“Plaza Montt-Varas sin número. Memorias del Ministro Alejandro Solís”
28.08.2015
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28.08.2015
Por Alejandro Solís
La causa por la desaparición de Miguel Ángel Sandoval Rodríguez llegó anexada a la de Villa Grimaldi. Él era un militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, sastre de profesión y tenía 26 años cuando fue secuestrado por la DINA, el 7 de enero de 1975, en la vía pública. Sus amigos y compañeros lo habían visto en muy malas condiciones físicas en el recinto secreto de Villa Grimaldi. Las torturas que frecuentemente le eran aplicadas habían deteriorado su cuerpo y era notorio el cambio de su estado de ánimo, más aún cuando a diario llegaban decenas de conocidos que pasaban a formar el grupo de los sin nombre, etiquetados con un número para aumentar la despersonalización de los detenidos. Meses más tarde, su nombre junto al de otras personas que estuvieron detenidas en diferentes recintos de la DINA, apareció publicado en una lista de 119 personas muertas en supuestos enfrentamientos y purgas intestinas fuera de Chile, episodio conocido como Operación Colombo.
Colombo fue la operación de inteligencia de mayor envergadura de la DINA, no sólo por el impacto que causó en los familiares de los detenidos desaparecidos, sino por el shock causado a toda la sociedad, debido a la cantidad de personas que se indicaban como muertas en diferentes países del continente.
Los primeros indicios de una operación de envergadura fueron las publicaciones en la prensa nacional de la aparición en Argentina de tres cuerpos quemados e irreconocibles, supuestamente identificados como detenidos desaparecidos en Chile. El primero fue un cuerpo explosionado en un sótano el 5 de abril de 1975, donde se encontró un cartel que decía “dado de baja por el MIR”, de quien se dijo que se trataba de David Silberman Gurovic, secuestrado por la DINA desde la Cárcel Pública en octubre de 1974 y visto por varios detenidos en el centro de torturas de José Domingo Cañas. El 12 de julio de 1975, se informó que en la localidad de Pilar, 45 kilómetros al noroeste de Buenos Aires, al interior de un automóvil se habían encontrado dos cuerpos acribillados y calcinados, sobre los cuales había un lienzo que decía, “Dados de baja por el MIR”. Entre sus restos se encontraban los documentos de identidad de Luis Alberto Guendelman Wisniak y Jaime Robotham Bravo, ambos detenidos por la DINA.
El objetivo principal de Colombo era desmoralizar a quienes resistían a la dictadura militar, en este caso el Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Para lograrlo debían darle un golpe definitivo. En el montaje de la operación se eligieron 119 nombres, guarismo que representaría en clave, el día y el mes del golpe de Estado: 11 del 9. De esta forma, cada vez que los familiares o compañeros de cautiverio recordaran a estas personas, inevitablemente repetirían la fecha en clave que había llevado a Augusto Pinochet al poder. La implementación se hizo a través de dos publicaciones fuera del país: O’Dia de Curitiba, Brasil y revista LEA en Buenos Aires. Ambas se publicaron por un solo día, en una sola tirada. El 25 de junio de 1975 salió a la venta en Curitiba, Brasil, el semanario O’Dia con la lista de 59 chilenos muertos. La segunda lista apareció el 15 de julio de 1975 en la revista LEA, en Buenos Aires, con 60 nombres de personas supuestamente asesinadas en un proceso de desintegración moral y política del Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Según el agente de la DINA en Buenos Aires, Enrique Arancibia Clavel, el encargado de difundir la información falsa en esa ciudad fue el periodista argentino del diario La Nación Carlos Manuel Acuña.
Las listas, confeccionadas por la DINA, correspondían a chilenas y chilenos que se encontraban desaparecidos tras haber sido secuestrados por este organismo. Por cada uno de ellos se habían presentado denuncias ante el Comité Pro-Paz, algunos tenían interpuesto Recursos de Amparo, existían declaraciones de sus compañeros que los habían visto con vida en centros secretos de detenciones y sus familiares los buscaban en diferentes lugares.
En esta operación de inteligencia, la prensa chilena tuvo un rol preponderante. A través de los medios se propagó mañosamente el montaje, infringiendo un daño adicional a los familiares de las personas desaparecidas que, hasta ese momento, pensaban encontrarlos con vida y, de manera violenta, se informaban de su muerte.
