House of Cards y la vulnerabilidad ante los desastres en Chile
23.06.2015
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23.06.2015
En el cuarto capítulo de la tercera temporada de la serie House of Cards, Francis Underwood, el desalmado personaje de un político norteamericano con una integridad difícil de encasillar, se ve enfrentado a abandonar su proyecto estrella: un programa de empleo llamado América Trabaja (America Works) o “AmeTra” (AmWorks), como graciosamente le llaman sus detractores. La falta de recursos amenaza el éxito de América Trabaja y con ello el de su administración como Presidente interino de Estados Unidos. Esto podría sepultar para siempre su aspiración de llegar a la presidencia del país en la forma que Underwood querría: democráticamente.
Sin escrúpulos, implacable, decidido, Underwood da con la solución. La víctima de la cual obtendrá los recursos que “AmeTra” necesita será FEMA, la Agencia Federal para la Gestión de Emergencias de Estados Unidos, lo que en Chile conocemos como ONEMI. ¿Qué artes utiliza para canalizar recursos desde FEMA hacia “AmeTra”? La fórmula es sencilla, pero la destaco porque aunque es parte de una pieza de ficción, se basa, en parte, en un concepto que tiene su raíz en la realidad: la pobreza amplifica los efectos de un desastre.
Underwood encuentra en la figura legal del «Estado de Emergencia» la oportunidad perfecta para desviar los recursos de FEMA a “AmeTra”. Consigue que un alcalde solicite oficialmente el «Estado de Excepción Constitucional» al Presidente, de manera que éste pueda tomar medidas extraordinarias (que es otra forma de decir que puede tomar decisiones sin consultar a nadie) para atender un desastre. En el mundo real, las autoridades están facultadas para declarar el Estado de Excepción a raíz de un desastre tanto en Estados Unidos como en Chile (en nuestro país en virtud de Ley Nº18.415).
Lo novedoso es que en la serie el Estado de Excepción Constitucional que se pretende declarar no tiene su origen en un desastre desencadenado por un evento natural (tipo terremoto o inundación), sino por uno social: el desempleo. La cesantía -y los millones de personas, entre ellos ancianos y niños, que sufren por sus efectos- es el “desastre” que Underwood intenta evitar o reparar. Así, consigue desviar US$9 billones del presupuesto de FEMA hacia su programa de empleos (1).
La pregunta que plantea esta intriga televisiva es: ¿El desempleo es un potencial desastre?
Sobre este punto en particular, se puede decir que la pobreza, entendida como una condición generada por la falta de ingresos (y, por lo mismo, como un efecto posible del desempleo), se ha asociado a una mayor vulnerabilidad ante los desastres. Hay un hecho que los expertos no pueden negar, una constante en el estudio científico de los desastres que se repite una y otra vez desde que se investigan estos fenómenos: las personas en situación de pobreza son siempre las más afectadas por los desastres (2).
Tanto en Sri Lanka en 2004, Nueva Orleans en 2005 y en Chile y Haití en 2010, las personas que viven en la pobreza se han visto mucho más afectadas por los desastres que los demás. Aunque la tierra tiembla para todos por igual, sus efectos se suelen ensañar con los más pobres, porque éstos no sólo carecen de los recursos para hacer frente a los costos materiales que les provoca el evento natural, sino también porque, a raíz de la vulnerabilidad en la que viven, suelen tener menos oportunidades de acceso a información, servicios de emergencia de calidad y a participar activamente en la recuperación y reconstrucción de sus comunidades.
La mayor vulnerabilidad a los desastres no es una cualidad con la que se nace, se va forjando lentamente por la falta de voluntad política de las autoridades, y muchas veces de la sociedad en general, para evitar la marginación de un sector importante de los ciudadanos.
Además, una de las características de la población que vive en la pobreza es su alta dependencia de medios de subsistencia que en muchos casos son también riesgosos: generalmente, existe solo un ingreso familiar (ya sea del padre o la madre) o las fuentes de ingreso se sitúan en la misma vivienda afectada (como un almacén o taller de costura). Por lo mismo, es frecuente que, cuando un aluvión o terremoto afecta la vivienda, no solo arrasa con el lugar de residencia, sino también con los medios de subsistencia (como herramientas o equipamiento, entre otros). La mayor vulnerabilidad a los desastres no es una cualidad con la que se nace, se va forjando lentamente por la falta de voluntad política de las autoridades, y muchas veces de la sociedad en general, para evitar la marginación de un sector importante de los ciudadanos (3).
