Los peligros de crear un sistema de “ranking” para seleccionar a quienes ingresan a la universidad
31.07.2012
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31.07.2012
El Consejo de Rectores ha anunciado la introducción de un nuevo criterio para el proceso de admisión a las universidades, que será aplicable desde 2013. La decisión fue anunciada como la introducción de un “ranking”. Este nuevo criterio de selección ha encontrado cierta oposición, especialmente desde el Ministerio de Educación. Conviene revisar el nuevo criterio introducido por el Consejo y las objeciones que se le han formulado.
En primer lugar, es importante observar que el “ranking” introducido no es, en rigor, un “ranking”. En el habla común, un “ranking” es una ordenación de elementos de modo que la posición de cada uno es relativa a los demás. Un “ranking” de egreso en sentido estricto es entonces una ordenación de los egresados de acuerdo a sus notas, donde la nota importa sólo para fijar la posición relativa de cada uno. Así, si el estudiante que ocupa el segundo lugar obtuvo un 5, para el que está en primer lugar resulta irrelevante haberse sacado un 5,5 o un 7.
Lo que el Consejo de Rectores ha propuesto, en cambio, opera en tres pasos por así decirlo: respecto de cada una de las tres generaciones anteriores del mismo establecimiento se identifica primero el promedio de cada generación; luego la nota más alta. Entonces se calcula el promedio de cada uno de estos dos valores, lo que da una nota promedio de las tres generaciones y una nota promedio de las notas más altas de las mismas generaciones. Con estos dos valores se define una función (que el Consejo llama “función de ranking”). La nota de cada egresado es ponderada de acuerdo a esta función.
“Un sistema que transmite a estudiantes de cuarto medio el mensaje de que sus posibilidades de vida son perjudicadas por el éxito de sus compañeros de curso es un sistema perverso”.
Esta ponderación tiene dos límites: el primero es que la “función de ranking” sólo se aplicará a quienes tengan notas superiores al promedio de las tres generaciones anteriores. Es decir: sólo puede aumentar el puntaje correspondiente actualmente a las notas de enseñanza media (NEM). El segundo es que la bonificación resultante no puede ser superior a 150 puntos sobre el puntaje NEM.
Por eso el Consejo de Rectores dice que “para cada promoción habrá una función ranking, y los alumnos se mediarán con respecto a esa función ranking, no es que haya una función ranking estándar para todos”. Es decir, no es que el puntaje que se agrega al primer, segundo o tercer egresado de cada establecimiento sea el mismo.
Por eso incluso en un establecimiento en el que un año egresara sólo un estudiante (siempre que en las generaciones anteriores haya egresado al menos un cierto número de estudiantes) sería posible determinar su “puntaje de ranking”. El ranking entonces no es un ranking.
Se lo describe mejor diciendo que es un criterio especial de ponderación de notas, que toma en cuenta el hecho de que el mismo nivel de desempeño puede corresponder a distintas notas en distintos establecimientos, por lo que es necesario considerar esa variación al comparar notas de diversos colegios. (Por “ponderación” aquí ha de entenderse: una fórmula que transforma notas de enseñanza media en puntaje para efectos del proceso de admisión).
El sistema propuesto se diferencia del que ha sido utilizado desde 2007 por las universidades del Consejo de Rectores para el llamado “sistema especial de ingreso”, que es un cupo especial para quienes han egresado dentro del 5% superior de su establecimiento, tratándose de establecimientos municipales y particulares subvencionados. Este sistema, a diferencia del que anuncia ahora con efectos generales, es efectivamente un “ranking”.
No está claro si el hecho de no ser un “ranking” se explica porque el Consejo de Rectores cree que un “ranking” es inaceptable o porque introducir uno verdadero fue considerado un paso demasiado brusco, que debía suavizarse por la introducción de un sistema como el que estamos considerando. El rector de la Universidad de Santiago y vicepresidente del Consejo de Rectores ha declarado que se trata de lo segundo: según él, «este no es un ranking de notas, es una bonificación, pero encamina lo que será el futuro ranking en dos años«. Es de esperar que esto no refleje la opinión del Consejo de Rectores, porque es bastante claro que un auténtico “ranking” sería funesto.
“La generalización de un auténtico ‘ranking’ de egreso para la admisión universitaria tiene aptitud para destruir la idea misma de ‘comunidad educativa’ y acabar con, o al menos hacer más difícil, relaciones de compañerismo o de camaradería entre compañeros de curso”.
