Bachelet. La historia no oficial
15.10.2013
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15.10.2013
Apenas se instalan en Sydney, las dos mujeres toman contacto con la numerosa colonia chilena. Gracias a la llegada de los primeros exiliados han surgido varias organizaciones de apoyo a la izquierda allendista en Australia.
A los pocos días, aceptan invitaciones para entregar su testimonio. Las circunstancias que rodearon la muerte del general Bachelet así como la detención de su esposa e hija han sido noticias destacadas para la opinión pública australiana. Declaman ante estudiantes de una universidad en Melbourne, ante trabajadores de un sindicato en New Port, y se reúnen con representantes del Parlamento de ese país en Canberra. El inglés de Michelle es un aliado: se comunica fácilmente y traduce el testimonio de su madre. Así consiguen el apoyo de los sindicatos australianos para declarar la prohibición de venta de trigo desde esa nación a Chile.
Hablar públicamente sobre lo que vivieron en Villa Grimaldi y Cuatro Álamos es una suerte de terapia. Ni entre ellas en el avión ni con Beto han comentado sus experiencias más lacerantes. Tampoco lo harán en el futuro. Evitar referirse a lo que sintió cada una durante su detención es una suerte de acuerdo tácito.
Las noticias sobre Chile llegan a diario. El MIR está cada vez más desangrado por su resistencia frontal contra la dictadura. Las bajas en sus filas, entre muertos y detenidos, alcanzan cifras impactantes. A principios de octubre de 1974, Manuel Contreras y sus agentes han logrado cercar y acribillar a su máximo líder, Miguel Enríquez. (1) Cuatro meses más tarde, en febrero de 1975, la Dina lanza un golpe psicológico: en una rueda de prensa, cuatro dirigentes miristas son obligados a leer una declaración en televisión Nacional. Bajo amenazas, los hombres dicen que el movimiento está acabado y llaman a sus compañeros a deponer las armas. (2) Con el MIR prácticamente neutralizado, la Dina fija sus ojos sobre la dirección clandestina del PS.
En marzo de 1975, el socialista Ariel Mancilla es detenido por los hombres de Manuel Contreras cuando se dirigía a un encuentro clandestino. Mancilla no es un simple militante. Integra el comité central del PS. La Dina llevaba meses tras sus pasos. Su detención abre la puerta para acercarse al núcleo de Exequiel Ponce, Carlos Lorca y Ricardo Lagos Salinas. Sus captores lo llevan a Villa Grimaldi. (3)
* * *
La caída de Ariel Mancilla evidencia las precarias condiciones en que se mueven los principales cuadros del PS. Algunos se mentalizan con la idea de que su detención es cosa de tiempo. Tratan de vivir el día a día, intentando no retener direcciones, rostros y nombres que puedan servir al adversario en caso de que la tortura los doblegue.
Aun así, la directiva de Ponce, Lagos Salinas y Lorca prosigue en su esfuerzo por mantener en funcionamiento la estructura partidaria, articulada antes del golpe con cerca de mil células en todo el país. Los tres dirigentes también maniobran para conseguir el apoyo exterior de la cúpula de Carlos Altamirano, en Berlín Oriental. Necesitan con urgencia margen político, para poder adecuarse a las duras condiciones de la vida ilegal.
En abril de 1975 se celebra en La Habana el primer pleno del comité central del partido, con representantes que trabajan tanto fuera como dentro de Chile. En la jerga partidista, son los hombres del «exterior» y el «interior». El encuentro lo encabeza Altamirano. La reserva es casi absoluta. El régimen de Fidel Castro y sus aparatos de seguridad disponen de las más estrictas medidas para garantizar la integridad de los asistentes.
Como representante de la dirección «interior» viaja a La Habana Jaime López. El pololo de Michelle Bachelet tiene dos misiones delicadas. Primero, defender ante Altamirano el «documento de marzo» y lograr que el díscolo secretario general legitime a la cúpula clandestina. Segundo, viajar luego a Alemania Oriental y la Unión Soviética para conseguir los recursos económicos que Ponce y Lorca necesitan en forma cada vez más desesperada.
En medio de los preparativos del viaje, el joven se comunica telefónicamente con Michelle Bachelet en Australia. No han estado juntos desde que fue detenida por la Dina. Le dice que la extraña, que haga lo posible por viajar a Europa para reencontrarse con él en Berlín Oriental. Ella acepta con entusiasmo. Esa ciudad funciona como centro neurálgico de los partidos de la UP en el exilio. Allí podrá retomar su trabajo político, volver a ver a muchos de los suyos.
A sus 25 años, López sabe que en esa misión se juega la vida. Si es detectado por los servicios de seguridad es hombre muerto. Sale de Chile por vía terrestre, a través de la frontera con Perú, llevando consigo un pasaporte argentino. López imita bien ese acento. La fachada como hombre de negocios bonaerense es verosímil.
Su primera escala es Lima. En la capital peruana funciona desde hace un año uno de los principales centros de apoyo al PS en el extranjero, a cargo de Luis, el hermano menor de Carlos Lorca. (4) Luis Lorca está complacido de volver a ver al Guatón, quien se muestra como el tipo canchero, bromista y alegre de siempre. Pero una inquietud parece obsesionar al joven emisario: cómo prevenir a sus compañeros si llega a caer, a su regreso, en manos de la Dina. Habla de inventar un intrincado código de advertencia, que sea solo conocido por contados dirigentes. Además, conviene con Luis el nombre de los «correos» que enviará en adelante desde Santiago a Lima, cada uno rotulado con niveles de información distintos. Si algo no calza con esta plantilla, es porque algo muy grave ocurre.
