A propósito del caso Penta: La deficiente formación ética de los economistas
19.02.2015
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19.02.2015
El cuestionamiento al trabajo que realizan los economistas no ha estado ausente del debate público. Y no solo en Chile, sino que en todo el mundo. En 2009 el Financial Times publicaba un artículo titulado “Cómo la economía perdió de vista el mundo real”. Le seguían otros artículos en el mismo medio titulados “Se necesita un nuevo paradigma económico” (2010) y “Barrer a los economistas de su trono” (2010). Artículos de este estilo se han repetido incesantemente después de la crisis financiera mundial también en otros medios.
Aunque este cuestionamiento no es nada nuevo, en los últimos años parece haber recobrado vitalidad. Las críticas hacia la economía como disciplina y a los economistas como sujetos encargados de mantener la “salud” del sistema, han arreciado en vista de las numerosas crisis que han atravesado algunos países desarrollados.
Por supuesto, Chile no ha sido la excepción. A los escándalos como el caso de las repactaciones unilaterales en La Polar y en la colusión de las cadenas de farmacias, navieras, buses y pollos, se sumó en los últimos meses el destape de vínculos ilícitos entre la política formal y las empresas Penta. Una de las preocupaciones en todos estos casos es el rol que desempeñan los propietarios y gerentes a cargo de estas empresas, en su mayoría ingenieros comerciales y/o economistas.
Tanto se ha evidenciado el negativo rol que han desempeñado estos profesionales, que el propio decano de la Facultad de Economía y Administración de la Pontificia Universidad Católica (PUC) tuvo que salir a rechazar, en una carta enviada a El Mercurio, los actos reñidos con la ética por los cuales han sido acusados algunos de sus “alumnos estrellas”.
Aunque hasta ahora cuatro de los seis imputados por el caso Penta son egresados de Ingeniería Comercial de la PUC, el fenómeno de ingenieros comerciales involucrados en delitos económicos no se circunscribe solo a egresados de esa universidad. En 2011 estalló el caso de las repactaciones unilaterales en La Polar, siendo Pablo Alcalde el principal involucrado, un Ingeniero Comercial egresado de la Universidad de Chile (Alfaro y Polanco, 2012).
La falta de ética en ciertos economistas a nivel mundial fue expuesta de manera muy gráfica en el documental ganador del Óscar, Inside job (“Trabajo interno”), el cual retrata el papel jugado por varios economistas en el estallido de la crisis subprime de 2008, catalogada por muchos como la peor crisis mundial desde 1929. En este documental se muestran los estrechos lazos que unían a algunos economistas estadounidenses con la industria financiera, los cuales además desempeñaban cargos de gran responsabilidad en el Sistema de Reserva Federal de EE. UU. (algo así como el Banco Central en Chile).
Todo lo anterior, sumado a la importancia que tienen los economistas en la regulación económica de las sociedades modernas, ha llevado a la reflexión, en Chile y en el mundo, sobre la importancia de contar con una ética sólida en la formación y el actuar de estos profesionales (Colander, 2011).
¿Por qué entre los economistas se aborrece de otros profesionales de la misma disciplina que cometen plagio en sus investigaciones? ¿O por qué se condena la fabricación de los datos con los que se fundamentan estudios, aunque estas prácticas conlleven beneficios inmediatos para los que las realizan? Justamente porque la dimensión ética es parte importante en la vida profesional de los economistas y está presente según criterios morales y de justicia definidos implícitamente por ellos mismos.
A pesar de la relevancia otorgada a las buenas prácticas en el quehacer de la disciplina económica, la formación en ética de los economistas es altamente deficiente. Esta deficiente formación puede contribuir a explicar, en parte, por qué algunos egresados de Ingeniería Comercial de las principales universidades del país se comportan de la manera en que lo hacen.
