La ingeniería forestal, otra víctima de la mercantilización de la educación chilena
25.08.2011
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25.08.2011
En un artículo publicado recientemente en la Revista del Campo de El Mercurio, titulado “Por qué Chile se queda sin ingenieros forestales”, se muestra la fuerte disminución que ha habido en las matrículas de las escuelas de ingeniería forestal que existen en el país, sin analizar las causas fondo que han propiciado esta situación. Una omisión similar se observa en un reportaje publicado sobre el mismo tema en el último número de la revista Lignum.
¿Es qué acaso el contexto político y económico en el que se ha desenvuelto el sistema educativo chileno durante los últimos 30 años, no le parece relevante a El Mercurio y a Lignum para analizar lo que ha pasado con la ingeniería forestal?
La educación no puede ser vista como un bien de consumo, como la definió hace pocos días el Presidente Piñera, sino más bien como una herramienta para mejorar la calidad de vida de la gente e incrementar el potencial socio-económico de una nación. La educación nos permite reemplazar el uso intensivo y exclusivo de recursos naturales por inteligencia. Desde ese punto de vista es un factor estratégico, razón por la cual requiere de monitoreo, regulaciones y financiamiento.
Sin embargo, a partir de la dictadura la educación chilena fue entregada por completo a las fuerzas del mercado, lo que permitió la entrada libre y expedita de nuevos actores. Es así como surgieron decenas de nuevas “universidades”, las cuales comenzaron a dictar carreras a diestra y siniestra sin ninguna exigencia en términos de calidad ni compromiso con la empleabilidad de sus egresados.
La ingeniería forestal no estuvo ajena a esta situación. Si en 1972 existían en Chile tres escuelas de ciencias forestales para un total de nueve millones de habitantes, en 2002, con 15 millones de habitantes, existían 13 escuelas. Es decir, una por cada millón, mientras que en países desarrollados se cuenta una por cada 4-10 millones de habitantes, dependiendo de la superficie forestal existente.
Al respecto, en un artículo publicado por Pablo Donoso y Luís Otero en revista Bosque (2005), se menciona que mientras en Suecia, Finlandia, Nueva Zelandia y Estados Unidos (países con una importante actividad forestal) existen entre 7 y 13 millones de hectáreas de bosque por cada escuela forestal, en Chile la relación fue de 1,5 millones de hectáreas por escuela. En Canadá, en tanto, esa misma relación es de 33 millones de hectáreas por escuela, mientras que en Argentina, con un nivel de desarrollo similar al nuestro, la relación es de seis millones de hectáreas por escuela.
Y, como todo “bien de consumo”, cuando la oferta es desmedida se produce un efecto de saturación en el mercado que reduce las expectativas económicas de los oferentes. Es decir, demasiados profesionales para el tamaño del mercado, lo cual implicó una reducción enorme en los salarios y en la posibilidad de acceder a empleos, y el cierre de muchas de las escuelas. Sin embargo, las universidades alcanzaron a hacer su negocio. Ganaron mucha plata a costa de la vida y los sueños de muchos colegas, que desafortunadamente hoy están cesantes o ejerciendo otra actividad.
Sin embargo, los vicios no han estado solamente por el lado de la oferta, también han existido por el lado de la demanda.
A partir de 1974 el Estado chileno comenzó con una política de subsidios a la forestación, que permitió en la práctica crear y consolidar una industria forestal exportadora, en torno básicamente a la producción de celulosa y madera aserrada. Dicho sector absorbió buena parte de la oferta de profesionales disponible, especialmente hasta medianos de los años 90. Poco a poco la demanda se redujo, en la medida también que el modelo no evolucionó hacia productos de mayor valor agregado que requirieran una mayor silvicultura. Desafortunadamente para la ingeniería forestal, el modelo “celulósico” (industria forestal orientada principalmente a producir y exportar celulosa) terminó por imponerse en Chile.
Otro de los factores que ha reducido la demanda de ingenieros forestales ha sido la enorme concentración económica que se ha producido en el sector forestal. Mientras en 1990 existían decenas de empresas forestales dedicadas al manejo de plantaciones y bosques nativos, en 2010 existen dos grandes grupos que controlan más del 80% del sector: Arauco y CMPC. Esta enorme concentración está generando problemas sociales, ambientales y económicos, que han sido ampliamente denunciados por representantes de la pequeña y mediana empresa, sindicatos de trabajadores forestales, sociedades científicas, etc. En la práctica, existe un monopolio en el sector forestal chileno, lo cual genera distorsiones en el mercado laboral.
Desafortunadamente, el manejo de las más de 13 millones de hectáreas de bosque nativo, que podría generar cientos de empleos, ha quedado relegado a un segundo plano, sin que exista hasta la fecha una política real de incentivos para este sector. Si bien la Ley de Bosque Nativo ha sido un avance, al menos en términos legislativos, no lo ha sido en la práctica. Tampoco ha habido una política de fomento equivalente para la pequeña y mediana empresa forestal.
Es decir, han ganado los dueños de las universidades privadas, aprovechando la ausencia del Estado en un sector estratégico clave como es la educación (ganan por ausencia). Han ganado también los dueños de las grandes empresas forestales, aprovechando los subsidios del Estado para comprar tierras y plantar (ganan por presencia). Y han perdido los ciudadanos, en este caso quienes estudiaron ingeniería forestal, porque invirtieron su tiempo en universidades que, sabiéndolo, impartieron una carrera que estaba sobrevendida, siendo preparados para trabajar en una industria que ya no los necesitaba.
Negocio redondo, especialmente cuando se observa que los apellidos de los ganadores se repiten en ambos lados del negocio… y en el Gobierno.
Es importante que en el futuro, medios de comunicación como El Mercurio o Lignum sean más acuciosos en sus reportajes, incorporen nuevas visiones y no sigan repitiendo las mismas ideas e hipótesis que vienen repitiéndose por años. Muchos de los que hoy atribuyen la falta de matrículas a la mala fama o la supuesta “mala calidad profesional” de nosotros los ingenieros forestales, son los mismos que aplaudían, y aún aplauden, las políticas mercantilistas que han llevado a la educación chilena a la situación en la que está. Soy ingeniero forestal, me siento profundamente orgulloso de serlo y espero que las movilizaciones ciudadanas logren cambiar nuestro sistema educativo, porque finalmente, más importante que las profesiones, son las personas y las familias que están detrás y sueñan con un futuro mejor.