Antes de despedirse de su amigo, le advierte que si llega a ser aprehendido, no soportará la tortura por mucho tiempo. Bastará que le toquen una uña para que suelte todo lo que sabe. De ahí la urgencia de un código secreto. Resume todos sus temores en una frase:
—A mi primera advertencia, cúbrete, porque va a llover a cántaros. Bajo su habitual desplante, López transpira miedo.
* * *
En La habana, López se planta ante Altamirano con el aplomo de los que se juegan la vida. El jefe del partido queda impresionado con sus palabras. Otros dirigentes presentes en la cita, entre ellos Clodomiro Almeyda y Rolando Calderón, le entregan inmediatamente su respaldo. (5) Lo mismo ocurre con los anfitriones cubanos, para quienes la proeza de salir y entrar a Chile clandestino es una muestra de que la dirección «interior» del PS está en manos de tipos con «cojones».
Dando por superada la disputa de poder, Altamirano otorga su apoyo a la directiva de Exequiel Ponce, Carlos Lorca y Ricardo Lagos Salinas. (6)
A fines de abril de 1975, López abandona Cuba y se traslada a Alemania Oriental, para cumplir con los siguientes encargos de su periplo. Llevando una ruta distinta, lo sigue otro joven dirigente socialista, radicado por entonces en La Habana. Su nombre es Camilo Escalona. Debe reencontrarse con López en Berlín Oriental. En la capital de la RDA, Escalona tendrá que asegurarse de que el emisario sea bien recibido.
A principios de mayo, en Berlín Oriental se celebran los 30 años del fin de la Segunda Guerra Mundial. La ciudad está cubierta de banderas y de carteles alusivos a la caída del Tercer Reich. Con ese ambiente se encuentra Michelle Bachelet cuando arriba a la urbe. Es su primer contacto con el socialismo real. La joven siente que entra a un mundo épico, muy distinto al Chile del toque de queda y las persecuciones que dejó atrás hace unos meses.
En el aeropuerto la reciben dos amigos, Mario Felmer e Isabel Margarita Loubat. Son viejos compañeros del PS que ahora viven exiliados en la RDA. Ambos la invitan a pasar unos días en su casa en Berlín Oriental. Michelle no entiende una palabra de alemán, pero se siente protegida y apoyada. Además, está ansiosa por reencontrarse con su pareja.
En suelo alemán, Jaime López recibe una bienvenida distinta. Viene del «interior» y la omnipresente contrainteligencia germano-oriental desea asegurarse de que no se trata de un doble agente. Solo después de esa exhaustiva revisión de los aparatos de seguridad puede iniciar su nutrida agenda de contactos políticos. Sus actividades incluyen reuniones con funcionarios del gobierno de Erich Honecker. El jerarca de Alemania Oriental es un activo sostenedor de la resistencia antipinochetista y está particularmente interesado en lo que ocurre en Chile. (7)
A Michelle Bachelet le avisan que deberá ser trasladada a las afueras de Berlín. La joven llega a una casa de protocolo oficial, ubicada en un pequeño pueblo cercano a un lago. Se trata de una de las residencias que la estricta Seguridad del estado de Honecker dispone para sus invitados especiales. Ahí se reencuentra por fin con Jaime López, con quien podrá conversar con calma sobre su paso por Villa Grimaldi.
Por esos días, visita a López una dirigenta comunista en el exilio. Antes de encontrarse a solas con el enviado del PS, la mujer comparte un almuerzo con los dos jóvenes en la residencia de protocolo. El tema central es la situación política en Chile. Su nombre es Gladys Marín y no oculta sus deseos de regresar clandestinamente al país, donde la esperan su esposo y sus dos hijos. (8)
Michelle también quiere volver. Con su pololo hace planes para reencontrarse en Santiago y así colaborar en la rearticulación del partido. Ella lo considera su deber como socialista. El ejemplo paterno pesa en esta decisión. Si el general Alberto Bachelet tuvo la posibilidad de exiliarse en Perú y no lo hizo, la hija —la misma que lo motivó a quedarse— tiene que hacer lo mismo.
En Berlín Oriental, López y Michelle se reúnen con miembros del secretariado exterior de la Juventud Socialista. El encuentro con esa instancia que lidera a la JS en el exilio es organizado por Camilo Escalona, en la residencia berlinesa del dirigente chileno Fernando Arraño. Asisten Enrique Norambuena, Mario Felmer, Enrique Sepúlveda y Rigo Quezada, entre otros. (9) Todos son gente de confianza. Por una norma de seguridad básica muy pocos pueden saber que López está en la RDA.
El joven emisario está inquieto por su regreso a Chile. Sus amigos del PS tratan de relajarlo y lo llevan a conocer la ciudad. Medio en broma, medio en serio, invariablemente termina hablando de la tortura, de los brutales métodos de la Dina, de por qué resultaría imposible para un detenido no colaborar. Muy pocos captan que habla en serio.
Cuando López deja la RDA, camino a la Unión Soviética, se despide de Michelle con el compromiso de reencontrarse en Chile.
* * *
Una vez que López se marcha, Michelle Bachelet formaliza sus nexos con el PS. Se entrevista con la dirigenta María Elena Carrera, jefa del partido en la RDA. Visita en su casa a Ricardo Núñez, miembro del secretariado exterior del PS. Las tareas son varias y urgentes. Será rápido hallar una para ella.
Mientras aguarda que el gobierno alemán-oriental le asigne una residencia, vive en casa de Mario Felmer e Isabel Loubat. Además, hace los primeros trámites para que su madre, quien permanece en Australia, pueda viajar a Berlín del este.
Cuando plantea formalmente sus ganas de regresar a Chile, en el PS están de acuerdo. No es la única con esos planes, pero el partido no cuenta con la capacidad operativa para hacer viable una operación de retorno masiva. Se requieren un aparato de apoyo, pasaportes falsos, rutas seguras. Ya se está trabajando en eso. Michelle Bachelet debe tener calma.
