Aluviones en el norte: sustentabilidad y conciencia son los desafíos para Chile
28.08.2015
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28.08.2015
Las catástrofes naturales han marcado nuestro país a lo largo de su historia y particularmente en los últimos años. Estas catástrofes ya han cobrado demasiadas vidas, por una parte, y por otra, el impacto social y económico es cada vez tan violento y recurrente que, lejos de ceder a la posibilidad de la resignación o el conformismo –“Nueve de cada diez catástrofes naturales prefieren Chile”-, nos debiera movilizar a una apreciación distinta del medio ambiente, del entorno y del modo como hacemos sociedad.
El 25 de marzo de este año ocurrieron lluvias torrenciales de una severidad extrema en Atacama, las que precipitaron intensamente agua líquida en las partes altas de las hoyas hidrográficas de las quebradas que drenan los ríos más importantes -tres a cuatro veces lo que precipita en promedio anualmente en la región-, generando aluviones e inundaciones devastadoras. Chañaral, por ejemplo, fue particularmente afectada por estos aluviones que arrasaron las viviendas e infraestructura que se habían construido en la quebrada del río Salado durante los largos años prácticamente sin escorrentía, pero que también impactaron la parte baja del casco histórico de la ciudad. Se habla de varias decenas de personas fallecidas y desaparecidas en la región, además de las pérdidas cuantiosas en viviendas e infraestructura, a lo cual se suma la posibilidad de contaminación y sobretodo el impacto emocional en los ciudadanos, aún no totalmente evaluado.
Aluviones e inundaciones como los ocurridos el pasado 25 de marzo son eventos extremos, pero ya conocidos en la zona. Rudolph Amandus Philippi, uno de los primeros científicos naturalistas encargados de reconocer el territorio de la república en el siglo XIX, describió, en su Viaje al Desierto de Atacama, un aluvión que impactó fuertemente la hacienda de Chañaral en 1848. Del mismo modo, crónicas históricas y registros geológicos evidencian eventos similares en otras oportunidades durante el siglo XX, como así también en los siglos y milenios anteriores en la costa del Desierto de Atacama. Basta recordar los devastadores aluviones que arrasaron una buena parte de Antofagasta en 1991(1), como también los que afectaron el borde oriente de Santiago el año 1993; ambos casos directamente relacionados con episodios El Niño/Oscilación del Sur, un modo de variabilidad océano-climática de la cuenca del Pacífico y de impacto global, que cada ciertos años produce calentamiento del océano, tormentas, marejadas, lluvias torrenciales, inundaciones y eventualmente aluviones(1,2,3).
Las lluvias torrenciales, las fuertes marejadas y los aluviones acontecidos el pasado fin de semana del 7 y 9 de agosto,que afectaron fuertemente el borde costero del centro y norte del país, particularmente a Tocopilla, ocurrieron en el contexto de un episodio El Niño que continúa fortaleciéndose en el Pacífico y que comienza a asemejarse al evento más intenso del siglo anterior, el de 1997. Además de aquellos de 1991, aluviones de intensidad similar ocurrieron en 1940 en la costa de esa misma región, también durante un El Niño(1). Adicionalmente, es posible que la particular intensidad de los eventos recientes tenga relación con los impactos esperados del Calentamiento Global, cosa que aún queda por demostrar.
Pero, más allá de los aspectos puramente científicos o técnicos, cabe preguntarse ¿qué pueden tener en común estos y otros episodios extremos recientes? En todos los casos han implicado, e implicarán, fallas sistémicas en el modo como nuestra sociedad se organiza y se desarrolla. Pero sobretodo, evidencian una falla de conciencia en el modo como cada uno, y luego colectivamente, asumimos la realidad espacial y temporal de la naturaleza extrema en que nos desenvolvemos. Contrariamente a lo que hemos descrito, acostumbramos a visualizar nuestro entorno como lo inmediatamente cercano en tiempo y espacio, sin considerar que la cordillera andina es un ente en constante evolución, a veces imperceptible, a veces muy violenta.
Nuestra visión inmediatista de la naturaleza se evidencia fuertemente en el modelo de desarrollo que hemos escogido, o que nos ha sido impuesto, en que los intereses materiales individuales preponderan por sobre el bien común, por sobre la comunidad. Una cosmovisión errada y esquizofrénica, en que “mis” prerrogativas o propiedad sobre la Tierra y sus recursos, están por sobre la lógica de considerar que la ocupación del territorio, requiere tomar en cuenta las distintas escalas espaciales y temporales de los ciclos naturales, incluyendo los eventos extremos, organizarse y planificar según ello. Una visión tan distinta al concepto de “gente de” la Tierra.
El problema de las catástrofes naturales, el manejo sustentable de recursos naturales cruciales como el agua, va más allá de la necesidad de más instrumentos, de técnicos más o técnicos menos, o incluso de un rediseño de las instituciones pertinentes -sin duda una componente importante del problema-, sino que debe considerar sobretodo una aproximación distinta al medioambiente, a nuestro entorno. Esta transformación requiere del diseño de una política pública integral y de largo plazo, de carácter eminentemente humanista, en que el centro sea el hombre y la naturaleza, muy diferente de la posición periférica en que se encuentran hoy, en relación a la supremacía, por ejemplo, de los intereses puramente lucrativos. Sin duda que esta visión tiene que plasmarse en una nueva carta magna, con la educación pública, junto con la generación, difusión y penetración social del conocimiento científico y tradicional, como su eje central, en que tanto desde su concepción simbólica como en su cuerpo legislativo potencie el desarrollo libre y sostenible de las personas, de las comunidades, y de su entorno.
En fin, los problemas medioambientales son eminentemente horizontales, pues las decisiones terminan afectándonos a cada uno e impactan directamente nuestras vidas y nuestra cosmovisión. Una nueva conciencia y una sociedad que se organiza democráticamente tienen que considerarlo. Tal vez así podremos evolucionar y desmarcarnos del destino doloroso al que parece someternos esta naturaleza extrema, cíclica y en proceso de cambios.
Notas
(1) G. Vargas, L. Ortlieb, R. Rutllant, 2000, Aluviones históricos en Antofagasta y su relación con eventos El Niño/Oscilación del Sur, AndeanGeology (formerly Revista Geológica de Chile), 27(2), 155-174.
(2) L. Ortlieb, 1994, Las mayores precipitaciones históricas en Chile central y la cronología de eventos ENOS en los siglos XVI-XIX, Revista Chilena de Historia Natural, 67, 463-485.
(3) B. Vicuña Mackenna, 1877 (1970), El Clima de Chile, Editorial Francisco de Aguirre, Buenos Aires, 399p.