En efecto, una consecuencia inmediata de considerar el auténtico “ranking” de egreso sería que cada estudiante de enseñanza media sabría que sus posibilidades de admisión a la universidad mejoran en dos casos: cuando su propio desempeño mejora y cuando el desempeño de sus compañeros empeora. Este es el efecto del “sistema especial de ingreso”, pero su impacto en el sistema escolar ha sido limitado precisamente porque es un programa marginal.
Por supuesto, hoy la PSU -y antes la PAA- eran sistemas de ranking, pero como su universo es el total de estudiantes de la generación no alcanza a afectar la relación de un estudiante con sus compañeros de curso. La generalización de un auténtico “ranking” cuyo universo relevante fueran los estudiantes de un establecimiento o incluso de un mismo curso, transformaría considerablemente la manera en que un estudiante entiende su relación con sus compañeros. Ello porque si el orden relativo de egreso de cada uno es importante, para cada estudiante el éxito de sus compañeros será una amenaza. La situación sería peor que la más descarnada competencia en el mercado, porque en el mercado a cada agente le es indiferente el éxito de los demás y sólo le importa el propio.
Si en un curso cada estudiante sabe que su posición en el “ranking” afectará considerablemente sus posibilidades de admisión a la universidad, para cada uno el éxito de los demás no sería indiferente, sino positivamente negativo. Un sistema que transmite a estudiantes de enseñanza media el mensaje de que sus posibilidades de vida son perjudicadas por el éxito de sus compañeros de curso es un sistema perverso.La generalización de un auténtico “ranking” de egreso para la admisión universitaria tiene aptitud para destruir la idea misma de “comunidad educativa” y acabar con, o al menos hacer más difícil, relaciones de compañerismo o de camaradería entre compañeros de curso.
El sistema propuesto no tiene este efecto, porque no es un “ranking” (por eso se calcula por referencia a las tres generaciones anteriores, excluida la actual). Pero a pesar de que no es un “ranking” se lo llama así. ¿Qué sentido tiene ocupar una designación que transmite una idea perversa, cuando la designación es incorrecta? Especialmente el Consejo de Rectores debería apresurarse a aclarar que no se trata de un ranking, y el primer paso para eso es que dejen de hablar de tal cosa. A menos, claro, que el Consejo crea que lo que ahora se ha introducido es parte de una transición hacia un verdadero “ranking”. En este sentido, lo dicho por el rector Zolezzi es ominoso.
“Es insólito es que, estando tan preocupado de la manipulación estratégica del sistema y de los incentivos que éste implica, el Ministerio encargado de la educación escolar sea completamente ciego al efecto perverso de un auténtico “ranking”.”
Las críticas al nuevo sistema de ponderación de notas han sido de distinto tipo. Las objeciones de fondo parecen ser dos. La primera es que usar el “ranking” como criterio de admisión es un intento de mejorar a quienes han recibido peor educación, y por consiguiente implica dar preferencia a personas de peores resultados académicos. Con la excusa de lograr mayor “igualdad”, se dice, esta medida perjudica a los estudiantes de buen desempeño. Contra esto suelen esgrimirse todas las fantasmagorías invocadas por la expresión “ingeniería social”.
La segunda crítica es que es un sistema que puede ser explotado estratégicamente por los estudiantes, y puede tener por eso una serie de efectos ulteriores no deseados: por ejemplo, puede fomentar que en el último año un estudiante se cambie a un establecimiento en el cual, dados los resultados anteriores, sus notas recibirían una mayor bonificación, o que los establecimientos suban sus notas, produciendo una “inflación” de notas, etc.
La primera objeción se responde precisamente distinguiendo entre lo que este nuevo criterio es (un criterio de ponderación de notas) y lo que no es (un “ranking”). El problema hoy es que la ponderación de las notas de enseñanza media asume que éstas son un criterio comparable entre diversos establecimientos. Pero hay buenas razones para dudar de que la nota que se obtiene en un establecimiento equivalga al mismo nivel de logro que la misma nota obtenida en otro establecimiento. El ranking-que-no-es-ranking toma en cuenta este hecho en la ponderación de las notas.
Adicionalmente, es un criterio que es neutral a la calidad de la educación recibida, y mira no a ésta, sino a la aptitud del estudiante para aprovecharla, independientemente de su calidad. En efecto, asumiendo que las notas entre distintos establecimientos fueran efectivamente comparables, habría que decir que un estudiante que obtuvo una nota 6,0 es mejor que otro que obtuvo una nota 5,0. Pero ¿qué parte del punto que los separa se debe al hecho de que la educación recibida fue mejor? Aquí es donde la referencia a las notas de un establecimiento en generaciones anteriores es relevante, porque si las notas del colegio en el que estudió el joven de 5,0 son en general más bajas que las del otro, es plausible decir que la diferencia entre el 6,0 y el 5,0 se debe en buena parte a la diferencia entre establecimientos, no a la diferencia entre las capacidades de los dos estudiantes.
