El error de creer que el impuesto es un robo o es una multa al rico por ser rico
13.04.2012
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13.04.2012
Ver columnas anteriores:
–«Cómo la reforma de Piñera profundizará los problemas de justicia y no recaudará más impuestos».
–«Por qué no basta con subir los impuestos a las empresas».
–La falsa idea de que eludir tributos es legítimo.
–Cómo se manejan las cifras para hacernos creer que la carga tributaria es alta.
–En Chile los pobres financian la agenda social de los pobres: ¿Es justo?.
Durante las últimas semanas, a propósito de las discusiones sobre reforma tributaria, hemos visto que existen dos aproximaciones que desconocen la naturaleza de los impuestos porque los entienden sólo como herramientas económicas: aquellos que consideran que los impuestos son precios (o un robo) y aquellos que los ven como multas (una suerte de castigo a los ricos por ser tales). En ambos casos prima una idea de que los impuestos se oponen a la propiedad. Estas ideas desconocen que los impuestos deberían encarnar la forma en que determinamos, de forma justa, la contribución que todos tenemos que hacer para asegurar fines comunes. Así, entonces, si uno se pregunta si hay que subir o bajar los impuestos (si es bueno o malo hacer lo uno o lo otro) la respuesta inmediata deberá ser: depende. Sólo será bueno aumentar los impuestos si la estructura impositiva del país da cuenta adecuadamente de un principio de capacidad contributiva.
Aquellos que se oponen a los impuestos suelen afirmar que un alza de la tasa de los impuestos hará “caer la inversión” o que con una reforma tributaria habrá “millones de trabajadores perjudicados”.
Los que, por el contrario, tienen simpatía por aumentar los impuestos muchas veces creen que basta con subir las tasas para tener mayor recaudación y justicia.
Como ya hemos visto, el problema es que tanto si se sube o se baja la tasa de un impuesto puede haber injusticia en el sistema porque podemos no tener los impuestos adecuados.
Los argumentos que hemos desarrollado en esta serie buscan mostrar que estas posiciones adolecen del mismo problema: desconocen la función política y de justicia de los impuestos. Los impuestos son expresión de la capacidad contributiva de los contribuyentes y su función es asegurar los medios para llevar a cabo fines comunes.
“La propuesta de reforma tributaria preparada por la oposición es una combinación de los vicios hasta ahora descritos: algunas de esas propuestas entienden los impuestos como precios y otras como multas”
Entonces, si concluimos que la carga tributaria en Chile es baja y que si baja más será difícil dar cuenta de las demandas ciudadanas manteniendo la política de balance estructural; y que una baja de la carga tributaria profundizará los problemas de justicia del sistema tributario vigente, al continuar replicando la distribución del mercado (bajar la carga tributaria beneficiaría principalmente a los más ricos), ¿es esto suficiente para sostener que la reforma que necesitamos consiste en aumentar la tasa del impuesto a la renta?
Contra lo que podría pensarse en primera instancia, la respuesta no es evidente. Y no lo es porque la cuestión del aumento de la tasa de los impuestos, como hemos argumentado en esta serie, no implica automáticamente un aumento en la recaudación ni asegura que un eventual aumento sea equitativo y eficiente. La recaudación fiscal depende de varios factores mucho más complejos que el simple aumento de las tasas. De esta forma y según hemos visto, aumentar la tasa del impuesto de primera categoría y bajar el impuesto a las personas, como se espera que proponga el Presidente Piñera, puede ser una pésima decisión porque, si consideramos la estructura del impuesto a la renta vigente en Chile, no implicará necesariamente un aumento de la recaudación y aumentarán los problemas de justicia del sistema.
Y lo mismo ocurre por el otro lado, vale decir, una disminución en las tasas impositivas no se traduce directamente en mayor bienestar para las personas. Si una persona que gana 1 millón de pesos deja de pagar todos los impuestos que podría tener que pagar, tendrá $150.000 más en su bolsillo, que, claro, mejorará su situación económica pero difícilmente mejorará su situación (y la del resto de los ciudadanos) si su suerte en salud, educación, vivienda depende de esa suma de dinero.