Una noticia la sorprende: Jaime López aparece de vuelta en Berlín Oriental. El retorno es mucho más rápido de lo esperado. Michelle se reúne con él en un Heim, una especie de refugio colectivo donde se recibe a los exiliados chilenos. El joven dirigente está nervioso. Le habla a su polola sobre un posible cambio de planes: le han propuesto quedarse en la RDA para trabajar en el aparato exterior del PS, simulando que continúa clandestino en Chile. Solo debe aceptar y no tendrá que reingresar al «interior». La decisión lo tiene muy angustiado. Quiere saber lo que piensa su pareja. A Michelle la idea no le gusta.
—Cómo se te ocurre. Hay gente en Chile que está muriendo. Si quieres dirigir el partido tienes que correr los mismos riesgos, ponerte a la altura—le recalca.
Por fin, López le confiesa que existe el riesgo de que sea detenido si vuelve. No es una simple corazonada: al regresar a Chile luego de pasar por Moscú, tuvo un percance con Interpol, la Policía Internacional. Nada grave, pero prefirió volver a la RDA y sopesar lo ocurrido. Quedarse en Berlín tal vez sería lo más razonable.
Su polola no puede entender que el peligro lo frene. Si ese fuera un argumento, ella podría haberse quedado en Australia o, antes, viajado a Perú con su padre. No estaría lamentando ni su muerte ni Villa Grimaldi. Para la joven su novio simplemente no puede flaquear.
Michelle termina la discusión con una frase lapidaria:
—Mi papá murió por ser consecuente. De ti yo no espero menos.
Otros socialistas que se reúnen con López en Berlín Oriental también lo notan diferente. Quiere interiorizarse sobre temas especialmente sensibles, ajenos a las responsabilidades de un cuadro como él, demasiado expuesto. Cuando se encuentra con Mario Felmer —nexo entre las direcciones «exterior» e «interior» del PS— le pide visitar las escuelas de instrucción militar, abiertas en la RDA y la Unión Soviética para militantes del PS. El emisario está vivamente interesado en el tema.
Una noche, en Berlín, cuando conversa con otros compañeros, retoma su obsesión por los crueles métodos de la Dina y sus efectos.
—Ustedes no tienen idea de lo que es la tortura—les dice con seriedad.
Ante la mirada de sus amigos, López se tira al suelo y comienza a simular los estertores provocados por las descargas eléctricas de la «parrilla». La broma no cae bien. el humor es demasiado negro.
* * *
En junio de 1975, Bachelet consigue los pasajes para que su madre viaje a la RDA. Al principio son asignadas en un Heim. Pronto les entregan un departamento de un dormitorio en las afueras de Postdam, una ciudad ubicada a treinta kilómetros de Berlín.
Gracias a sus estudios de Antropología, Ángela Jeria halla empleo en el museo de prehistoria y Arqueología de la ciudad. Su hija trabaja como asistente de un médico en Berlín. Todos los días aborda un tren interurbano que tarda media hora hasta la capital.
Postdam es una bella urbe, rodeada de lagos y bosques. La joven y su madre no tardan en acostumbrarse. Berlín está reservado para la dirigencia de alto rango, a la que ellas no pertenecen. Pero están a pocos kilómetros de la capital, en un departamento cómodo, aunque pequeño. Su situación es mejor respecto de los militantes socialistas rasos, que son destinados sin apelación a las provincias.
El PS ha resuelto que a fin de año Bachelet podrá volver a Chile, junto a varios compañeros. Aún no está claro si lo hará con su nombre real o clandestinamente. Si se opta por lo segundo podría ser sometida a un profundo cambio de fisonomía. (10) Ser la hija del general Bachelet tiene un valor simbólico. El PS y los camaradas de la RDA no están para correr riesgos.
Michelle escribe informes de la coyuntura chilena para la dirigencia. Comienza a colaborar como encargada de formación del secretariado exterior de la JS. Junto a su madre viaja por varios países de Europa, entregando su testimonio en actos contra la dictadura chilena. Las dos mujeres ayudan a canalizar la solidaridad internacional a través de Chile democrático, una estructura de los partidos de la UP con sede en Italia. (11)
Ángela también trabaja para radio Berlín, en un programa emitido especialmente para ser escuchado en Chile; sin embargo, los acontecimientos desde el «interior» tienen otra dinámica.
El 17 de junio de ese año, agentes de la Dina irrumpen en la casa de seguridad donde se oculta Ricardo Lagos Salinas, el tercer hombre de la directiva clandestina. Junto a él cae su esposa, Michelle Peña, embarazada de ocho meses. Ambos son trasladados a Villa Grimaldi. (12)
La detención de uno de sus principales líderes no es detectada por el PS. Los hombres del coronel Manuel Contreras usan a Lagos como carnada para hacer caer a otros dirigentes. El demoledor golpe ha abierto una grieta en plena cúspide del aparato clandestino. Para el implacable Contreras, ha llegado el turno de los socialistas.
Ocho días más tarde, en la madrugada del 25 de junio, cae el máximo líder del PS en Chile, Exequiel Ponce, en una exigua pieza que arrienda cerca de avenida Matta. Con él es detenida la militante Mireya Rodríguez. Quince horas después es aprehendido Carlos Lorca, mientras llega a una casa de seguridad junto a la militante Modesta Wiff. En poco más de una semana, el aparato clandestino es decapitado por completo. Todos los detenidos son llevados a Villa Grimaldi. Luego de incesantes torturas, su rastro se perderá para siempre en ese recinto secreto de la Dina.
La caída de la dirección «interior» golpea como un rayo a la izquierda chilena. La noticia se siente mucho más fuerte en la RDA, donde están los máximos dirigentes del PS. Nadie esperaba una catástrofe de esa envergadura.
Michelle Bachelet se entera de lo ocurrido durante un viaje por Italia, donde visita varias ciudades asistiendo a actos de solidaridad con Chile. El remezón la toca muy íntimamente.
