Chile crece sin pensarse
11.10.2011
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11.10.2011
Recientemente el World Economic Forum sacó la versión 2011-2012 del índice de competitividad global, situando a Chile en el lugar 31 de 142 países. Según el informe, el país aparece localizado en una zona de “transición” desde una economía desarrollada a través “de la eficiencia”, a otra desarrollada a través “de la innovación”. A pesar de que este índice no está muy relacionado con resultados económicos reales, es interesante destacar que desde hace ya mucho tiempo el país muestra una falta de avance relativo, principalmente debido dos áreas serias de debilidad que hacen muy difícil -a mi juicio- el salto para transformar a Chile en una economía basada en el conocimiento: la calidad de la educación y de la innovación.
Nuestra debilidad en el primer ámbito es notoria (lugar 87, en calidad del sistema educacional; 123 ¡!, en calidad de educación primaria y 124, en resultados en matemáticas y ciencia). Sobre este punto, la calidad de la educación, ya se ha escrito y discutido mucho y por fin se ha transformado en la principal preocupación de la población, según la última encuesta CERC. Y todo apunta a que, finalmente, será objeto de política pública en los próximos meses, ojalá con avances sustantivos.
Por esta razón, me quiero centrar en el segundo pilar: la innovación. El informe cita explícitamente nuestra debilidad en esta área: baja inversión privada en I+D (60); capacidad de innovación (66); calidad de las instituciones que realizan investigación científica, (55) y colaboración universidad-industria, (44). Estos resultados están claramente relacionados con nuestro bajo gasto en Investigación y Desarrollo (I+D) como porcentaje del PIB (0.5%-0.6%, con una muy baja participación del sector privado). Y también, con que la productividad (como medida macroeconómica) lleva estancada ya casi más de una década.
Otro factor que incide en esta debilidad en innovación, es el bajo porcentaje de firmas que innovan y hacen I+D, cifra que ha ido cayendo (como lo muestran las últimas encuestas de innovación e I+D del país). Y esto se expresa también en que, por ejemplo, en los últimos 25 años Chile ha sido incapaz de diversificar su canasta exportadora, comenzando a exportar sólo 295 productos nuevos medibles entre 1991 y 2006, de los cuales sólo 19 han alcanzado más de un millón de dólares; y donde sólo dos son productos que escapan al ámbito de materias primas o recursos naturales(1).
Lamentablemente, hoy la política que promueve la innovación es incluso más débil de lo que era hace algunos años. Lo que más se echa de menos es una orientación de largo plazo y objetivos medibles. En particular, habría que destacar la importancia de contar e implementar una política de desarrollo de largo plazo basada en la innovación. Los esfuerzos en este sentido venían bien encaminados a través de la conformación del Consejo Nacional de Innovación y la elaboración del Libro Blanco de la Innovación y una Política de largo plazo en el tema.
Este Consejo, que tiene una representatividad diversa, tanto en términos políticos como de conocimiento, busca generar una política de Estado, de largo plazo, que integre los esfuerzos públicos y privados en la forma más sinérgica posible. Entre sus propuestas, ha buscando reestructurar la institucionalidad pública de apoyo a la innovación, simplificándola y haciéndola más accesible, además de orientar parte de los escasos recursos disponibles a la innovación para potenciar las áreas en que Chile abiertamente ha mostrado ventajas competitivas.
Bastaba, de partida, con continuar y profundizar las propuestas y políticas propuestas por el Consejo bajo el nuevo gobierno. Sin embargo, el actual gobierno ha ignorado varias de ellas, desmantelando en forma importante la política de “clusters” propuesta por el Consejo, adoptada durante la administración anterior, con una visión simplista de antítesis entre Estado y mercado, entendiendo que sólo el segundo puede guiar la innovación. El objetivo más general del gobierno, de crecer sin pensar en hacia dónde ni en cómo, tienden a confirmar esta visión. Esta preocupación ha sido además planteada en forma pública por el Consejo a propósito de la discusión presupuestaria este año.
Estas decisiones se han adoptado, no obstante que prácticamente todos los países que han realizado saltos de desarrollo significativos en los últimos 60 años, han sabido superar esta visión y han logrado construir espacios de colaboración público-privada atendiendo las múltiples fallas de mercado que tiene la innovación, y la escasez de recursos que hace imposible el desarrollo de nuevos sectores competitivos con políticas 100 por ciento horizontales, que no orienten el gasto hacia objetivos estratégicos de largo plazo.
En todos estos países, nómbreme el que quiera -Corea, Singapur, Malasia, Irlanda, Nueva Zelandia, Finlandia, Australia, Israel, China-, el Estado ha jugado un rol, por un lado colaborador del sector privado, participando activamente en el proceso innovador, incluso como co-propietario; y por otro, con una política estratégica de largo plazo para orientar los esfuerzos de innovación.
Para lograr orientar nuestra economía hacia la innovación no basta con promover el emprendimiento y simplificar trámites (que sin duda son políticas necesarias, pero no suficientes), sino que de partida pasa por hacernos cargo de esta debilidad y, con una visión de Estado, fortalecer y seguir la políticas propuesta por el Consejo de Innovación, implementando una política de largo plazo de desarrollo. Se requiere además, fortalecer las instituciones que permitieron traer y testear nuevos productos cuando el sector privado no lo hacía, como Fundación Chile. Y entender que el Estado es un socio fundamental del sector privado en esta dinámica y riesgosa dimensión del desarrollo.
1) Esta información tiene como fuente la investigación y los datos usados en “New Exports from Emerging Markets: Do Followers Learn from Pioneers?”, de Rodrigo Wagner y Andrés Zahler.