En 2005, frente al huracán Katrina, los más «afortunados» habitantes de Nueva Orleans pudieron valerse de sus autos para escapar de las inundaciones, pero quienes no tenían medios propios para movilizarse debieron esperar a ser rescatados. Y esa ayuda, para muchos, llegó tarde (4). Entre aquellos que lograron escapar, también hubo diferencias. Quienes contaban con ahorros, seguros y redes de apoyo (familia, empleadores, colegas) pudieron continuar con sus vidas con cierta normalidad más allá de la devastación. Mientras que los «menos afortunados» tuvieron que depender de lo que el Estado pudo proveerles, lo que en Estado Unidos, y en particular para el caso de Katrina, fue realmente muy poco (Katrina es considerado el huracán más mortífero que ha afectado a Estados Unidos desde 1928, con 1.833 fallecidos, la mayoría de ellos evitables).
«Los desastres no son naturales», es lo que afirmaron los expertos y autoridades internacionales en la última conferencia mundial sobre la reducción del riesgo de desastres el pasado marzo en Sendai, Japón. A esa cita asistieron pocos medios internacionales y prácticamente ningún medio chileno recogió lo que allí se expuso. Los especialistas dijeron que los desastres no son naturales, porque lo natural es el fenómeno que genera el desastre, como un terremoto o un aluvión. Pero para que sea considerado como desastre, es necesario que ese fenómeno afecte a personas o sistemas vulnerables. El ejemplo sencillo es que si un terremoto ocurre en medio de la nada, no causa muertos ni destrozos, es simplemente un terremoto, no un desastre, por lo que no son sinónimos. El terremoto se convierte en desastre cuando encuentra a su paso una sociedad vulnerable, es decir, no preparada, desorganizada, sin medios ni recursos (los que muchas veces faltan por el escaso interés político en proporcionarlos) para resistir los efectos de tales eventos naturales.
Y si no, cómo se explica entonces que un terremoto de casi las mismas características produjera efectos tan diferentes en Chile y Haití en 2010. Sólo para refrescar la memoria, el terremoto en Chile fue de 8,8 en la escala de Richter, mientras que en Haití fue de 7,2. En Chile se registraron alrededor de 500 muertes, mientras que en Haití supero la increíble cifra de 200 mil fallecidos. En lo económico, mientras el costo estimado del desastre en Haití alcanzó casi US$8 billones de dólares, en Chile rodeó los US$30 billones, una cifra exorbitante incluso para los países más ricos. Nota aparte, el terremoto de Chile está registrado como uno de los desastres más costosos de los últimos cien años (5).
De acuerdo a los expertos, la razón de la diferencia entre los efectos de un terremoto aquí en Chile en comparación al que pueda ocurrir en otro lugar, como Haití, se debe a cómo una sociedad aborda los aspectos que definen la protección de sus ciudadanos y sistemas en términos políticos, económicos, sociales y culturales. La inversión de recursos en estos aspectos definirá el grado de vulnerabilidad de esa sociedad ante desastres, y no los terremotos en sí mismos. Las causas subyacentes de la vulnerabilidad frente a los desastres están lejos de ser naturales, por el contrario, se definen única y exclusivamente por aspectos no-naturales de la sociedad. Esas causas son principalmente económicas y políticas (desigualdad, acceso a educación y salud de calidad, nivel socioeconómico, entre otros factores).
Los desastres no son naturales, y este es un buen momento para que las autoridades y las sociedades en general dejen de culpar a las fuerzas de la naturaleza por los efectos negativos que éstas dejan. Pero, lamentablemente esto no va a pasar hasta que seamos realmente conscientes, como sociedad, de la relación entre vulnerabilidad y desastres, y que entendamos que estos últimos sólo pueden ser reducidos por medio de la voluntad política y el interés general de la sociedad y del sector privado.
Referencias:
(1) Bertrand, N. (2015) FEMA is not happy with the new season of ‘House of Cards’, [Online]. Available from: http://uk.businessinsider.com/house-of-cards-fema-2015-3.
(2) United Nations International Strategy for Disaster Reduction UNISDR (2015a) 2015 Global Assessment Report on Disaster Risk Reduction. Making development sustainable: The future of disaster risk management, Geneva: United Nations.
(3) Wisner, B., Blaikie, P., Cannon, T. and Davis, I. (2004) At risk : natural hazards, people’s vulnerability, and disasters, 2nd ed., London and New York: Routledge.
(4) Steinberg, P. E. and Shields, R. (2008) What is a city? : rethinking the urban after Hurricane Katrina, Athens, Geog.: University of Georgia Press.
(5) EM-DAT (2015) Chile Country Profile, Centre for Research on the Epidemiology of Disasters CRED [Online]. Available from: http://www.emdat.be/result-country-profile [accessed 10 May 2015]