Eso es todo, amigos
11.04.2017
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11.04.2017
Es un gag clásico de El Correcaminos. Wille E. Coyote corre por un acantilado sin darse cuenta de que ya no hay suelo bajo sus pies. Entonces queda suspendido en el aire. Él aún no se ha enterado, pero los espectadores ya sabemos que su caída es inminente.
El suspenso se alarga por unos segundos, hasta que el Coyote mira hacia abajo y se da cuenta de que caerá por el precipicio. Es solo entonces que la fuerza de la gravedad hace su trabajo y el personaje se desploma al vacío.
Ese instante (cuando el Coyote se da cuenta de lo que los observadores ya hace muchos sabemos, y cae) tiene hasta un nombre propio: el «momento Coyote», que se ha usado para describir fenómenos como el estallido de burbujas bursátiles (donde el mercado es el Coyote), y la resaca del electorado británico post-Brexit (donde son los ciudadanos apáticos).
En Chile acabamos de presenciar un «momento Coyote». Después de ocho meses de una desesperada campaña contra la realidad (contra la falta de apoyo ciudadano, contra las encuestas cada vez más adversas y contra la indiferencia de las cúpulas políticas), el ex Presidente Ricardo Lagos se ha enterado de que bajo sus pies hay sólo vacío, y su candidatura a La Moneda se ha precipitado por el acantilado.
¿Cuánto tiempo estuvo Lagos pataleando en el precipicio antes de tener su epifánico «momento Coyote»? Algunos dirán que fueron ocho meses, desde ese 2 de septiembre en que lanzó su fallida blitzkrieg para ganar la nominación de la Nueva Mayoría. Pero también podemos trazar un arco mucho más largo, de 6 años. La estrepitosa caída de Lagos puede entenderse como el último acto simbólico de la protesta de 2011. La ceremonia de cierre de ese movimiento inconcluso.
Es que 2011 fue el fin de la transición como dispositivo mental. A 23 años del plebiscito, una nueva generación de chilenos, nacidos precisamente en los albores de la transición, tuvo ya suficiente distancia como para condenar sin más a los héroes de la recuperación de la democracia. Y allí el personaje clave era Lagos: el hombre del dedo, y también el del CAE.
Pero 2011 careció de un cierre evidente, porque el símbolo no sufrió una caída explícita. Lagos no estaba en el gobierno, no debía negociar con los estudiantes, no era candidato a nada. Quedó, por lo tanto, desprovisto de su suelo político, colgando del acantilado, pero sin caer.
La oportunidad para ese cierre la brindó el propio Lagos al lanzar su aventura presidencial. «Es necesario matar al padre», dijo el ex ministro de Justicia Carlos Maldonado (PRSD), horas antes del Comité Central, animando al Partido Socialista a emular a Edipo (que el protagonista de esa tragedia haya terminado arrancándose los ojos, ya es otra historia).
La metáfora del padre es acertada porque el salto es, ante todo, generacional. Los 23 años (una generación) que pasaron entre el plebiscito de 1988 y la protesta de 2011 son los mismos 23 que mediaron entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y Mayo del 68, el momento en que una nueva generación de franceses pudo «matar al padre». En ese caso, fue el general Charles de Gaulle, quien había personificado la resistencia heroica contra el nazismo, y luego, la sociedad autoritaria que los jóvenes denunciaban en las paredes parisinas.
Mayo del 68 dejó a De Gaulle colgando del precipicio, pero sin caer aún. La inercia y el temor al caos lo hizo continuar como Presidente, de hecho, por casi un año más, hasta el 28 de abril de 1969.
Y tal como en el caso de Lagos, el «momento Coyote» de De Gaulle fue autoimpuesto. En vez de retirarse discretamente, convocó a un referéndum de reformas constitucionales, advirtiendo que el voto No significaría su renuncia; la mayoría del electorado quiso precisamente eso.
¿Traiciones? Por supuesto. Viendo su oportunidad, los principales líderes de la derecha, Georges Pompidou y Valéry Giscard d’Estaing, se distanciaron de De Gaulle: ambos obtendrían su premio al ser los sucesores del general en el Palacio del Elíseo.
El general francés tenía 78 años al momento de caer. El ex presidente chileno hoy tiene 79 años.
La historia ha sido mucho más amable con De Gaulle de lo que fueron la insolente generación del 68, los ingratos votantes del 69 y sus oportunistas aliados de esa época. Hoy, al general lo recordamos en primerísimo lugar por su valeroso combate contra los nazis. Es probable que con Lagos pase lo mismo: su dedo sostenido firme contra un dictador tiene más pasta de historia que las desgraciadas menudencias del CAE, el tren al sur y el Transantiago.
«Amigos, la vida continúa», dijo sabiamente Lagos en el adiós. En la «mirada larga», como a él le gusta decir, probablemente tenga razón.
En la más corta, esa que nos preocupa a los medios dedicados a la «hojarasca» diaria, el fin se parece más al cierre de las caricaturas de Looney Tunes, esas donde aparece Wille E. Coyote: «Eso es todo, amigos».