“Para el Ministerio es un defecto del nuevo sistema que éste no sea un “ranking”; la crítica que le merece es que “en ninguna parte incluye la posición del estudiante respecto a sus propios compañeros”.
Así las cosas, ¿puede decirse que ponderar ese 5,0 de modo de acercarlo a ese 6,0 es una manera de privilegiar la “equidad” sobre el “desempeño”? Decir eso es una manera notoriamente miope de ver las cosas. No hay razón alguna para decir, a priori, que el que tenía un mejor profesor de matemáticas (y por eso sabe más matemáticas) es más “meritorio” que uno que tenía un peor profesor y por eso aprendió menos. Es al menos tan plausible decir que es más meritorio el que aprovechó mejor al profesor que tenía. El sistema tradicional de NEM entiende “meritorio” de la primera manera, el ranking-que-no-es-ranking lo entiende de la segunda.
Por esto, no tiene una queja legítima el que conforme al criterio tradicional de NEM habría tenido más oportunidades. Nadie tiene derecho a que el merecimiento se mida de la forma en que siempre se ha medido.
El Ministerio de Educación ha objetado al sistema adoptado por el Consejo de Rectores debido a que éste “introduce incentivos que podrían mover tanto a los colegios como a los estudiantes a adoptar conductas estratégicas que no necesariamente están ligadas a un mayor o mejor aprendizaje”. Dichas conductas serían de dos tipos: por un lado, podría producir una inflación de notas, y por otro los estudiantes podrían buscar cambiarse a establecimientos cuyos resultados anteriores aumentaran sus puntajes.
(Además de lo anterior, incoherentemente el Ministerio objeta que el sistema se haya introducido a mediados de 2012 con efectos en 2013, alegando que “cambia las reglas del juego”. ¡Pero lo que eso implica es precisamente que no permite a los estudiantes actuar estratégicamente, porque ya es muy tarde!)
Es evidente que el incentivo a subir las notas, mejorando así a los estudiantes del propio establecimiento, se presenta mucho más respecto del criterio tradicional de NEM que del criterio propuesto. Pues si el establecimiento sube las notas hoy estaría perjudicando a sus estudiantes del próximo año, a menos que también subiera las notas a éstos, caso en el cual quedaría todo igual a como estaba al comienzo. Algo similar podría decirse respecto del incentivo al cambio de establecimiento: hoy los estudiantes tienen incentivos para matricularse durante la enseñanza media en los establecimientos que asignan calificaciones más altas.
“Si tiene la mirada puesta en la “estructura de incentivos” y en la acción estratégica bajo este sistema, ¿cómo es posible que el Ministerio de Educación haya ignorado que un “ranking” tiene el potencial para destruir la idea misma de “comunidad educativa”, al poner los intereses de todos los estudiantes en directa oposición? ¿Es que el Ministerio cree que es un defecto del sistema actual que los estudiantes de un curso puedan tener relaciones de comunidad y camaradería?”
Lo que es insólito es que, estando tan preocupado de la manipulación estratégica del sistema y de los incentivos que éste implica, el ministerio encargado de la educación escolar sea completamente ciego al efecto perverso de un auténtico “ranking”. Para el ministerio es un defecto del nuevo sistema que éste no sea un “ranking”; la crítica que le merece es que “en ninguna parte incluye la posición del estudiante respecto a sus propios compañeros”. Pero si fuera un “ranking” en este sentido se producirá el efecto ya notado: irá en interés de cada estudiante que los resultados de sus compañeros sean lo más malos posibles.
Si tiene la mirada puesta en la “estructura de incentivos” y en la acción estratégica bajo este sistema, ¿cómo es posible que el Ministerio de Educación haya ignorado que un “ranking” tiene el potencial para destruir la idea misma de “comunidad educativa”, al poner los intereses de todos los estudiantes en directa oposición? ¿Es que el ministerio cree que es un defecto del sistema actual que los estudiantes de un curso puedan tener relaciones de comunidad y camaradería?
En este punto, tanto como el en tema de las utilidades ilegalmente retiradas en las universidades o en la conveniencia de dar un crédito tributario a quienes pagan financiamiento compartido, este gobierno y en particular este ministro de Educación han mostrado ser como una brújula que apuntara siempre al sur: tan confiable como una brújula normal si uno sabe que lo que hay que hacer es exactamente lo contrario que sugiere.