Canal sobre el istmo de Ofqui: la ofensiva colonizadora de Longueira en Aysén
27.04.2017
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27.04.2017
La Región de Aysén ha estado sujeta, recurrentemente, a las más diversas ideas pensadas e impulsadas desde otros, muchas veces lejanos, territorios. La primera de la que se tiene noción fue la Ciudad de los Césares (la original se creyó estaba en esta zona, entonces conocida como Trapananda), mítica urbe construida enteramente de oro, que motivó los sueños y desvelos de decenas de exploradores e investigadores.
Luego vino el otro oro, el verde: el ciprés de Las Guaitecas y su extracción, con tal impacto que afectó su sustentabilidad. Los grandes incendios para el establecimiento ganadero y la salmonicultura con sus impactos sociales y ambientales, fueron procesos impulsados y/o permitidos por el Estado, en una política pública que, desde Santiago principalmente, pretendió dibujar –y en alguna medida lo hizo– el destino ecosistémico y social de Aysén.
La “exportación” de chonos durante la Colonia, el boom pesquero de los años 80 y la minería extractiva, han quedado en la memoria de un territorio que, como muchos, ha recibido las constantes embestidas de una mirada del quehacer humano que hace agua por todas partes. El malogrado proyecto de la planta de aluminio Alumysa, HidroAysén y la actual represa Río Cuervo, han sido los últimos ejemplos de decisiones que se digitan en otros suelos, en otros territorios, con otras aspiraciones. Las “suyas”, no necesariamente las “nuestras”.
Los nuevos parques nacionales, cuyo protocolo de acuerdo recientemente fuera suscrito, son otra muestra de desarrollo a control remoto, no del tipo endógeno.
Hoy existe un nuevo proyecto dando vueltas de la mano del ex senador y ex ministro de Sebastián Piñera, Pablo Longueira Montes, el connotado miembro de los “coroneles” de la Unión Demócrata Independiente (UDI).
El ex precandidato presidencial, actualmente imputado por financiamiento ilegal de la política, cohecho y por recibir dinero de empresas que serían afectadas por leyes que le correspondió impulsar e implementar, ha explicitado sus intenciones para fomentar el “turismo sustentable” en Aysén.
Personalmente escuché a Longueira presentar sus planes en una reunión realizada el pasado 1 de diciembre, previo a que los hiciera públicos a fines de ese mismo mes. En un intento por incorporar una organización ecologista que no solo diera sustento técnico a la iniciativa, sino también para vestirla del verde ambientalista, se reunió con la directora de una reconocida fundación que –a sabiendas de mi afincamiento aysenino– me solicitó participar.
Ya en la reunión, la propuesta sonó al tradicional concepto que ronda entre quienes no viven en la región: a esta zona, y a su gente, hay que salvarla. Defenderla de algo que no se sabe claramente qué es, pero que en cierto meditar nortino (más bien, santiaguino) se instala como una causa épica necesaria de emprender.
Con especial entusiasmo, en esa reunión Pablo Longueira manifestó que deseaba aportar al país y a la Patagonia. Y de paso hacer frente a tanto extranjero que está comprando terrenos en la comarca austral. Un discurso similar a lo que en 2004 anunciaran “los patriotas”, ese grupo de connotados empresarios (las familias Ariztía y Luksic, junto a León Cosmelli, Juan Cuneo, Hernán Briones, Alberto Kassis y los patagónicos Izquierdo Menéndez) que se opusieron a la adquisición de las 69 mil hectáreas de la Estancia Valle Chacabuco por parte de Kristine McDivitt, hoy viuda de Douglas Tompkins, para transformarlas en el Parque Nacional Patagonia. A pesar de ese rechazo, el mismo que concitó Pumalín en la época de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, ese terreno está ad portas de pasar al Estado de Chile bajo el nuevo estatus legal de protección.
Son varios los propósitos que rondan en la mente de Longueira bajo el nombre de Proyecto Patagonia. Pensamientos que ha matizado con los viajes que, vistiendo outdoor y de frondosa barba, ha realizado en el último tiempo a la región. Uno de los últimos a mediados de diciembre, según consignó El Mercurio.
En la reunión a la que asistí, el ex ministro explicó que para cumplir su sueño requerirá constituir dos fundaciones: una depositaria de los fondos recaudados y la otra, su brazo ejecutivo. Ambas, dijo, permitirán el desarrollo del turismo sustentable en la Región de Aysén. Un turismo sustentable según lo que él, y los financistas de su iniciativa, entienden del concepto. Uno que avance a la integración de Aysén con el resto de Chile: adquirir terrenos estratégicos y generar una red de hoteles juveniles gratuitos. La fundación operativa, según relató en la reunión de diciembre, también aportará a financiar iniciativas sociales en las comunidades de influencia del proyecto, de Coyhaique al sur. Y sueña en grande: quiere que sea la Presidenta Michelle Bachelet quien dé el puntapié inicial al plan el 9 de noviembre de 2017.
