Un buen tipo (Al rescate de los ideales)
11.03.2013
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11.03.2013
En la prehistoria de mis recuerdos, algunos son plenamente nítidos. Cuando ingresé a la universidad sentí una suerte de advenimiento de un desarrollo histórico. Experimenté la sensación de un crecimiento personal cuyas causas apenas comprendía, pero que lejos de asustarme, me envalentonaban.
Yo no sabía nada de nada, pero me sentí capaz de aprenderlo todo. Desde la continuación de mi actividad artística, hasta el contacto con algunas ideas de filósofos a los que sin conocer bien, admiraba secretamente.
Hay que abandonar la monserga de la renovación como equivalente a la renuncia de ideales y de principios, y entender que un auténtico renovado es quien, sin abandonar su ideología, trata de entender e interpretar con verdad el mundo y la existencia, sin seguir comulgando con ruedas de carreta exportadas desde países que lucraron con la deformación de ideas importantes
El nuevo status me otorgaba el privilegio de combinar mis estudios con mi actividad teatral iniciada varios años antes. Pero a ello se agregaba la sensación de tener un nuevo modo de relación con los profesores y estudiantes. La relación con mis compañeros era fundamentalmente distinta. En aquella época la mayoría de los colegios eran sólo de hombres o sólo de mujeres; la universidad modificaba ese esquema y muchos de nosotros experimentábamos la sensación de independencia y madurez que por cierto no teníamos.
El trabajo paralelo en la radio, los primeros acercamientos a la práctica de aspiraciones teóricas, el contacto con las compañeras de la universidad que contenía la posibilidad de un desarrollo afectivo que ennoblecía los impulsos eróticos que hasta entonces sólo habían tenido precarias expresiones físicas. Era la época en que la sonrisa de una muchacha valía por cinco años de universidad. Todo eso nos abría a la comprensión e interés por lo ideales. Por todo lo que posteriormente se tradujo en actividad estética y participación política.
Y la vida, ese misterioso entrecruzamiento de fortuna y desdicha, ha transcurrido rápido como un vértigo, siempre ganando velocidad y hondura a la luz de un propósito: descubrir y luchar porque el mundo esté regido por el placer de la inteligencia y la sensibilidad, como ya le habíamos escuchado decir a alguno de nuestros maestros de colegio.
Y, es hoy cuando siento que vale la pena evocar, recordar y rescatar concepciones que desde la lejana juventud fueron formando la esperanza de crear una estructura de pensamiento que permitiera la creación de un mundo mejor.
Hubo esa época en que bastaba con ser antinazi, pro judío y pro negro, para ser un buen tipo. Pero el asunto pronto dejó de ser tan simple.
Hubo que enfrentar la posibilidad y la responsabilidad de convertirse en un buen tipo. Hubo que comprometer el pensamiento en una acción práctica que muy pronto nos ubicó en planos políticos que lenta y gradualmente fueron deformando el concepto que teníamos del buen tipo.
Pasó mucha agua bajo ese puente. Desde la esperanza de alcanzar la felicidad a través de una acción social y política contestaria, hasta entender y aceptar la terrible advertencia que formula Carlos Fuentes en una sus novelas: “No hay peor servidumbre que la esperanza de ser feliz”.
Penetramos en una dinámica de grandes esperanzas que se han ido disolviendo a través de la fuerza bruta y brutal, primero, y luego por la rigidez y superficialidad de quienes nos sentimos por mucho tiempo como un conjunto de buenos tipos organizados.
Y parece que hay que empezar de nuevo. Desechar la frivolidad de las farándulas y volver al rescate de los ideales. Volver a la idea matriz de nuestros anhelos en orden a aspirar que la sociedad sea regulada por “el placer de la inteligencia y de la sensibilidad…”
Creo que un buen tipo debe evitar que la verdad se confunda con la utilidad, que el desarrollo se confunda con la acumulación, y que el tiempo se identifique con el dinero.
Un buen tipo no puede aceptar la sociedad de mercado que transforma a la educación y al amor en simples bienes de consumo. ¿La educación un bien de consumo? ¿El amor es un bien de consumo? ¿Dios juega a los dados con el mundo? ¿Estará de acuerdo con la sociedad de mercado?
Hay que saber que la educación es un derecho de cada individuo y una obligación del Estado proporcionárselo. Hay que aceptar la premisa del viejo sabio de que “Dios no juega a los dados con el mundo”; por lo tanto, Dios tampoco puede aceptar la sociedad de mercado.
Creo también que hay que abandonar la monserga de la renovación como equivalente a la renuncia de ideales y de principios, y entender que un auténtico renovado es quien, sin abandonar su ideología, trata de entender e interpretar con verdad el mundo y la existencia, sin seguir comulgando con ruedas de carreta exportadas desde países que lucraron con la deformación de ideas importantes.
Nuestros actuales estudiantes trajeron desde nuestra memoria de buenos tipos, los ideales que tanto nos inspiraron. La educación, la salud, la desigualdad material, son parte de los problemas que no hemos podido resolver. Y los muchachos de hoy han dado una interesante lucha para exigir su resolución a quienes no pueden ni quieren hacerlo.
Busquemos cómo hacerlo y olvidemos que tenemos que defender la institucionalidad porque hemos hecho una transición desde la barbarie del régimen militar de Pinochet hasta nuestros días, preservando la funcionalidad y funcionamiento de las instituciones: Resolvamos los problemas y si alguna institución se ve afectada por ello, ya se verá la forma de adaptar su función.
Olvidemos toda diferencia secundaria y rescatemos los ideales que incentivaron nuestra ilusión. Cuidemos el tiempo. No pueden volver a dormirse o a fallar por 20 años los buenos tipos organizados.
“Nadie puede fusilar un sueño…”.