Laura Novoa: Perdón y Reconciliación
11.09.2013
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11.09.2013
En estos últimos días hemos sido testigos de conmovedoras expresiones vertidas por connotados hombres públicos reconociendo -desde el elevado e influyente sitial que ocupan en nuestra sociedad- que tal vez no hicieron todo lo que pudieron hacer para evitar las atrocidades que se cometieron a partir del 11 se septiembre de 1973 contra quienes fueron considerados opositores al nuevo régimen.
Vale la pena relacionar estos actos de contrición con el perdón que pidió el Presidente Patricio Aylwin luego de interiorizarse del contenido del informe de la Comisión Verdad y Reconciliación (Informe Rettig), y encontrar en él evidencia de los excesos cometidos por agentes del Estado durante los diez años anteriores a su gobierno.
Podemos decir hoy que paulatinamente la verdad de lo ocurrido fue imponiéndose. Primero, entre los que sabían y dieron crédito a lo que sabían. Luego, entre los que sabían, pero no querían saber. Más adelante, a los que no sabían y se enteraron después
Esa petición no fue un hecho aislado del Presidente Aylwin. Se inscribe en la grandeza con que actúan los gobernantes de excelencia ante situaciones graves que aquejan a sus pueblos. Es así como dicho informe se pidió para contribuir al esclarecimiento global de la verdad y para colaborar a la reconciliación nacional. En este espíritu, abarcó, además de la investigación de los casos de atentados contra los derechos humanos con resultado de muerte que allí se describen, el relato del entorno en que ocurrieron y la proposición sobre medidas de reparación y prevención que podrían adoptarse. Todo ello con el afán de alcanzar la reconciliación de la sociedad chilena, como el nombre de la comisión amerita.
Podemos decir hoy que paulatinamente la verdad de lo ocurrido fue imponiéndose. Primero, entre los que sabían y dieron crédito a lo que sabían. Luego, entre los que sabían, pero no querían saber. Más adelante, a los que no sabían y se enteraron después. Cada uno, en el momento en que individualmente se formó su propia convicción. Surgió así una verdad ahora incontrovertida que, como piedra desnuda y potente, logró en una de sus aristas una suerte de justicia al restablecer la dignidad de personas hasta entonces mal tratadas, al permitir que muchas de ellas pudieran decir quiénes eran en sus trabajos, al poder regresar a sus lugares de origen desde donde se las había confinado, al ser recibidas en oficinas públicas sin que se las discriminara. Al poder integrarse a la sociedad en su conjunto.
Por supuesto que nada de esto remedia la muy incompleta obtención de fallos que sancionen a los responsables de las atrocidades cometidas. Más aun, sigue abierta la dolorosa herida de los detenidos desaparecidos sin que las instituciones involucradas en tan deleznables hechos demuestren estar dispuestas a proporcionar información que permita establecer qué pasó con ellos.
No es de desdeñar entonces la opinión generalizada de que no ha habido avances significativos en materia de reconciliación y que ésta es inalcanzable en ésta y, a lo mejor, en muchas generaciones o quizás si nunca.
Sigue abierta la dolorosa herida de los detenidos desaparecidos sin que las instituciones involucradas en tan deleznables hechos demuestren estar dispuestas a proporcionar información que permita establecer qué pasó con ellos
En las circunstancias expuestas, deseo hacer llegar mi respeto, mi admiración y mi agradecimiento a quienes en estos días han tenido la grandeza, el coraje y la hidalguía de reconocer públicamente que les corresponde pedir perdón por lo que tal vez pudieron hacer y no hicieron para evitar los abusos contra los derechos humanos cometidos por la dictadura militar o para impedir el quiebre institucional que la precedió. A ello se están sumando iniciativas para que se pida perdón por las instituciones que adhirieron a la dictadura en forma desafiante o que se dejaron manejar por ella, contribuyendo así al establecimiento del régimen represivo que facilitó el atropello de los derechos humanos cometido a su amparo.
Pareciera que el ejemplo de las personas e instituciones antes referidas proviene de un proceso de reflexión profunda acerca de que para avanzar hacia una sociedad reconciliada se hace necesario pedir perdón. Un perdón que se pide públicamente y sin condición alguna de reciprocidad.
Queda abierta la invitación para que otros se sometan a una reflexión individual parecida, no necesariamente pública, pero capaz de llevarlos a la convicción propia de que les ha llegado el momento de pedir perdón.
Y si así sucede, progresivamente, como ocurrió con la verdad, cuando ese momento se alcance masivamente, creo que se podrá dar por abierto el camino hacia la reconciliación.
Me pregunto, a continuación: ¿a quiénes se puede pedir un proceso de reflexión semejante? Y me respondo a mí misma, con la esperanza de no estar equivocada: a todos los responsables del quiebre.
Deseo hacer llegar mi respeto, mi admiración y mi agradecimiento a quienes en estos días han tenido la grandeza, el coraje y la hidalguía de reconocer públicamente que les corresponde pedir perdón por lo que tal vez pudieron hacer y no hicieron para evitar los abusos contra los derechos humanos cometidos por la dictadura militar o para impedir el quiebre institucional que la precedió
Y ante la pregunta de quiénes son esos “todos”, contesto, con pesar, que somos responsables todos los de la generación (o generaciones) actora (s) de la ruptura política ocurrida en un par de décadas anteriores al golpe, la que nos dividió en dos bandos irreconciliables, mutuamente incriminatorios, que separó las familias en UP y anti UP. La de las marchas con insultos groseros, amenazas y agresiones, la que usó el lenguaje para agredir, descalificar, ofender, nunca para buscar acuerdos en materias difíciles, sino para imponer la propia solución. Los políticos que adhirieron inicialmente a la dictadura y no reaccionaron; los profesores, académicos y funcionaros que asesoraron al régimen sin reservas, los padres de familia que no sometieron a crítica su ausencia de tolerancia en su comportamiento con los opositores ni menos enseñaron a sus hijos a discutir pacíficamente sus diferencias; los integrantes de las JAP que distribuían alimentos sectariamente y los opositores que se enfrentaban a los primeros sin buscar entendimientos (como fue el caso de un arreglo obtenido por mi cónyuge con la JAP de nuestro barrio). En fin, cada uno sabrá si le corresponde o no unirse a una campaña de perdón por cosas que hizo, o tal vez pudo hacer y no hizo para evitar el mundo irreconciliable en que se insertó el golpe o para impedir los atropellos a los derechos humanos cometidos en dictadura.
Y hablo de campaña del perdón porque creo firmemente que Chile debiera buscar la reconciliación como un acto de voluntad en el que hay poner acción y esfuerzos inmediatos como parece empezar a ocurrir, en lugar de dejarse dominar por la idea de que ella no es alcanzable.
* Laura Novoa Vásquez es abogada de la Universidad de Chile con estudios de postgrado en New York University, School of Law. Entre 1989 y 1990 formó parte de la Comisión Verdad y Reconciliación que investigó las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura. Entre 1991 y 1994 fue miembro del Comité de Alto Nivel sobre Desarrollo Sustentable de las Naciones Unidas. Actualmente se desempeña como árbitro e informante en derecho en materias contractuales, mineras y de recursos naturales.