De paso, se aterrorizó a los opositores al régimen al ver por primera vez las alas de “cóndor” (9)desplegadas sobre sus cabezas. Uno de los titulares que más impactó en la época y que ha sido objeto de análisis y estudios sobre el rol que tuvo la prensa en la época de la dictadura militar, fue el que publicó el diario La Segunda el 24 de julio de 1975: EXTERMINADOS COMO RATONES, refiriéndose a la publicación de O’Dia sobre las 59 personas que daban por muertas fuera de Chile, en circunstancias que todas fueron sacadas de sus casas o detenidas en las calles y vistas en diferentes centros secretos de torturas de la DINA, en muy malas condiciones físicas y que se encontraban desaparecidos. El diario La Tercera tituló así: EL MIR HA ASESINADO A 60 DE SUS HOMBRES. El Mercurio: IDENTIFICADOS 60 MIRISTAS EJECUTADOS POR SUSPROPIOS CAMARADAS. Las Últimas Noticias: SANGRIENTA PUGNA DEL MIR EN EL EXTERIOR.
El caso de Miguel Ángel Sandoval Rodríguez lo había investigado con mucha prolijidad la jueza del Octavo Juzgado del Crimen María Inés Collin, bajo el rol Nº 12.005-1996. Una vez que ingresó a la Corte de Apelaciones, se instruyó con el rol N°2.182-98, denominado Episodio “Miguel Ángel Sandoval Rodríguez”, acumulado al Episodio “Villa Grimaldi” (Tomos LXIII, LXIV y LXV).
La primera declaración fue la de Pabla del Carmen Segura Soto, cónyuge de Miguel Ángel Sandoval Rodríguez, con quien contrajo matrimonio en 1974. Ella relató que su esposo era militante del M.I.R. a la fecha de su secuestro. La última vez que lo vio fue el día que desapareció. Había salido de su domicilio, en Avenida Grecia, sin decir dónde iba, aunque constantemente lo hacía a casa de su madre, en Lo Barnechea. A los dos días, Pabla fue a casa de su suegra y al no encontrarlo se dirigió al Comité Pro Paz para denunciar su desaparición. Más tarde, desconocidos allanaron su casa buscando algo que no supo qué era y que no encontraron. Se informó que su esposo había muerto en un enfrentamiento por la publicación que apareció en el diario La Segunda, con el título ya mencionado.
Lo que pude constatar con absoluta certeza es que Sandoval Rodríguez, a quien apodaban “Pablito”, había estado detenido en Villa Grimaldi, donde fue visto por muchas personas que militaban en su misma organización y que fue sacado de ese recinto el 10 de febrero de 1975, junto con María Isabel JouiPetersen, María Teresa Eltit Contreras, Renato Sepúlveda Guajardo, Jorge Herrera Jofré y Claudio Silva Peralta, todos desaparecidos desde ese día.
Una de las testigos era María Alicia Salinas Farfán, quien expresaba haberlo conocido en 1967 en la Federación de Estudiantes Secundarios F.E.S.E.S., porque ese año o el siguiente había comenzado a militar en el MIR y tiempo después lo hizo Miguel Ángel. Detenida el 5 de enero de 1975, lo vio llegar el 7 de enero a Villa Grimaldi. En esa ocasión estaba en buenas condiciones físicas. Lo siguió viendo y escuchó cuando lo torturaban, luego pudo ver que tenía rastros de maltrato. En una oportunidad conversaron sobre la preocupación por el hijo de Sandoval, que había nacido recientemente. El 11 de enero de 1975, ella fue trasladada a Cuatro Álamos y no volvió a verlo, ni saber nada de él. En otra declaración lo reconoció en la fotografía (fojas 18). Dijo que lo vio “varias veces: cuando llegó a Villa Grimaldi, cuando lo introdujeron a la sala de torturas y cuando era conducido al baño; en otra ocasión lo golpeó el grupo de Miguel Krassnoff en presencia de éste y de Basclay Zapata” (10).
Las declaraciones se repetían de manera similar, con algunos cambios en las fechas de las detenciones de los declarantes, pero todos aseguraban haberlo visto muy maltratado física y psicológicamente, o haber escuchado que se encontraba detenido en ese lugar. A ello se sumaban los nombres de los agentes Miguel Krassnoff, Marcelo Morén Brito, Fernando Laureani y Gerardo Godoy como los agentes que habían intervenido en los secuestros y torturas, en calidad de jefes o como actores preponderantes en los tratos crueles y degradantes que habían sufrido en su cautiverio.