Para toda esta labor ya cuenta con el apoyo de un joven conocido en la zona: el abogado Pablo Terrazas Lagos (hijo del ex concejal y candidato a alcalde por Vitacura, Rodolfo Terrazas). El hoy secretario general de la UDI fue asesor jurídico de la Municipalidad de Coyhaique durante la administración de su correligionario Omar Muñoz, rondando el año 2010. Ya en esa época se cuestionaban posibles conflictos de interés (al igual que los del propio alcalde), por tener terrenos en el área de inundación de HidroAysén mientras su hermano Nicolás era seremi de Vivienda, organismo evaluador de esa iniciativa. De avanzar las centrales hidroeléctricas, la plusvalía de sus bienes habría aumentado considerablemente.
Terrazas ha sido uno de los responsables de presentar la idea que abriga Longueira y es mencionado como contacto para recabar más antecedentes sobre esta.
Entre las acciones más concretas del Proyecto Patagonia se contempla la construcción de un andarivel hacia la cima del monte San Valentín (3.910 msnm) y un mirador en el ventisquero Exploradores. Esta sería una intervención similar a lo hecho en el MontBlanc (la cumbre más alta de Europa, en la frontera alpina entre Italia y Francia). Y asociado a esto, la materialización de una obra que ronda por más de 100 años en la mente de la elite chilena: la conexión de la laguna San Rafael con el golfo San Esteban (en el océano Pacífico), a través del istmo de Ofqui. El objetivo declarado: abrir una ruta para embarcaciones de diverso calado por los archipiélagos australes interiores, evitando así el paso por el temido golfo de Penas.
Para esto se buscaría construir un canal de unos dos kilómetros de extensión, si se mantiene el diseño proyectado a principios del siglo XX. Obras que efectivamente se iniciaron en 1937, durante el segundo mandato de Arturo Alessandri, y concluyeron en 1943, en el de Juan Antonio Ríos, sin lograr su objetivo. Fueron centenares los trabajadores que llegaron en esa época hasta las costas de la laguna San Rafael, que enfrentan al ventisquero homónimo [1]. Uno de sus legados, además de los 800 metros lineales avanzados, son los restos de un hotel de turismo que se incendió en 1994.
“Tenemos ya más de una decena de familias comprometidas con aportar un millón de dólares cada una”, dijo Longueira en la reunión de diciembre. Consultado por la identidad de esos grupos donantes, no entró en detalles, pero agregó: “Son las mismas que tú conoces, las de los peces gordos”. Uno intuye, porque no lo dijo expresamente, que se refería a las principales fortunas del país, las mismas que han impulsado proyectos mineros, forestales y energéticos, resistidos a lo largo de todo Chile.
Una de las preguntas era, ya en ese momento, si esta obra contaba con la aceptación de quienes viven en Aysén. Más allá de los deseos salvadores que toman cuerpo en este tipo de iniciativas extraregionales, en una época en que se valora la participación ciudadana y la legitimidad social, es necesario saber qué opina el habitante frente a estos proyectos. Algo que cobra importancia capital en este caso, pues sus efectos se dejarían sentir en un área protegida del Estado establecida en 1959: el Parque Nacional Laguna San Rafael.
La respuesta de Longueira fue sintomática. Su motor eran principalmente los estudios de ingeniería históricos, sin mayor énfasis (ni interés) en procesos esenciales que han ido definiendo el futuro de la Región de Aysén en las últimas décadas: la Estrategia de Desarrollo Regional, el Plan Regional de Ordenamiento Territorial y la Zonificación de Uso del Borde Costero, no aparecían en su esquema. Tampoco la consulta a las comunidades ni contrastar sus ideas con uno de los principales instrumentos de desarrollo turístico de Aysén, hoy en plena elaboración: la Zona de Interés Turístico Chelenko, área de influencia vinculada con su proyecto.
No está clara la coherencia de esta proyectada intervención con el tipo de turismo sustentable que desde muchos rincones se aspira para la Patagonia. Uno que busque a todo evento la preservación de lo natural y no la “artificialización”. Uno que aporte al desarrollo económico local no desde la asociatividad filantrópica (“me das permiso para operar y yo te ayudo a garantizar derechos básicos como educación y salud”). Uno en que los ocupantes del territorio tengan poder de decisión sobre sus formas de ejecución e, incluso, sobre su no materialización. Uno que se funde en un sentido de participación ciudadana real y no en una capa de pintura verde o de preocupación social ya definidas por otros, en otros suelos.
Mal que mal, este 2017 ha sido definido por Naciones Unidas como el Año Internacional del Turismo Sostenible para el Desarrollo, y hasta 2018 sigue vigente el Plan de Acción de Turismo Sustentable en Áreas Protegidas del Estado, en coordinación con el PNUD.