Carlos Lorca era su amigo y gurú, el hombre que marcó su vocación política. De Lagos Salinas y Michelle Peña también era amiga. Ambas jóvenes trabajaron juntas en el mismo equipo clandestino luego del golpe, cuando la hija del general Bachelet comenzá a hacer análisis de coyuntura para la cúpula socialista. Para su pololo, Exequiel Ponce era como un padre adoptivo.
Todas estas muertes se unirán a la de su padre. Juntas serán una pesada herencia que determinará gran parte de sus decisiones vitales y políticas.
* * *
La caída de la dirección «interior» aborta los preparativos para el regreso de Bachelet y otros militantes a Chile. Simplemente no hay garantías de seguridad. La incertidumbre es total. La joven está muy preocupada por la suerte de su pareja. Por esos mismos días Jaime López debería estar en Chile.
A mediados de julio de 1975, la Dina ha completado exitosamente su ofensiva contra el PS.
Los socialistas, no obstante, se reagrupan. Un conjunto de dirigentes muy jóvenes, casi todos estudiantes secundarios y universitarios, toma espontáneamente las riendas de lo que queda de la colectividad. Es una veintena de militantes con un promedio de veintidós años y escasa experiencia política. Con el tiempo serán conocidos como la dirección de los «Pantalones cortos». También se les llamará los «cooptados», pues el dramático momento que vive el PS hace muy difícil que alguno pueda negarse a dirigirlo.
En ese grupo hay un consenso: Jaime López es el único con la experiencia para asumir como nuevo secretario general. El joven emisario se ha plantado de igual a igual ante Altamirano y los viejos tercios en el exilio. Además, es el único sobreviviente de la segada directiva. Su llegada al máximo cargo sería una señal de continuidad. Pero López está inubicable. No hay señales sobre su paradero. A partir de junio de 1975, los pasos del joven dirigente entran en una nebulosa. En los años posteriores, en el PS se mezclarán versiones fragmentarias, mitos y suposiciones para explicar lo que realmente hizo la pareja de Michelle Bachelet a contar de esa fecha.
Se supone que la primera señal de López es una carta que envía a un miembro de la nueva dirección de emergencia, semanas después de la caída de la primera directiva. En la carta explica lo mismo que le dijo a su novia en Berlín Oriental, aunque ahora con más detalles: que al reingresar al país fue detectado por Interpol, con una fuerte suma en efectivo. Para que no alertaran a la Dina, debió «coimear» con parte del dinero a los detectives. Gracias a eso, asegura, fue puesto en la frontera y volvió a la RDA, donde explicó lo ocurrido. López asevera en su misiva que regresará a Chile una vez que pase el peligro. Los miembros de la dirección de los «Pantalones cortos» cuentan con eso.
En su ausencia, el núcleo de relevo celebra el llamado «Pleno de calle Amapolas», en un inmueble de Providencia. En la cita partidista el grupo asume formalmente las riendas del aparato clandestino. No es una directiva propiamente tal, sino una mesa amplia. Por unanimidad, y en su ausencia, Jaime López es designado número uno. (13)
La idea de la nueva dirigencia es que López, una vez de regreso, quede guarecido por un férreo dispositivo. El universitario deberá mantenerse por completo aislado de las tareas operativas, que quedarán en manos de otros cuadros. Así, en un encierro casi hermético, el sucesor de Ponce podrá pensar los caminos a seguir, sin el peligro de que la Dina le caiga encima.
Apenas aparece en Santiago, López toma contacto con la nueva directiva. Se reúne con su segundo hombre, el tercero, el cuarto, y así sucesivamente. Son reuniones cara a cara, que rompen los círculos concéntricos de la rigurosa compartimentación clandestina. Por inexperiencia o exceso de confianza, nadie en el PS capta el inminente peligro.
En cada contacto López se ve en extremo nervioso. Pide movimiento, no mantenerse en «puntos» específicos. En su afán por conversar en ambientes más privados convence a sus lugartenientes de reunirse en las residencias donde alojan. Así, conoce las direcciones exactas de casi todos los miembros de la cúpula.
Las más elementales reglas de la clandestinidad son desactivadas desde adentro. Sin necesidad de forzarla, la puerta del PS ha quedado abierta para una nueva embestida.
* * *
A fines de 1975, una fulminante ofensiva de la Dina barre con la dirección de los «Pantalones cortos».
El 27 de diciembre, los dirigentes Iván Parvex, Benito Rodríguez y Juan Carvajal caminan cerca de Irarrázaval. Este último observa un auto en que un hombre lee el diario, cubriéndose la cara. Lo reconoce. Es un agente de la Dina que meses antes allanó su casa. Advierte sobre el peligro y se retira. Pero Parvex y Rodríguez creen estar seguros. Ambos son detenidos esa misma tarde.
En pocas horas, entre cuarenta y cincuenta cuadros están en manos de la Dina. Varios participaron en el pleno de Amapolas: Iván Parvex, Carlos González, Gladys Cuevas, Eduardo Reyes, Vicente García, Saúl Belmar. Juan Carvajal es apresado la madrugada del 28 de diciembre. Tres días después viene el turno de Gregorio Navarrete, Jaime Solari y Hernán Monasterio. De la flamante directiva y su entorno solo se salvan cinco. (14)
Los detenidos son llevados a Villa Grimaldi. Uno de los caídos divisa ahí a Jaime López. Pero algo no calza. El secretario general no está maniatado, usa sus lentes ópticos y se mueve con cierta libertad por los patios. Ningún detenido tiene estos privilegios.
A otros apresados les intriga la reacción de los interrogadores cuando un torturado no colabora. En vez de seguir «parrillándolo», salen de la habitación con el carné de la víctima. Minutos después vuelven con una detallada lista de sus cargos y tareas clandestinas.