Por el contrario, los agentes de la DINA negaban todas las acusaciones que se les hacían. Los oficiales aseguraban que su rol en la DINA era de analistas y los suboficiales, que cumplían funciones de guardia. De a poco fue saliendo algo de verdad. Algunos se explayaban y reconocían el rol que había tenido Miguel Krassnoff en la represión al MIR, señalándolo como el responsable en la DINA de desarticular a ese movimiento político.
En el Tribunal teníamos una muy buena maqueta de Villa Grimaldi, que se había hecho a partir de los recuerdos de algunos detenidos y agentes que colaboraron en esto, lo cual nos daba una absoluta precisión sobre las diferentes dependencias que tenía en la época que había cumplido las funciones de cuartel de la DINA. En ella había una dependencia, señalada por cada uno de los agentes como lugar de trabajo de analista. Lo curioso es que el lugar no tenía las dimensiones apropiadas para que ahí hubieran trabajado en forma conjunta los 15 agentes que decían haber ocupado esa sala. Uno de ellos fue Eugenio Jesús Fieldhouse Chávez. Este agente pertenecía a la Policía de Investigaciones de Chile, cuerpo al que había ingresado en 1964 y reconocía haber estado en comisión de servicios en la DINA, desde junio de 1974, junto a otros 20 funcionarios de su institución. Este hombre aseguraba que en Villa Grimaldi se mantenía detenidas a personas que eran llevadas por los diversos grupos operativos, ingresando 15 a 20 presos por día. Aceptaba que parte de sus tareas era la confección de listas de los detenidos, las que se remitían al cuartel general. Una de las pistas que entregó en sus declaraciones y careos, es que “observó la llegada del grupo ‘Halcón’ con detenidos” (11), reconociendo que “Halcón” era una unidad a cargo de Miguel Krassnoff y que los detenidos eran trasladados en camionetas Chevrolet, modelo C 10, con lona en el pick up, las que ingresaban al costado sur poniente del recinto.
Su declaración, junto a otras, me fue dando una pista segura sobre el rol preponderante de Miguel Krassnoff en la suerte que había corrido Miguel Ángel Sandoval, a pesar que éste insistía en su papel de analista en la DINA y que solo había trabajado con fuentes abiertas, que la información la obtenía de los documentos incautados, que solo iba por información a los cuarteles de la DINA y que jamás estuvo en una sesión de torturas.
Krassnoff era un personaje muy particular. De modales versallescos, casi extemporáneos, vestía impecable, marcando la diferencia con los otros agentes que concurrían a Tribunales aparentando cierta decrepitud, con el fin de obtener indulgencia por parte de los jueces. Se notaba en él una altanería que ocultaba tras una estudiada cordialidad. De lenguaje educado, jamás variaba una palabra de su declaración inicial, llegando a mantenerse imperturbable ante los desmentidos que hacían de él otros agentes en los careos.
Varias inculpaciones lo incriminaban e iban cerrando el círculo en torno a Krassnoff. Uno era su rol al interior de los centros de torturas, reconocido por los propios agentes y sostenido en las declaraciones de los detenidos. Otro era su papel preponderante en las sesiones de torturas. En todas las declaraciones lo identificaban como el oficial a cargo de la agrupación “Halcón” de la brigada Caupolicán y se resaltaba el enorme poder que tenía en los recintos de la DINA. También se hablaba de los traslados de prisioneros en camionetas Chevrolet modelo C 10 que estaban a cargo de la agrupación “Halcón”; por lo tanto, a cargo de Krassnoff. El agente Eugenio Jesús Fieldhouse Chávez señaló en un careo que “Miguel Krassnoff era jefe del grupo Halcón, con Zapata, Teresa Osorio y Osvaldo Romo y los veía salir en camionetas y regresar con detenidos” (12).
Raúl Enrique Flores Castillo señaló que lo condujeron a una celda llamada “casa Corvi”, donde encontró a una persona “que se identificó como Miguel Angel Sandoval, de unos 26 años, moreno, de 1,70 mts., y que corresponde a la persona de la fotografía de fojas 18, a la cual no conocía; estaba muy golpeada y cansada, hablaron. Ese primer fin de semana les permitieron almorzar en el patio y ahí nuevamente estuvo conversando con Miguel Ángel Sandoval. En la semana del 14 al 21 de enero el ‘Capitán Miguel’ y el ‘Coronta’ reunieron a los miristas en una sala más grande, se dio cuenta que estaban allí Miguel Ángel Sandoval, Guillermo Beausire, un Silva Zaldívar, Emilio Iribarren y otro de apellido Mallol” (13).
