enfermedades neurodegenerativas, por ejemplo, no son solo “de” Estados Unidos, Alemania, o Inglaterra, y no existe razón para que nuestros investigadores, cuya calidad es reconocida internacionalmente, no puedan contribuir a resolver estos desafíos que bien pueden ser catalogados como “globales”.
Más aún, estos y otros problemas, además de ser hoy de alcance global, no serán resueltos necesariamente por investigadores o grupos individuales. Problemas como el cambio climático, las enfermedades neurodegenerativas, la generación de energías limpias, el cáncer, y otros similares, probablemente requerirán de esfuerzos colectivos y de escala global para ser resueltos. ¿Por qué habríamos de negar a nuestros científicos la posibilidad de contribuir a resolver estos desafíos globales, en especial si estos también afectan a nuestro país? Si otros países dejaran de investigar ciertos temas por el solo hecho de que también ocurren en otras naciones, probablemente no progresaríamos mucho como humanidad en nuestro objetivo de resolver algunos de nuestros problemas más apremiantes.
5. Los “problemas locales” no están desvinculados de los indicadores.
La elección presentada por los autores pone a solo un tipo de ciencia (la que no se interesa por estudiar “nuestra realidad”) al servicio de “los indicadores y el mercado”. Pero la necesidad de investigar temas locales o estratégicos también se fundamenta (aunque esto no lo hagan los autores) en que estos afectan la economía, y a menudo son estos argumentos los que priman al momento de tomar decisiones. Estimamos cuál es el impacto del último evento de marea roja o de incendios forestales en la economía local, cuántos empleos se pierden o cuánto costará la tragedia en términos del PIB. Por ejemplo, en el caso del episodio de marea roja de 2016, fue el impacto económico el que motivó el lanzamiento del concurso Fondef que mencionan los autores [4].
La política científica del país, en particular en los últimos 20 años, ha seguido la idea de que el Estado tiene un rol en incentivar y promover la investigación y la innovación, en gran medida con el fin de mejorar la economía y la productividad. Sí se ha desarrollado cierta planificación, siempre bajo la lógica -económica- de la existencia de “fallas” que deben ser resueltas, llevando a la creación de una amplia gama de instrumentos e incentivos, que en la práctica han tenido baja coordinación entre sí (al respecto, véase la discusión en la reciente estrategia del CNID). Sería impreciso pensar que no ha existido cierta planificación, en especial temática (basta recordar la estrategia de los clusters o el actual programa Transforma); más aún, han existido incentivos para que los investigadores estudien nuestros problemas “estratégicos” o “prioritarios”, como ya se mencionó antes.
Pero dicha orientación temática no está libre de la sujeción a los indicadores y el mercado. Quienes se adjudiquen ciertos tipos de instrumentos deben demostrar igualmente el cumplimiento de ciertos indicadores, y el éxito de su investigación estará evaluado permanentemente bajo el prisma economicista [[5]], incluyendo la necesidad de vincular con más fuerza la investigación con las “necesidades productivas”, tal vez una de las críticas más persistentes al sistema científico nacional. Esto puede sugerir que el problema más bien es de la primacía de una visión que busca convertir la investigación científica (básica y aplicada, por curiosidad y en temas estratégicos) en un input que aumente la productividad, la competitividad y el desempeño económico del país (o, en su defecto, en un input en la resolución de problemas concretos), negando su valor cultural, político y académico. No podemos pensar que una ciencia al servicio de las necesidades sociales y productivas (de “nuestra realidad”) está libre del sometimiento a indicadores.
6. Regresando al falso dilema, y un necesario matiz a mi crítica.
Como lo señalé, concuerdo con los autores en algunos puntos. Al igual que ellos, estimo necesario que exista investigación destinada a resolver problemas locales (aunque hace falta una reflexión sobre porcentajes, mecanismos y actores), pero recordando siempre que debemos pensar cómo definimos lo que es “realidad”. ¿Acaso la falta de conocimiento acerca de nuestro mundo, y la pobre valoración de dicho conocimiento, no es un problema que forma parte de nuestra realidad? En plena época de la posverdad y del negacionismo en tantos temas (cambio climático y la vacunación, por mencionar dos ejemplos), ¿acaso es posible argumentar que no debemos destacar la importancia de investigar y conocer nuestro mundo, y difundir este conocimiento?