Como se muestra en el gráfico, de seis carreras que hoy en Chile ofrecen el título de Ingeniero Comercial mención Economía o la Licenciatura en Ciencias Económicas, solo en tres de ellas existe algún ramo de ética. En la Universidad de Santiago (USACH) se cursa Ética y Responsabilidad Social Empresarial el primer semestre, y el curso representa el 1% de la malla curricular; en la Pontificia Universidad Católica, un Curso Antropológico-Ético al cuarto semestre, que representa el 2%; en la Universidad Alberto Hurtado, dos cursos, uno de Ética General el cuarto semestre y uno de Ética Empresarial y Económica el octavo semestre, que representan conjuntamente un 4% de la malla curricular. En otras tres universidades -Universidad de Chile, Universidad de Concepción y Universidad Diego Portales- ni siquiera se cuenta con cursos obligatorios de ética para sus alumnos y futuros egresados.
Es más, en el reciente cambio de malla que tuvo Ingeniería Comercial en la Universidad de Chile se suprimió el curso de ética que era parte de la formación obligatoria de sus alumnos hasta hace dos años. No es de extrañar entonces que los ingenieros comerciales de algunas universidades sigan viéndose envueltos en prácticas reñidas con la ética.
Un estudio reciente se centra en las opiniones de los estudiantes de economía en Chile (de pre y postgrado), concluyendo que gran parte de las diferencias en opiniones sobre economía que emiten los futuros o ya egresados de economía, proviene de diferencias en las preferencias políticas de cada uno (Correa, 2014). Así, la evidencia sugiere que la economía no es una ciencia “dura”, como son las matemáticas o la física, sino que las ideas que se tienen en economía sirven a diferentes concepciones normativas.
Un ejemplo es lo que los economistas llaman la Caja de Edgeworth, utilizada para representar el problema de la asignación de recursos de una forma óptima o eficiente. La idea principal es que los mecanismos de libre mercado encontrarán por sí solos el mejor resultado posible (el más “eficiente”), ya que las personas que más valoren una mercancía serán las que finalmente se quedarán con ellas, pues estarán dispuestas a pagar más. Sin embargo, existe una multitud de nociones sobre el concepto de “eficiencia”, cada una de las cuáles sirve a normas éticas diferentes. Y este tipo de reflexiones son las que se omiten en la formación de los estudiantes de economía
Consideremos una situación hipotética de emergencia (por ejemplo, un terremoto) donde existe una gran cantidad de heridos, y donde cada uno de ellos necesita una dosis de antibióticos para sobrevivir. La dificultad es que solo existe una cantidad limitada de antibióticos en el momento y no es suficiente para todos. ¿Cuál sería la asignación óptima de antibióticos? La mayoría respondería que aquella que salve más vidas (en esto se basa el método Triage en la medicina de emergencia). Por otro lado, si muchos de ellos fueran niños, ¿cuál sería la mejor asignación posible? Quizás aquella que salve más años-vida. Ahora, ¿qué pasaría si en vez de utilizar el Triage para asignar los antibióticos en los dos casos anteriores, se venden a los mejores postores de entre los heridos, de manera de satisfacer sus preferencias de consumo en el mercado? Probablemente se alcanzaría el resultado óptimo en términos de eficiencia económica (según el análisis de la Caja de Edgeworth), pero lo más seguro es que se salvarían menos vidas. En este caso existen múltiples concepciones de “eficiencia”, cada una de las cuáles obedece a normas éticas predefinidas.
Los economistas utilizan una norma ética puntual como un bagaje implícito. Solo basta recordar la opinión de la economista Cecilia Cifuentes de Libertad y Desarrollo ante el alza en el precio del agua en zonas como Alto Hospicio inmediatamente después del terremoto que azotó al norte del país en 2014. Su visión económica era sin duda defendible, pero no sobre el terreno “positivo” de la ciencia, sino sobre una serie de argumentos normativos restrictivos.
Adam Smith, considerado el padre de la disciplina económica, ya en el siglo XVIII hacía la analogía de la sociedad humana como una “inmensa máquina” y celebraba la virtud como el “fino pulido” de sus ruedas. Criticaba el vicio, diciendo que era el “óxido” que hacía a las ruedas “vibrar y rechinar una sobre otra” (Wight, 2003). Las consideraciones éticas son centrales a la vida, decía Smith, quién veía el análisis económico como una ciencia moral, basado en la ética de los mercados y en sus resultados en términos de distribución del ingreso.
