VIOLENCIA EN MÉXICO
Femicidios en Juárez IV: Rezó y lloró por los restos que no eran de su hija
12.08.2015
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VIOLENCIA EN MÉXICO
12.08.2015
La mamá de Lizbeth Avilés García ha acumulado dolor tras dolor en los últimos seis años: a la agonía que vivió a partir de 2009 por la desaparición de su hija de 17 años en el centro de la ciudad, y de encontrar de ella sólo algunos huesitos que le entregó la Fiscalía estatal en 2012, tuvo que soportar que, tras más de un año de acudir día tras día a visitar su tumba, le avisaran que hubo una equivocación: los restos que se llevó a enterrar hasta Durango, su tierra natal, no eran los de Lizbeth. Eran los de otra jovencita que también fue asesinada y arrojada en el arroyo El Navajo.
Por esta pifia que les ocasionó mayor sufrimiento, la familia ha interpuesto una demanda por la vía civil en contra de quien resulte responsable, ya sea la funeraria encargada de manejar los restos o la misma Fiscalía General del Estado.
En realidad, toda la familia de Lizbeth ha vivido un dramático viacrucis desde que ya no supieron de ella la tarde del 21 de abril de 2009, al grado de que uno de sus hermanos se suicidó dos años después de que fueron localizados sus restos, agobiado por la depresión.
Su madre, enferma del corazón, no tuvo la fuerza suficiente para viajar desde Durango y estar presente en el juicio que la semana pasada culminó con la sentencia a cinco hombres, acusados de trata y del homicidio de 11 mujeres, entre ellas Lizbeth.
En noviembre de 2012, la Fiscalía estatal localizó y levantó los restos de dos mujeres en la zona de El Navajo, en el Valle de Juárez, tras la advertencia lanzada por dos ejidatarios del lugar. Eran los de Lizbeth y los de Jéssica Leticia Peña García.
Jéssica tenía 15 años cuando desapareció –también en el centro de la ciudad– en 2010.
La Fiscalía entregó en febrero de 2013 a la familia de Lizbeth unos cuantos huesos que se pudieron rescatar en El Navajo.
Ese mismo día, recuerda la hermana de Lizbeth, entregaron a los familiares de Jéssica Leticia sus restos.
“Estaban en la misma funeraria, no sé con cuánto tiempo de diferencia se hayan entregado, pero a nosotros nos los dieron y nos los llevamos a Durango. Los sepultamos allá”, cuenta la hermana de Lizbeth.
Cuando en 2013 la Fiscalía localizó otros restos de Jéssica, exhumaron los que le habían entregado a la familia de ésta, y luego de realizar análisis se dieron cuenta de que en realidad era los de Lizbeth, y que los de Jéssica estaban enterrados en Durango.
Su madre supo entonces que en todo ese tiempo a quien le lloró, a quien le rezó, no era Lizbeth.
Ella acudía todos los días al panteón ejidal porque está cerca de su casa y, caminando, llegaba en 15 minutos.
“Ella todos los días iba a platicar con ella, a limpiarle su lápida, y para ella fue demasiado fuerte esta equivocación que resulta con el paso del tiempo. Fue algo que no se creía, algo que supuestamente estaba bien controlado, de que no había equivocaciones”, menciona la hermana.
Esta situación agravó la salud de la madre, quien está enferma del corazón.
Ya desde antes, en 2009, después de que su hija Lizbeth ya no apareció, su madre pidió a la entonces Procuraduría de Justicia del Estado que turnara los expedientes de mujeres desaparecidas a la Procuraduría General de la República, al considerar que el móvil era la trata de blancas y, por ser delito federal, competía a esta instancia indagar los hechos.
“Por ser pobre no lo toman a uno en cuenta”, dijo en 2009 la madre de Lizbeth, quien el 21 de abril de ese año acudió al Mercado Reforma a pedir trabajo. Había terminado la secundaria y quería ganar su propio dinero.
“Nos llamaron y nos dijeron que estaba en un bar de Puerto Palomas de Villa, porque dicen que ahí es donde la habían visto en un bar, porque de ahí se están llevando a las muchachitas desaparecidas fuera de la ciudad”, señaló en ese entonces la madre de Lizbeth de acuerdo con archivos periodísticos.
La madre de familia explicó que junto con varias mujeres fueron a aquel poblado y en un baño, observaron que en un sótano estaban varias jovencitas a las que prostituían.
Proporcionaron esa información el Ministerio Público, pero les dijeron que no podían hacer nada.
“A las menores las ‘enganchaban’ en la zona Centro donde (hombres desconocidos) les ofrecían mucho dinero para trabajar por un mes”, indagó la madre de familia.
Seis años después, un Tribunal de Juicio Oral le dio la razón a esta madre e investigadora empírica al determinar que Manuel Vital Anguiano, César Félix Romero Esparza, Edgar Jesús Regalado Villa, Jesús Hernández Martínez y José Antonio Contreras Terrazas son culpables de los delitos de la trata y homicidio de 11 mujeres, cuyos restos óseos se localizaron en El Navajo.“Yo creo que están siendo comercializadas, porque entre otras madres y yo hemos hablado y hemos sabido que a otra muchachita ya la estaban vendiendo y se la llevaron, porque las están sacando fuera de aquí”, aseguró.
Después de pasar por estos avatares, el hermano mayor de la familia se suicidó dos años después de que localizaron el cadáver de Lizbeth, cuenta la hermana, quien solicitó reservar los nombres de ella y de su mamá.
Concluye que la muerte de Lizbeth fue, entre otros, uno de los principales motivos por los que su hermano decidió terminar con su vida.
“A raíz de eso él entró en una depresión que en parte lo llevó a hacer lo que hizo, no se explicaba ni entendía el por qué le habían hecho esto a nuestra hermana”, agrega.
La familia interpuso una demanda civil contra quien resulte responsable por la equivocación en la entrega de los restos óseos, ya sea la Fiscalía General o la funeraria.
“Que salgan los responsables, quién fue capaz de hacer esta equivocación tan grande, que no es cualquier cosa, estamos hablando de personas, de que era una cosa demasiado delicada y queremos a los responsables de eso porque para nosotros es algo muy importante. Si para ellos fue un juego para nosotros no”, explica la hermana de Lizbeth.
También la madre de Jéssica Leticia, María García ha exigido respuestas a la Fiscalía de Atención de Delitos de Género, para que clarifique el hecho y se castigue a los responsables de confundir los cuerpos.
María García fue una de las madres de jóvenes desaparecidas que, en febrero de 2012, velaron por cuatro días los restos de sus hijas frente a la Fiscalía General del Estado, en señal de protesta por el proceder de la autoridad en las investigaciones.
El año pasado, entrevistada por El Diario, entre lágrimas aseguró no superar el proceso de saber que los restos que veló y enterró en el panteón San Rafael de Ciudad Juárez, no eran los de su hija, sino los de Lizbeth Avilés García quien al igual que Jéssica también fue asesinada.
Un viacrucis que, sin proponérselo, compartieron dos madres de familia.
Ver reportaje original en El Diario de Juárez.
Ver primera parte de la serie sobre femicidios en Juárez: 16 víctimas del caso “El Navajo” aún no tienen justicia
Ver segunda parte de la serie sobre femicidios en Juárez: Once mujeres llegaron atadas y con vida a El Navajo, ahí las mataron
Ver tercera parte de la serie sobre femicidios en Juárez: La niña que nació marcada