Los detenidos atan cabos. Carlos González repara en que al llegar a su domicilio los agentes fueron inmediatamente a un clóset donde escondía documentos y un carné del propio López. Solo este y el dueño de casa sabían de tal ubicación. Eduardo Reyes aporta otro dato: en su caso los agentes también sabían con precisión dónde escondía dinero del partido. Una suma que López le había pedido guardar.
Con horror, los dirigentes concluyen que López, el número uno, está colaborando con el enemigo. De todos los escenarios posibles es el más desquiciante. López conoce el partido como pocos. Si no se da inmediatamente la alerta, el PS será pulverizado.
Cuando intuye que lo trasladarán de Villa Grimaldi, un militante sin relevancia pregunta si la dirigencia apresada quiere enviar algún mensaje a través suyo. Iván Parvex no lo duda:
—Dile a todos que López nos traicionó.
Pronto, la noticia es traspasada a parte de la estructura del PS.
A principios de enero de 1976, un sobreviviente de la directiva se entera de que López está libre. Decide cerciorarse de las sospechas: logra programar un encuentro callejero con él. Cuando chequea el lugar de la cita, minutos antes de lo programado, descubre parapetado a un piquete de la Dina. Para él esta es la prueba definitiva.
La mala nueva no tarda en llegar a la RDA.
Michelle Bachelet se entera en Leipzig, una ciudad al sur de Berlín a la que se ha trasladado, dejando a su madre en Postdam. No puede creerlo. Finalmente, cuando lo acepta, hace un descarnado mea culpa. A otros socialistas les confiesa que su pololo tenía dudas sobre volver a Chile, pues intuía que era seguido. Y ella no acogió sus temores. Fue inflexible. Le dijo que debía cumplir con sus tareas.
Para la joven, la situación es casi calcada a lo ocurrido con su padre, cuando ella influyó directamente para que no se exiliara en Perú. En los años siguientes será recurrente en Michelle la idea de que, de haber sido más comprensiva, distinta sería la suerte de López.
Las reuniones de control de daños se inician con urgencia en Berlín Oriental. ¿Desde cuándo López está «quebrado»? Imposible saberlo con exactitud. Algunos piensan que pudo haber sido antes de su último arribo a la RDA, cuando estaba obsesionado por saber detalles de los cursos de instrucción militar. De ahí quizás su tétrica imitación de la «parrilla». Tal vez era una forma de avisarles.
Dos cartas que el propio López despacha por esos días a Michelle Bachelet confirman lo impensable. Antes de abandonar Chile, la joven y su novio habían convenido varias claves de advertencia, en caso de que alguno cayera. Era un código similar al que la muchacha había utilizado a principios de 1975, cuando le comunicó telefónicamente que ella y su madre estaban siendo secuestradas por la Dina.
Ahora, en sus misivas, López no deja lugar a dudas. Varias palabras que utiliza hacen evidente la advertencia de que está en manos de los hombres de Contreras. Y que quiere ponerla a resguardo.
Sin perder tiempo, Michelle da aviso a la cúpula de Berlín Oriental. Como evidencia, entrega las cartas. Otros socialistas aportan nuevos indicios recogidos en Chile. Son versiones transmitidas de boca en boca, difusas, en su mayoría imposibles de verificar. Pero todas apuntan a lo mismo: López está «contaminado», ha dejado de ser confiable.
Está el testimonio de un militante del «interior», quien por esos mismos días habría logrado contactar cara a cara al supuesto traidor. Según esta versión, López le advirtió con un gesto que llevaba una grabadora. Antes de marcharse le entregó un papel con una advertencia: «Estoy con la Dina. Saben todo. Que Michelle no vuelva».
Otra versión, mucho más imprecisa, surge del corazón de Villa Grimaldi. En el más temido centro de detención secreto de la Dina, López habría sido llevado al calabozo donde estaba Carlos Lorca, su gran amigo, en estado casi vegetal por la tortura. «Vai a quedar así si no colaborái», dicen que habría sido la advertencia que le dieron.
Con varios de estos antecedentes reunidos, la directiva exterior quiere saber qué piensa Michelle. La joven hace un análisis frío: cree que su pololo, forzado por las circunstancias, efectivamente está con el enemigo. Pero también destaca que le envió una advertencia para que no entrara a Chile.
En su exposición, ella recuerda que en Santiago López estaba cautivado con la lectura de un libro, La orquesta roja, de Gillies Perrault. El texto narra las peripecias de Leopold Trepper, quien dirigió una red de espías prosoviéticos enquistada en el Tercer Reich. Bajo la pantalla de colaborar con el nazismo, Trepper salvó la vida de muchos compañeros. López le había dicho que, en la misma situación, seguiría ese ejemplo.
Para la hija del general Bachelet su novio podría estar apostando a una colaboración segmentada. Entregar información a la Dina, pero sin dejar de alertar a los suyos. Ser un nuevo Trepper.
A principios de 1976, el propio López confirma las presunciones de su novia. En una carta que envía a su amigo Luis Lorca —el hombre del partido en Lima— le revela sin rodeos que va a jugar el rol de la «orquesta roja» con la Dina. «Voy a ser Trepper, voy a sacar información de ellos», señala textualmente en una línea.
En la misiva explica que no tiene otra opción, que ha visto en Villa Grimaldi a su «hermano» Carlos Lorca, a Exequiel Ponce y a Ricardo Lagos Salinas, los máximos encargados de la primera directiva: «Están agónicos; si no hago esto van a matarlos».
A Luis Lorca le propone seguir su juego: qué él desde Lima lo ayude a fabricar noticias que desinformen al enemigo para salvar a la mayor cantidad de gente. López propone que Lorca articule en el exterior una directiva de todos los partidos de la UP para que él pueda entenderse con ellos desde Santiago.
