La otra declaración judicial de Agustín Edwards sobre sus vínculos con la dictadura
27.09.2013
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27.09.2013
En abril de 1987, aproximadamente 10 días después de la venida del Papa Juan Pablo II a Chile, alrededor de la 1:30 de la madrugada me encontraba acostado leyendo en mi dormitorio, en el segundo piso del departamento de mis padres donde vivía, en el centro de Santiago. Entonces escuché ruidos en el primer piso y la voz fuerte de mi madre preguntando “por qué”. En segundos apareció en el dormitorio un tipo con gorro (de esos con visera, que casi no dejaba ver la cara) portando un fusil de asalto. Me apuntó y, mediante garabatos muy soeces, me ordenó que me levantara y me pusiera ropa. Mientras me vestía apareció otro tipo, este con pistola automática, el que comenzó a registrar el recinto, sacando todo y tirándolo al suelo. Estando ya vestido, el tipo del fusil me tomó de un brazo y con la otra mano levantó mi chaleco y me lo puso como capucha, no podía ver nada.
Me sacaron del departamento y me llevaron a un auto, a los asientos traseros, donde escuché a otro tipo, que procedió a poner mi cabeza en sus piernas y puso un arma corta en mi sien, diciendo que si me movía, dispararía. Así me trasladaron a un cuartel que según supe cuando salí era el de Borgoño o “casa de la risa”, como lo llamaban.
En el subterráneo de Borgoño estuve 7 días siendo golpeado brutalmente, sometido a torturas con electricidad en una camilla y a simulacros de asesinato, poniendo fusiles y pistolas en mi cabeza, percutándolos sin balas (desconozco qué revisión hacían a las armas antes de hacer estos juegos, con la posibilidad de que hubiese quedado alguna bala alojada en el arma). De vez en cuando, en sesiones en que quedaba hecho mierda, me examinaba un médico, al parecer, quien determinaba la posibilidad de continuar las sesiones de tortura.
Posteriormente fui llevado a la Penitenciaría, donde estuve 5 días, llevado diariamente, generalmente momentos antes del desayuno, a tribunales. El Juzgado Civil, con el juez Marco Aurelio Perales a cargo, decretó mi libertad incondicional el primer día. En el Militar, me tenían todo el día parado frente a alguna pared, y me regresaban al caer la noche. Sólo una vez fui entrevistado. Finalmente, este tribunal, a falta de pruebas, tuvo que decretar mi libertad absoluta.
En la edición de El Mercurio del día en que me secuestraron agentes de la CNI, apareció un artículo en primera página mencionando que había sido identificado como uno de los instigadores a la violencia en el Parque O’Higgins cuando estuvo el Papa, comparándome con 2 fotos, una donde aparecía caminando por la universidad en que estudié, la otra donde aparecía un grupo de gente, pero sin observarse alguna referencia para determinar el lugar donde se tomó, en la cual se indicaba que una de esas personas era yo (solo coincidía de tener el pelo crespo, al igual que yo) y que correspondía a los desórdenes del Parque. También se leía que era intensamente buscado.
Es sabido que un periódico se imprime y comienza a repartir el día anterior. El decreto que determinaba y ordenaba mi detención lleva fecha del día después. Entonces, la pregunta que surgió fue, ¿por qué El Mercurio sabía que se iba a firmar un decreto al día siguiente?
Interpuse una querella, patrocinada por la Vicaría de la Solidaridad, por injurias y calumnias contra El Mercurio. Se careó en 3 oportunidades a Agustín Edwards Eastman con el Ministro Secretario General de Gobierno de la dictadura (Francisco Javier Cuadra), ya que era el encargado de la información del Gobierno y su publicación. Finalmente Edwards Eastman había obtenido la información el día anterior por su directa relación con la CNI y sus Generales Directores. Esto significó que Edwards Eastman fuera declarado reo y con arraigo nacional de 6 meses. De la encargatoria de reo salió libre bajo fianza, pero tuvo que cumplir con el trámite de ingresar a una cárcel para poder salir: estuvo 2 horas en el Anexo Cárcel Capuchinos. Una demostración más de que El Mercurio siempre estuvo participando y colaborando, activa y directamente, con la dictadura para torturar, encarcelar, asesinar y desaparecer a personas que se oponían a la tiranía de Pinochet.
En el juicio se demostró absolutamente que yo no estuve en el Parque O’Higgins ese día, y menos causé daño alguno. Fue un montaje de la dictadura y sus aparatajes de exterminio, con el apoyo directo e incondicional del Sr. Agustín Edwards Eastman. El Mercurio nunca publicó letra alguna, respecto a los resultados del juicio y la imputación demostrada, menos, alguna publicación que reconociera su error y pidiera disculpas por los tormentos a que fui sometido por la CNI y la encarcelación.