Reconstrucción en Villa Olímpica: El poder del dato duro
06.12.2011
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06.12.2011
Le propongo un ejercicio sencillo. Reemplazar todos los adjetivos que usamos en nuestros discursos políticos por datos duros y medir las consecuencias. Por ejemplo, en vez de decir “la lentitud de la reconstrucción”, decir «el terremoto destruyó 70 mil casas y en dos años sólo se han construido siete mil: un décimo del total». En vez de decir “la codicia de los empresarios”, decir «en un año de crisis, las cuatro familias más ricas de Chile obtuvieron ganancias por 20 mil millones de dólares, casi el doble del presupuesto estatal destinado a educación para el 2012». En vez de decir “represión policial”, decir «en democracia han muerto 28 civiles en manos de uniformados».
Algo así hemos intentado hacer con la reconstrucción de la Villa Olímpica y luego de dos años de intenso trabajo, obtuvimos una promesa: diez mil millones de pesos para rehabilitar 11 edificios que el terremoto del 27 de febrero del 2010 dejó en condiciones inhabitables.
Nuestra elección fue abandonar las viejas consignas, a costa de la desconfianza de los políticos de camarillas. Abandonamos las apariencias, el simulacro, la figura mítica del dirigente social a la vanguardia de las columnas callejeras y nos convertimos en investigadores, estrategas y periodistas ciudadanos. Ratones de biblioteca absortos en el ordenador, buscando información. En dos años de trabajo hicimos 30 solicitudes de acceso a información pública y usamos esa información para presionar, desmentir, negociar y denunciar. En síntesis, para amplificar nuestra voz, esa voz pichiruche de ciudadano insignificante, nacido sin poder.
Cuando uno lee la prensa alternativa y los medios autogestionados de las organizaciones sociales, suele sentirse reconfortado por escuchar voces amistosas en medio de un panorama que suele ser hegemónicamente desolador. Pero lo cierto es que las consignas de esas voces amistosas son estériles. El exceso de adjetivos le quita todo el peso político a sus discursos y los convierte en meros saludos a la bandera, en grafitis que endulzan el paisaje, pero cuya capacidad de transformar el futuro es nula. Como decía Huidobro, el adjetivo cuando no da vida, mata. Y en política, mata diez veces.
Hubo un tiempo pasado, que como pocos, ciertamente fue mejor. La época dorada de los periodistas, cuando tenían razones suficientes para autodenominarse, el cuarto poder. Cuando la mayoría de ellos, tenía un ideal de verdad y justicia que se anteponía a sus intereses personales. La época en que el periodismo era capaz de derribar al hombre más poderoso del mundo, a punta de investigación y datos duros, como sucedió con Nixon y el watergate.
Esto no debe olvidarse nunca: fue con información y no con consignas, que se derribó al hombre que sentenció el futuro de la democracia chilena.
Pero si una parte importante de los periodistas que hoy trabajan en los grandes medios, son indiferentes a la verdad y a la justicia, los ciudadanos rasos tenemos una alternativa: llenar el vacío que ellos dejan, con nuestras propias manos. Sin caer en la tentación de la consigna que nos hace grandes a los ojos de los feligreses de la revolución de papel; sino descubriendo y difundiendo aquellos datos duros que ponen a los poderosos entre la espada y la pared.
A pesar de la proliferación de medios autogestionados en internet y otros formatos; a pesar de que las nuevas generaciones están más despiertas que todas las anteriores, y muy a pesar nuestro, los ciudadanos sin poder, los medios tradicionales siguen siendo la principal cancha donde se disputa el sentido del mundo.
Si ellos dicen que libertad es igual a especulación financiera y poder adquisitivo, mis compañeros de oficina se deslomarán por conseguir una tarjeta de crédito. Si ellos dicen que la violencia policial no existe, las señoras del centro de madres se pasarán toda la tarde hablando de los encapuchados. Si ellos dicen que la delincuencia es el peor flagelo de la sociedad, aún cuando vivimos en uno de los países más tranquilos del mundo, difícil será convencer a mis vecinos de que voten por candidatos que propongan más derechos y menos seguridad.
Por eso, y a pesar de que casi todas las puertas de los medios están cerradas para la sociedad civil organizada, no podemos descontarlos de nuestra estrategia política, porque obviarlos es renunciar a la incidencia. Y hoy tenemos tres herramientas que hace diez años no existían en Chile: el periodismo ciudadano, la ley de acceso a la información pública y los modelos de contraloría social.
Es decir, podemos tener nuestros propios medios, podemos atraer la atención de los medios de mayor cobertura con información de calidad y podemos pararnos de igual a igual con las autoridades de gobierno, a discutir sobre lo que nos concierne a todos. Ese es el poder del dato duro: le otorga consistencia y profundidad a las demandas ciudadanas.
Hoy la Villa Olímpica ha entrado en una nueva fase de experimentación en ese sentido. A través del proceso de instalación del Consejo Local de Monitoreo de la Reconstrucción -que forma parte de la iniciativa Reconstrucción Cómo Vamos-, podremos evaluar periódicamente y de manera irrefutable cómo avanza la reconstrucción del barrio. Este monitoreo trae un poco de tranquilidad en el incierto panorama de reconstrucción que viven los damnificados del 27f. Luego de 20 meses, tenemos una promesa de inversión de 10 mil millones de pesos y un espacio que permanecerá alerta para que se cumplan las promesas.