Prueba PISA: un espejo que refleja nuestra cara más fea
09.12.2013
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09.12.2013
Una forma sencilla de abordar los resultados de la Prueba PISA ha sido comparar nuestros resultados con los de otros países. Así, al mismo tiempo que podemos estar felices al vernos como los mejores de Latinoamérica, podemos también ponernos claramente tristes si nos comparamos con el promedio de la OECD. Pero esta disyuntiva entre el vaso medio lleno y el vaso medio vacío, pierde cuidado cuando comparamos los resultados por sí mismos. Entonces, el drama surge sin contexto que lo consuele.
Según los estándares internacionales, más de la mitad de los niños de nuestro país llega a segundo medio sin saber lo básico. Después de 10 mil horas obligatorias de clases para llegar a este curso, nuestros alumnos no logran un aprendizaje mínimo en matemáticas. Hoy, el Estado de Chile, por mandato constitucional, obliga a 12 años de ni siquiera el mínimo aprendizaje en matemáticas al 52% de sus estudiantes. Bonita y dramática invitación.
Ahora bien, decir que no hemos mejorado y que en los últimos 30 años no ha cambiado rotundamente el sistema, incluso por sobre que la mayoría del mundo, sería mentirnos. Pero también es mentirnos no aceptar que si no aceleramos el tranco, este país se convertirá en una ensalada ingobernable de personas totalmente desajustadas de los mínimos necesarios para desenvolverse integralmente en la realidad actual.
Asumiendo que la responsabilidad de acelerar el tranco es prioritaria para el país, según lo que escuchamos cada día en los medios, sería recomendable que no sólo nos quedáramos llorando con los resultados de la prueba PISA o intuyendo balas de plata para salvar la situación, sino que también deberíamos preocuparnos de entender qué ha aprendido la misma OECD con esta prueba. Convendría que todos escucháramos la presentación de Andreas Schleicher, el subdirector de educación en la OECD, sobre cómo utilizar los resultados de esta prueba y su información para construir una mejor educación.
Ahí, Schleicher señala que el “Test de Verdad” para identificar qué tan importante es la educación para los países se podría componer de algunas preguntas como: ¿qué tan bien paga el país a sus profesores? ¿Están más interesados los padres en que sus hijos sean profesores o abogados?
Así aflora otra verdad de nuestra triste realidad: nuestros profesores son los que menos ganan entre los profesionales, y los padres de nuestro país prefieren que sus hijos sean abogados, ingenieros o médicos, como lo demuestra el Índice Elige Educar-Adimark. De esto podemos concluir que en aquellos puntos donde la misma OECD dice que se muestra efectivamente la importancia de la educación para un país, perdemos por mucho. Y así, al mirar los resultados de PISA, no sólo nos damos cuenta de que un porcentaje importante de nuestros niños no aprende, sino que además somos un país que se miente a sí mismo. ¿Es la educación realmente nuestra prioridad?
La invitación es a asumir el dicho popular “la verdad duele, pero la mentira mata”, y preocuparnos de hacer los cambios correctos. Para partir, no es mala idea que nuestros políticos inviertan 20 minutos de su tiempo en ver el video de la presentación de Schleicher. Esto los debiera encaminar, por ejemplo, a buscar aceleradamente estrategias para seleccionar bien a los futuros profesores, cortar con aquellas carreras de pedagogía que sólo están para regalar títulos, mejorar las remuneraciones de los profesores efectivos y las oportunidades laborales a los actuales docentes, junto con muchas de las condiciones de enseñanza. No llevar a cabo estas acciones implicaría no sólo seguir mintiéndonos respecto a la importancia de la educación en nuestro país, sino –sobre todo– condenar a muerte al aprendizaje de la mitad de los niños de Chile.