En términos más generales, en Chile deberíamos acostumbrarnos a que el aumento o disminución de las tasas sea una cuestión mucho más variable de lo que hasta ahora ha sido y entender de una vez que los niveles de actividad económica y el bienestar de los ciudadanos no dependen exclusivamente de estos factores. Si la política fiscal requiere mayores ingresos, habrá que evaluar si es necesario aumentar las tasas; por el contrario, si por distintas consideraciones de política económica se considera necesaria una rebaja de impuestos, habrá que estar atento a los argumentos que se den.
Pero ese escenario sólo es posible si no perdemos concentración en lo principal. Lo que no puede ocurrir, desde una perspectiva política, es que la discusión sobre las tasas impositivas nos haga olvidar el verdadero problema del sistema del impuesto a la renta vigente en Chile (y del sistema tributario en general).
Porque recordemos que la estructura de los impuestos es importante por su conexión con la estructura de derechos que existe en el país. En palabras más simples: no podemos seguir profundizando la idea central de la política neoliberal, esto es, que podemos vivir sin impuestos y que podemos reemplazarlos por pagos de servicios. Y esto por una razón importante: si lo que se busca es que el país crezca, debe incluir o al menos intentar incluir a todos. Esto no es lo que se busca cuando se trata de imponer con “cifras” y “pruebas empíricas” que los impuestos a la renta deberían “tender a ser impuestos al consumo”, o cuando se sostiene que el país debería orientarse a tener “impuestos al consumo de las familias” y no impuestos a la renta. Aceptar tales propuestas es condenarnos a una sociedad donde las distribuciones e injusticias del mercado se instalen definitivamente en el centro de nuestra organización social y política. Eso supondrá que ya no seremos ciudadanos sino competidores porque si cada uno lo hace bien, podrá costear mejores servicios en educación, salud, vivienda (y pensión); y, por el contrario, si lo hace mal… bueno, si lo hace mal tendrá acceso al mínimo, que es lo que podrá “pagar con impuestos”.
“Una de las cosas que más explica la desigualdad en el Chile de hoy es que la suerte de los hijos depende de la suerte de los padres. La eliminación o disminución del impuesto a las herencias, consolida esta desigualdad”.
Porque sin importar quién sea el proveedor de esos servicios, por ejemplo, aún si se trata de servicios públicos, estos estarán estructurados como servicios de calidad baja en la escala del mercado. Esta desigualdad estructural que equivale a sostener políticamente que no existe igualdad entre los ciudadanos, sólo será una sentencia condenatoria para la estabilidad política de nuestro país. Desconocer esto es desconocer la historia política de la modernidad.
Y puesto que es posible que un aumento de las tasas impositivas tenga un mal resultado en la recaudación, y si estamos dispuestos a que un alza o rebaja esté determinada conforme lo que se necesite en determinado momento, queda por despejar una variable: aquella que afirma que una variación en las tasas de impuestos tiene un efecto inmediato en las decisiones de inversión de los empresarios.
Parece difícil justificar que este solo factor pueda llevar a un Estado a tener un mejor desempeño macroeconómico (como, por ejemplo, no ocurrió en la República de Irlanda cuando bajó dramáticamente sus impuestos) y a los empresarios a tomar decisiones de inversión (como ocurre con Rusia, donde difícilmente alguien quiera invertir a menos que maneje o tenga contacto con las mafias).
Las decisiones de inversión dependen entre otros varios factores de la estabilidad política de un país y los inversionistas nacionales e internacionales deberían saber eso. Como también sabemos los chilenos que muchos de los empresarios locales han salido a invertir en países que tienen tasas impositivas más altas. A ratos parece que se nos olvida que un factor importante que limita el tamaño de la economía chilena no es la carga tributaria sino el hecho que ¡somos pocos chilenos! Por eso es que en Chile nos han tratado de enseñar a consumir más de lo que podemos, mientras que al mismo tiempo el sistema tributario vigente permite a algunos ahorrar sin pagar impuestos (y peor aún, transmitir sus privilegios).
