América Solidaria 2016: Lucha por la justicia y estilos de vida
25.01.2016
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25.01.2016
La indiferencia es una de las fuentes más grandes de las injusticias sociales. Cuando ya no me duele el dolor del otro, el que sea atropellado en su dignidad, el que viva una existencia materialmente miserable, el que reciba salarios de hambre o el que habite en guetos de exclusión social, quiere decir que la capacidad de escandalizarme, de empatizar y de conmoverme, no está, y que una parte de mi humanidad se ha dormido o simplemente está agonizando.
En Latinoamérica y el Caribe el 28% de las personas llevan adelante una existencia en pobreza material, con limitadas oportunidades que les permitan efectivamente transformar sus vidas y donde las desigualdades siguen siendo tan abismantes que un reducido número de privilegiados accedemos a educación de calidad, salarios justos, acceso a la atención en salud y habitamos viviendas y barrios más verdes, mejor equipados y seguros.
Hay en nuestro continente territorios donde los niños y niñas tienen muy bajas probabilidades de alcanzar una vida digna y plena, sufren desnutrición y evidencian una elevada mortalidad. De hecho, el 40% de ellos experimenta la pobreza a diario y, posteriormente, entre los jóvenes del 20% más pobre, más del 60% no termina la enseñanza media, viendo frustradas muchas de sus esperanzas y sofocadas sus capacidades y proyectos. La pobreza, nos dice Amartya Sen, es la privación de libertad más extendida en el mundo.
A la violenta indiferencia se ha sumado un cierto grado de incoherencia. El discurso de “búsqueda de la igualdad” y “aspiraciones de justicia”, cubierto muchas veces por ese manto de “hipócrita libertad” que se ha tomado el discurso en el último tiempo (y que es libertad para unos y no para todos), se derrumba abruptamente si analizamos primariamente nuestro propio “estilo de vida”, si con honestidad somos capaces de hacer conscientes los prejuicios, discriminaciones y malos tratos que nos gobiernan interiormente para con aquellos social y/o étnicamente “diferentes”.
Si deseamos un Chile y un continente más justo e inclusivo, con oportunidades iguales para todos y que el acceso a los derechos no dependa de nuestro poder adquisitivo individual, es urgente modificar simultáneamente la manera en que hemos construido nuestra existencia y sobre la cual se han elaborado las miradas que tenemos unos hacia los otros, cuyo efecto se cataliza luego en las políticas sociales.
Un camino para realizarlo es vinculándonos estrechamente con la realidad, en particular con la de aquellos más excluidos, desde el propio ámbito del ejercicio profesional. Sin esa relación más estrecha será muy difícil que en el “mundo propio” ingrese la rica diversidad de personas, familias y comunidades para que sean reconocidas y respetadas.
El voluntariado bien hecho, con compromiso vital y desde la cercanía personal, establece sin lugar a dudas un puente entre mundos separados, por momentos antagónicos. Albert Camus señalaba que “la pobreza es una fortaleza sin puente levadizo”. Pues bien, lo que buscamos desde América Solidaria y desde tantas otras organizaciones y movimientos ciudadanos es, de una vez por todas, romper la indiferencia partiendo por estrechar los vínculos con las personas y comunidades excluidas (vea la campaña “Gánale a tu indiferencia”).
Esto solo es posible hacerlo de manera honesta desde un “abajamiento”. Como dice Joaquín García Roca, “a la solidaridad le es esencial un elemento de ‘abajamiento de los unos a los otros’, lo cual significa un cambio radical en el modo de comportarse los humanos”. Es decir, debemos desprendernos de todo aquello que artificialmente nos ha hecho mirarnos como “no iguales”, como de “dignidades diferentes”, abriendo espacios de profundas injusticias y dolorosas indiferencias.