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26.11.2013
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26.11.2013
Desde hace bastante tiempo se ha hecho habitual escuchar llamados a que las instituciones funcionen. Sin embargo, el valor que éstas adquieren depende de la responsabilidad política con que actúan los representantes y los representados en torno a las mismas. Es decir, depende de cómo las hacen funcionar para que generen confianza, adhesión, y legitimidad.
Según la V Encuesta de Participación y Jóvenes Periodismo UDP-Feedback. 2013, los partidos políticos y los parlamentarios de distrito son los que menos confianza generan entre los jóvenes. Una cifra preocupante, pues según la Octava Encuesta Nacional Bicentenario Universidad Católica-GFK Adimark 2013, entre las instituciones que –según los encuestados– menos contribuirían a la democracia se encuentran los partidos políticos. Quizás debido a eso, un 36% de los encuestados consideró como algo poco grave no ir a votar el próximo domingo en las elecciones presidenciales.
No es raro tampoco entonces que en la Séptima Encuesta de la Juventud del INJUV, un 45,7% de los jóvenes considere que las votaciones no son factor de cambio y otro 61,4% crea que las redes sociales son mejor herramienta que el voto para dar a conocer demandas.
La desconfianza en instituciones claves para cualquier sistema democrático, como son los partidos políticos y el sistema de elecciones periódicas, no surge de manera espontánea sino que es reflejo de un círculo vicioso, marcado por la falta de responsabilidad de los actores políticos en cuanto a dar valor y fluidez a las instituciones democráticas.
El desinterés y desconfianza en los mecanismos democráticos por parte de los ciudadanos tienen su origen en la baja representatividad debido a falta de competencia al interior de los partidos políticos y en el sistema electoral mismo; la falta de cumplimiento una vez que los representantes son electos; la escasez de vías de expresión y control democrático desde la sociedad civil, y las asimetrías de información y falta de transparencia en relación a los temas de interés público.
El círculo vicioso que comienza con la irresponsabilidad de los representantes en relación a las instituciones democráticas –las llamadas malas prácticas–, se cierra con la creciente irresponsabilidad de los ciudadanos, ya sea inhibiéndose de ejercer el voto o eligiendo cualquier opción, optando por el ostracismo, o peor aún, optando por formas de acción no políticas sino violentas. Las instituciones democráticas entonces tienen el riesgo no sólo de verse crecientemente imposibilitadas de lograr canalizar nuevos temas e intereses, sino de deteriorarse profundamente, abriendo paso al caudillismo y el populismo.
En estos tiempos, son los jóvenes los llamados a cambiar aquello, no desdeñando de las instituciones democráticas –que siempre son perfectibles– ni llamando a patear el tablero, sino que ejerciendo de manera responsable sus derechos y libertades políticas en diversos ámbitos, disputando democráticamente los espacios, propiciando con ello una mayor democratización en y desde la sociedad civil, siendo además agentes activos en relación al desempeño de los representantes en el poder político. Ahí radica nuestra mayor responsabilidad.