Explosiones en Boston: Dos caras de una misma moneda, lo bonito y lo feo de Estados Unidos.
19.04.2013
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19.04.2013
Como sucede todos los años en Boston, el tercer lunes de abril se celebró Patriot’s Day, fecha que conmemora las batallas de Lexington y Concord, las primeras batallas de la Guerra de la Independencia de Estados Unidos. Desde 1897 durante Patriot’s Day se corre la Maratón de Boston, la maratón con mayor tradición en el país y para la cual es más difícil clasificar. Es un verdadero rito de primavera: los habitantes de Boston y de sus cercanías van al centro de la ciudad a animar a los participantes, apoyándolos y ofreciéndoles agua, entre otros.
Este lunes 15 fue especial para los habitantes de Boston. Luego de haber tenido un invierno muy crudo y un inicio de primavera particularmente frío, este Patriot’s Day ofrecía un día soleado que invitaba a la gente a salir e ir a ver a sus amigos y familiares que corrían esas 26 millas, equivalentes a más de 40 kilómetros. Horas luego de iniciada la carrera, la milla 26, la meta ubicada sobre Boylston Street, se transformó en una zona de guerra. Dos bombas explotaron con diferencia de segundos y el terror invadió a los participantes y espectadores.
Este terror no fue suficiente para paralizar la ciudad, al contrario: Boston se activó rápidamente y, desde distintos frentes, sus habitantes salieron en ayuda de la comunidad. Así, se mostraba una de las mejores caras de Estados Unidos, donde apoyar al vecino en la adversidad es parte del ADN de muchos, especialmente en las pequeñas ciudades, donde muchos se conocen. Ejemplo de ello fue la realización de una campaña en las redes sociales para recaudar fondos para pagar las cuentas médicas de los heridos en los hospitales.
Asimismo, muchos de los participantes en la maratón, luego de correr por millas, ayudaron a los heridos y mutilados. Incluso muchos de quienes corrían siguieron corriendo hacia los hospitales cercanos para donar sangre. Mi amigo y compañero de clase, Brennan Mullaney, en un artículo publicado en el Washington Post cuenta como paró de correr y, junto a otros, usó su polera como torniquete para evitar hemorragias de algunos de los heridos. Brennan es un veterano de guerra y declaró que para él lo vivido en Boston fue más traumático que lo experimentado en Irak y Afganistán: «Cuando sucede en tu patio de atrás, en tu hogar, en tu comunidad, es exponencialmente más doloroso», señaló.
Fueron tres las personas muertas y más de 170 los heridos. Las reacciones de apoyo se sintieron en todo Boston y en todo el país. Las redes sociales se plagaron de mensajes de apoyo a la ciudad, y los habitantes de Boston se apoyaron los unos a los otros. El día martes, los ya amigables bostonians estaban más cálidos que nunca. Fue realmente emocionante ser testigo de cómo una ciudad puede unirse frente a la adversidad. En el ambiente se sentía un apoyo fraternal al otro, independiente de su origen y nacionalidad. Pero ya todos se preguntaban, ¿quién fue capaz de realizar estos actos?
Luego de cometidos los hechos, comenzaron las especulaciones y, con ello, se comenzó a mostrar lo feo de Estados Unidos. Muchos pensaron que se trataba de un ataque terrorista internacional, aunque en un primer momento la prensa deliberadamente evitó el uso de «ataque terrorista». El primer sospechoso fue un estudiante saudita de 20 años, quien, básicamente por su apariencia física y por estar en el lugar de los hechos, fue considerado como «persona de interés». Estando herido en el hospital, fue interrogado y, haciendo caso omiso al imperativo de presunción de inocencia, este nacional de Arabia Saudita fue rápidamente condenado en las redes sociales. Sin embargo, rápidamente se descartó su implicancia en los hechos.
Ya pasadas 24 horas de las explosiones, muchos comenzaron a pensar que el ataque tenía origen doméstico, ya que nadie del escenario internacional se había adjudicado responsabilidad. Durante la semana, una ardua investigación tuvo lugar, y ya el jueves, el mismo día de los funerales de las víctimas -en el cual Obama dio un emotivo discurso- aparecieron dos sospechosos: los hermanos Tamerlan y Dzhokhar Tsarnaev, de 26 y 19 años, respectivamente. Ambos musulmanes y originarios de Chechenia.
Rápidamente el FBI y la policía de Boston comenzaron la búsqueda de estos sospechosos, lo que llevó el jueves por la noche a una persecución policial muy violenta por las localidades de Cambridge y Watertown. Esta persecución terminó con la muerte de Tamerlan Tsarnaev y la fuga de Dzhokhar, la que continúa mientras escribo. Boston y sus alrededores están prácticamente en Estado de Sitio, y, en pocas horas más, autoridades realizarán lo que se denomina una «explosión controlada» en el departamento de los sospechosos, ubicado a 15 minutos caminando de donde vivo. Esto, con el objeto de deshacerse de explosivos encontrados en la residencia.
Viendo la TV, leyendo la prensa y revisando las redes sociales, llama la atención que no sólo no se cuestione sino que se celebre la muerte de un sospechoso, y que, de hecho, ya estén circulando fotos muy gráficas de su cuerpo sin vida. Si bien existe evidencia que apunta a su culpabilidad, antes de tener juicio alguno estos sospechosos ya han sido condenados por la ciudadanía. Además, nuevamente se activó el discurso racista apuntando a su nacionalidad y, especialmente, religión. Asimismo, en su calidad de ex refugiados e inmigrantes que fueron recientemente nacionalizados, los hechos ocurridos han gatillado el ya existente rechazo a la inmigración por parte de algunos sectores, lo que, sin duda, impactará de manera negativa en el debate de la nueva ley en esta materia.
De esta manera, lo que he podido atestiguar en Boston, una de las ciudades más hermosas y amigables de Estados Unidos, ha sido una mezcla entre las expresiones más sinceras, desinteresadas y fraternales de apoyo a la comunidad con violentas muestras de racismo, xenofobia y condena social. Todo, con un toque de morbo colectivo. Sería injusto decir que todo esto sucede sólo en Estados Unidos; quizás es propio de todas las sociedades que han vivido fuertes traumas colectivos. Por lo pronto, mientras se siguen desarrollando los hechos, es importante recordar las palabras que Martín Richard, el niño de 8 años que fue víctima fatal de las explosiones, escribió en un cartel hecho por él: «No more hurting people. Peace».
* Paula Lekanda es M.A in Law and Diplomacy, candidate. The Fletcher School of Law and Diplomacy, Tufts University. Cientista Político y Licenciada en Historia, PUC.