Desplazados por la violencia en México (parte III)
Estado mexicano, el gran omiso del desplazamiento forzado
26.09.2014
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Desplazados por la violencia en México (parte III)
26.09.2014
(Foto de portada: Luis Brito)
Vea las dos primeras entregas de esta serie:
“Niños, mujeres y ancianos: Las víctimas desterradas”
“Desplazados de Sierra Madre: Los nuevos dueños de la tierra”
Los 27 integrantes de la familia Hernández viven en una casa ubicada a cinco metros de un acantilado, en Culiacán, Sinaloa. La vivienda no tiene puertas ni agua potable ni energía eléctrica; su hogar es un inmueble hecho de láminas, tablas viejas, cartón, ladrillo y adobe, que ni siquiera es suyo: es un lugar que invadieron cuando se hallaba abandonado.
Ahí viven 18 niños, tres mujeres y tres hombres mayores de 20 años y tres adultos mayores. Los más grandes son originarios de Guadalupe y Calvo, Chihuahua, pero después migraron y crecieron la familia en La Mesa, Sinaloa de Leyva, un poblado enclavado en la Sierra Madre Occidental, al lado de un río, en los límites con la entidad chihuahuense. Ellos, al igual que los cerca de 5 mil desplazados internos por la violencia en Sinaloa, huyeron de su pueblo para salvar la vida. Ese era el objetivo.
En la actualidad, los menores no cursan la escuela, las mujeres hacen y venden pan ranchero y acarrean cubetas con agua que los vecinos les dan a cambio de una cooperación. Los hombres adultos trabajan de peones de albañil cuando encuentran empleo, y los tres adultos mayores, dos mujeres y un señor que se recupera de una pierna quebrada, viven para extrañar a su pueblo y para perderse en el pasado.
Se hallan en la capital del estado, pero su marginación es igual o peor a la que tenían en la sierra. Después de que en febrero pasado aparecieron en las noticias locales, el DIF estatal los visitó y les ofreció ayuda, sin embargo, la familia sólo recibió algunas despensas y sigue en las mismas condiciones de pobreza. El presupuesto público no los ha alcanzado.
En verano de 2012, con la llegada de los grupos del crimen organizado, esta familia salió huyendo entre el monte en una vieja camioneta doble cabina de caja larga: apenas cupieron todos en ella.
“Oímos una llorona de mujeres, gritaban que habían matado a cinco ahí cerca; eso nos tocó ver a nosotros. Se vino toditita la gente y luego, como a los tres días, nos vinimos nosotros”, recuerda la señora Consuelo Ramos, habitante de la casa y parte de la familia.
Unos vecinos les prestaron una vivienda y ahí estuvieron ocho meses, pero la familia directa de Consuelo no se resignó a la costosa vida de la ciudad, y se regresaron a La Mesa.
“Enfrente de la casa de nosotros vimos que bajaron un montón de encapuchados, y córrele, dijimos nosotros. Pasamos muchas noches en el monte. Ellos nos dijeron que no querían gente ahí. No había qué comer y había mucha gente mala, pero no nos veníamos otra vez por miedo, porque revisaban todos los carros en la pasada”, recuerda.
Cuando regresaron a La Mesa ya les habían robado todas sus pertenencias; pasaron siete meses de terror y escasez, y un día les dijeron que esa tarde se tenían que salir porque iban a matar a todos los que estuvieran en el pueblo. Entonces regresaron a Culiacán (…).
Vea aquí la versión completa de esta tercera entrega publicada por Noroeste.com