La Iglesia Católica y la responsabilidad frente a los abusos
13.04.2017
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13.04.2017
Hace unos días, a través de los medios de comunicación, se dio a conocer una carta que la Arquidiócesis de Cali (Colombia) hizo firmar a sus sacerdotes. En esta carta los sacerdotes exculpan a la institución de toda responsabilidad civil ante posibles casos de abuso sexual infantil cometidos por ellos mismos.
Si bien jurídicamente una carta así no parece tener mucho sentido, sustento ni consecuencias, éticamente sí constituye un hecho gravísimo. Negar la responsabilidad que tiene la organización por las acciones que cometan personas bajo su alero, formación y amparo, es inaceptable.
En Chile ocurrió algo similar. En el marco de una demanda civil en contra de la iglesia, por su responsabilidad institucional al no prevenir ni detener el abuso sexual y de conciencia por parte del sacerdote Fernando Karadima, el Arzobispado de Santiago alegó que no tenía responsabilidad por lo que hicieran los sacerdotes a su cargo.
El arzobispado argumentó que los sacerdotes no tienen un vínculo de dependencia respecto de su obispo. Es imposible hallar rastros de buena fe en este argumento. La obediencia y fidelidad, pastorales y espirituales de los sacerdotes hacia sus obispos, son expresadas públicamente cada Jueves Santo. Proféticamente, en el juicio del que hablamos, ya negaron tres veces el vínculo entre ellos. Sólo para esquivar la responsabilidad.
Ahora bien, más allá del Caso Karadima en particular, lo que parece buscar la Institución es crear un precedente para librarse de toda responsabilidad.
En coherencia con esta exculpación, el arzobispado, a través de sus católicos abogados, de manera aún más vergonzosa, argumentó que la Iglesia Católica no tendría legitimación pasiva para ser demandada, lo que decepciona desde lo lógico, lo jurídico y lo ético. Bajo esta premisa, no podría ser demandada ni en este ni en ningún caso, puesto que, la Iglesia Católica chilena no existe (sólo existe la Iglesia Universal) y mal podría, por lo tanto, ser representada por el arzobispado. Por tanto, una demanda contra la Iglesia Católica como responsable de las acciones de un sacerdote, sería un error incluso formal.
El factor común entre la carta que el Arzobispado de Cali hace firmar a sus sacerdotes y los argumentos del Arzobispado de Santiago en el juicio por el Caso Karadima, es la búsqueda miserable por desligarse de la responsabilidad.
Siendo evidente que un sacerdote tiene un poder muy grande sobre las personas, por el hecho de ser sacerdote, los argumentos de la iglesia son escandalosos.
Buscar la responsabilidad de la Iglesia Católica a través de los obispados y otros superiores jerárquicos, según el caso, por las acciones de los sacerdotes, es un derecho de las víctimas, pero no solo eso. La responsabilidad tiene una dimensión jurídica, y sobre todo, ética. Una persona (natural o jurídica, temporal o espiritual) responde por sus actos, pero también, cuando tiene algún poder o autoridad sobre otros, es responsable de aquellos que están a su cuidado. Responde por ellos, ante sí y su conciencia, ante la sociedad, ante lo trascendente. La responsabilidad es el vínculo entre una persona, sus actos y la realidad. La responsabilidad es constitutiva no sólo de la ética, sino incluso de una personalidad como tal. En efecto, sin responsabilidad, sin vincular sus actos con su identidad, hay solo delirio. Pero cuando no se trata de ausencia de responsabilidad sino de su negación, entonces ya no hay solo delirio, lo que hay es el mal, la ruptura con lo ético.
Es innegable el poder de los sacerdotes, sobre todo respecto de personas vulnerables, niños, niñas y adolescentes que buscan, en ellos, refugio y consejo espirituales. Hay suficientes investigaciones que demuestran que este poder de los sacerdotes, por su actividad cotidiana, coincide en muchos aspectos con el poder que buscan personas con tendencia pedófila, para lograr abusar sexualmente [1].
Además, a pesar de una declaración explícita por parte de los últimos papas y obispos, en contra del abuso sexual infantil, en la formación de sacerdotes y en la cultura organizacional de la iglesia, hay una relación ambigua y abusiva con el poder y la sexualidad, lo que es una mala combinación.
De esta manera, el propio mensaje cristiano obligaría a la Iglesia Católica a retomar su responsabilidad, como institución, ante la prevención y lucha contra el abuso sexual en todas sus formas y, de manera aún más especial, del abuso sexual infantil. Cuando la iglesia responde ante la pregunta por el abuso sexual que han cometido sus sacerdotes con otra pregunta –“¿soy acaso el guardián de mi hermano?”-, nuestra respuesta es: sí. Y eres responsable, diremos, también por aquellos que llamas hijos e hijas. Eres responsable y respondes ética y jurídicamente por ellos. No hay excusas.
[1] A modo de ejemplos, ver: a) “Tabla comparativa entre lo que ofrece el ministerio sacerdotal y lo que los ofensores sexuales de niños buscan”, en The Encyclopedia Of Child Abuse, tercera edición, por Robin E. Clark, Ph.D. andJudith Freeman Clark with Christine Adamec p. 80; b) Perversion of Power: Sexual Abuse in the Catholic Church, de Mary Gail Frawley-O’Dea