Los atentados en París desde la cultura occidental
16.11.2015
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16.11.2015
Consternación, miedo, rechazo, discriminación, violencia, odio. Son muchos los apelativos que se utilizan para categorizar el horror que vivió París el pasado viernes 13 de noviembre. Mientras los medios de comunicación informan con pesar cómo aumenta el número de víctimas –entre muertos, heridos y algunos desaparecidos–, las autoridades de la Unión Europea hacen un llamado para enfrentar juntos y de manera globalizada a los terroristas del Estado Islámico (EI), el grupo yihadista que se autoproclamó como autor de la serie de atentados. A primera vista, estamos en presencia de un acto de violencia directa y simbólica, llevado a cabo por un grupo armado que promueve la instauración de un califato musulmán con sede en los países que hoy controla en su gran mayoría: Siria e Irak. Sin embargo, ¿quiénes son realmente los responsables de atentados como los ocurridos en Damasco, Beirut, Túnez, Turquía o el mismo París?
Responder con violencia a la violencia es alimentar un círculo que nunca va acabar. El denominado “proceso de Paz” en Siria lleva más de cuatro años sin dar respuesta. Se busca una solución al conflicto pero no se incluye a los principales afectados: el pueblo sirio.
El 30 de octubre se llevó a cabo en Viena, Austria, una cumbre diplomática en la que por primera vez se sentaron en una misma mesa todos los actores internacionales involucrados en el conflicto. La reunión, que pretendía buscar una solución pacífica a la guerra en Siria, fue anunciada como un logro histórico, ya que contaba con miembros de 17 países. Pero curiosamente, no hubo ningún representante del gobierno sirio o de la oposición.
Lo anterior pareciera dar cuenta de que lo verdaderamente importante no son las víctimas, los refugiados ni los migrantes que no tienen dónde ir, sino que los intereses de las grandes potencias y quién liderará el proceso de transición en Siria cuando acabe la guerra civil. En algunos países de Europa, se han gastado millones de euros para levantar en las fronteras muros de contención que impidan el paso a las miles de familias que huyen despavoridas de la barbarie. En su momento fue Melilla (territorio español ubicado en África). Hoy le siguen Grecia, Bulgaria y Hungría. Incluso Suecia ya avisó que planea la construcción de una cerca.
La conferencia de prensa del presidente francés, François Hollande, tras los atentados en París, parece ser un calco de las reacciones del ex mandatario norteamericano, George W. Bush, tras la caída de las Torres Gemelas el 11 de septiembre del 2001, cuando hizo un desesperado grito de guerra contra todos los “terroristas” del mundo. En aquella ocasión se aniquiló, conquistó y masacró a poblaciones con la excusa de buscar los responsables de la matanza en Nueva York. Lo mismo ocurrió en marzo del 2003, cuando Estados Unidos invadió Irak con la excusa de la presencia de armas de destrucción masiva que nunca fueron halladas, ocupando el territorio y expulsando a miles de iraquíes de sus hogares.
Hoy el panorama es muy similar: Hollande prometió responder con la mayor dureza y sin contemplación alguna con los responsables. ¿Se habrá propuesto lo mismo cuando comenzó a bombardear Siria para derrocar al gobierno de Bashar Al Assad, sin importar la presencia de millones de civiles en las calles del territorio sirio y sus consecuencias posteriores?
Escribo estas líneas desde Granada, España, ciudad capital del Reino Nazarí musulmán hasta 1492, previo a la ocupación de los Reyes Católicos. Hoy, mientras la mayoría de su gente se muestra incrédula ante la escalada de violencia, en los barrios árabes el ambiente es otro: prevalece el temor a posibles represalias debido a sus creencias. Por su parte, el gobierno español liderado por Mariano Rajoy ha sido enfático en señalar que “ante las amenazas globales, responsabilidad global y cooperación creciente. Nadie está a salvo de la sinrazón y el fanatismo, una lacra que amenaza y golpea a la población civil en cualquier parte del mundo”.
Lo que vemos es un conflicto a escalada mundial entre la cultura dominante y la dominada, tal como señaló décadas atrás la filósofa francesa Simone Weil: “Occidente ha organizado el vivir colectivo en torno a la supremacía de ‘la razón’, y en ella se han justificado las diferentes formas de jerarquía y dominación; la invención de estructuras sociales, económicas, políticas, religiosas… son racionales dentro de su propia lógica”.
No se trata de justificar lo injustificable. El Estado Islámico ha puesto en marcha una máquina de violencia desgarradora, matando y aniquilando sin piedad, demostrando un trato inhumano sobre todo con mujeres, basándose en una lectura radicalizada del Islam que la mayoría de los musulmanes no apoya ni comparte. Pero en este conflicto no hay que hablar de víctimas y victimarios, sino más bien de la urgencia que existe por cambiar el actual paradigma. Hablar desde la paz a través de la paz, sin mancharnos las manos de sangre con más violencia. Aceptar y entender que somos seres humanos diferentes y que ninguna cultura está por sobre la otra. Entendiendo la paz como un constante estado de desorden que responde a los comportamientos de la humanidad. De lo contrario, actos violentos, armados y terroristas como los vividos en París seguirán ocurriendo.