También concuerdo con los autores respecto a la necesidad de proyectos colectivos, y en que es urgente perfeccionar nuestros instrumentos de financiamiento, y acojo su llamado a “tener la capacidad de cuestionar las “verdades” que nos han inculcado sobre el sistema científico-tecnológico”, aunque discrepo en un aspecto sustancial: la discusión sobre si la ciencia debe “contribuir al conocimiento universal o solo para aplicarse en algo comercial” está lejos de ser solo teórica. Estas distinciones (curiosidad, orientación, foco estratégico) moldean la forma en que se desarrollan las políticas en torno a la ciencia, y por ende son de enorme importancia, y de ahí la necesidad de no solo discutir algunos de estos puntos, sino que también de rescatar la libertad de investigadores e investigadoras para realizar ciencia motivada por su curiosidad, sin el temor a ser criticados por realizar investigación “sin alma” o despreocupada de “las necesidades productivas” o de “nuestra realidad”.
Criticar la posibilidad de que los científicos desarrollen ciencia motivada por conocer nuestro universo y nuestro lugar en él es un camino peligroso. No solo porque conocer nuestro mundo sí es una necesidad humana -un problema concreto, parte de nuestra realidad-, sino también porque la planificación de la ciencia, y de la resolución de problemas a través de ella, dista de ser un camino simple y predecible. La sola designación de focos temáticos no nos asegura una solución a nuestros problemas locales. Los problemas son complejos y cambian en el tiempo, y por ello debemos procurar contar con capacidades en diferentes ámbitos y disciplinas. Los focos temáticos de hoy pueden no ser relevantes en el futuro, y para cuando aparezca un nuevo foco temático que hoy no identifiquemos, nos daremos cuenta que no tenemos las capacidades humanas y de infraestructura para abordar los desafíos cuando estos surjan.
Esta columna busca transmitir la idea de que la dicotomía que se nos plantea (una ciencia para nuestra realidad, o una ciencia para los indicadores y el mercado) es errada o, en el mejor de los casos, imprecisa. Pero una pregunta inevitable que se nos plantea como sociedad, y en particular como comunidad científica, es: ¿cómo haremos en los años que vienen, con la futura institucionalidad, para construir una nueva política científica que permita desarrollar nuestra ciencia, compatibilizando la necesaria exploración de los límites del conocimiento a través de la investigación por curiosidad, y a la necesaria resolución de los desafíos sociales, políticos y productivos que enfrenta Chile y el mundo?
Para responder esta pregunta -para diseñar la política científica de Chile para el siglo XXI- debemos evitar el planteamiento de dicotomías que son falsas o erradas. Ni la ciencia (en particular la ciencia básica o motivada por curiosidad) es de interés privado por el hecho de obedecer a las motivaciones e intereses de los investigadores e investigadoras, ni responde a deseos de validación internacional o a un supuesto colonialismo científico. Nuestro sistema científico requiere mejoras, es cierto -y muchos grupos y asociaciones vienen trabajando activamente por ello-, pero el punto de partida ciertamente no está en los científicos y sus elecciones de temas de investigación.
Debemos ir más allá de la crítica a las motivaciones de los investigadores y el supuesto “colonialismo científico”, y más allá de definiciones que no representan adecuadamente la compleja mezcla de intereses y justificaciones detrás de nuestras políticas científicas. Si hay algo que sí debemos criticar, es la idea de que la ciencia es una actividad que sirve solamente para la producción y la resolución de problemas.
Referencias
[1] Alan Chalmers, “La ciencia y cómo se elabora”.
[2] Royal Society, “Science and the Public Interest”, 2006.
[3] Kreimer afirmó en la entrevista a revista Qué Pasa: “Lo otro es que los países financien la estadía de sus investigadores en el exterior, pero para especializarse en cuestiones que distintos actores sociales hayan definido antes. Que no se vayan a estudiar la cura del cáncer, sino a ver qué problemas de salud hay en América Latina” (“La Asimetría Perpetua”, 2016). Kreimer es citado por los autores en su columna “Ciencia sin alma: la impronta neoliberal en la investigación científica chilena”, en este mismo medio.
[4] Diversas cifras sobre impacto económico en materia de producción acuícola, pesca artesanal, transporte e incluso actividad turística, no tardaron en aparecer. Cabe señalar que, cuando se lanzó la nueva versión del Fondef en Florecimientos Algales Nocivos, un medio de prensa señaló que: “Cristian [sic] Nicolai, director ejecutivo de Conicyt, explica que el Ministerio de Economía, a través de la División de Innovación, les planteó «la necesidad de entregar respuestas a esta problemática desde la ciencia y la tecnología, pensando especialmente en quienes se vieron más afectados (por la floración algal): pescadores artesanales y pequeños empresarios de la zona»…”
[5] Un ejemplo se puede encontrar en esta nota de prensa acerca de la evaluación del programa Fondef, en la que se da mayor énfasis a los resultados del programa en patentamiento, más que en la generación de cambios culturales, en cerrar brechas entre academia y empresas, o en generar conocimiento en áreas estratégicas productivas del país.