Ex sacristán de El Bosque: “Vi al padre Karadima besuqueándose con un joven de la parroquia”

Mariano Cepeda llegó a El Bosque a los 18 años, cuando la iglesia aún no terminaba de construirse. Durante las siguientes 6 décadas hizo la limpieza, trabajó en la cocina, fue sacristán y desde esos cargos conoció a un Karadima muy distinto al que se impuso, durante años, como prócer de la Iglesia, como imán de las vocaciones capaz de llevar al seminario a 50 jóvenes de buenas familias.

-Todo el tiempo el padre Karadima andaba agarrándole el poto a los jóvenes- contó Cepeda a CIPER. -Eran agarrones como con ansia. Uno los veía caminando por los pasillos de la parroquia y al cura se le iba la mano. Todos los empleados sabíamos que el padre era homosexual. Me acuerdo que a una cocinera le daba mucha vergüenza ver eso. Yo le decía que desgraciadamente esa era su tendencia. Hoy creo que es una enfermedad que él tiene. Piensa que como es sacerdote está autorizado a hacer lo que quiere, que para él nada es pecado.

¿A usted lo toqueteó?
-Nooo, si a mí me hubiera puesto la mano encima le suelto un combo donde caiga. Además él tenía sus preferencias. Le gustaban altos, rubios, de ojos claros: azules o verdes- explica. Luego puntualiza “El padre prefería los de su clase” y detalla que uno de sus favoritos, al que apodaba “ojitos bonitos” era un joven de buena familia que abandonó la universidad para trabajar en múltiples funciones en la parroquia, desde cantar en las misas hasta hacer de chofer.

-Una vez entré en el comedor a buscar algo y él estaba besuqueándose con este joven, en lo oscurito. Los dos me vieron e hicieron como si nada. A mí me dio tanta vergüenza que me salí de ahí de inmediato. Al rato ellos también salieron como si nada. Otra vez vi al padre acariciar al obispo Andrés Arteaga en la sacristía. Había más gente y cuando Karadima le acariciaba la mejilla, Arteaga traba de sacarle la mano, sin mucha decisión, como si no se atreviera a enfrentarlo… Yo creo que había jóvenes a los que les gustaba esto, pero también otros que se dejaban porque consideraban a Karadima como un Dios. Para ellos si el padre decía algo, había que obedecer sí o sí.

A comienzos de este año Mariano Cepeda acudió a la inspección del trabajo para denunciar a la parroquia por una deuda que él avalúa en unos 10 millones de pesos. En el escrito Cepeda explica que ingresó a trabajar a El Bosque el 12 de marzo de 1952 y se retiró en 2010; que firmó un finiquito en 2000 cuando jubiló, pero le restaron 30 años de su trabajo y por ello su pensión es de sólo 155 mil pesos. Alega que después de jubilar siguió trabajando 10 años más, sin contrato ni previsión y por un sueldo de 189 mil pesos que no se reajustó jamás. Por todo ello reclama indemnización por años de servicio; cotizaciones no pagadas al INP durante los últimos 10 años; y feriado legal proporcional.

-Todo lo que recibí después por 58 años de trabajo fueron 350 mil pesos. Y yo le digo que nunca pedí una licencia, nunca llegué tarde, salía de mi casa a las 6 de la mañana para estar allá a las 7 y media para abrir la iglesia. Eso en invierno y verano. ¿Y sabe la vida que se daban estos curas, los viajes, las comidas…?

Hoy hay otra cosa que lo indigna: saber que a algunos de sus ex compañeros de labores de la parroquia se les entregó alrededor de $65 millones y a él, que fue cumplidor y reservado, nunca le tocó nada. Se refiere a los $29 millones que le entregaron a la cocinera Silvia Garcés, cuyo esposo es sacristán de la misma iglesia desde 1982; los $10 millones, sacados de los fondos parroquiales, para Patricio Vasconcellos, sacristán de El Bosque desde hace 6 años; los $13 millones para María José Riesco Bezanilla, administradora financiera de la Parroquia, mujer de la máxima confianza de Karadima, ya que tenía acceso al menos a una de sus cuentas; y los $13 millones para Oscar Osbén, quien acusó al sacerdote Diego Ossa de haberlo abusado e inicialmente exigía una “reparación” de $100 millones de pesos.

Cuando Karadima y su abogado Juan Pablo Bulnes explicaron estos pagos ante el fiscal Armendáriz, hablaron de préstamos y de caridad eclesiástica. Cepeda no les cree, pues ahí solo conoció bajos sueldos y muy poca caridad.

Relata que en mayo del año pasado, cuando recién había estallado el escándalo de los abusos sexuales, fue a hablar a la parroquia y se reunió con el vicario Diego Ossa y el abogado Bulnes.

-El padre Ossa decía que nunca supo que no me pagaban las imposiciones. Bulnes también decía que no sabía nada, lo que es una manera de hacerse el desentendido- explica Cepeda. Agrega que fruto de esa reunión firmaron un avenimiento extrajudicial que redactó el mismo Bulnes y en el que se establece que se le pagarán 5 millones 350 mil pesos en concepto de indemnización (Ver documento).