En el mismo sentido, los resultados “empíricos” en la economía chilena de los últimos años son la mejor prueba contra estos argumentos. Basta mirar las cifras que dan cuenta de lo que ocurrió cuando la tasa del impuesto de primera categoría estuvo provisoriamente en 20%: aumentó la recaudación fiscal y la economía creció. Claro, la tasa impositiva no es la única variable que explica los resultados económicos, pero al mismo tiempo muestra que la tasa de impuestos no puede ser el único factor relevante para determinar si el país crecerá o dejará de crecer (o si habrán más o menos puestos de trabajo, etc). En otras palabras, entre muchos otros factores, sabemos que subió la tasa del impuesto de primera categoría y los impuestos se siguieron pagando y la actividad económica no se vio afectada.
Por otra parte, hace un par de días conocimos la propuesta de reforma tributaria preparada por la ‘Comisión Técnica’ de la oposición. Esta propuesta es una clara manifestación de una combinación de los vicios hasta ahora descritos: algunas de esas propuestas entienden los impuestos como precios y otras como multas. Pero lo que más llama la atención es que se insista con –en los hechos– eliminar el impuesto a las herencias. Esto quiere decir que se renuncia a la más evidente idea de justicia vertical: la que busca evitar la herencia intergeneracional del privilegio. Una de las cosas que más explica la desigualdad en el Chile de hoy es que la suerte de los hijos depende de la suerte de los padres. La eliminación o disminución del impuesto a las herencias consolida esta desigualdad.
“Si lo que se quiere es que el país crezca, se debe intentar incluir a todos. Pero esto no es lo que se busca cuando se usan “cifras” y “pruebas empíricas” para imponer que los impuestos a la renta tiendan a ser “impuestos al consumo”
Así, asumiendo que los impuestos sólo sirven para recaudar, se instaló en Chile la idea de que el impuesto a las herencias no sirve. A eso se han agregado varios falsos argumentos: el peor de todos es que el impuesto es muy alto. La verdad es que no lo es. El impuesto a las herencias es un impuesto progresivo con tasa máxima nominal de 25% y se aplica sobre lo que cada uno de los herederos recibe. De esta forma, si una persona deja en herencia $300 millones y 3 herederos, cada heredero tiene que pagar 1.300.000. Me parece que no es un impuesto muy alto. Para que un heredero tribute con la tasa máxima del 25% tiene que recibir más de $590 millones de pesos (vale decir, si son 2 hermanos, el padre/madre habrá dejado una herencia de más de mil millones de pesos). Esa persona tendrá que pagar $68 millones de pesos en impuesto a la herencia. En términos de justicia parece que eso es lo mínimo que se podría exigir contribuir a una persona que ve mejorada su posición con esa cantidad de dinero sólo por ser hija/o de quien es hija/o.
Sea alta o baja la tasa de un impuesto, si lo que nos preocupa es la justicia de un sistema, tenemos que partir por recordar y no olvidar aquello que distingue a un impuesto: se trata de una obligación de entregar al Estado una determinada suma de dinero cuyo monto debería depender de la capacidad de contribuir, y su uso será determinado conforme a la voluntad general (expresada, en principio, en la Ley de Presupuestos).
Los hechos gravados con el impuesto a la renta (y con todos los otros impuestos) deberían ser capaces de dar cuenta de la capacidad contributiva de los ciudadanos. Tenemos que entender que los impuestos buscan que todos contribuyamos de la forma más justa posible al financiamiento del Estado y a una adecuada distribución de los bienes públicos y privados.
En otras palabras, y como ya hemos visto, el monto de la contribución no es un precio o una multa y es esto lo que diferencia a un impuesto de los intercambios de mercado o las sanciones. Esta es la misma razón por la que los llamados “impuestos verdes” no son impuestos, sino que pueden ser pagos o multas por contaminar dependiendo de si se trata de incentivar o desincentivar la actividad a la que se vinculan. Lo que los economistas no quieren ver es esto: que los impuestos no son simplemente (parte de los) ingresos del Estado.
En definitiva, si la pregunta es si aumentar la tasa de los impuestos es bueno o malo, la respuesta –aunque a algunos les moleste– tendrá que ser: depende. Como hemos visto, hay dos casos en que bajar las tasas es una pésima idea: en el caso del impuesto a las personas y en el caso del impuesto a las herencias.
Nos queda por analizar si subir los impuestos a las empresas es una buena idea. Eso lo veremos en la próxima entrega.