A medida que pasaba el tiempo, nuevos nombres se sumaban a la investigación. Por el grado que tenían, las funciones que realizaban y el período que habían cumplido servicio en la DINA, debían conocer el paradero de los detenidos desaparecidos. Para tener antecedentes sobre su carrera militar, solicitamos las hojas de vida de cada uno de los agentes investigados. No fue fácil acceder a ellas; la respuesta era siempre la misma: “no existen antecedentes”. Una vez que las tuvimos en nuestras manos, fuimos viendo que los reconocimientos, invariablemente, por méritos ocurrían tras las acciones represivas, eso fue muy importante, puesto que el encargado de hacer esas notas era su jefe, Manuel Contreras Sepúlveda.
La tarea de interrogar a los agentes también fue ardua. Ellos estaban convencidos que si negaban sus reales actividades al interior de la DINA los juicios no tendrían destino. Así que los interrogatorios tenían que ser muy acuciosos, centrados en sus contradicciones y negaciones. Así comenzaron a aparecer nuevas pistas y a resquebrajarse la mal entendida lealtad a los mandos.
Un rol destacado en esta etapa fue el que cumplió la Brigada de Derechos Humanos de la Policía de Investigaciones, dirigida por Rafael Castillo. Conformada por detectives jóvenes, con excelente formación técnica, disposición a investigar y a encontrar el máximo de información que aportara a tribunales. Esta unidad trabajó arduamente para ubicar, fuera y dentro del país, al máximo de testigos posibles, reuniéndose un cúmulo importante de información.
A través de múltiples testigos llegamos a establecer que Marcelo Morén Brito había tenido enorme relevancia en la represión al MIR y, a la fecha de la desaparición de Sandoval Rodríguez, estaba a cargo de la brigada “Caupolicán”, de la cual dependía la agrupación
“Halcón”, que dirigía Krassnoff y era quien tenía todo el mando en Villa Grimaldi, donde se ubicaba la Brigada de Inteligencia Metropolitana, quedando clara la línea de mando y las responsabilidades en los hechos.
Morén era conocido al interior de los cuarteles de la DINA con los apodos del “Ronco” o el “Coronta” y efectivamente tenía una voz ronca, fuerte, que retumbaba en la sala de los Tribunales cuando le daba énfasis a sus respuestas. Era una persona seca, prepotente, despectiva, sin empatía, jamás hizo un gesto amable o trató de congraciarse con las personas del Tribunal. Cuando le pregunté sobre la Operación Colombo, me respondió en forma displicente: “Eso fue una maquinación”, refiriéndose a que se trataba de un invento de la gente de izquierda. Los relatos que se hacían en tribunales sobre eltrato que daba a los detenidos eran terribles, incluso los propios subordinados lo señalaban como un hombre excesivamente violento, relatando que había ordenado pasar una camioneta por las piernas a su propio sobrino sin demostrar ningún grado de pesar.
A la información que fuimos recabando entre los agentes se sumaban las declaraciones de personas que estuvieron detenidas en la época de los hechos, quienes lo reconocían por su corpulencia, voz ronca, fanatismo y crueldad. Hugo Salinas Farfán narró un episodio muy decidor, ocurrido en 1975. Dijo haber estado detenido en Villa Grimaldi junto a “Pablito”, donde ambos fueron careados y llevados a detener a otros militantes del MIR, lo que no ocurrió, siendo duramente torturados a su vuelta. En mayo de 1975 Salinas fue trasladado a Tres Álamos y al campo de prisioneros de Puchuncaví. Estando en este último recinto, fue llamado a declarar en causas por detenidos desaparecidos, lo que le significó ser trasladado de nuevo a Villa Grimaldi en octubre o noviembre de 1975. Ahí lo recibió Marcelo Moren, reconociéndolo por el tono de su voz, quien le dijo: “¡qué andai hablando huevadas! ¿querís que te pase lo mismo que les pasó a tus amigos?”, y lo golpearon para obligarlo a hacer una declaración, retractándose de sus dichos respecto de Julio Flores Pérez” (14).