Luis Lorca envía inmediatamente la alerta. En Santiago se toman medidas urgentes. El ex diputado Albino Barra y su hijo Patricio surgen como cabezas de una nueva directiva. Bajo esta dirección de emergencia comienza el delicado proceso de aislar al dirigente contaminado y a su estructura, compuesta por varios militantes que siguen trabajando bajo sus órdenes. Solo unos pocos socialistas saben que López ha sido «quebrado», que ya no puede seguir como secretario general.
Desde Lima, Luis Lorca hace creer a López que sigue su juego. Cuando recibe a emisarios que llegan a Perú con mensajes embutidos de su puño y letra, Lorca invariablemente responde con información falsa, para desorientarlo.
Uno de estos mensajeros pide reunirse con Lorca en el Cabaret Crillón, en Lima. Es joven, viste de manera ostentosa y ordena varios whiskies. Domina casi a la perfección los nombres y cargos de la dirigencia clandestina; pero cuando su interlocutor le pregunta por gente que no existe, cae en la trampa: dice que de ellos no ha tenido noticias.
El ostentoso emisario le pasa un embutido escrito por López. En el mensaje, el dirigente hace un recuento de todos los compañeros caídos. No hay dudas, es su letra. Cuando menciona en la nota a los sobrevivientes, López le pide a su amigo que le ayude desde Perú a tomar contacto con ellos. Antes de despedirse, Lorca le dice al emisario que hará todas las gestiones para hacer el contacto.
Corre abril de 1976. Es el último correo que Luis Lorca recibe de López. Tiempo después, cuando su imagen salta en los periódicos, Lorca reconocerá el nombre del singular mensajero: el capitán de Ejército Armando Fernández Larios.
A partir de ese momento, el rastro de Jaime López Arellano se convierte en un secreto más de la Dina. Según la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, fue detenido por la Dina en diciembre de 1975 y hoy está desaparecido. Lo mismo ocurre con la militante socialista Clara Rubilar Ocampo, miembro de su equipo.
El nombre del joven dirigente pasará a ser un tabú en la historia oficial del PS. Como traidor o víctima, de él solo se hablará en voz baja. Incluso décadas más tarde, en el partido circularán versiones de testigos que asegurarán haberse topado con él, que López sobrevivió a la tortura y que sigue oculto en alguna parte. (15) Otros preferirán darlo por muerto.
El mismo fantasma acompañará por años a Michelle Bachelet. (16)
* * *
En la RDA, la actividad política de la hija del general Bachelet no cesa. Está a cargo del boletín del secretariado exterior de la JS, donde escribe artículos políticos. Además, prepara informes de coyuntura sobre la realidad política chilena para sus dirigentes y continúa viajando por Europa, para dar a conocer su testimonio. En esos recorridos la acompaña su madre.
Aunque no ostenta cargos de dirección, es una militante reconocida. Su opinión es escuchada por dirigentes como Mario Felmer, Rigo Quezada y Enrique Norambuena, los máximos jefes de la JS en el exilio. Michelle Bachelet conoce el pensamiento de los militares chilenos, puede ayudar a prever escenarios.
En 1976, la joven se traslada a Leipzig, una ciudad ubicada 180 kilómetros al suroeste de Berlín, para estudiar alemán en el Herbert Institut. Consciente de que pasará un tiempo antes de que pueda regresar a Chile, la joven quiere dominar bien el idioma para retomar sus estudios de Medicina.
En Leipzig vive en una pensión con estudiantes de varias partes del mundo. Además, se reencuentra con socialistas amigos, miembros del mismo núcleo en la Universidad de Chile, entre ellos Gladys Cuevas y Jaime Lorca. A pesar de que lo ocurrido con López seguirá siendo por años una herida abierta, poco a poco recupera su optimismo.
En esa ciudad universitaria conoce un año después a Jorge Dávalos, un socialista exiliado que estudia arquitectura en la Universidad de Weimar. Los presenta Ángela Jeria.
El Guatón, como apodan a Dávalos, es un tipo alegre y simpático. Antes de salir de Chile tenía cercanía con el grupo de estudiantes de Medicina aglutinados en torno a Carlos Lorca. Pero a diferencia del líder de la JS y su grupo, su vida de partido no era tan intensa.
Los dos jóvenes comienzan a pololear. A fines de 1977, luego de un corto noviazgo, se casan en una ceremonia civil en Postdam. Ángela Jeria no asiste a la boda. Meses antes se ha radicado en Washington, luego de recibir una invitación de la escultora Isabel Morel, para apoyar desde ahí el trabajo de solidaridad con Chile. Morel tiene algo en común con Ángela: es viuda. Hace un año perdió a su esposo, el abogado socialista Orlando Letelier.
Letelier, ex canciller de Allende, murió en su automóvil, víctima de una bomba terrorista detonada en pleno corazón de la capital norteamericana. La explosión también mató a una ciudadana estadounidense, la joven colaboradora de Letelier, Ronnie Moffitt. Todo apunta a la Dina como responsable. (17)
En Washington, las dos mujeres trabajan en un intenso lobby orientado a denunciar los atropellos del régimen militar, ante Naciones Unidas y el Departamento de Estado norteamericano. Pronto, la labor recoge sus frutos. El 5 de diciembre de 1977, Naciones Unidas condena a la dictadura chilena por su «continua e inadmisible violación a los derechos humanos». Tres meses después, el régimen militar declara la Ley de Amnistía para los delitos políticos cometidos entre el 11 de septiembre de 1973 y el 10 de marzo de 1978. Ante la presión internacional, queda explícitamente fuera el caso Letelier.
Para Ángela Jeria esta es la posibilidad de que se levante la prohibición de ingresar a Chile. Sin nada que perder, consulta por su caso en la embajada chilena en Washington. La atienden bien. El funcionario que la recibe le dice que lo más probable es que estará entre los beneficiados, que podrá volver. La viuda del general Bachelet sale feliz del encuentro.