La falta de ética en los ingenieros comerciales y economistas, expuesto a la luz en los últimos casos de cohecho y colusión, son de esta manera contrarios a la eficiencia económica y al buen funcionamiento de los mercados. Así lo entendía Adam Smith. Aumentan los costos de transacción por la necesidad de dedicar más esfuerzos a monitorear y fiscalizar; se postergan y reducen las inversiones por el riesgo a que exploten escándalos o burbujas financieras que reduzcan el valor de los activos de forma abrupta y se merma la confianza, fundamental para el buen funcionamiento de los mecanismos de mercado.
La primera forma más básica y tradicional de incorporar la ética a la formación de los economistas es a través de cursos en las mallas curriculares de las carreras de Ingeniería Comercial, dedicados exclusivamente a la reflexión ética sobre la sociedad y los mercados. Ya mostramos en un gráfico anterior que solo tres universidades cuentan con este tipo de cursos, siendo la Universidad Alberto Hurtado el mejor ejemplo de una institución preocupada por la formación ética de sus estudiantes (una figura a destacar en este empeño ha sido la del profesor Raúl Vergara). Este tipo de cursos, con sus programas, se pueden encontrar en universidades de todo el mundo, por ejemplo en la Universidad de Nueva York, Universidad de Princeton, Universidad de Richmond, entre muchas otras. La ventaja de estos cursos es que aseguran profundidad en la enseñanza de la importancia de la ética, sus conceptos y los principales acercamientos a ella.
La segunda forma es incorporando esta dimensión dentro de las reflexiones que se realizan en cada uno de los ramos principales de la carrera. Esto implica dedicar ciertas clases del semestre, o segmentos de clases, a la reflexión y discusión ética de los temas tratados. La ventaja de este segundo método es que requiere de pequeñas dosis repetidas a través de los años, lo que demanda relativamente poco esfuerzo de parte de los profesores, quienes, por cierto, no son expertos en ética. Al mismo tiempo y como la mayoría de las dinámicas educativas, la repetición es necesaria para que los estudiantes desarrollen esta competencia. Un ramo aislado, como sucede con en el primer método (y como ocurre en la PUC y en la USACH), no asegura la plena interiorización de una conciencia ética.
Además de que una combinación de las dos formas anteriores sería deseable, existen también otros métodos, como prácticas sociales que incorporen la metodología del aprendizaje-servicio, actividades y dinámicas en las salas de clases, proyección de películas con reflexión posterior -películas útiles para este fin son por ejemplo Caballero sin espada, Las uvas de la ira, Wall Street o Erin Brocovich-, ensayos sobre temas relevantes en aspectos ético-económicos, etc. (para sugerencias de clases y actividades, ver Wight y Morton, 2007).
Ciertamente que se puede y debe hacer algo con la formación ética de los economistas. Lo importante es entender que sin una sólida base ética de los actores sociales -entre ellos los que dirigen empresas, elaboran políticas públicas o realizan investigación-, el sistema económico no puede funcionar correctamente, sea cual sea. Las facultades de economía del país debieran tomarse entonces más en serio el rol que les corresponde en la formación de sus profesionales. ¿Por qué los médicos y abogados tienen formación en ética, y los economistas no? Tomar cartas en el asunto es de suma importancia. Una buena señal es lo expresado en El Mercurio por el decano de la Facultad de Economía y Administración de la PUC, en el sentido de que aprovecharían los recientes hechos de corrupción para “profundizar en su propuesta formativa, de modo que ellos motiven una reflexión y un discernimiento ético por parte de nuestros profesores, estudiantes y egresados”.
El objetivo es evitar que, pasados los escándalos del caso Penta, nos dirijamos hacia escenarios como los de la crisis subprime en EE. UU. (con economistas de la Reserva Federal involucrados), de desastrosas consecuencias. Una mejor sociedad demanda seriedad y compromiso de parte de sus profesionales. El desafío es darle la importancia que de verdad tiene la formación ética en estos profesionales.