Cepeda alega, sin embargo, que el documento no se cumplió.

-Del dinero prometido sólo me pagaron 350 mil pesos. Desde entonces no me contestan el teléfono. Recién esta semana, cuando se enteraron de la citación, me llamaron para hablar. Ahora les pedí 10 millones de pesos.

MIEDO A KARADIMA

De entre las muchas cosas que Cepeda vio en la iglesia El Bosque y que le llamaron la atención destaca la obediencia ciega de algunos jóvenes y sacerdotes a Karadima, obediencia que el ex párroco de El Bosque alimentaba provocando temor a sus seguidores. El ex trabajador describe a un Karadima colérico y dominante, que gritoneaba a sus empleados, a los seminaristas que se formaban a su alero y también a los que ya siendo sacerdotes igual sentían que sin la guía de Karadima se irían al infierno.

Cepeda no puede olvidar, por ejemplo, el temor que evidenciaba Eugenio de la Fuente, quien fue vicario de El Bosque durante 9 años hasta que lo reemplazó Diego Ossa.

-El padre Eugenio le tenía terror a Karadima. Lo vi temblar de nervios cuando era retado por él. Un miedo total. Hasta que al final el mismo Karadima lo sustituyó por el padre Diego que era más pegado a él.

Cuando Eugenio de la Fuente, actual párroco de la iglesia la Señora de la Medalla Milagrosa de Quinta Normal, fue interrogado por el fiscal Armendáriz relató que efectivamente se fue de la parroquia porque le tenía miedo a Karadima.

“Después de 20 años ya no fue mi guía espiritual. Me costó mucho tomar la decisión porque me decía que me podía traer consecuencias graves para mi sacerdocio, pues había una percepción de que espiritualmente uno estaba más seguro bajo su alero. Por un hecho puntual y personal tuve una conversación con Karadima y el padre Morales, que no tiene nada que ver con lo sexual que se investiga. Entonces el propio Karadima me dijo que dejaba de ser mi guía espiritual si yo le tenía miedo, lo cual era efectivo”, declaró el sacerdote.

Con mano de hierro, cuenta Cepeda, Karadima mantenía el control sobre los curas que él había formado. Todos eran parte de la Unión Sacerdotal y los veía cada lunes. Seguía siendo confesor y director espiritual de gran parte de ellos.

-Me acuerdo que venían los primeros viernes de cada mes y los tenía un buen rato formados en el pasillo, haciendo cola frente a su oficina. Los llamaba uno por uno. Nosotros comentábamos: “Ahí están los corderos, con la cabeza gacha esperando que les llegue la luma”. Iban para allá a darle cuentas de su vida.

Esta imagen de absoluta dependencia es coincidente con los relatos de varios sacerdotes ante la justicia. Por ejemplo, Fernando Ferrada, párroco de la iglesia Jesús Carpintero de Renca, dijo al fiscal Armendáriz que Karadima “impone su voluntad confundiéndola con la voluntad de Dios y confunde la salvación con hacer su voluntad e insiste en la obediencia”.

Por su parte Hans Kast, canciller del arzobispado, definió ante el mismo fiscal a Karadima como un “encantador espiritual” y se manifestó afligido por el daño que podía causar en la psicología de sus seguidores. Dijo: “Estoy preocupado por algunos adultos jóvenes y la influencia que pueda hacerles directamente o a través de otras personas de su entorno más cercano”.

Un sacerdote que prefirió mantener su anonimato dijo a CIPER que la dependencia de los curas que actualmente siguen apoyando a Karadima es tan grande que si el arzobispo dijera que Karadima es un truhán, ellos pensarían “el arzobispo está hablando en contra de un santo”.

POBRES PRESOS

En abril de 1952 cuando Cepeda llegó a El Bosque su párroco era el sacerdote Alejandro Huneeus Cox. Una figura central en la historia de la parroquia pues si bien ésta se levantó con dineros aportados por la millonaria Loreto Cousiño, lo cierto es que Huneeus aportó bastante dinero. De hecho, según documentos encontrados por CIPER en el Conservador de Bienes Raíces, Huneeus compró la parroquia a Loreto Cousiño en un millón de pesos de la época. Poco después Huneeus la donó a la Pía Unión Sacerdotal, una fraternidad de curas diocesanos que él mismo había fundado. Esta Unión es hoy propietaria de la parroquia y de toda la manzana que ocupa en la calle El Bosque y es el motivo por el cual figura como empleadora de Cepeda. Según Impuestos Internos el avalúo fiscal del terreno y la edificación es de 10 millones de dólares.

Cepeda recuerda a Huneeus como un sacerdote piadoso, que atendía a los pobres que llegaban a esta parroquia a pedir ayuda. Eran los años en que el Padre Hurtado recogía niños durmiendo en el Mapocho y declamaba en contra de las injusticias de su época. Karadima ha dicho que ayudaba a Hurtado en esa labor.
Sin embargo Cepeda cuenta que cuando Huneeus envejeció y Karadima tomó el control de la parroquia, el trato a los pobres cambió.