Al poco tiempo, sin embargo, recibe una carta del subsecretario del Interior de Pinochet, Enrique Montero Marx, donde se le notifica que no puede reingresar al país, por considerársela una figura altamente peligrosa para la seguridad interna. Ángela llora casi todo un día. Se comunica a Santiago con el general (r) Osvaldo Croquevielle y le cuenta la mala noticia. Su cuñado decide hablar con el general Fernando Matthei, quien en julio de 1978 ha asumido como nuevo comandante en jefe de la FACH, en reemplazo de Gustavo Leigh.
Matthei se compromete con Croquevielle a hacer lo que esté de su parte. Como oficiales de la FACH, el nuevo jefe aéreo y Alberto Bachelet habían sido buenos amigos en los 60. Gracias a este nexo, Ángela llegó a estimar a Matthei, a quien consideraba un hombre culto y honesto.
En su nueva vida de casada, Michelle Bachelet ha vuelto a radicarse en Postdam. Con Jorge Dávalos se traslada a un departamento en el mismo edificio donde vivía con su madre, en las afueras de esa ciudad. Viaja diariamente a Berlín, pues ha retomado sus estudios de Medicina, en la Universidad Alexander Von Hümboldt.
En junio de 1978 nace el primer hijo de la pareja, Jorge Sebastián Alberto. El segundo nombre —por el que lo llamarán— es un homenaje a Carlos Lorca. Sebastián era la chapa que el dirigente socialista utilizaba en su vida clandestina, antes de desaparecer a manos de la Dina. Alberto es en memoria de su padre.
A pesar de que tiene menos tiempo, Michelle sigue colaborando con el secretariado exterior de la JS en Berlín Oriental. El escenario es complejo al interior del partido. En el último pleno del comité central del PS, realizado en marzo de ese año, se ha acentuado la división interna que se arrastra desde el gobierno de la UP. (18) Por una parte está el sector del secretario general, Carlos Altamirano, quien de las posturas más ultras ha derivado a una posición revisionista, tras percatarse de la falta de libertades en la RDA. Por la otra, se planta Clodomiro Almeyda, más cercano al PC chileno y a la órbita soviética. (19)
Los socialistas jóvenes del núcleo de Michelle Bachelet se sienten espectadores de esta pelea entre grandes. Por trayectoria y visión política, están en la vereda de Almeyda, gracias a su sistemática defensa de los socialistas del «interior». No obstante, Michelle y sus amigos creen que cualquier división es un triunfo para Pinochet y hacen lo posible por mediar en esta pugna.
A fines de 1978, el dirigente Camilo Escalona se hace cargo del secretariado exterior de la JS en Berlín Oriental, tras un acuerdo de las dos fuerzas en pugna. Mario Felmer, Enrique Norambuena y Rigo Quezada dejan sus puestos. Michelle Bachelet hace lo mismo. Está muy frustrada por los ribetes que alcanza la disputa interna.
Poco después de la Navidad de ese año, en Washington, Ángela Jeria asiste a un almuerzo con un funcionario del Departamento de Estado. El hombre está muy informado de lo que ocurre en Santiago. Entre otras cosas, habla de lo cerca que han estado Chile y Argentina de entrar en guerra, pocos día antes.
También le habla de la prohibición de ingreso que la afecta. Le pide que tenga confianza, pues varios indicios apuntan a que muy pronto podrá regresar. Ángela es menos optimista. Sus tareas en Washington han concluido y tiene decidido establecerse en Perú. El destino es óptimo para sus planes: conoce a uno de los principales arqueólogos de ese país, lo que le permitirá trabajar en lo suyo. Además, estará muy cerca de Chile. De alguna forma, podrá seguir ayudando en tareas solidarias.
Con esa idea viaja a la RDA, para despedirse de su hija. En la visita conoce a su nieto Sebastián y piensa con calma en la vida que iniciará en Perú. A principios de febrero, sin embargo, recibe en Alemania Oriental una carta de la embajada chilena en Washington, donde se le comunica que puede volver a su país. Ángela se comunica con el general (R) Croquevielle, quien le confirma la esperada noticia.
Sin dudarlo, Michelle decide que acompañará a su madre en el retorno, junto a su hijo de ocho meses. Jorge Dávalos solo podrá viajar meses más tarde, pues quiere terminar el año en sus estudios de arquitectura.
No hay lágrimas de alegría ni emoción cuando las dos mujeres confirman la noticia. Simplemente, inician los preparativos para el viaje, luciendo la misma serenidad que aquel día en que debieron salir obligadamente de Chile, cuatro años antes.
Como no hay vuelos directos entre Santiago y la RDA, el retorno tiene varias escalas: Amsterdam, el norte de África, Brasil y, por fin, Santiago, donde las espera una nueva vida, en un país completamente distinto al que dejaron en 1975.
(1) El 5 de octubre de 1974, Miguel Enríquez fue emboscado en una casa de seguridad de la comuna de San Miguel por decenas de efectivos de la Dina. El líder mirista estaba acompañado por su pareja embarazada, Carmen Castillo, y por dos lugartenientes. Murió resistiendo y su figura se transformó en un mito para la izquierda.
(2) Los dirigentes miristas que aparecieron ante las cámaras eran Cristián Mallol, Héctor González Osorio, Hernán Carrasco y Humberto Menanteaux, quienes estaban desde diciembre de 1974 en manos de la Dina. La operación de inteligencia fue dirigida por el jefe de Villa Grimaldi, coronel Pedro Espinoza.
(3) Existen testimonios de varios detenidos que afirman haber visto a Ariel Mancilla en Villa Grimaldi. Estaba gravemente herido, pues intentó eludir su detención arrojándose a las ruedas de un microbús. Actualmente está desaparecido.