Todos coincidieron en que Morén no solo tenía mando, sino que conocía en detalle lo que ocurría con los detenidos, en especial con Miguel Ángel Sandoval Rodríguez. Él negó todas las acusaciones, aceptó haber interrogado a prisioneros en Villa Grimaldi, asegurando que “nunca los torturó, solamente les habló fuerte y los zamarreó por los hombros” (15). Expresó que no le constaba que los 119 hubiesen sido detenidos por la DINA, pero, tampoco le constaba lo contrario, “ya que pudieron ser detenidos y puestos en libertad, pero no duda de la veracidad de haber sido muertos en Argentina en un enfrentamiento pese a que esta información ha sido tergiversada; por otra parte, es una estrategia de los grupos extremistas darse por muertos para desinformar y seguir operando” (16). Mintió al señalar que no participó en las torturas de Raúl Enrique Flores Castillo, mencionando “que en la época señalada por éste -7 de enero de 1975- estaba de vacaciones”, (17)pues siempre las pedía en enero, porque el día 27 es su aniversario de matrimonio, dato que no concordaba con los antecedentes de su hoja de servicio.
Otro agente que aparecía en forma recurrente en las declaraciones era Fernando Laureani Maturana, que por coincidencia tenía el apodo de “Pablito” en la DINA. Laureani era un oficial de Ejército de escasa inteligencia, siempre estaba muy nervioso, un poco alocado, le costaba fijar el desarrollo de un tema, saltaba de un relato a otro y hablaba con monosílabos. Nunca pude identificar si era su forma de desorientar el interrogatorio o simplemente era su nula capacidad de construir relatos coherentes. Lo cierto es que ninguno era sustentable. Una vez le pregunté sobre la imagen que sus pares tenían sobre él, refiriéndome a las declaraciones sobre su torpeza, me respondió displicentemente, “esas son copuchas”.
Laureani había viajado a cursos de inteligencia en Brasil. El año 1974 fue incorporado a la DINA a cargo de la agrupación “Vampiro” de la brigada Caupolicán; en tal condición participó activamente en las acciones operativas e interrogatorios bajo tortura que hacían a los detenidos. Varios agentes y detenidos que habían estado con Sandoval lo mencionaban, así como se referían a su comportamiento cruel.
Gerardo Ernesto Godoy fue otro de los agentes vinculados a la desaparición de Miguel Ángel Sandoval. A diferencia de los otros oficiales, Godoy pertenecía a Carabineros, ingresando a la DINA a finales de 1973. Su rango al interior de este organismo de seguridad era alto, puesto que lo encomendaron para que realizara “misiones de seguridad” al interior del grupo de escolta de Pinochet. En sus declaraciones reconoció que se detenía a personas por razones políticas, arrestos que se efectuaban por órdenes superiores, aunque negó haber participado en ellos. También negó haber visto a detenidos en Villa Grimaldi, sólo vio camionetas C 10 con pick up de lona estacionados fuera de los recintos. Sus declaraciones estaban llenas de contradicciones, las que se fueron aclarando en los careos y comenzó a emerger su verdadero rol en la DINA. Careado con Osvaldo Romo dijo reconocerlo “y respecto de otras labores que desempeñaba en la DINA, distintas a las que señaló a fojas 194 y que indica Romo –participar en operativos en que fueron a buscar y a detener personas-, ‘son efectivas’, ya que debía realizar todo tipo de labores como apoyo” (18).Si bien a Hugo Ernesto Salinas Farfán no lo reconoce en el careo, dice que “no descarta haberlo detenido, pues participó en varios operativos de esa naturaleza pero niega haber presenciado torturas; como era del MIR, debió haberlo interrogado Romo; no descarta haber salido con él a detener otras personas” (19).
Luego de negar que participaba en las detenciones, dijo que cuando “salía a detener personas usaba entre otros vehículos un Austin Mini rojo y lo hacía cumpliendo órdenes verbales y, si se trataba del MIR, era Romo quien se las trasmitía pues hacía lo que éste le decía debido a que las autoridades le daban autoridad para ello” (20). Gerardo Godoy, conocido como “teniente Marcos” o “Cachete Chico”, era un sujeto que pasaba inadvertido, hablaba en forma calmada y trataba de sostener algún grado de coherencia en sus declaraciones, pero ante las evidencias se fueron desvaneciendo sus argumentos.