-Cuando venía gente a pedir limosna a la parroquia, el padre Karadima mandaba a llamar a carabineros y se los llevaban presos. En aquella época, estoy hablando de la década del 60, llamaba a la comisaría 14, después se llamaba a la 19. Me acuerdo que una vez una señora lo amenazó: Le dijo: “Cura conchatumadre, te dan la plata para que ayudes a los pobres y nos mandai presos”. Eso le dio temor al padre. Nunca salía solo porque temía que le hicieran algo. Él decía que la gente era ambiciosa y que molestaba”.

Por esas y otras cosas, para Cepeda, Karadima estaba en las antípodas de Hurtado.

-¿Usted cree que se levantaba a orar a las 5 como se ha dicho por ahí?
-No pues, a esa hora se estaba recién durmiendo, porque el desfile de jóvenes retirándose de su pieza partía a las 3 ó 4 de la mañana. Entonces a las 9.30 bajaba a desayunar y cuando terminaba, volvía a la pieza con alguien hasta la hora de la misa. Después permanecía hasta la hora del almuerzo, la 1 ó la 1:30. Y luego volvía a su pieza a descansar hasta las 3 de la tarde. Todos los días así. Pocas veces se lo veía rezando. Solo cuando tenía visitas él bajaba con un rosario en la mano como para dar idea de que había estado en oración. El resto del tiempo se lo pasaba de la pieza al comedor y del comedor a la pieza.

¿Qué hacían si lo necesitaban para algo urgente?
Uno tenía que ir y golpear en la puerta muy despacito, apenas golpecitos. Si uno golpeaba normal él te gritaba “por qué me toca tan fuerte, ¿cómo es posible…?» El nos atendía en la puerta de la pieza, solo sus jóvenes de confianza podían entrar.

¿No hacía retiros espirituales?
Cuando él viajaba a Europa dejaba la orden de decir a las personas que preguntaban por él que estaba de retiro espiritual. Y a Europa viajaban siempre los mismos: el padre Esteban Morales, el padre Diego Ossa, el Camión (apodo de Francisco Costabal). A veces eran dos salidas al año, una en verano y otra en septiembre. Incluso en las misas se mentía diciendo que el padre estaba de retiro y nosotros sabíamos que estaba por Europa. Casi nunca hacía retiros de verdad.

Cepeda afirma que en los años de Huneeus, el trato a los empleados era respetuoso, sin gritos. Por otra parte, el entonces párroco de El Bosque era de una estricta moralidad y no habría tolerado toqueteos. Recuerda, por ejemplo, que Huneeus echó en un confuso incidente a otro sacerdote porque lo acusaron de meter mujeres a la parroquia. También despidió a un cocinero porque “era del otro equipo, ¿me entiende? Cuando los comentarios ya eran demasiados don Alejandro lo echó”.

Huneeus no transaba con el tema sexual. Después de todo, la parroquia El Bosque había sido fundada para promover la santidad y las vocaciones. Entre los miembros de la Pía Unión, por ejemplo, estuvo el Obispo de Valparaíso Emilio Tagle, que en los 60 reclamó airadamente porque las mujeres usaban bikini en las playas de Reñaca.

Pero lo cierto es que ese no fue el único escándalo de esos años.

Durante la investigación en contra de Karadima llegó a la fiscalía el testimonio de un profesional que en los 60, siendo niño, empezó a ir a la parroquia El Bosque y que fue abusado por un sacerdote de nombre Raúl. El denunciante también conoció a Karadima y según relató al fiscal Armendáriz, para confesarlo Karadima se le sentaba al frente, “él muy próximo a mí, de modo que podía sentir su aliento. Los temas de las confesiones eran siempre sexuales y en particular en torno a la masturbación. Su interés era saber cuáles eran mis fantasías sexuales”.

Sobre el otro sacerdote, Raúl, el denunciante recordó que “un día me invitó a subir a conocer su dormitorio. A mí me parecía un privilegio y un honor el ser invitado al lugar más íntimo del padre Raúl. Nunca se me ocurrió pensar en nada malo, sin embargo, cuando entramos a su cuarto y él se acostó en su cama invitándome a que nos abrazáramos. Esa fue la primera vez que sentí que algo no estaba bien”.

Cuando le contó a su madre, ésta fue a la parroquia a encarar al sacerdote: “Recuerdo lo horrible que me sentí durante ese encuentro que marcó mi vida: mi mundo se derrumbaba y frente a los gritos y descalificaciones e insultos de mi madre, la negación y el cinismo del padre Raúl, sentí la culpa de mi ingenuidad, la rabia por la insinceridad y el abuso del padre Raúl y la tristeza inmensa de perder lo que creía haber encontrado”. (Ver documento)

El sacerdote partió poco tiempo después a Alemania. Cepeda no recuerda el escándalo pero sí recuerda que de un día para otro el sacerdote desapareció, sin que se diera explicación alguna. No hubo investigación ni sanción, situación que ha sido la corriente frente a ese tipo de denuncias. Justamente para que eso no volviera a pasar con Karadima este denunciante se animó a revivir su traumática experiencia, mostrando de paso que el mundo apacible de la parroquia el Bosque conserva aún insospechados secretos.