Violencia policial: Fuerzas Especiales, infiltrados y vándalos
19.06.2014
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19.06.2014
Si damos crédito al desmentido de las autoridades y creemos que el tipo que figura en el video como infiltrado en la marcha estudiantil del pasado martes 10 de junio, estaba ahí de punto fijo porque sí, simulaba ser un vigilante porque fue contratado por quienes le temen a los destrozos, se cortó el pelo como uniformado porque piensa que ser reservista de la fuerza aérea le cambio su vida, y sacó su pistola a título personal porque no puede manejar su ira… ¿creemos también que se acabó el problema? Si creemos que ese hombre armado representa miedos personales, más que institucionales y sociales, en lo personal creo que perdemos la posibilidad de reflexionar sobre la política de seguridad que se activa cada vez que la movilización ciudadana sale a las calles.
Que el tipo sea un civil haciendo guardia a título personal no significa ni desmiente que la política de infiltrados y de choque sea una realidad. Y ese es al final el tema de fondo: ¿Hasta cuándo veremos a fuerzas especiales enfrentando movilización social? ¿Hasta que aparezcan miles de infiltrados actuando a título personal?
Si se busca individualizar a todos y cada uno de los “infiltrados” para procesarlos en la justicia por desordenes en la vía publica, ¿Es acaso eficiente disponer fuerzas especiales para dicho propósito? Sinceramente, no creo que infiltrados de ningún tipo se prevengan con una política militarizada como la que vemos en las calles cuando hay marchas. ¿Por qué no? Porque creo que el problema de fondo tiene que ver con cómo nos hacemos cargo del miedo, desde la política. En este sentido, también creo que el problema es mucho más complejo, porque que el miedo en Chile no se reduce al riesgo de caer enfermo o a vivir con pensiones irrisorias cuando seamos viejos, porque todos sabemos que el miedo nos toca a todos, porque el miedo del que hablo no es UN sólo miedo. Tampoco es un miedo personal y loco, sino que son miedos múltiples, simultáneos, individuales y colectivos, y con bastante asidero en el día a día.
Chile tiene miedo a las armas, al abuso social, económico y militar, a ser juzgado injusta y abusivamente, a que el juicio en un momento determinado recaiga en cobardes armados, como el del video. Chile le teme a la violencia. A los vándalos. A los infiltrados. A los encapuchados. Tiene miedo al otro. Tiene miedo a la movilización social. Le tiene miedo de la educación pública. Miedo a los destrozos. Miedo a la justicia social. Miedo a la pobreza. Miedo a la solidaridad sin marcas. Miedo a los “pacos”. Y miedo a tantos otros miedos.
Más allá de los casos y miedos puntuales, el uso de la fuerza policial en manifestaciones sociales y marchas, ha sido reiteradamente denunciado en días de marcha. La violencia policial no es nada nuevo en Chile. El miedo a ella tampoco. Pero, pese a no ser novedad, es siempre noticia. Y el miedo termina atrayendo toda la atención. ¿Por que? Porque había miedo a que el tipo con pistola fuera “una institución”. Porque… ¡qué miedo que lo fuera!
Y la historia termina en que el tipo no representa oficialmente a una institución, en que tampoco fue posible individualizarlo ni procesar penalmente su responsabilidad, porque el arma no era “de verdad”, era de esas que sirven sólo para meter miedo (sí, la historia del miedo en Chile tiene muchas versiones y se repite hasta el día de hoy con distintos personajes).
¿No será que el miedo es una institución en sí mismo?
Para la primera marcha del 2014, el intendente de Santiago, Claudio Orrego, anunció como novedad que el gobierno de Michelle Bachelet había decidido que las fuerzas de Carabineros estarían a una “distancia razonable para no provocar”. Lo que el Intendente, los medios y muchos otros parecen no querer entender, es que el tema no son los metros de más o de menos desde donde la policía vigilará a quienes caminan por sus derechos. El tema de fondo es el lugar que le damos al miedo en nuestras instituciones. Y la política de amedrentamiento que dispone de fuerzas especiales en las calles como política de seguridad interior del Estado cada vez que hay marchas, está en los primeros lugares.
El tema es una política que recurre a fuerzas policiales entrenadas para ir al choque, infiltra uniformados y civiles armados, y castiga la movilización social y a nuestros estudiantes a punta de lumas, patadas y golpes. Porque no me digan que se castiga así solamente a infiltrados y vándalos.
El tema es que el tema se vuelve a repetir, institucionalizando y legitimando una vergonzosa práctica, heredada de la dictadura que se mantiene ahí, en el corazón de la política de interior, sin cuestionarla lo suficiente y pese a que los años y los tiempos cambian. ¿Se acuerda de la campaña del No? Corra el video al minuto 5:33 y vea si encuentra diferencias entre la política de contención de la movilización en las calles ayer y hoy. Las similitudes son penosas.
Nuestros y nuestras estudiantes en cada marcha se exponen a ser apaleados por un paco en la calle, a ser pateadas por un caballo policial en pánico o a ser rociadas por el guanaco en los ojos. Y sí, generalmente terminan las marchas corriendo en estampida, desesperadas, presas del miedo. Y sí, tras cada marcha aparecen nuevamente miles de videos denunciando abusos policiales. Lamentablemente, videos de contención policial sobre infiltrados y vándalos no he encontrado, aunque cada vez hay más imágenes donde aparecen carabineros grabando los actos violentos con teléfonos personales. ¿Será que también tienen miedo?
¿Y qué dice el Estado? Primero dice que se querellará contra un tipo que apareció con pistola simulando ser un infiltrado con un corte de pelo que podríamos llamar “institucional”. Y después dice que nos olvidemos del tema, porque la pistola era de fogueo y no se pudo individualizar su responsabilidad penalmente. Y punto.
En lo personal, la respuesta del Estado me parece insuficiente. Y me parece insuficiente porque estoy convencida que falta mayor “inteligencia” de carabineros cuando intervienen en las marchas. Generalmente, con sus intervenciones fomentan más miedos, vayan vestidos de uniforme o de civil. También creo que es hora de tomarse en serio las demandas de los estudiantes que hace rato nos insisten en que la represión que la ciudadanía sufre cuando sale a la calle, representa muchos de esos miedos y más. No es casual que enarbolen la bandera que dice que ellos son la generación sin miedo.
En definitiva, la pregunta de fondo es por qué se mantiene dicha política de choque si ha probado ser poco eficiente controlando infiltrados y vándalos, ha probado ser sumamente violenta y además prueba una y otra vez lo efectiva que resulta, simbólicamente, evocando tantos de los miedos que tiene Chile.
Si era no o no era paco, no es la cuestión. Lo que importa, es que cada vez es más claro que necesitamos repensar otra “política de interior” posible y desmantelar de una buena vez las prácticas asociadas al imaginario del terrorismo de Estado que instaló la dictadura.
No sólo de acumulación capitalista vive Chile. Si lo piensan bien, la frasecita “junten miedo” no es banal: a nuestros miedos los seguimos alimentando y a los infiltrados y a los vándalos, también. Lo complejo es que los miedos están firmemente instalados en el corazón de la política de interior y aparecen cuando la ciudadanía se moviliza. Y eso es altamente problemático para nuestra democracia. Ya es hora de preguntarnos cómo avanzar hacia una “inteligencia” menos violenta y militarizada; hacia una política sin tanto miedo.