Fue el capitán de Ejército Germán Barriga Muñoz (21) el que implicó directamente a Manuel Contreras en las órdenes que se impartían, señalando que había participado en operativos para detener personas y que “todas las acciones eran por orden del Director Manuel Contreras” (22).
Esta declaración, sin dudas, fue la que hundió definitivamente al hombre fuerte de la DINA, quien hasta ese momento se sentía intocable y respondía desafiantemente a la justicia. Lo paradójico es que el hombre más duro de su organismo de inteligencia lo traicionó. Barriga fue conocido por su pertinaz rechazo a colaborar con la justicia, al punto de preferir la muerte a ser condenado por su participación en violaciones a los derechos humanos, pero le puso el salvavidas de piedra a quien le había jurado lealtad.
Contreras era un personaje oscuro, narciso, que respondía a todas las preguntas con amabilidad y una sonrisa perenne. Jamás se rebeló o subió la voz ante ninguna pregunta. Era notorio que tras esa máscara de amabilidad había un odio enfermizo contra quienes lo tenían sentado en el banquillo de los acusados. Él no se imaginó nunca que terminaría condenado por esta causa y que sería la apertura para un sinfín de condenas por “secuestro permanente”, figura jurídica que se usó para condenar en los casos de detenidos desaparecidos, puesto que habían sido secuestrados y, al no hallarse los cuerpos, se transformaba en un secuestro permanente, pudiendo aplicarse penas mayores.
En sus declaraciones se mantuvo en el discurso manido contra el marxismo. Sostuvo que muchos de “estos ‘desaparecidos’ fueron sacados hacia el extranjero por personas que lo han reconocido públicamente, como el senador Jaime Gazmuri, Gladys Marín, el sacerdote Alfonso Baeza y su ayudante Alejandro González. En Buenos Aires funcionaba la Junta Coordinadora Revolucionaria del Sur, implantada por Fidel Castro, que dirigía todos los movimientos subversivos de América del Sur; funcionó desde 1973 hasta mayo de 1976, en que fueron expulsados por el nuevo gobierno; esa Junta recibía a las personas sacadas del país clandestinamente; la segunda opción que explica los desaparecimientos eran las disposiciones que dictaba Fidel Castro que señalaba que los muertos o heridos de la guerrilla debían ser retirados para evitar represiones hacia sus familiares y ser sepultados en forma clandestina para responsabilizar al Gobierno de que habían sido detenidos y desaparecidos” (23).
Pero los datos entregados por algunos agentes eran demasiado contundentes. Señalaban que “en Villa Grimaldi los detenidos eran sometidos a intensos interrogatorios durante los cuales los torturaban, quemarlos con cigarro, los tiraban a un pozo con agua, les sacaban los dientes, les aplicaban corriente eléctrica” (24).
Con todos estos elementos y muchos otros, fui estableciendo las culpabilidades y los grados de responsabilidad que tenía cada uno de los implicados en los hechos. Me preocupaba el fallo, puesto que debía ser claro y contundente en cuanto a las pruebas, y ajustado al derecho nacional e internacional para que pasara sin contratiempos en la Corte de Apelaciones y en la Corte Suprema, puesto que era el primer caso donde se sentaba doctrina sobre la figura de “secuestro permanente” y había muchos detractores en ambas instancias judiciales.
Notas
(9) La Operación Cóndor fue la alianza entre las dictaduras del Cono Sur para reprimiry exterminar a opositores más allá de sus fronteras. Esta organización criminal fue creada por Manuel Contreras el año 1976.
(10) Causa Rol Nº 2.182-98, Fojas 217
(11) Ibíd., fojas 207.
(12) Ibíd. Careo 340 vta.
(13) Ibíd. Fojas 214.
(14) Ibíd. Fojas 219
(15) Ibíd.
(16) Ibíd.
(17) Ibíd. Careo fojas 354
(18) Ibíd. Careo fojas 247
(19) Ibíd. Careo a fojas 365
(20) Ibíd.
(21) Germán Barriga Muñoz (59), capitán de Ejército y agente de la brigada Purén en la DINA. Fue conocido por su comportamiento despiadado en la represión que continuó al golpe militar de 1973. Acosado por los juicios por violaciones a los derechos humanos, se suicidó el 17 de enero de 2004, lanzándose desde un edificio en construcción, frente a la Escuela Militar.
(22) Ibíd., fojas 238
(23) Fallo causa Miguel Ángel Sandoval Rodríguez.
(24) Ibíd., fojas