El istmo de Ofqui ha sido identificado como un territorio de especial belleza y excepcionalidad ecosistémica, como lo reseñó una nota de La Tercera. El mismo artículo destacó que ahí se ubica un humedal –“con más de 50 especies de aves terrestres y acuáticas, algunas en peligro de extinción”– que podría ser el más extenso de Chile (1.200 km2). “Se encontraron huemules en las morrenas del glaciar, lo que es totalmente nuevo”, dijo al matutino de Copesa el jefe del Departamento de Áreas Silvestres Protegidas de la Corporación Nacional Forestal (Conaf) en Aysén, Dennis Aldridge. Y Juan Carlos Torres-Mura, vicepresidente de la Unión de Ornitólogos de Chile, agregó: “Encontramos cisnes de cuello negro, coipos y el huillín, actualmente en extinción (…). La gran diversidad de ambientes permite que muchas especies vivan ahí, pese a que no lo sabíamos”.
Toda el área está catalogada desde 1979 como Reserva de la Biósfera de la Unesco. Una de las instituciones interesada en actualizar sus antecedentes para mantener dicha categoría es la Universidad Católica de Chile –que mantiene en la zona la Estación Patagonia–, entidad con la cual Longueira y su equipo estarían buscando establecer contactos.
Son estas características las que han convertido este parque nacional en objeto de diversas investigaciones internacionales, como la Darwin Initiative de los museos de Historia Natural de Chile y Londres (1997 al 2000) y un proyecto de la Conaf con la Unión Europea (2000 al 2004). Actualmente, es parte de un área mayor que se ha propuesto como Patrimonio Mundial Natural Archipiélagos y Hielos Patagónicos de la Unesco, cuyos antecedentes Conaf debe presentar ante el Ministerio de Relaciones Exteriores para su postulación al organismo internacional.
¿Es coherente el canal, el andarivel, el dragado y la masificación del turismo con estos instrumentos y características? Esta es una duda razonable, más aún considerando que uno de los primeros sectores en beneficiarse con la nueva ruta sería la salmonicultura, una industria que mantiene instalaciones en zonas cercanas y que ya ha generado altos impactos ambientales en el sur austral. La respuesta aún no es posible tenerla, pero ya rondan serias dudas.
Una de estas dudas se centra en la conexión de la laguna San Rafael con el océano Pacífico, a través de un canal que llevaría las naves por los ríos Negro y San Tadeo, para desembocar en la bahía San Quintín (en el golfo San Esteban). Un signo de interrogación pendiente, dado que el proyecto no incluiría solo los casi dos kilómetros de canalización, sino, entre otras acciones, el permanente dragado de los cursos de agua con el fin de evitar la considerable sedimentación glaciar y permitir así el paso de las embarcaciones, si uno se atiene al proyecto original.
El cambio en la salinidad de las aguas de la laguna y su efecto en el glaciar, o la posible transmisión de enfermedades por el mayor tráfico, son otras incertidumbres. Una cuestión que ya rondaba en antaña época, producto de “las dudas nunca satisfactoriamente despejadas acerca de lo que podía ocurrir con el régimen de mareas una vez que se intercomunicaran las aguas del norte y del sur del istmo”, recuerda el Premio Nacional de Historia, Mateo Martinic, en su artículo de 2013 “Apertura del istmo de Ofqui: Historia de una quimera. Consideraciones sobre la vigencia de sus razones”.
Otro aspecto a tomar en cuenta, que avanza un especialista en agua dulce, es el efecto sobre la “hidrodinámica de la laguna (que es súper productiva: alimenta hasta pingüinos y ballenas) y los canales y fiordos de alrededor”. Incluso, el golfo San Esteban es un área marina relevante en el ciclo de vida de ciertos cetáceos. Si esta iniciativa se hubiera concretado tiempo atrás, más que un parque nacional hoy podríamos contar con otro Puerto Montt o Puerto Aysén. ¿Es eso lo que queremos en y para Aysén?
Las intenciones del ex ministro son prácticamente desconocidas en la región. Por lo menos a nivel público. Esta es una iniciativa de alto nivel que no ha bajado hasta los habitantes del territorio, con el riesgo de que políticas de responsabilidad social empresarial permitan el financiamiento de iniciativas locales como mecanismo de cooptación de voluntades, para concretar mega proyectos también externos que se mantienen como una amenaza para la región: represas y minería, fundamentalmente.
Tal observación no es inconexa. Hace un par de meses se informó que Longueira estaría asesorando otros proyectos de alto impacto ambiental en Aysén, entre ellos la Central Hidroeléctrica Río Cuervo, de Energía Austral. El muro levantaría un embalse de 13 mil hectáreas y, entre otros efectos, haría desaparecer los lagos Yulton y Meullín, y casi 2.500 hectáreas de humedales, ecosistemas fundamentales por su rica biodiversidad.
Así, una pregunta que surge es: ¿en qué parte la conservación del istmo de Ofqui y su desarrollo turístico “sustentable” es coherente con proyectos extractivistas en la Patagonia como el de río Cuervo, impulsado por una sociedad controlada por los gigantes Glencore (minería) y OriginEnergy (energía)?
Una duda que para Aysén es fundamental dilucidar.
[1] “Istmo de Ofqui: Un proceso inconcluso de conectividad en la zona sur austral”. Emilia Astorga y Sebastián Saavedra. Ediciones Ñire Negro, 2016.