(4) Luis Lorca se trasladó en abril de 1974 a Lima. Desde esa ciudad se convirtió en el nexo entre la dirección socialista en Chile y la cúpula en el exilio, encabezada en Berlín Oriental por Carlos Altamirano.
(5) Clodomiro Almeyda fue canciller de Salvador Allende y uno de los próceres del PS. Rolando Calderón era miembro de la Comisión Política antes del golpe y líder de los llamados «Elenos». Ambos abogaban por un acercamiento con los comunistas. Esta y otras posturas los ponen en abierta tensión con Altamirano, gatillando el quiebre de la colectividad en abril de 1979.
(6) El documento del pleno de La Habana aboga por la creación de un Frente Antifascista para derrocar a la dictadura, sobre la base de una alianza entre comunistas y socialistas. De esta forma, el aparato exterior del PS se pliega a la postura planteada en marzo de 1974 por la dirección interior de Lorca, Ponce y Lagos Salinas.
(7) El apoyo de Honecker a la ex UP no de debía únicamente a razones ideológicas: su hija Sonia estaba casada con el chileno Leonardo Yáñez.
(8) Al exiliarse, Gladys Marín tuvo que dejar en Chile a su esposo, el dirigente comunista Jorge Muñoz, y a sus dos pequeños hijos. A su marido no volverá a verlo: en 1976 fue detenido por la Dina y hoy está desaparecido.
(9) Mario Felmer era el hombre de la dirección interior en la RDA. Enrique Sepúlveda era un destacado dirigente universitario del PS. Manuel Rodríguez era diputado. Fernando Arraño se desempeñó como subjefe de trabajos voluntarios de Allende. Antes del golpe, Rigo Quezada presidió la Federación de estudiantes Secundarios, Feses.
(10) El chileno Enrique Correa, dirigente del MAPU Obrero Campesino, sirvió como ejemplo de la destreza de los agentes de la RDA para modificar el aspecto físico. Gracias a tratamientos con corticoides y otros, Correa subía o bajaba violentamente de peso antes de ingresar clandestinamente a Chile. Incluso a sus amigos les costaba reconocerlo.
(11) Después del golpe militar, la primera reunión de todos los partidos de la unidad popular se realizó en La Habana y fue gestionada por Beatriz Allende. Ese grupo de partidos, denominado Izquierda Chilena en el Exterior, acordó establecer una oficina de coordinación de la solidaridad internacional en Roma, que fue denominada Chile Democrático.
(12) Ricardo Lagos Salinas y su esposa Michelle Peña integran las listas de detenidos desaparecidos. No existe certeza de si el hijo que la mujer esperaba pudo sobrevivir.
(13) Entre los asistentes al pleno de calle Amapolas están Eduardo Gutiérrez, estudiante de Odontología; Ricardo García, dirigente secundario; Iván Parvex, estudiante de Historia; Patricio Barra, dirigente secundario; Benito Rodríguez, estudiante de Biología; Carlos González, estudiante de Historia, y Eduardo Reyes, dirigente secundario.
(14) Los únicos dirigentes que no caen en manos de la Dina son Ricardo Solari, Patricio Barra, Ricardo García, Eduardo Gutiérrez y Raúl Díaz.
(15) En una entrevista concedida al diario La Tercera en diciembre de 2002, Michelle Bachelet afirmó que era tal la paranoia sobre lo ocurrido con Jaime López en el PS, que su ex novio había sido visto en Francia, España, Euilpué y Quillota. «Cuando regresé al país me dijeron que estaba vivo, pero la verdad es que nunca supe algo concreto.» En Paula Canales y Andrea Insunza, «La otra historia trágica de Michelle Bachelet», reportajes, La Tercera, 1 de diciembre de 2002.
(16) Años más tarde, Michelle Bachelet se consolará con la idea de que Jaime López protegió a militantes que trabajaban con él, sin ser jamás detenidos. Otro consuelo de la futura ministra, menos asible, es que López pudo no haber sido el único que colaboró con el enemigo y que todas las culpas se concentraron en el joven dirigente debido a que hoy está desaparecido.
(17) En agosto de 1978, la justicia norteamericana pidió la extradición del general Manuel Contreras, el coronel Pedro Espinoza y el capitán Armando Fernández Larios, todos ex miembros de la Dina, por su posible participación en el crimen de Letelier. Meses antes, el 8 de abril, el norteamericano Michael Townley —acusado de ser el autor material del crimen— fue expulsado del país, tras lo cual fue detenido por el FBI.
(18) En marzo de 1978 se realizó el denominado pleno de Argel del PS. A pesar de que su nombre indica que se realizó en la capital de Argelia, en realidad tuvo lugar en la RDA, lo que por razones de seguridad se mantuvo en secreto. En la cita, Altamirano fue ratificado como secretario general y se aprobó un voto de consenso, pese a lo cual las discrepancias internas persistieron.
(19) En 1975, Clodomiro Almeyda fue expulsado desde Chile a Rumania. Posteriormente se estableció en México, pero a fines de 1976 se trasladó a la RDA para integrarse al secretariado exterior del PS, comandado por Carlos Altamirano. La medida respondió, entre otros factores, a la persistente disputa entre la dirección exterior y la dirección interior del PS. Almeyda, en ese contexto, representaba una garantía de que el partido apoyaría a su equipo «interior» y no fortalecería a otra estructura surgida después del golpe militar de 1973, la Coordinadora Nacional de regiones, comandada por Benjamín Cares en Chile, además de Pedro Vuskovic y Belarmino Elgueta, desde México. Éstos desconocían la autoridad de la dirección interior y, paralelamente, mantenían contacto con Altamirano. Aunque la CNR entrará en crisis en 1978 y posteriormente se disolverá, esta situación agudizará la pugna interna en el PS y abrirá paso a su división.